Tomaron caminos profesionales diferentes y son reconocidos en lo suyo. Los Martínez, las Raffo, los Tulbovitz, los Damiani y los Schelotto comparten anécdotas de vocación, crianza y orgullo.
DANIELA BLUTH
La adolescencia no fue un período fácil para Rufo Martínez. La pasó viendo a su hermana Laura en televisión. A veces, la hinchada la conformaba solo la familia Martínez-Listur. Pero otras, la mayoría, también se sumaba la barra de amigos que, con las hormonas alborotadas, esperaba la aparición de Las Chicas Guau en la pantalla de Canal 12. La platea, eminentemente masculina, se completaba con sus otros dos hermanos, Alejo, el mayor, y Julio, el menor de un clan criado en una casa donde lo que abundaba era los libros. "Había unos seis mil ejemplares que eran de mi padre y de mi abuelo, muchos de medicina. Cada vez que nos mudábamos había que resolver qué hacíamos con ellos. ¡Llenaban un camión entero!", recuerdan Laura (50) y Rufo (46), quienes aunque con comienzos bien distintos, hoy son dos figuras conocidas en los medios de comunicación: ella bailarina y actriz, él periodista.
La casa de los Martínez, en Punta Carretas, fue una de las primeras en la cuadra en tener televisor color —20 pulgadas y de origen japonés—, comprado especialmente por Luis, el padre de familia, para ver a la nena en la televisión. "Yo pasé mi adolescencia con Laura en la tele. Por esos años era el hermano de Laura Martínez, me presentaban así. Por eso, cuando empecé a trabajar en los medios durante un tiempo no lo publicitaba demasiado, quería hacer mi propio camino", justifica Rufo. Y aprueba, con mirada empática, Laura. Sin embargo, ella tuvo bastante que ver con que su hermano menor —Juan José en la familia y Rufo para el resto de la humanidad—, descubriera su vocación.
Única niña de la casa, Laura estudió ballet clásico, danza moderna y todos sus derivados. Los artístico, dice, estaba en sus genes. A los 18 pensó en ser modelo, pero le faltaban algunos centímetros de estatura y sus padres no lo terminaban de aprobar. Así se decidió por la publicidad. Mientras hacía comerciales para caldos Knorr y cigarrillos Fiesta, arrancó con los cursos de teatro, donde tuvo maestros como Roberto Jones y Raúl Medina Vidal. Al poco tiempo Jorge Denevi la convocó para participar en el sketch El Mago, de Telecataplum. Allí conoció a Cacho de la Cruz, con quien luego se casó (y más tarde se divorció), y el mundo de la televisión, que también terminó de fascinar a Rufo. "Yo la acompañaba a los rodajes, cuando se hacían las Telecachadas, hasta hice de extra alguna vez. Me parecía fascinante, algo que es bastante natural que pase y en un momento me dije: ¿Por qué no tirarme para ese lado?".
En el liceo y el boletín, Rufo había sido un "estudiante mediocre". Las ciencias, con matemática a la cabeza, fueron los principales escollos para convertirse en bachiller. "Pensé que la abogacía podía ser para mí, pero una profesora de derecho del liceo me sacó hasta la última de las ganas". Cursó tres años de Comunicación en la Universidad Católica y luego dejó. "Trabajaba en una barraca para bancarme la carrera y llegó un punto en que sentí que había cumplido un ciclo. Te la estiraban para que durara cuatro años". Se largó con una "aventura empresarial" y al tiempo dos excompañeros, Guillermo Amexeiras y Daniel Supervielle, lo convocaron para hacer un programa de deportes extremos en X FM: Adrenal-X. Ese fue el paso previo al mayor mojón de su carrera, Mundo Cañón, el programa periodístico que estuvo al aire durante 13 años. "Yo tengo una profesión, que es ser periodista, y eso tiene como consecuencia que soy conocido, pero ese no es mi objetivo, a mí me encanta la comunicación", explica Rufo, que también tuvo pasajes en Canal 10 y Canal 12; actualmente conduce El Balcón en las mañanas de Radio Cero.
Laura, en tanto, hizo carrera en Cacho Bochinche y El Show del Mediodía, fundó la academia de baile Swing y siguió en teatro, recorriendo de la comedia al drama. Este año, espera con ansias el estreno en tevé de la miniserie El Francés, donde comparte escena con Jorge Martínez, Magalí Moro y Carlos Perciavalle, bajo la dirección de Ricardo Preve.
