Roberto Balaguer, experto en cibercultura, plantea en su nuevo libro los cambios que produce la tecnología en varios ámbitos.
Un campesino del siglo XIX recibía en toda su vida la misma información que maneja hoy un niño de nueve años. En la década del 50, nuestros abuelos intercambiaban durante un año similar cantidad de datos que nosotros en un solo día de estas vidas digitales. Y en los últimos treinta años, con el despliegue tecnológico, la información consumida en 24 horas por una persona común se incrementó 350% entre 2008 y 2013. Esos son solo algunos datos que muestran cómo, a decir del psicólogo y experto en cibercultura, Roberto Balaguer, la tecnología está moldeando nuestra forma de pensar.
La "bulimia informativa" no es una patología que esté en los manuales de psiquiatría — "al menos por ahora"—, aunque según señala el experto en su reciente libro Vivir en la nube. Adolescencia en tiempos digitales (Aguilar), puede considerarse una enfermedad de moda, que involucra a un amplio espectro de la población. Tras revisar abundante bibliografía, Balaguer concluyó que cada día consumimos "mucha más información de la que necesitamos y podemos asimilar"; incluso tampoco podemos retener ni siquiera la mitad. Hay muchos datos irrelevantes, pero, sin embargo, el consumo no se detiene.
"De eso se trata la bulimia informativa: es la dificultad para poner freno al atracón compulsivo de datos que satura, en este caso la mente. Atracones diarios de likes, favoritos, WhatsApp y de actualizaciones de estado en Facebook, Instagram o Snapchat. Todo ello, más tuits relevantes y de los otros, forman parte de nuestra dieta cognitiva actual", sostiene Balaguer en su publicación. Para él, las personas deberían cuestionarse esa "dieta" y ver cuán necesario es estar chequeando los dispositivos móviles a cada instante y, sobre todo, la finalidad de esa conducta.
Además, ahora el consumo no se da solo en la pantalla sino que suele producirse en dos fuentes diferentes, lo que se llama técnicamente "segunda pantalla". Mirar televisión y al mismo tiempo tuitear, actualizar el estado de Facebook y ver historias en Instagram. "Todo esto nos lleva a un promedio de consumo de más de 14 horas por día y la voracidad sigue creciendo. Bulímicos, aprendices de paparazzis, nómades persiguiendo likes, sin detenerse a pensar cuánta información necesitamos para vivir. De eso se trata la bulimia informativa", resume Balaguer.
Nuevas generaciones.
Fue en 1998 cuando Don Tapscott utilizó el término "generación de la Red", como un grupo que funcionaría, a nivel cognitivo y social, de forma distinta al de sus mayores. Más tarde, recuerda Balaguer, otros estudiosos —Boschma & Groen— señalaron que se trataba de jóvenes inteligentes, con una marcada creatividad en su forma de pensar. A partir de estos y otros datos —como por ejemplo que 63% de los chicos de 10 a 18 años prefieren Internet a la televisión, según una investigación de Fundación Telefónica—, el experto sostiene que estamos ante un nuevo tipo de joven que surge de los nuevos contextos familiares pero, sobre todo, de los entornos saturados de tecnología, imágenes e información. El cerebro humano es plástico de acuerdo al contexto y modifica su organización y funcionamiento ante nuevos estímulos.
"La mente humana es siempre un producto sociohistórico. Por tanto, es esperable que, frente a un cambio contextual como el que se ha dado en las últimas décadas, aparezcan diferencias en las formas cognitivas, emocionales y vinculares de manejarse de los más jóvenes", sostiene Balaguer. El experto señala que una de sus tesis centrales —que acompaña su trabajo en los últimos diez años— es que existe una nueva matriz cultural en la cual los elementos tecnológicos "están dejando una impronta en la mente humana".
En concreto, plantea que interactuar en redes y estar en contacto con la gente de cualquier parte del planeta cambia la forma de situarse; pensar en términos de seguidores y aceptación social modifica las interacciones cotidianas; y manejarse con fotos y memes amplía el lenguaje para comunicar estados emocionales y pensamientos.
