Houston, la ciudad que se viene

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Houston, la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos.

Con la apertura de espacios verdes, inversiones millonarias y 10.000 restaurantes, la mayor urbe de Texas centra la atención.

Es difícil calcular hace cuánto. Pero los tiempos en que Houston se desvivía por demostrar que era más que una ciudad de petroleros nuevos ricos o cowboys urbanos, que podía ser —con sus finísimos museos de arte, arquitectura de avanzada o gastronomía francesa— tanto o más sofisticada que otras urbes, han quedado definitivamente atrás. Ya no necesita demostrar nada.

Todo lo contrario: no hay publicación que en los últimos años no se refiera a la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos con títulos del tipo "¿Es Houston la nueva It City?" (Conde Nast Traveler), "Coolest Place to Live in America" (El lugar más cool para vivir en Estados Unidos, Forbes), o "Uno de los mejores destinos para visitar en 2013" (The New York Times).

Es extraño, pero al segundo día de pisar esta ciudad de skyline cambiante, donde las nuevas construcciones avanzan a ritmo desbocado, los números empiezan a perder impacto. Ya no sorprende (tanto), por ejemplo, que nos cuenten que el Museo de Arte planee desembolsar 450 millones de dólares en una mega e inminente ampliación, que un centro comercial como The Galleria invertirá otros 250 millones en su expansión, o que se destinarán nada menos que 3500 millones en infraestructura para el Super Bowl de 2017, principal campeonato de fútbol americano que enloquece a los estadounidenses y que ese año tendrá a Houston como sede.

Ayuda, desde ya, una economía saludable que ya no depende exclusivamente del petróleo, ni siquiera de la energía (en todas sus formas), sino que se ha diversificado en otras industrias como la salud (el centro médico es una miniciudad en sí misma, del tamaño del Downtown Los Ángeles para darse una idea), la logística o la aeroespacial. También una eficiente gestión que aquí lleva nombre y apellido: Anisse Parker. Mujer, abiertamente gay y demócrata (en un Estado conservador), la alcadesa va por su tercer y último mandato, tiempo que ha invertido en ordenar las finanzas y embellecer la ciudad. Su staff la acompaña en todo: en enero de este año, Parker se tiró en paracaídas junto a 20 personas de su gabinete, como una forma de ejercitar el trabajo en equipo.

En los últimos 10 años, la ciudad que eligió a Anisse Parker también supo atraer, gracias a sus bajos costos de vida y la creación de empleos (Houston es el empleador número uno del país), una inyección de jóvenes profesionales, artistas, diseñadores, una nueva camada de chefs avant-garde y todo un arco iris de inmigrantes. De hecho, Houston superó a Nueva York como la región metropolitana étnica y racialmente más diversa del país (según el último censo, la ciudad de 2,2 millones de habitantes es 35,9% hispana, 16,7% negra, 6,7% asiática, 38,8% anglo y 1,6% mixta).

Uno de los grandes desafíos de Houston acaso sea atraer a mayor número de visitantes internacionales. De los 13 millones de turistas anuales, 12 son estadounidenses. Del restante millón, una gruesa parte son los llamados VFRS, acrónimo de Visiting Friends and Relatives, también conocidos como besos y abrazos (visitas familiares a inmigrantes houstonianos). Para ellos, valga una breve reseña de qué ver en una ciudad en constante transformación.

La NASA.

Un clásico. Houston es la casa del Space Center Houston, el centro oficial para visitantes de la NASA y también de entrenamiento de astronautas. El lugar está diseñado para seguir la historia de la conquista del espacio, visitar una réplica de la cápsula Explorer, presenciar cómo funcionan los equipos de control de misiones espaciales y codearse con capítulos decisivos de la historia espacial. Lo aconsejable es ir un viernes, de modo de poder presenciar las charlas en vivo (a las 11 y a las 13) de algún astronauta retirado (es más, por 50 dólares extra también se puede almorzar con uno de ellos).

El Downtown.

Hasta hace no tanto considerado un barrio fantasma después de las 6 de la tarde, el centro financiero de la ciudad luce nueva cara: más trendy, más verde, en los últimos años abrieron decenas de bares y restaurantes, se inauguraron hoteles (actualmente hay siete en construcción), se reciclaron viejas fábricas y edificios (entre ellos, el galpón donde funciona la exitosa House of Blues), se plantaron tulipanes, se colocaron paneles solares en los parquímetros y, en lo que antes eran zonas deprimidas, se levantaron coquetas plazas y parques. Como Discovery Green, que cuenta con fuentes interactivas, pista de patinaje sobre hielo en invierno, un espacio para que los perros corran sin correa y clases de yoga o zumba, entre otras actividades gratuitas. Con un distrito teatral de 17 cuadras (los musicales son estrenados en simultáneo con Broadway), un acuario, una iglesia donde los domingos a las 11 aún se ofician misas en latín, rascacielos rutilantes y edificios históricos (el bar La Carafe, de 1850, conserva la caja registradora que no puede cobrar hasta más de 9 dólares) es difícil no encontrarlo atractivo.

Los museos.

Dicen que casi todos los museos de esta ciudad fueron fundados por mujeres. Para ser más precisos, por mujeres de petroleros que se aburrían como hongos. Si es así hay que decir que estas damas hicieron un trabajo excepcional. En el llamado Museum District conviven 18 museos de las más diversas artes y disciplinas, desde el de Bellas Artes, que cuenta con una colección que supera las 20.000 obras, hasta los museos del Holocausto, el de la Salud o el de la Historia Funeraria. Con más de dos millones de visitantes al año, el Museo de Ciencias Naturales es el cuarto más visitado del país. *LA NACIÓN/GDA

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