Laura y Rufo no son la excepción ni la regla. Son un ejemplo más de hermanos que habiendo tomado caminos profesionales distintos, son reconocidos en lo suyo. La lista, casi infinita y tan arbitraria como otras, es de esas que se engrosan con solo tirar el tema arriba de la mesa. Las hay para todos los gustos, edades y profesiones. Verónica y Laura Raffo, Raúl y Ramiro Sendic, Felipe y Salvador Schelotto, Pablo y Alejandro Atchugarry, Juan Pedro y Patricia Damiani, Juan y Matilde Campodónico, Laura y Pilar Sorhuet, Roberto y Sergio Markarian, Sergio, Marcelo y Ernesto Tulbovitz, por nombrar algunas de las que sonaron en la reunión de planificación de Domingo.
Hoy, ya asentados en lo suyo, Laura y Rufo todavía siguen la carrera del otro. Juntos, solo trabajaron una vez: Laura en casa, un micro en las mañanas del 10 que ella conducía y él producía. Son compinches y se apoyan, pero también son los primeros en hacer lugar a la crítica. "La mirada del otro siempre ayuda. En eso, también somos profesionales", coinciden, una vez más.
Detrás de la foto.
A Verónica y Laura se las conoce como "las hermanas Raffo" o, en todo caso, simplemente "las Raffo". Ante la obviedad de que son hermanas —e hijas del exsenador del Partido Nacional y escritor Juan Carlos Raffo—, muchos les preguntan si son mellizas. Pero lo cierto es que no. Verónica tiene 44 años, es abogada y socia del estudio Ferrere. Laura va por los 41, es economista, tiene un MBA y ha participado en varios proyectos de televisión; últimamente se la puede ver con una columna semanal en Telemundo. Tanto las confunden o mimetizan que hace poco en una encuesta de satisfacción que periódicamente hace Ferrere, un cliente puso que una de las "fortalezas" del estudio es "que trabajan las hermanas Raffo". "¡Me impacta el poder que tienen los medios!", dice Verónica entre risas. También es frecuente que a una de ellas le pregunten por el metier de la otra. "Cada vez que subo a un ascensor alguien me pregunta a cuánto va a estar el dólar", dice la abogada, de nuevo, con una sonrisa.
Y aunque el parecido físico es innegable, ellas aseguran que detrás de la foto hay matices y diferencias. "Para trabajar Laura es metódica, ordenada, tipo freak controller... Yo soy lo opuesto, mucho más impulsiva, más volada, más emocional en la toma de decisiones. Parece todo lo contrario, pero no", señala Verónica. De hecho, hasta su decisión de estudiar derecho fue más impulsiva que meditada. Es que Verónica soñaba con ser bióloga. Lo soñaba hasta que entró a la Facultad de Ciencias y durante cuatro meses no vio un tubo de ensayo. "Casi me mato, dejé a mitad de año. Hice unos tests vocacionales que no me sirvieron para nada y di todos los exámenes libres para entrar a Facultad de Derecho al año siguiente", recuerda. "Y suerte que lo hice, porque hoy me encanta lo que hago".
Ese pequeño desfasaje hizo que Laura y Verónica cursaran sus respectivas carreras casi en simultáneo. La mesa del living de la casa paterna, recuerdan, pasó años tapizada de libros y apuntes. Recién salida de la Universidad, Verónica entró a trabajar al estudio Ferrere, que hoy está en cuatro países, nuclea unas 700 personas y del cual es socia. Allí se dedica a "un mix" que implica ser abogada y manager de la firma. Además, es directora de la Organización de Mujeres Empresarias del Uruguay (OMEU) y apoya a Enseña Uruguay, una institución que promueve la educación en las zonas de contexto crítico.
Laura siempre supo que quería ser economista. Sin embargo, también le gustaba mucho la literatura. "Tomaba clases con Jorge Medina Vidal, escribí poemas, obras en prosa y hasta gané un premio. Me acuerdo que cuando le dije que iba a estudiar Ciencias Económicas él me decía: Laura, no, la economía va a matar tu veta poética". Aunque no volvió a la poesía, gracias a la economía se vinculó a la comunicación, aplicando sus conocimientos en prensa, radio y televisión. De hecho, en ese recorrido por las redacciones coincidió con su hermano menor, también reconocido en lo suyo: el periodista Juan Carlos Raffo, licenciado en Comunicación, exeditor de El Empresario y hoy gerente de comunicaciones del Scotiabank.
