Hacer el bien sin mirar a quién: cuatro uruguayos que dedican tiempo y energía para mejorar la vida de otros

Claudia González, Mateo Hoffman, Vanessa Requielme y Jimena Soto entregan varias horas de su semana al trabajo voluntario. Acá, sus historias y su motivación por impulsar cambios.

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Manos dadas
Voluntariado, una forma de ayudar a otros.
Foto: Canva

“La globalización devuelve al hombre a la condición primitiva del sálvese quien pueda”, decía Milton Santos, premiado geógrafo brasilero, autor de más de 30 libros y 400 artículos científicos. La frase está en el libro Por uma outra globalização: do pensamento único à consciência universal, de 2003. Y a pesar de esta afirmación, Santos no se quedó en el pesimismo sobre la realidad. Allí también sostuvo que el carácter “globalmente destructivo” de este nuevo momento de la civilización termina siendo contradictorio ya que despierta en parcelas crecientes de la sociedad una resistencia, una conciencia y una nueva filosofía moral. Y, a pesar de lo que pudiéramos intuir, esta nueva filosofía no es la de los valores comerciales u económicos, sino la de la solidaridad y la ciudadanía.

Algo de ese optimismo de Santos, y de tantos otros pensadores y humanistas, se puede rescatar en el relato de tres uruguayas y un uruguayo que dedican una parte de sus días a mejorar la vida de otros sin pedir nada a cambio. Sus historias son distintas, pero sus motivaciones se encuentran en el simple hecho de donar de sí a los demás.

Vivir para contar y retribuir

Claudia González (52 años) es auxiliar en un jardín de infantes en Sauce, Canelones. Pero los jueves tiene reservada la tarde para los pacientes de la Fundación Pérez Scremini, que trabaja por la cura del cáncer en niños y adolescentes. Allí hace trabajo voluntario en actividades recreativas —charlas, lecturas, dibujos, canto, baile— para los pequeños que pasan por tratamientos oncológicos.

El deseo por el voluntariado vivía dormido en ella, hasta que en diciembre de 2019 decidió que era hora de dar lugar a eso que sentía como un llamado. Buscó a la fundación, pasó por una entrevista con el equipo de coordinación de voluntariado y, con la pausa pandémica de por medio, ingresó al grupo de voluntarios. Así como Claudia, todos pasaron por talleres, capacitaciones y encuentros de escucha para evacuar dudas e inquietudes.

Esta fundación está dividida en varias áreas donde los voluntarios pueden incidir, como por ejemplo el área de hospital, donde los pacientes van a hacerse controles, el área de recepción, o la de recreación y actividades. Claudia eligió el área de internación, donde las emociones están más a flor de piel. Y lo hizo a conciencia. Ya estuvo del otro lado y sabe lo importante que pueden ser las palabras y el apoyo en esos momentos.

A finales de la década de 1990 descubrió que padecía un linfoma y pudo encontrar la cura con un trasplante autólogo —cuando el paciente es el propio donante— de médula ósea.

“Desde este lado me enorgullece ahora poder acompañar, comprender y ayudar a los pequeños guerreros y sus familias. La ciencia hace lo suyo y yo, desde mi lugar, aporto mi granito de arena para que, por lo menos, unas horas de su estadía sean un poquito más amenas”, dice Claudia a Domingo.

Claudia González
Claudia González es voluntaria en la Fundación Pérez Scremini.
Foto: cortesía

Hay situaciones tristes, pero ella prefiere siempre quedarse con los momentos lindos que compartió junto al paciente. “Familia y voluntarios formamos un gran equipo porque muchas veces nosotros somos una contención para ellos, más allá de todo el equipo profesional de excelencia que integra la fundación”, señala.

