Héroes anónimos: uruguayos que evitaron tragedias y salvaron vidas

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Pedro Robledo y su perro Nepo
ESTEFANIA_LEAL

DE PORTADA

Historias de personas (y un perro) que actuaron con grandeza en un momento crítico

El 28 de septiembre de 1970 Gustavo Zerbino estaba en Preparatorio y tenía 17 años recién cumplidos. Para esa fecha, no podía imaginar que dos años después sería mundialmente conocido por ser uno de los protagonistas de la tragedia de Los Andes. Aproximadamente a las 6:30 de la mañana de aquel día de primavera, se encontraba desayunando en su casa de Viña del Mar y Nariño, a una cuadra de donde estaba el Bowling de Carrasco, el primero automático de Latinoamérica. En ese momento sintió una explosión que hizo temblar los vidrios y tiró algunos cuadros de la vivienda.

—¡A la mierda! ¿Qué pasó? -dijo Zerbino mientras su café le caía encima.

El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) había hecho volar por los aires aquel local de moda que se encontraba en las calles Mar del Plata y Figari. El atentado fracasó en todos sus fines: la detonación ocurrió antes de lo previsto -por la impericia en el manejo de los explosivos-, haciendo que colapsara el edificio y matando a dos jóvenes vinculados al MLN-T. Además, una trabajadora del lugar, Hilaria Quirino, de 48 años, resultó gravemente herida y con secuelas físicas que la condicionaron durante el resto de su vida. El ataque fue parte del Plan Cacao, que tenía como propósito aterrorizar a la “burguesía” uruguaya, atacando sus barrios y lugares de diversión. También estaban en la mira las empresas representativas de los EE.UU. Y a ese lugar de esparcimiento, aunque no pertenecieran a una empresa, una vez a la semana concurrían marines estadounidenses.

“Salí hacia la calle y vi un hongo de humo y fuego a la altura del bowling. Entonces empecé a correr hacia ahí. Cuando llegué, había un taxi Mercedes Benz negro y amarillo, sin vidrios. Lo estaban empujando, como para irse. El local tenía tres pisos, una heladería, 10 o 12 canchas automáticas de bowling y un restaurante. Arriba de este último había una boite”, recuerda Zerbino en diálogo con Revista Domingo.

Frente a sus ojos había un panorama devastador. El edificio se había derrumbado y salían lenguas de fuego y humo por todos lados: “Solamente vi a dos vecinos: Barreiro, un abogado que estaba en salto de cama, y el viejo Regules. Después había alguna camioneta, como mirando. Pero lo concreto es que nadie entraba. Y yo escuchaba ruidos. Fue entonces que me metí por lo que era la heladería. Estaban todas las ventanas rotas, los tres pisos habían caído uno arriba del otro”.

Cuanto más ingresaba en ese infierno, más arriesgaba su vida. Pero el coro quejumbroso de los sobrevivientes había obnubilado su mente: “Las personas (que hicieron el atentado) habían entrado temprano con el lechero y el panadero. También estaba Pascual, el encargado, y la limpiadora Hilaria. En total eran seis personas, que estaban atrás del mostrador, protegidas por un techito. Primero saqué a dos para afuera y ahí ya había 30 o 40 personas mirando. Volví a entrar y saqué al panadero, a su ayudante y al lechero, que los conocía a todos. Y después a Don Pascual; estaban todos aturdidos pero sin daños mayores. A Hilaria le cayó el piso de arriba, del restaurante, aplastándole un pierna. Había mucho fuego en ese lugar y ella me pidió que la sacara. No podía hacerlo, entonces salí y le pedí a un primo que entrara y me ayudara. Así fue que la pudimos liberar, aunque le sacamos el fémur de la cadera, con lo cual se desmayó”.

Gustavo Zerbino
Gustavo Zerbino .

Zerbino también tuvo oportunidad de escuchar con vida a uno de los jóvenes que murió después, aunque no pudo hacer nada para rescatarlo. “Cuando estaba sacando a Hilaria escuché a una persona que estaba atrapada por la caída de un techo y que me dijo: ‘¿Hay alguien ahí? ¿Sos un vecino? Si logran sacarme de aquí, llévenme al Hospital de Clínicas’. Mientras yo estaba hablando con él, entró una persona de particular y dijo ‘identifíquese’. Al parecer era un policía. ‘Ahora te vas a morir quemado’, dijo. Yo le pegué un codazo porque había un joven ahí que se estaba muriendo y me sacó para afuera, donde habían unas 300 personas. Todos le empezaron a gritar al policía”.

En una puerta del bowling habían escrito “FER 68” y “FER 69”, en referencia al Frente Estudiantil Revolucionario.

