DE PORTADA
Cuando los más pequeños se dieron cuenta que disfrazándose el 31 de octubre podían recibir golosinas, cualquier resistencia a celebrar algo que no tiene un vínculo histórico con Uruguay se esfumó.
Para quienes ya peinamos canas —que además son cada vez menos— todo este asunto de Halloween nos sigue resultando algo foráneo. “Never mind” (trad: no presten atención a) que ni siquiera lo tradujimos, sino que adoptamos sin más en inglés. ¿Cómo fue que llegamos hasta acá? La respuesta corta: marketing + cine + niños. La respuesta larga es un poco más complicada y arranca hace más o menos 3.000 años. El punto de partida es una celebración de los pueblos celtas, que eran tribus de Europa central y occidental en la última parte de la Edad de Bronce y durante la Edad de Hierro, o sea más o menos desde 700 años antes de Cristo hasta 400 años después de él.
Esta cultura celebraba año nuevo en lo que de acuerdo a nuestro calendario sería el 1° de noviembre y llamaban a dicho evento Samhain. Esto coincidía con los rituales de cosecha y con la llegada del otoño y además tenía connotaciones sobrenaturales. Se creía entre tribus celtas que los espíritus de quienes habían muerto andaban por ahí, caminando entre los vivos, y que luego se iban al más allá acompañados por hadas y demonios. Pero, además, se cree que se disfrazaban con pieles de animales, posiblemente para confundir a algún espíritu que quisiera llevarse a alguien vivo al reino de los muertos.
La semilla la plantaron los celtas, pero fueron los cristianos la que la hicieron florecer. A la fuerza, claro, pero igual. La iglesia, en su sincretismo, se apropió de esas costumbres celtas y las adaptó a los preceptos cristianos. Obvio que no ocurrió de la noche a la mañana. Luego de que el Imperio Romano derrotara a los celtas y la iglesia llegara con la cruz y la Biblia, transcurrieron cientos de años antes que Samhain se pasara a llamar de otra manera. Según cuenta un artículo en la revista National Geographic, fue recién en el siglo VII que el papa Bonifacio IV decretó que en esa fecha se celebrara la Víspera de Todos Los Santos, y el resto es historia.
O no, porque aún faltaba una mutación: la que transformaba algo acaparado por la Iglesia Romana, donde se hablaba y escribía en latín y el catolicismo imperaba, a una fiesta que no solo lleva un nombre anglosajón, sino que de católica no parecería tener mucho. Más bien, parece que esta hay que anotarla en la lista de victorias de los protestantes.
Eso ocurrió, en términos históricos, muy recientemente. Las hambrunas en Europa expulsaron de ese continente a millones de migrantes hacia Estados Unidos en el siglo XIX, entre ellos muchos irlandeses, que llevaron consigo esa tradición. Súmele a eso la gran expansión económica y militar que tuvo Estados Unidos durante fines del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo pasado, y empieza a asomar cómo la Víspera de todos los Santos se transformó primero en All Hollow’s Eve y luego en Halloween.
El predicamento cultural de Estados Unidos en el mundo entero era el sustento, la plataforma desde la cual podía despegar hacia las alturas esta celebración, pero faltaba el último empujoncito: el cine. Y aunque sería un despropósito atribuirle haber globalizado Halloween, hay que admitir que el grano de arena que aportó el director de cine John Carpenter es un poquito más grande que el del resto.
En 1978 se estrenó la película “Halloween”, o Noche de brujas, como se la conoció acá en su momento (hoy ya ni se traduciría). Era la segunda película de Carpenter, y tal como la primera —“Assault On Precint 13”— que no tuvo estreno cinematográfico en Uruguay, era un asunto nada rimbombante. Es más, la película ni siquiera entró en los circuitos de exhibición comercialmente más importantes de su país.
Carpenter, un cineasta poco afecto a lo solemnidad, no tenía demasiadas expectativas a que su película tuviera mucho éxito. Para él, con que empatara el costo del presupuesto y consiguiera algo de ganancia para podar encarar otra película, ya estaba. Pero contrariamente a lo que el propio Carpenter vaticinaba, Halloween fue un éxito. No solo recuperó los costos de rodarla sino que además generó millonadas en la taquilla. Sin embargo, podría haber pasado lo que ocurrió con tantas otras películas: se las ve en un cine o en televisión y listo. Nunca más.