Por otro lado, en estos tres años de voluntariado renovó esperanzas cada vez que se enteró del alta de un paciente porque este logró la remisión completa de la enfermedad. Ese momento, en el que va a realizar una visita y descubre que la ausencia de un pequeño o pequeña significa la cura, no tiene precio. De esos días, que son los más lindos de su jornada en la fundación, recuerda uno en especial: “Un jueves salgo del ascensor para entrar al área de internación y me cruzo con el primer paciente que visité desde que soy voluntaria y me dice: ‘Me voy. Me curé. Me voy para mi casita, así que hoy haz feliz a otro nene’”, recuerda.

Estas horas en las que pasa junto a los pequeños Claudia logra una satisfacción personal. “Me llevo mucha enseñanza, mucha riqueza humana cada jueves. Su resiliencia y empatía me generan una profunda admiración y respeto, porque a pesar de sus adversidades nos dejan a nosotros, los voluntarios, una gran lección de vida”.

Al servicio de la comunidad

En la vida de Mateo Hoffman (25 años), el llamado del voluntariado fue y sigue siendo tan fuerte que el comunicador, natural de Paysandú, ya pasó por casi una decena de proyectos y causas. Techo y Bomberos Voluntarios fueron las dos donde se encontró y decidió dedicar tiempo y energía.

Su historia con Techo, organización presente en 18 países que busca mejorar la calidad de vida de familias en situación de vulnerabilidad habitacional, empezó en 2014. Allí disfruta ver cómo a partir de una casa provisoria, muchas familias expuestas a situaciones precarias pueden salir adelante.

“Hace 10 años que la causa de Techo entró a mi vida y para mí es noble. Creo que lo más lindo es sentirte útil. Porque lo que hacemos es tan básico como usar nuestros conocimientos para suplir la necesidad del otro”, comenta a Domingo.

Ya en 2015, Mateo se acercó al destacamento de bomberos de Paysandú. En aquel entonces, cuenta, la figura del bombero voluntario no era tan común, solo habían comisiones de apoyo policial y destacamentos de vecinos. “Siempre me generaba curiosidad y una cierta adrenalina cuando escuchaba la sirena, entonces un día decidí acercarme y empecé a hacer cursos. En 2017, cuando cumplí 18 años, ahí sí pude salir a la calle en los operativos”, detalla.

En 2019 hizo una pausa y retomó el voluntariado en 2022, ya viviendo en Montevideo. Presentó los certificados de los cursos que había hecho en la Oficina Nacional de Bomberos y, mediante la validación de sus conocimientos en una prueba teórica y práctica, pudo ingresar como voluntario en la capital.

“Capaz que el bombero voluntario no participa de forma directa en la intervención, pero efectivamente está sirviendo para algo, porque muchas veces armamos la maniobra hasta que llegan los profesionales. Entonces, cuando el bombero llega, trabaja tranquilo y confía en esa persona que empezó a dar los primeros auxilios y todo sale perfecto o lo más perfecto posible”, explica.

Hoy, Montevideo tiene 14 bomberos voluntarios operativos —son más de 200 a nivel país— entre combatientes y choferes, distribuidos en los destacamentos (cuarteles) del Centro y Cordón, Belvedere y Carrasco. Mateo es uno de ellos y cumple 48 horas de guardias semanales en Belvedere.

Mateo Hoffman
Hoffman también es voluntario en Techo desde hace varios años.
Foto: cortesía

En este tiempo como bombero voluntario le ha tocado vivir situaciones dramáticas que no olvida. En diciembre de 2018, por ejemplo, presenció una tragedia a pocas cuadras de su casa en Paysandú. “La casa se incendió con tres niños y la madre había logrado sacar a uno y quedaban dos. Logró sacar al segundo y volvió por el tercero, pero no llegó y terminaron muriendo los dos. Esa fue la intervención más triste que me tocó”, rememora.

