URBANISMO

¿Había un arco en 18 y Río Negro? Recorrido por las "arquitecturas ausentes" de Montevideo

Arquitectos debaten el valor urbano que la capital ha ganado o perdido a lo largo de múltiples transformaciones.

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Rambla de Pocitos
Antigua Rambla de Pocitos

La salida es desde Avenida 18 de Julio y Ejido. De cara hacia el norte, a la derecha, en la vereda de enfrente, está el Palacio Blengio-Rocca. Hacia la Ciudad Vieja, pasamos por el cine Trocadero; un poco más adelante, por el Palacio Golorons y el Palacio Jackson y finalizamos el recorrido en la Tienda London-Paris. Entre medio nos tomamos un café en el Sorocabana. El tour, al que invitaba la Intendencia de Montevideo a principios de agosto, es un viaje en el tiempo: por aquellas arquitecturas llamadas “ausentes” o que han cambiado de función con el paso de las décadas.

Usted recordará algunos de esos nombres -así como Leonardo Altmann, arquitecto y magíster en Estudios Urbanos, se acuerda de haber visto Dick Tracy en el Trocadero- pero otros podrán no sonarle como el primero de los palacios mencionados que se erigió en la esquina de Germán Barbato en 1914. Menos le sonará que en 18 de Julio entre Río Negro y Paraguay hacia 1871 alguna vez hubo un arco; en particular, una réplica del Arco de Tito (plaza del Coliseo, Roma), para celebrar el primer aniversario de la unificación italiana.

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Réplica del Arco de Tito por celebración del primer aniversario de la unificación italiana.
Avenida 18 de Julio entre las calles Río Negro y Paraguay. 19-22 de setiembre de 1871.
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Más allá de lo obvio, ¿qué es una arquitectura ausente? Hay varias formas de interpretarlo. Para Daniel De León, quien lideró la muestra de Arquitecturas Ausentes para el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (CICOP Uruguay), son aquellas edificaciones, emblemáticas o anónimas, que han servido como pieza del entramado urbano y que su desaparición -por cambio de uso, como víctima de alguna tragedia o por demolición- es parte de la memoria de la ciudad. “Plantea la pregunta de qué hay que proteger”, dice a Domingo. Pero advierte adelantándose a posibles críticas: “No pretende ser una mirada nostálgica”.

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Palacio Blengio-Rocca. Avenida 18 de Julio esquina Germán Barbato
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A su juicio, divulgar lo que algún día estuvo en pie contribuye a pensar en la ciudad en la que queremos vivir. “Todas las ciudades evolucionan; no podemos pretender que se queden congeladas en el tiempo. Pero podemos ver sustituciones que han sido ‘buenas’ y otras que no han sido felices”, señala.

Carlos Pascual, el arquitecto que ha recuperado, entre otras obras, el Mercado Agrícola de Montevideo (MAM), sí siente que el término apela a la nostalgia y que esta es mala consejera. “Hablar de arquitecturas ausentes es un oxímoron raro”, bromea. Pero coincide en la necesidad de debate: “Está bueno conocer lo que se perdió porque evita que se demuelan ciertas cosas; hay que aprender de los errores”.

Rambla de Pocitos
Antigua Rambla de Pocitos
UNA GANANCIA INDISCUTIBLE: LA RAMBLA SUR