Pero en 1978 ya se habían empezado a vender los primeros aparatos VHS, con los que era posible ver una película con un grupo de amigos cuando se quisiera. La gente organizaba reuniones para comer y tomar algo, y luego poner una película en el armatoste ese. Ahí empezó un fenómeno de culto en torno a la película. Los gritos, la música, la atmósfera creada por Carpenter... Todo eso atrapaba y Halloween empezó primero a ser adorada, y luego explotada comercialmente. De repente, Halloween ya era una palabra “famosa”, y tras la palabra vino todo lo que hoy resulta familiar y ubicuo.
Porque la película de 1978 no solo dio demasiadas secuelas. También contribuyó al interés por el fenómeno de la Noche de Brujas, más allá de que en la trama de la película era apenas una fecha, un pretexto para contar la historia de un asesino slasher.
La jornada negra y anaranjada
Las niñas de la foto salen a pedir golosinas en una canasta de plástico diseñada como una calazaba. Se cree que costumbre del trick or treat (básicamente, “o me das una golosina o hacemos una travesura”) tiene más de un origen, pero una mayoría cree que proviene de festivales celtas y los feriados más antiguos de la tradición romana y católica. La omnipresencia de las calabazas, en tanto, se atribuye a cómo los irlandeses tallaban dichas bayas de acuerdo a la leyenda de Jack el tacaño, que era un vivo bárbaro (logró engañar hasta al mismísimo Lucifer). El hoy doctor en antropología de alimentación Gustavo Laborde -que próximamente presentará el libro "Los sabores de la nación“ (Ed. Banda Oriental) escribió hace más de una década una columna sobre la asociación “calabaza-Halloween”, en una columna para el medio 180. Titulada La zapallada de Halloween, escribía: “Se puede afirmar que la calabaza de Halloween es mucho más uruguaya que el asado y la torta frita. Es botánicamente cierto, pero suena a disparate porque los alimentos más que como envases nutricionales son percibidos como símbolos y transmiten ideas. Halloween presenta un buen ejemplo para ver un caso en el que el valor nutricional de un alimento es desplazado y hasta anulado por su envoltura simbólica”.
Los más chicos
¿Qué tienen que ver los niños en esto? Bueno, he aquí la razón más contundente por la que Halloween se ha convertido en una fiesta cada vez más importante en Uruguay. ¿Cuántos padres les prohíben a sus hijos disfrazarse y salir por ahí a que les den golosinas?
Valentina cuenta que antes de tener a Maite, todo eso de Halloween no solo no le importaba, sino que estaba en contra de que la gente se sumara a una actitud cipaya. Pero con Maite crecidita, empezó a ver en la celebración algo bastante más tierno y optimista.
Ahora, dice, disfruta mucho de preparar el disfraz que llevará su hija durante la jornada, y como es maquilladora “transforma” el rostro de Maite en algo que remite a cuestiones terroríficas, como vampiros o brujas. “Cuando empecé a ver cómo la gente se disfrazaba y salía a la calle, me pareció alucinante. Aparte, a nadie le importa el origen. Es una razón para que nosotros, que somos unos pacatos y por otros motivos nos encerramos cada vez más, podamos interactuar con los vecinos. El barrio revive. Es disfrazarse y jugar, básicamente. Y eso es todo lo que está bien”.
Y aunque dentro de unos años Maite ya no quiera salir disfrazada a pedir caramelos, no sería de extrañar que ella y otros que como ella saldrán a hacer la ronda de golosinas mañana, continúen “celebrando” Halloween. Porque quienes crecieron con ese recuerdo de la infancia probablemente lo adapten para edades más avanzadas. La hija de quien firma esta nota, por ejemplo, está preparando su disfraz para juntarse con amigas adolescentes en la Noche de Brujas, donde probablemente vean películas de terror.
Los encuentros como Montevideo Comics y otros similares, aunque no estén anclados en la estricta conmemoración de esta fecha, también contribuyen a perpetuar este fenómeno por su vínculo con la cultura de masas (historietas, series de televisión, películas, videojuegos). Mike Myers, el asesino de las películas Halloween, ya forma parte del repertorio de personajes pop, con presencia transmedia, ya que salió del cine para estar también en videojuegos o historietas, por ejemplo.
Marketing
El profesor de Psicología Social Juan Fernández Romar tiene una mirada que desentraña algo de los múltiples componentes que configuran esta celebración y problematiza un hecho sociocultural que abarca cada vez a más gente.