Zerbino mantuvo después contacto con las personas a las que rescató, aunque nunca más vio a Hilaria Quirino. “Fue algo muy duro para mí. Ella me quiso conocer, pero yo no quise. Yo cumplí con lo que tenía que hacer y después ya no quería saber más nada con esa historia tan triste”, concluyó.

Bowling de Carrasco
Bowling de Carrasco.

Archivo histórico

El héroe ocasional es alguien que responde honorablemente ante un suceso inesperado. Y que está a la altura del reto cuando este se presenta.

Guillermo Macedo es empleado de la agencia Ketlark desde hace 11 años, y en los últimos cuatro ha trabajado como uno de los encargados de seguridad del diario El País. En su chaleco luce un pequeño pin rojo, que muy pocos saben qué significa. Es una distinción por haber extinguido un incendio que podría haber tenido consecuencias devastadoras para el archivo del diario más antiguo del Uruguay.

El 27 de junio de 2021 llegó a su puesto de trabajo media hora antes de lo previsto, como acostumbra a hacer, para relevar al guardia de la noche que se retira a las 7 de la mañana. Mientas se estaba poniendo el uniforme, sintió que se había activado la alarma de incendios. “Seguí cambiándome nomás, porque a veces pasa que suena por un sensor sucio. Y además todavía no había relevado a mi compañero. A eso de las 6:45 salgo a calentarme el agua para el mate y entonces siento que se activa la alarma de nuevo. El compañero de la noche silenció la sirena y le pregunté dónde era que sonaba. Me dijo que en el archivo del segundo subsuelo, pero que seguramente no era nada porque ahí no baja nadie. Entonces yo le respondí que iba a ir a ver, sentía que podía estar pasando algo”, relata.

Macedo bajó por el montacargas y confirmó su presentimiento: “Enseguida vi que salían lenguas de llamas por una pequeña ventana que hay en el archivo, arriba de la puerta. Subí y le dije a mi compañero que llamara a la empresa para activar el protocolo, porque ellos se encargan de alertar a los bomberos. Entonces me puse a buscar la llave para entrar, y en ese momento llega Silvana, la recepcionista. Ella me facilitó la llave y enseguida me fui para abajo. Cuando llegué, ya habían cortado la electricidad, porque era un deshumidificador el que había agarrado fuego. El compañero bajó para darme una mano, pero estábamos a oscuras. Me iluminé con un celular y por esa misma ventanita le tiré con un extinguidor”.

El otro guardia siguió con esa tarea mientras Macedo intentaba abrir la puerta. Una vez que lo logró, salió una enorme nube de humo: habían logrado detener el fuego. “Cuando subimos estaban llegando los bomberos, que me hicieron bajar de nuevo con ellos para mostrarles el lugar. Nos felicitaron, dijeron que lo hicimos bien. Pero me comentaron que si lo hubiéramos dejado 2 o 3 minutos más, con todo el combustible que hay ahí (miles y miles de diarios), se prendía fuego todo”, concluye. Luego, El País y Ketlark tuvieron una atención con él y su compañero, por haber protagonizado ese hecho heroico.

Guillermo Macedo
Guillermo Macedo.

Infarto en el field

En noviembre del año pasado un jugador de la + 45 de Carrasco Polo tuvo un infarto a un lado de la cancha y gracias a la asistencia de tres jóvenes jugadores de la Liga Universitaria, Ignacio, Santiago y Diego, que habían aprendido en el liceo a usar un desfibrilador, logró recomponerse. La vocación médica de los asistentes y el curso de reanimación cardiopulmonar (RCP) fueron vitales para que el futbolista retomara el pulso y se mantuviera estable hasta la llegada de una ambulancia, que lo trasladó luego a un CTI.

“Era una mañana de mucho calor. Y al final del partido, cuando estábamos celebrando porque habíamos ganado, nos llaman porque había una persona que se había descompensado en el estacionamiento. Estaba en el auto y tenía dolor de pecho. Yo soy estudiante de Medicina y en el equipo había otros dos que son amigos y compañeros en la Facultad”, recuerda Diego Pons al ser consultado por Revista Domingo.

“Nos encontramos con un señor que estaba en paro, no tenía pulso y no estaba respirando. Es el típico caso de infarto, de muerte súbita, que puede pasar en un partido. Por suerte alguien tenía ahí un desfibrilador en el auto. Se lo pusimos, disparó un par de veces y empezamos a notar que volvía a tener pulso. Pero entre medio de esto, mientras el aparato no disparaba, teníamos que hacerle reanimación (masaje cardíaco). Nos íbamos turnando los tres para hacerle eso”, recuerda.

Era una situación difícil porque estaban rodeados de gente, entre ellos conocidos de la víctima. “Yo le tomaba el pulso mientras mi compañero le hacía RCP -continúa Pons- y después de uno o dos minutos del disparo sentimos que empezó a respirar de forma muy dificultosa. En parte fue un alivio, pero nos quedamos con él un tiempo más porque no estaba todo solucionado. Vomitaba un poquito de sangre, seguramente porque cuando se cayó se mordió la lengua inconscientemente”.