Los vientos huracanados del 10 de julio de 1923 soplaron a más de 150 kilómetros por hora. Las aguas del Río de la Plata se elevaron hasta 3,30 metros llevándose todo a su paso: parte del muro de la rambla, empedrados, barcos, edificaciones precarias y hasta el Hotel de los Pocitos (el arquitecto Daniel Thul hizo una reconstrucción virtual que puede ser vista en YouTube). El proyecto de construcción de la Rambla Sur existía desde fines del siglo XIX pero se concreta tras el temporal, priorizando, además, un aspecto que Pablo Canén, magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano, calificó como “quirúrgico”: la erradicación de los prostíbulos del Bajo de la Ciudad Vieja apuntaba a contribuir a la “higiene social”. Con el diario del lunes nadie parece cuestionar que la sustitución de lo arrasado -inclusive un hotel que las crónicas de la época decían que era el “punto de reunión de nuestra high life”- fue una ganancia para la ciudad; en ese momento, no obstante, algunas voces se manifestaron en contra dado que con ese dinero se podría haber comprado, por ejemplo, una flota mercante. También con el diario del lunes, Daniel De León, quien lideró la muestra de Arquitecturas Ausentes para el CICOP, teorizó: “Con la postura del cuidado al medioambiente de hoy, ¿hubiéramos eliminado dos playas para hacer la Rambla Sur? Hoy no lo haríamos”. Y da una de las claves para la discusión: “La visión cambia 100 años después”. Ahora, si a De León se le pregunta si hubiese preferido algo diferente para la rambla de Pocitos, no duda: “Me cuestiono la construcción de las torres alineadas que generaron la sombra para la playa”.

Metamorfosis.

En esta historia hay ganadas y perdidas. Y depende de a quién se pregunte. Y, por supuesto, depende de las circunstancias.

Volvamos al tour. Una parada es en la Plaza de Cagancha. El sitio donde se emplazó el primer monumento de la ciudad -la Columna de la Paz, de José Livi- ha cambiado la cara muchas veces desde que era mercado de frutos. Allí estuvo el Palacio Jackson, obra original de Juan Tosi y completada por A. Heber Jackson, que quedó terminado hacia 1900. Años después fue sede de la Intendencia y de los Concejos de Administración de Montevideo; luego albergó oficinas del Ministerio de Obras Públicas. Un dato para el Trivia: aquí se instaló el primer ascensor de Montevideo. CICOP lo ha señalado como un edificio de “potente presencia urbana” pero que no supo adaptarse a programas cambiantes; a eso se le sumó “falta de contexto legal de protección”. El resultado fue su demolición y sustitución por la Torre Libertad, concretada en 1987.

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Plaza Cagancha, escalinata sector norte
CEDODAL: Archivo Eugenio Baroffio

En la vereda de enfrente se levantaba el Palacio Golorons. Muchas más personas recordarán lo que lo reemplazó en 1947: el complejo de salas de cine -Plaza y Central-, un edificio de apartamentos y una confitería que proyectó Rafael Lorente Escudero. Aquí no hubo diferencias entre los arquitectos consultados: fue mejor lo que vino después. Así lo cree Pascual: “Había un edificio interesante, afrancesado, parecido al Ateneo, pero lo que hizo Lorente fue superior. Ese edificio es maravilloso. Es una arquitectura contemporánea típicamente uruguaya”. Aunque sigue en pie, no estuvo a salvo de la obsolescencia funcional. En este punto, Altmann señala que la transformación del Cine Plaza en un templo religioso -asunto ampliamente debatido en su momento- no distorsionó la forma y la función del edificio. “La ciudad no perdió con eso”, apunta.

Esto mismo puede decirse del MAM que mantuvo su forma y función de mercado mayorista al ser modernizado sin que se lo reformulara hacia un centro comercial, lo que hubiese cambiado su esencia. Pascual, encargado de su restauración, le cuenta a Domingo: “No hicimos nada de lo que implica un mix comercial (corredores, ubicación de locales, etc.) y ahí lo tenés, funciona; el edificio era más fuerte”.

¿Y qué puede decirse del Trocadero, una de las paradas del tour de “arquitecturas ausentes”? Construido entre 1936 y 1941, al igual que las otras grandes salas de cine como el Metro, Ambassador (hoy un estacionamiento) y Radio City, con una arquitectura moderna, pasó luego a templo religioso y actualmente es un local de vestimenta. “Era un cine con 2000 localidades, no había manera...”, expresa Pascual sobre uno de los factores que intervienen a la hora de sustituir la arquitectura de una ciudad: los cambios socioculturales.