"Cuando surgió Zona Urbana el que me llamó fue Iván Ibarra, que es amigo de mi hermano, y me propuso salir hablando de economía. Dije que sí con un total desconocimiento de lo que podía ser aparecer en televisión... y de lo que terminó siendo. ¡ZUR fue una revolución! Implicó un desafío y me divirtió mucho", recuerda. Su gusto por la toma de decisiones en el mundo empresarial la llevó a hacer un MBA. Con ese plus alcanzó cargos directivos en organizaciones multinacionales como Microsoft, Manpower, PGG Wrightson y Endeavor. Actualmente es representante de ESPN en Uruguay y Paraguay junto al empresario Martín Guerra.
Más allá del perfil profesional de cada una, hoy las hermanas Raffo se cruzan mucho más que en el almuerzo familiar del domingo. Algo parecido a lo que les sucedía en la adolescencia, cuando compartían grupos de amigas y salidas. "Ahora llegó un momento en que compartimos muchos círculos. En el mundo empresarial somos proactivas y tratamos de incentivar el liderazgo femenino", explica Verónica. Y Laura agrega: "Nos cruzamos en los mismos eventos, donde son todos hombres y pocas mujeres... ¡entre esas nosotras dos!".
Trio dinámico.
Sergio (55), Marcelo (53) y Ernesto (47) Tulbovitz nacieron y crecieron en Malvín. Vivían en una casa "grande y politizada" junto a sus padres (Rosa y Elías), y sus abuelos maternos, iban a la escuela pública del barrio, jugaban en los canteros de la actual Concepción del Uruguay y, para hacer deporte, atravesaban la ciudad hasta llegar al Club Neptuno. De esa misma casa salieron un músico, un preparador físico y un periodista.
Sergio, el mayor, fue quizás al que la vocación lo tomó más por sorpresa. Un día, hurgando entre los discos de su casa, descubrió Abbey Road, de The Beatles. "Fue como un flechazo. A partir de ahí me empezó a interesar la batería. Me acuerdo que mis padres me preguntaban ¿estás seguro?, ¿no preferís otro instrumento?". Como hobby y sin tener "especiales aptitudes", empezó a estudiar percusión clásica. "Terminé el liceo y siempre trabajé. ¡Hice de todo! La música ocupaba el primer lugar en gustos, pero el tercero en el tiempo que le dedicaba". A los 23 años consiguió una beca para ir a estudiar a Strasburgo (Francia), donde estuvo dos años, y de allí cruzó el océano para hacer la Licenciatura en Música en el Instituto Superior de Arte de La Habana, donde se especializó en percusión. Hoy, Sergio da clases e integra la Banda Sinfónica Municipal y la Orquesta de la UTU, además de tener su propio grupo de música afrocubana, Habáname, con disco nuevo.
Marcelo, hijo del medio, nunca pasó inadvertido. Con su patada zurda, era un buen jugador de fútbol. Ernesto, seis años menor, recuerda cuando, jugando en Sudamérica, enfrentó a Peñarol en el Centenario. "Los fuimos a ver con mi madre y en la tribuna había seis personas... ¡Y dos éramos nosotros!". Pero Marcelo siempre tuvo clara su vocación como profesor de educación física. "Mis padres siempre me apoyaron. Y eso fue determinante, porque por el horario del Instituto tuve que dejar de trabajar, una decisión difícil en una familia en la cual escaseaba el dinero", recuerda desde Chile, donde actualmente se desempeña como preparador físico de la Universidad de Chile. En un área que por lo general no tiene visibilidad pública, Marcelo —"el profe", como lo apodan los jugadores— se volvió una cara conocida gracias a los títulos que logró con Progreso, Defensor y Nacional y a su particular forma de arengar al plantel.
La infancia de Ernesto no fue fácil. Su padre, Elías, militante del Partido Comunista, cayó preso cuando él todavía no había cumplido los ocho. "Fueron cinco años, tres meses y seis días. Pero creo que la cárcel de mi padre marcó la vida de toda la familia. Y moldeó la personalidad de cada uno de nosotros", reflexiona. Su punto fuerte era la curiosidad, además de tener el hábito de recortar, clasificar y guardar todos los artículos de prensa que le llamaban la atención. "Siempre fui un preguntón", admite sin complejos el hoy periodista de Búsqueda y coautor del más reciente libro sobre José Mujica, Una oveja negra al poder. Su madre lo imaginaba bibliotecólogo y él empezó a estudiar Historia en el IPA. Antes de hacer periodismo, vendió libros y fue cadete. La primera puerta que golpeó fue la de Radio Centenario; después trabajó en Últimas Noticias y revista Tres, entre otros medios.