Pons agrega que casi no podían escuchar el desfibrilador y lo que decía el futbolista -que luego supieron que se llamaba Marcelo- porque la gente alrededor gritaba y estaba muy angustiada por la situación. “Por suerte volvió a tener pulso y hoy en día está con vida. La ambulancia llegó bastante tarde”, destacó. Nunca llegaron a hablar con Marcelo, aunque sí lo hicieron con la hija y compañeros de equipo, que les agradecieron por aquel acto heroico. Fue un día que jamás olvidarán.

Ignacio y Diego.
Ignacio y Diego le salvaron la vida a Marcelo en la cancha.

Salvado por los ladridos

Pedro Robledo es veterinario y su amor por los animales es una de sus señas de identidad. También es diabético y debe inyectarse insulina (una sustancia que tiene las mismas propiedades que esta hormona que produce el páncreas), lo cual le ayuda a mantener el nivel de azúcar en sangre dentro de los límites adecuados. Hace un par de años fue al cumpleaños de un amigo, Rodolfo. Tomó algo de alcohol, pero muy poco. Y no había comido lo suficiente, por lo que a su organismo le faltaban carbohidratos (moléculas de azúcar).

“Llegué a mi casa ‘con lo último’ y por suerte no pasé la llave. Se ve que me desmayé cuando me estaba desvistiendo y caí en la cama. Cuando recupero el conocimiento ya estaba un enfermero pasándome suero glucosado”, recuerda Robledo a Revista Domingo.

Pero la ambulancia no llegó de casualidad. Un ángel guardián le había salvado la vida.

Su perro, Nepo, al verlo que no reaccionaba, abrió de alguna manera la puerta de calle y salió a ladrarle a los vecinos en los tres pisos que tiene el edificio en el que viven en Malvín Norte.

“Un vecino vino y encontró la puerta abierta. Entró y pensó que estaba borracho, inconsciente. Otra vecina le dijo que yo era diabético, me trataron de despertar y no pudieron. Ellos llamaron a la emergencia, estaba con una hipoglucemia”, relata.

Nepo (apócope de Nepomuceno) es un Border Collie que hace 11 años vive con su dueño. “Lo que hizo fue algo increíble. Él es mi gran compañero, mi familia. No tengo más palabras para describir lo importante que es Nepo en mi vida”, concluye Robledo.

El héroe (no tan anónimo) que rescató a una mujer

“Yo no quiero ser un héroe”, decía Sergio Clavijo en abril de 2012. Pero lo es, por haberse lanzado a las encrespadas aguas de la Rambla Sur para salvar a una mujer, con la que después mantuvo una relación.

Las imágenes del rescate que el noticiero Subrayado había captado fueron de las más vistas y comentadas por aquellos días. Jennifer Travieso había caído en las aguas del Río de la Plata. Algunos dijeron que se quiso suicidar, pero ella lo desmintió. Un cuidacoches intentó sacarla, pero no pudo. Hasta que apareció Clavijo, un exfusilero naval, que no dudó en tirarse para rescatar a la mujer que estaba prácticamente inconsciente.

“Yo venía por el cantero de acá, para ver si había pescadores porque había comprado un reel y estaba con ganas de estrenarlo”, contó Clavijo entonces a El País, poco después de haber sido dado de alta del Maciel.

Cuando llegó al cruce de la rambla con Paraguay vio un tumulto de personas y un patrullero de la Policía. Los espectadores que observaban la escena con impotencia desde la rambla alentaban al joven Nicolás Pereira -el cuidacoches-, que se había arrojado para acercarle una cuerda a Jennifer Travieso, quien peleaba por mantenerse a flote. Pero casi se ahoga él, por lo que tuvo que salir. En ese instante, Clavijo decidió arrojarse. Se quitó el reloj, la remera y los zapatos. “Me tendría que haber sacado el jean porque me pesaba cuando entré al agua”, se lamentó después. Lo que ocurrió entonces fue visto por miles de personas. Y permitió salvar una vida, convirtiendo a Clavijo en un héroe no tan anónimo.

En los siguientes días desfiló por cuanto medio de prensa había, se reencontró con la mujer rescatada, supo de una solicitud para nombrarlo “ciudadano ilustre” de Montevideo, e incluso inspiró una obra teatral: El salvador, de Franklin Rodríguez. Con el tiempo, el episodio -y el héroe- quedó en el olvido.

En ese momento, la valentía de Clavijo contrastó con la inacción de bomberos y policías que observaron la escena desde la rambla, sin arrojarse al agua.

Sergio Clavijo y Jennifer Travieso.
Sergio Clavijo y Jennifer Travieso.

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