Este arquitecto participó al inicio del proyecto. “El futuro del Trocadero era salvar el volumen, la fachada, su alero y los cristales. Hubo que convencer al cliente de salvar el exterior. Sobrevivió para ser una tienda por departamentos de varios pisos con escaleras mecánicas. Yo creo que asesoré bien y lo que está ahí es absolutamente digno. Sobrevive la esquina como fue toda la vida y que no era monumento. El cine está ausente pero sigue la arquitectura. Si hubiéramos hecho apartamentos hubiera sido un espanto”, afirma.

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Teatro Urquiza. Mercedes y Andes.
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DEL TEATRO URQUIZA AL AUDITORIO DEL SODRE

El Teatro Urquiza es una de las grandes arquitecturas ausentes de Montevideo. Pero no es una por la que se debe llorar (aunque sí dolió en su momento). Su sustitución es el Auditorio Nacional del Sodre (Mercedes y Andes) y los arquitectos consultados para esta nota coinciden en que su construcción fue una ganancia para la ciudad. “Si bien uno puede tener un afecto cuando ve lo que era ese edificio ecléctico, es obvio que el Sodre aportó un conjunto de instalaciones artísticas contemporáneas mucho más adecuadas”, resume Pablo Canén, magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano.

El Teatro Urquiza se construyó entre 1903 y 1905; la prensa de la época lo elogió por su “modernismo sin excesos”. En 1971 un incendio lo destruyó -provocando una “ausencia forzada”-, llevándose gran parte del acervo del Sodre. Recién en 1985, en ese lugar, se convocó un concurso público internacional para levantar un nuevo auditorio, del que resultó ganador el equipo de los arquitectos Di Pólito, Magnone, Singer y Vanini. Las obras se iniciaron en 1989 y la reapertura se concretó en 2008.

Conforme a las costumbres de otras épocas, Montevideo estaba repleta de teatros; muchos de ellos son otras “arquitecturas ausentes”. Por ejemplo, en Cerrito y Piedras estaba el Teatro Cibils, inaugurado en 1871 y también destruido por un incendio en 1912; el Teatro 18 de Julio, en la principal avenida entre Yaguarón y Yi, fue un referente modernista hasta su reconversión en salas de cine en 1959; hoy es un supermercado. Otro caso es el Teatro Politeama, inaugurado en 1887 y destruido por un incendio en 1895. Se reconstruyó para volver a quemarse en 1919. Tiempo después fue construida ahí la sede del Ministerio de Economía y Finanzas.

Otra ausencia es la del Teatro Catalunya que, a pesar de ser muy vistoso, su reemplazo es entendido por los especialistas como una ganancia para Montevideo. Era el teatro proyectado por el arquitecto catalán Purcalla Grau, inaugurado en 1918, que dos décadas después fue demolido para dar nacimiento al Radio City (Gutiérrez Ruiz y San José; luego iglesia de Dios es amor), del arquitecto Rafael Ruano, un exponente de la arquitectura contemporánea. “No se sustituyó una cosa buena por una mala; se sustituyó por una cosa muy buena”, dice De León. Y agrega: “En determinada época, los edificios se demolían cada 30 o 40 años y se hacía otra cosa. Eso pasó con muchas de las construcciones coloniales y la sustitución no era traumática. Se integraban muy bien a la ciudad. El tema es si lo que vamos a darle la mejora o, si por el contrario, hace que perdamos algo”.

Altmann completa: “Hay consenso en que los emblemas de la arquitectura moderna en el Centro son una ganancia para la ciudad. Si me decís que perdimos un cementerio para ganar la Intendencia te digo que está bien”.

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Casa particular. Avenida 18 de Julio esquina Cuareim
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La lista es larga: la sede 19 de junio del Banco República, el Edificio Centenario, el Palacio Salvo, el Palacio Lapido o el Palacio Díaz. “Al hablar de arquitecturas ausentes hablamos también de edificios que han tenido una segunda vida como el Centro de Formación de la Cooperación Española (casa de Agustín De Castro), o el Centro Cultural de España (ferretería Mojana), la sede del BID (Hotel Colón); incluso el edifico El Yatch que ahora es el Mc Donald’s del Parque Rodó; a este ahora lo podemos apreciar como en sus orígenes”, relata De León. Más cerca en el tiempo, los arquitectos coinciden en que la eliminación de los viejos galpones de AMDET y su sustitución por la Plaza Seregni fue otra ganancia para la ciudad.