Sergio, Marcelo y Ernesto siempre tuvieron perfiles diferentes. Y eso se mantiene hasta hoy. "Pero lo lindo y real es que sin tener las mismas características, siempre nos tenemos a los tres", dice Marcelo. El mayor y el menor, de este lado de la cordillera de los Andes, coinciden.
—¿Siguen la carrera de sus hermanos?
—En los libros siempre la dedicatoria es para mis padres y mis hermanos. Yo lo resumo así: los tres somos hinchas incondicionales de la cofradía Tulbo, dice Ernesto.
Los hermanos Damiani y el legado del contador.
Aunque con vocaciones y carreras distintas, Juan Pedro (57) y Patricia (58) tuvieron el mismo "maestro": su padre, el contador José Pedro Damiani. Ella hizo secretariado trilingüe en el Crandon, lo "más top" que había en la época, y él —el menor de seis hijos y único varón—, empezó la carrera de Ciencias Económicas. "No la terminé porque papá quería que trabajara con él. Y creo que no tomé el camino equivocado. Él era un adelantado, tenía el don de siempre mirar hacia el futuro, y eso te da un entrenamiento fantástico", reflexiona el actual presidente de Peñarol. Algo similar le ocurrió a Patricia: "Cuando le dije que había conseguido trabajo como secretaria me llevó a trabajar con él. ¡Y me pagaba mucho más!", cuenta entre risas. Luego, Patricia estudió administración de empresas y hoy se dedica a la producción agropecuaria y el campo. Además, es pareja del canciller Rodolfo Nin Novoa.
Quizás por ser los más chicos de la casa, Patricia y Juan Pedro siempre fueron compinches. "Íbamos a Maroñas y en vez de quedarme con mis hermanas tomando el té me iba con Juan a correr por ahí", recuerda ella. Y aún hoy esa complicidad está vigente. Él la asesora —café mediante— en materia de inversiones y negocios, mientras que ella es una "gran solucionadora". "Patricia es muy pragmática y soluciona los problemas de todos en la familia, desde temas de salud hasta regalos de cumpleaños", remata Juan Pedro.
La era de los Schelotto al decanato.
Felipe Schelotto (69), el mayor de los hermanos, estudió medicina, igual que su padre. Salvador (58), el menor, eligió arquitectura, como su primo mayor. En el seno de "una típica familia de clase media" de los años 60, seguir una carrera universitaria era un debe, pero la elección se daba en libertad. Además del gusto por la profesión, influyó en Felipe una vocación de servicio. Salvador, por su parte, encontró en la Facultad de Arquitectura la combinación entre aprendizaje, docencia y militancia. Los caminos de los hermanos se volvieron a cruzar a comienzos de los años 2000, cuando fueron decanos de Medicina (2006-2010) y Arquitectura (2001-2009), respectivamente. Así, más de una vez coincidieron en las largas sesiones del Consejo Directivo Central. "Nunca conversamos los temas previamente. Y recuerdo que ya en la primera sesión votamos cosas distintas", dice Salvador. "Pero muchas veces coincidimos, sobre todo por tener una visión similar de los temas y la vida", agrega Felipe.
Perfiles entre la política y el arte.
Hijo del medio, Pablo Atchugarry siempre fue "el diferente" de la casa. Alejandro, el mayor, economista y ministro de Economía durante el gobierno de Jorge Batlle, y Marcos, el menor, psiquiatra y escritor, fueron "escolares extraordinarios". O al menos así lo recordó el escultor en una entrevista con Domingo desde su museo-taller en Manantiales. Él, en cambio, terminó el bachillerato de Arquitectura a los tumbos. "Yo no podía agarrar para ese lado porque no tenía posibilidades concretas. Mi mundo era otro mundo. No era el de la escuela", recordó. Su padre, pintor de fin de semana, fue su gran aliado, siempre motivando su vocación. "La comprensión en el seno familiar me ayudaba a crecer con fuerza. Porque antes de que apareciera el resultado pasaron muchos años".
Según cuenta Raúl Sendic en el libro Palabra de Hombre, tanto él como su hermano Ramiro —conocido diseñador y productor de moda— heredaron de su padre, el histórico líder y fundador del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, el sentido del humor y la ironía. Sin embargo, solo él siguió sus pasos en política. Tras regresar del exilio en Cuba, donde estudió medicina y se especializó en genética, Raúl empezó a militar en filas del Frente Amplio, con el que llegó a diputado, ministro de Industria, presidente del directorio de Ancap y, actualmente, vicepresidente de la República.
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