Pero están también los finales felices que puede contar con satisfacción, como el socorro que realizó en junio del 2019, cuando participó de la asistencia a Benjamín, niño de 2 años que había caído en un pozo séptico. “El vecino de unos 15 años se había tirado al pozo para salvarlo y lo tenía agarrado por una manguera para que no se ahogara hasta que llegara la ayuda. La primera persona en recibir al niño y practicarle las primeras reanimaciones fui yo. Al cabo de 10 o 12 masajes, Benjamín largó un llantito; luego siguió la doctora que llegó al local. No me olvido más. De hecho, hace un par de días hablé con sus padres, Matías y Majo. El niño está grande y sano y no le quedó ninguna secuela”, cuenta.

Cuando habla de Bomberos y de causas como la de Techo, se nota en su voz admiración y entusiasmo. Al contrario de lo que muchos podrían pensar, Mateo no siente que se arriesga al presentarse a situaciones extremas. Para él, más bien hay algo en estas acciones que lo alimenta. “Siempre digo que termina siendo paradójico, porque siento que, al final de cuentas, los bomberos me salvan a mí”, afirma.

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El comunicador y voluntario en Bomberos y Techo, Mateo Hoffman.
Foto: cortesía

Amor por los animales

Desde muy chica, Vanessa Requielme (41 años) no soportaba ver animales en la calle. Aunque le rezongaban en su casa, los rescataba y trataba de encontrarles un nuevo hogar. Así, el voluntariado en refugios en la adolescencia, y ahora en la adultez, fue un camino natural. Pasó por varios y, hace seis años, junto a un grupo de mujeres, decidió crear Voluntariado Animal Uy. Un colectivo que rescata, brinda asistencia veterinaria y trata de encontrarles un nuevo hogar. Hacen parte de la Plataforma Animalista, conformada por ONG, refugios, activistas, rescatistas y profesionales dedicados a la protección animal.

“El trabajo que realizamos es rescatar, llevar a la veterinaria y luego, con la colaboración de la gente, comenzamos a hacer ferias para poder pagar los tratamientos que son muy costosos y nos generan mucha deuda. A veces estamos debiendo $ 50 mil en tratamiento y remedios y tenemos que quedar en standby porque no tenemos el dinero para seguir ayudando”, cuenta a Domingo. “Además es muy difícil conseguir hogares transitorios, entonces tenemos que pagar pensionados y también es otro gasto”, añade quien trabaja en el área de administración de una empresa y dedica aproximadamente 12 horas de la semana al voluntariado. Además, es tutora de Kero, Summy, Will y Tino, tres gatos y un perro adoptados.

Vanessa reconoce que hay que tener una sensibilidad y un amor profundo por los animales, pero también dice que es necesario crear una especie de coraza, porque las situaciones tristes se dan a diario y de las maneras más insólitas. “Hay mucho maltrato a los animales. He visto situaciones horribles con caballos accidentados, perros apuñalados, o que han sido abusados. Gente que los ata y arrastra en auto. Es muy triste realmente y emocionalmente afecta”, relata.

Vanessa Riquielme
Vanessa Riquielme es voluntaria en "Voluntariado Animal Uy".
Foto: cortesía

Sin embargo, Vanessa no baja los brazos. Entiende que si muchos lograron salvarse, es gracias al trabajo que realizan. “Somos la voz de ellos, que no tienen como defenderse, ya que no hay una ley que los ampare como necesitan”, subraya.

Además, en ese trabajo que deja muchas veces un sabor amargo, también se encuentra con casos en los que el amor y el cuidado logran lo imposible con aquellos animales que fueron rescatados en situaciones críticas y lograron recuperarse. “El momento más satisfactorio es cuando se concreta la adopción y se consigue una linda familia. Después vemos como ellos cambian y están felices en su nuevo hogar”, comenta. Para que exista ese desenlace feliz, realizan jornadas de adopción una vez al mes en la feria Bon Gût en el Hotel del Prado y algunas esporádicas junto a PetShops por la ciudad. La información se publica con antelación en la página voluntariado.animal.uy. “La adopción es la oportunidad de cambiarles la vida y darles otra oportunidad, eso que tanto se merecen”, concluye.