El arquitecto Pablo Canén, magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano, sabe que algunas de las arquitecturas ausentes fueron irremplazables por su calidad en los materiales y mano de obra pero, con todo, explica: “Es interesante observar qué es lo que perdimos y eventualmente pensar en qué es lo que no deberíamos perder. Se puede pensar que los que promovemos la protección del patrimonio podemos querer que sea una ciudad museo. Pero no hay que manejar una visión de nostalgia; hay que entender qué perdimos y por qué”. Aquí hay que evitar “retrocesos” como aquellos que promovieron los baldíos o la desafectación de edificaciones históricas. Y recuerda: “Una ciudad está en permanente conflicto”.

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Vivienda en la Rambla y 21 de setiembre
Emblemas, chalets y quintas: entre lo perdido

Ni todo tiempo pasado fue mejor ni todas las sustituciones fueron buenas. Entonces, ¿qué pasa con lo perdido? “Muchos edificios eclécticos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX no tuvieron sustituciones de buen augurio; con algunos hemos perdido valor urbano”, reconoce Pablo Canén, magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano, en diálogo con Domingo. Algunos de ellos eran los chalets de Pocitos y otros barrios con estilo normando, árabe y hasta chinesco. Pero no hay que irse tan atrás en el tiempo para examinar algunos casos de arquitecturas ausentes que impactaron a la sociedad y que, según el ejemplo, no logran el acuerdo entre los arquitectos y urbanistas.

Esto sucede con el Cilindro Municipal. Inaugurado en 1956 con el objetivo de albergar la Primera Exposición Nacional de la Producción, este proyecto de Leonel Viera fue asumido como uno de los más grandes aportes de la ingeniería uruguaya del siglo XX (tanto que fue modelo para el Madison Square Garden de Nueva York). Terminada la exposición, se adaptó a otros usos, pero con el descuido sostenido, terminó colapsando en 2010. Cuatro años después se erigió allí el Antel Arena.

Y acá aparecen las voces disonantes. Canén dice: “El Cilindro Municipal era una proeza estructural pero, por otra parte, ya no admitía las condiciones necesarias para el tipo de espectáculos que se llevaban allí adelante. El Antel Arena como estructura polifuncional y polivalente y, sobre todo para Villa Española por su gran espacio público, es una ganancia”. Pero su colega Carlos Pascual opina diferente: “Vos le mostrás una foto del Antel Arena a 40 arquitectos del exterior y nadie adivina que es Uruguay. Podría estar en cualquier lado. Eso lo aportaba el Cilindro. Era una obra de ingeniería uruguaya reconocible como el Puente de La Barra (también de Viera) o la Rambla Sur”.

Los casos de la confitería Cantegrill (Punta Carretas) o el de la Farmacia Atahualpa (Prado) también han sido polémicos. Se ha mantenido parte de sus fachadas integrándolas a nuevas obras. Aquí Pascual fue tajante: “Ahí yo prefiero la arquitectura ausente. Cuando lo único que dejás es el pellejo, yo prefiero que no esté más. Si lo único que vale la pena es la fachada, hay algo que está mal. Los edificios valen integralmente o no interesan. Si la arquitectura es dejar la fachada y hacerle un edificio atrás, prefiero quedarme con el recuerdo”.

Allí quedaron muchas de las quintas, especialmente las del Prado. La Quinta Fynn es uno de los ejemplos destacados por el proyecto de Arquitecturas Ausentes de CICOP por su exotismo: techos de aleros muy salientes y encorvados hacia arriba, imitando la arquitectura religiosa china. Estuvo en pie desde 1872 en Agraciada y Capurro; fue demolida algunas décadas atrás. Era un ejemplo del estilo que había ganado a buena parte de la alta sociedad de la época.

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