Para él, “festividades como Navidad, Pascua o una más nueva como Halloween se han instituido por obra del marketing, que siempre está a la caza de credos parciales y prácticas de ciertos sectores culturales para tunearlos un poco y convertirlos en objetos de un merchandising global”.
En esa captura por parte de la industria publicitaria de fenómenos culturales que abarcan siglos de historia, siempre hay algo de reduccionismo: “Cualquiera de estas festividades son fenómenos muy complejos que surgen de las tensiones existentes entre posiciones seculares que no avalan ningún credo y distintas expresiones religiosas. Capturan un poco esas creencias, esperanzas y miedos expresadas en las prácticas religiosas y las convierten en una ficción y en un relato de fácil acceso para las grandes masas: Papá Noel y los trineos; los huevos de Pascua; las máscaras de Halloween. Son objetos y relatos que tienen origen en las prácticas religiosas pero que están envasadas de una forma colorida e inofensiva para la diversión de chicos y grandes al tiempo que juegan con la fantasía y el mundo mágico”.
En última instancia, añade, se trata de vender algo ya que la sociedad de consumo no puede durar si no se está comprando algo o pensando en comprar algo. “Los que tienen compran y los que no sueñan con hacerlo en el futuro”, expresa.
Pero el reduccionismo que entra en función cuando hay que sintetizar siglos de complejidades históricas para poder vender una remera estampada o una máscara que remite a una película de terror tiene consecuencias concretas. “Todas las grandes festividades en el mundo no se han fundado en datos históricos concretos, sino en convenciones en las que se fueron anudando los tiempos naturales de las estaciones y los solsticios con los calendarios litúrgicos. Las sociedades cosmopolitas del mundo encontraron en los calendarios religiosos un patrón para el ritmo de la vida social y uniformizar comportamientos”, dice el docente y agrega que “las diferencias en los tipos de lenguaje, unidades de medida o vestimentas dificultan los intercambios sociales y los entendimientos. Ahora bien: si todos respetamos los mismos códigos, símbolos y tiempos sociales, generamos prácticas consuetudinarias que nos aproximan y nos vuelven entendibles para los demás, facilitando la vida en la Babel moderna”.
De acuerdo a lo razonado por Fernández Romar, la vida en la Grande Babylón, —como cantaba Manu Chao— se haría un poco más fácil gracias a que hoy “todos” reconocemos el sombrero negro y puntiagudo de una bruja (al menos una versión de bruja), los característicos cortes que se hacen a una calabaza para estas fechas en el hemisferio norte o la máscara blanca del asesino de la franquicia de películas Halloween, que hasta tiene algunos memes.
Esa lingua franca, construida sobre historia, publicidad y la interacción familiar y barrial, ha barrido con muchas resistencias iniciales, como la que tenía Valentina antes de ser madre. Y atrás de ese entendimiento entre integrantes de una comunidad asoma el comercio.
Para algunos, eso es prueba irrefutable de que el comercio es algo “natural”, aquellos que nos hace y nos completa como humanos. De ahí que vean con muy buenos ojos que un día, de repente, empecemos a fijar como fecha importante la Noche de la nostalgia o el Día de la Madre, celebraciones que no tienen nada de trascendental ni conexión con lo espiritual. Al menos Halloween posee una, aunque muy tenue, relación con hechos históricos concretos, más allá de que la cultura celta no forma parte de nuestras tradiciones más arraigadas.
Fernández Romar concluye que así como Halloween ya hizo su entrada triunfal en la sociedad uruguaya, vendrán otros fenómenos que serán apoyados por las poderosas herramientas a disposición de las agencias de publicidad: “Cada vez se suman más días comerciales de origen religioso como por ejemplo San Valentín o el Día de los Fieles Difuntos en que —como podemos ver— se están difundiendo costumbres sincréticas de origen cristiano cruzadas con creencias de los pueblos originarios de México. Ideas que ya llegaron hasta Hollywood como podemos ver en las películas animadas como “Coco” de Pixar o en la inspiración de Halloween para “El cadáver de la novia”, esa película de Tim Burton. No olvidemos que el Occidente monoteísta secuestró el tiempo social de todo el planeta. Para todo el mundo vivimos en 2022 ¡después de Cristo! De un modo u otro para Occidente, la imaginería de la cuaresma como tiempo litúrgico de penitencia y abstinencia de carne (al fin de cuentas, ¿Cuándo comemos bacalao?) se termina fusionando con el carnaval festivo que en Uruguay se prolonga enormemente”. ¿Carnaval toda la vida? Sí. Y Halloween también, parece.