Ser puerto seguro para niños y niñas

“Siento que el oratorio es medular en mi vida, una parte fundacional de quien soy y quiero ser”, dice Jimena Soto (25 años) a Domingo. La joven licenciada en educación liceal y educadora en primera infancia es voluntaria desde los 16 años en el Sector Social Juan XXIII, vinculado a la Pastoral Juvenil Salesiana de Uruguay.

Los oratorios son actividades socioeducativas que nacen en la segunda mitad del siglo XIX con Don Bosco en Italia y que ponen su foco en los jóvenes, por lo general de barrios de contexto crítico, pero no solamente. En Montevideo cada barrio tiene su propia forma de realizar este trabajo, cuenta Jimena, quien dedica 12 horas semanales como animadora en el oratorio de Km16 Camino Maldonado, donde trabaja con niños y jóvenes de 6 a 19 años.

El voluntariado la impulsó a formarse como educadora y hoy cursa un máster en educación inicial. “Ver los procesos individuales y grupales que hacen y todo lo que logran en ese espacio cuidado, donde se los escucha, me motivó”, introduce. “Es reconfortante ver cómo frente a situaciones de desprotección que ningún niño debería pasar, tienen un espacio seguro y protector en su vida. Estamos para ellos, ya sea para una charla, un abrazo, o una escucha integral de lo que necesitan”, cuenta.

En estos casi 10 años de acompañar a los niños y niñas, estrechó vínculo con las familias y atesora con cariño el recuerdo de la primera vez que, junto a otra animadora, sintió la alegría de un niño al verla. "Escuché como dijo 'llegaron las tías Jime y Fede'. Ese día me revolvió un montón de cosas", rememora.

"También recuerdo el día que un adolescente verbalizó que gran parte de lo que él era hoy se debía al oratorio y a muchos animadores que habían confiado en él y no se habían rendido. Eso te hace ver la importancia de que tengan lugares más allá de la escuela donde puedan socializar y dejarse acompañar”, reflexiona la joven, quien siente que en la ecuación final de este ida y vuelta ambos lados salen ganando. “Con ellos aprendo la manera con la que quiero educar en mi profesión: sin cerrar puertas, pudiendo prevenir situaciones y estando atenta a las necesidades que tienen”, finaliza.

Jimena Soto
Jimena Soto es voluntaria desde hace 10 años.
Foto: cortesía

La tradición del voluntariado en Uruguay

Según la Organización de las Naciones Unidas, el voluntariado es toda aquella actividad que “no se realiza por ganancia o remuneración económica, sino que es realizada por voluntad propia y busca beneficiar a terceros sin que medien lazos familiares o de amistad”. También de acuerdo con la ONU, en la actualidad hay aproximadamente 100 millones de voluntarios en el mundo.

Uruguay posee una tradición en el tema que tiene raíces en su formación social a través de los procesos migratorios. “Las diferentes colectividades como los españoles, italianos y judíos fueron ejemplo de organizaciones que tuvieron sus acciones solidarias para quienes recién llegaban al país”, rescata Karina Hoffnung, coordinadora de la Mesa Nacional de Voluntariado.

Con el tiempo el carácter del voluntariado ha ido expandiéndose para distintas esferas sociales. Por ejemplo, en la última encuesta de voluntariado en Uruguay, del año 2019, se verificó que las áreas más frecuentes de actuación en la actualidad son la educación, seguida por la religión y la inclusión social y humanitaria.

En la encuesta se observó una percepción social positiva sobre el voluntariado: el 81,7% de los uruguayos cree en el trabajo voluntario y solo 12,5% manifiesta estar en desacuerdo. Uno de los puntos de desacuerdo para los encuestados fue la afirmación de que si el Estado cumpliera sus responsabilidades, no habría necesidad de contar con voluntarios. Sobre esta cuestión, Hoffnung entiende lo siguiente: “Quienes venimos trabajando desde hace años en la temática sostenemos que el papel del voluntariado es de corresponsabilidad. Debe ser complementario al rol del Estado, no lo sustituye sino que contrariamente a esto muchas veces ‘reclama’ la presencia del mismo cuando corresponde. Y lo acompaña, apoya y complementa en otras oportunidades”, sostiene.