Esta nueva matriz lleva a trabajar en la multitarea, a fragmentar cada vez más la atención y a manejarse a mayores velocidades. La ubicuidad es una de las bondades de Internet, se puede estar en varios lados al mismo tiempo. Es así, sostiene Balaguer en el libro, que la "conexión agota, pero la desconexión trae consigo el riesgo de la invisibilidad. "Porque también la tecnología está moldeando los conceptos de presencia, intimidad, amistad y, más aún, el de identidad".
Además, Internet trajo aparejado cambios en la estructuración del tiempo y del espacio. La gente hoy socializa a la vez que trabaja, chatea con su familia en medio de una reunión laboral y revisa los correos electrónicos de la oficina mientras almuerza con un amigo. "Todo mezclado y en forma simultánea o alternante", afirma el experto. Incluso, el tiempo de socializar no coincide necesariamente con el momento en que se sale de casa, y se estudia en la computadora, en conexión con los compañeros y con Google siempre presente.
Azúcar.
En la actualidad una persona chequea su smartphone unas 150 veces al día y suele pensar que es una decisión consciente, que lo hace porque espera recibir algo importante. Balaguer plantea que quizás "esa conducta no sea tan libre y relevante como le gusta pensar". Según el experto, lo que verdaderamente se espera del teléfono inteligente no es más que simples gratificaciones, algo equiparable a los caramelos o chocolatines. Es, entonces, algo bastante alejado de lo racional pero sí que se produce de forma intermitente y aleatoria, lo que, justamente, prefiere el cerebro.
"Buscamos las notificaciones al sacar nuestro celular del bolsillo. Caramelos. Refrescamos el mail para ver si algo nuevo e interesante aparece. Más dulce. Hacemos scroll en Instagram para ver qué foto vendrá ahora o en Twitter para averiguar si coincidimos en gusto con alguien. Azúcar, azúcar y más azúcar", resume.
Estructura clave al momento del bullying.
Solo 10% de los chicos toma una actitud activa frente al bullying o el ciberbullying. "La mayoría prefiere alejarse del foco y no correr el riesgo de ser víctima del llamado bully o matón. El auditorio o los espectadores del acoso son elementos importantes dentro de la estructura, ya que sostienen o desalientan el ataque dentro de los grupos. Lo que ellos hagan determina el destino del ciberbullying", sostiene Balaguer en el libro.
Por qué 13 Reasons Why puede hacerte "mejor padre".
Tras la polémica por la serie 13 Reasons Why, que trata el tema del suicidio e involucra a adolescentes que lastiman a otros y agresiones de diversas intensidades, Balaguer plantea en su libro Vivir en la nube. Adolescencia en tiempos digitales, por qué mirarla puede convertir a alguien en "mejor padre". Aquí se resumen los ítems.
Darte cuenta que tus hijos te necesitan. Por más que los critiquen con dureza, ningún adolescente quiere tener padres que jamás se equivoquen. No es lo que necesitan. Es mejor equivocarse siendo y oficiando de padre, que desentenderse de ese rol y así generar orfandad.
Plantearte quiénes son los ídolos de tus hijos. Este es parte del dilema que plantea la serie. El problema, radica, quizás, en el tema elegido: el suicidio. La moneda que más cotiza es la aceptación social y eso está en el trasfondo de esta historia.
Saber qué cuestiones preocupan a los jóvenes. Es claro que si esta serie hace furor es porque toca cuestiones que a los jóvenes les son de recibo. Las relaciones entre pares, los noviazgos, las rupturas, las traiciones, los potenciales abusos forman parte de la flora y la fauna adolescente. Los jóvenes son solidarios y los pactos que en ocasiones hacen a veces pueden ser trágicos.
Pararse sin miedo frente al problema. Si tengo miedo a que mis hijos vean 13 Reasons Why es una señal que debo atender: de algún modo, tengo miedo a la fragilidad de mi hijo. Temo a la potencial influencia de las ideas en su mente. Si estoy en lo cierto, seguramente debería tomar precauciones.
Hablar de la serie y del suicidio. Los chicos necesitan saber que pueden contar con sus padres aunque se equivoquen. Eso hace la diferencia.
TECNOLOGÍA&DÉBORAH FRIEDMANN