Los beneficios psicológicos de ayudar a otros

El voluntariado ofrece numerosos beneficios. A nivel de salud mental, algunos de ellos pueden ser el aumento en la autoconfianza, la autoestima y la gratificación personal. “Ayudar a otros genera orgullo y satisfacción, lo cual mejora la percepción que tenemos de nosotros mismos”, introduce la psicóloga uruguaya Natalia Mena, especializada en psicoterapias cognitivas, conductuales y contextuales.

Y, si bien tareas como las de Claudia, Mateo, Vanessa y Jimena pueden afectar lo emocional, el acto de movilizarse por una causa libera una gran cantidad de sustancias positivas en el cerebro. “Se liberan endorfinas, que son un potente estimulante natural, que no tiene efectos secundarios y que posee la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo. También, serotonina, que contribuye al estado de ánimo positivo; oxitocina, que fortalece los lazos sociales y reduce el estrés. Y dopamina, que es un neurotransmisor asociado con el sistema de recompensa del cerebro y está involucrada en la sensación de placer y satisfacción”, detalla Mena.

“Estas sustancias ayudan a mitigar el sentimiento de soledad y tienen un efecto positivo en la depresión, al mejorar el contacto social y aumentar el apoyo emocional”, complementa la psicóloga.

Por otro lado, explica la profesional, el sentido de logro y propósito asociado con el voluntariado ayuda a reducir la ansiedad, lo que a su vez favorece un sueño más reparador y tranquilo. “Al enfrentar nuevos retos, asumir responsabilidades y plantearnos objetivos, nos damos cuenta de nuestras capacidades y de nuestro potencial. Esta experiencia de plenitud y propósito ayuda a reducir la ansiedad, promoviendo el bienestar. Además, al ampliar nuestra red de apoyo social, el voluntariado combate la soledad y el aislamiento”, suma.

En ese sentido, el estudio Voluntariado y la salud y el bienestar en adultos mayores: un enfoque longitudinal, publicado en 2020 por un grupo de investigadores en la revista American Journal of Preventive Medice, examinó las relaciones entre el voluntariado y la salud en casi 13.000 adultos mayores de 50 años en Estados Unidos y encontró que las personas que trabajaban como voluntarias al menos 100 horas al año tenían menos riesgo de muerte y limitaciones del funcionamiento físico, además de mejores resultados psicosociales en comparación con las no voluntarias.

Sumado a eso, algunos de los estudios revisados en el libro Voluntariado, investigación y la prueba de la experiencia de Michael Locke y Jurgen Grotz mostraron que el voluntariado puede afectar aspectos de la vida como la longevidad, la capacidad para llevar a cabo actividades asociadas con la vida diaria, la adopción de un estilo de vida saludable, las relaciones familiares, la interacción social, la autoestima y el sentido del propósito.

En definitiva, todo indica que al ayudar a otros, estamos también ayudándonos a nosotros mismos.

Causas para sumarse y ONGs para colaborar

En Uruguay el Mapeo de la Sociedad Civil, una iniciativa del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Instituto de Comunicación y Desarrollo (ICD), reúne desde 2014 información sobre más de 2.600 organizaciones en las que se puede contribuir, sea a través de donaciones o de trabajo voluntario. Las mismas están dividas en 15 categorías como, por ejemplo, “diversidad y género”, “salud”, “medio ambiente y recursos naturales” o “participación y derechos”. También en el sitio involucrate.uy se encuentran 53 organizaciones donde se pueden elegir distintas áreas para empezar voluntariado.

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