EL PERSONAJE
El escritor uruguayo acaba de publicar "Los nombres propios", novela centrada en la figura de uno de los principales intelectuales nacionales: Emir Rodríguez Monegal.
“El género policial es el que más cosas le ofreció a la literatura en general. Ricardo Piglia solía decir que toda novela va ‘del no saber, al saber’. Y la literatura policial hace de ese camino su tema principal”, dice desde su casa y por teléfono el escritor uruguayo Hugo Fontana, quien acaba de publicar la novela Los nombres propios. Emir Rodríguez Monegal (Estuario).
Fontana ya tiene recorrido un camino bastante largo en las letras nacionales. Nacido hace 66 años en Toledo, Canelones, ha incursionado en la novela, la poesía y el cuento, entre otros campos. Hoy prefiere obviar su faceta como poeta y dedicarse más que nada a los cuentos y las novelas, donde ha conseguido sus mayores reconocimientos. Por dos de sus colecciones de cuentos, “Oscuros perros" y “Quizás el domingo", recibió el Morosoli de Oro, en 2001 y 2003, respectivamente. Y como novelista ha cosechado éxitos y elogios por títulos como “El veneno", “Agua blanda" y “El crimen de Toledo", una novela en la que está todo su mundo afectivo y que en esa localidad canaria provocó cierto revuelo. “Nunca me imaginé que tanta gente conocida de Toledo la leería. Me paraban por la calle, para comentarme cosas o incluso para preguntarme por qué no figuraban ellos en la historia”, recuerda.
La charla con Revista Domingo tiene múltiples referencias a escritores e intelectuales latinoamericanos pero también de otras culturas, con una cuentista como una de sus favoritas: la estadounidense Lucia Berlin. Aunque menciona a varios escritores nacionales e hispanoparlantes, destaca que varias de sus máximas influencias son literatos que escriben en inglés, en particular de Estados Unidos. “Soy más de la literatura estadounidense, sí”, afirma, y menciona estilos como el regionalismo, el realismo sucio y el minimalismo como algunos de sus predilectos. En ese sentido menciona nombres como los de Raymond Carver y Richard Ford y, también J.M. Coetzee, el Nobel sudafricano (nacionalizado australiano) que es uno de sus más admirados.
El policial, claro, está entre sus principales puntos de referencia. Hace años que, por ejemplo, sigue a Lee Child, el autor de la serie sobre el personaje Jack Reacher, que en el cine ha sido interpretado por Tom Cruise. Aunque no expresa rechazo hacia el actor como ha hecho el propio Child, recomienda enfáticamente los libros: “Child te tiene agarrado durante 500 páginas. No te suelta nunca”, comenta con entusiasmo.
En los últimos años ha habido un boom de relatos policiales. ¿A qué se debe? Por un lado, dice Fontana, hubo fuertes apuestas a promocionar a autores cuyas historias se mueven en ese fangoso terreno. Pero también ensaya otras explicaciones: “En un mundo cada vez más compartimentado, donde mucha gente siente que no tiene injerencia alguna sobre la realidad, los relatos policiales permiten al menos la ilusión de que podemos tener algún tipo de control sobre lo que ocurre. A través de la identificación con el investigador, podemos experimentar un proceso que se asemeja a ordenar la realidad. Todos hemos sido Sam Spade, Philip Marlowe o Jack Reacher alguna vez”, dice en referencia a algunos de los más famosos detectives de la literatura policial.
“Los nombres propios arranca con un asesinato que hay que investigar. En un hotel de Ciudad Vieja un tal Esteban Austin, estudioso de Emir Rodríguez Monegal, encuentra su final de una manera violenta. Dos periodistas ya conocidos para los lectores de Fontana se ponen a indagar sobre el homicidio y todo ese proceso le da pie al escritor para ahondar en la vida y obra del estudiado por el personaje Austin, uno de los principales críticos literarios de América Latina.
Rodríguez Monegal fue —además de crítico literario—escritor, ensayista y periodista (entre varios medios, trabajó en el semanario Marcha y en El País), y también docente de Secundaria y universitario. Con una obra extensa y valorada por la academia, es uno de los intelectuales más prestigiosos de la historia uruguaya, y uno de los más prolíficos. Escribió trabajos fundamentales sobre autores literarios latinoamericanos, dirigió publicaciones, polemizó con algunas de las más renombradas figuras de las letras y dio clases de literatura latinoamericana en la Universidad de Yale, en Estados Unidos, donde pasó los últimos años de su vida.
“La figura de Emir está bastante... no sé si despreciada pero sí silenciada. En eso tienen que ver conflictos que vienen de los años 60 y todo el debate de lo que fue la Revolución Cubana; el apoyo o no apoyo a ella de los intelectuales latinoamericanos. De vaca sagrada tiene poco. Por lo menos no lo sacramental que realmente valdría la pena tener”, dice Fontana a Revista Domingo.
El escritor encuentra en ese silencio un rasgo que -aunque no exclusivo de Uruguay- estima idiosincrático. “Es algo que nos pasa a los uruguayos, porque este es un país ferozmente maniqueísta. De un lado están los ‘buenos’ y del otro los ‘malos’, los que no coinciden ideológicamente con los primeros. No nos pasa solo con Rodríguez Monegal. También con Juan Carlos Onetti. Acá, Onetti es un escritor que va rumbo a lo desconocido, mientras que en la academia hispanoparlante sigue siendo una referencia y homenajeado como tal”.
—En ese silenciamiento, ¿puede que tenga algo que ver el eje político izquierda-derecha?
—No creo. Porque la derecha no produce intelectuales, no tiene nombres de referencia a nivel cultural o narrativo. Onetti era batllista, no era de derecha en absoluto. Ese eje no lo explica porque la izquierda gana abrumadoramente. Ese partido va 7 a 0 para la izquierda y el juez está mirando el reloj.
—Más allá de banderías políticas, parecería inapelable que Rodríguez Monegal fue un intelectual importante, ¿no?
—Sin duda. Los enfrentamientos más serios que tuvo fueron con varios de la Generación del 45, un nombre que él mismo inventa.
—O sea que hasta algunos de sus adversarios fueron “bautizados” por él.
—Exactamente. Él formó parte de esa generación y tenía una relación cercana con Idea VIlariño y Mario Benedetti, cuando sacaban la revista Número allá por los años 50. Siempre estuvo enfrentado a Ángel Rama. Ahí había algo personal, una lucha por el poder y un poco de vanidad. Pero luego de la revolución cubana y la revista Mundo Nuevo, que él dirigía en París, se abrió una brecha intensa e irreconciliable, al punto que Emir tiene que emigrar de Uruguay a fines de los años 60 y se va a un lugar donde le reconocen la calidad intelectual: la Universidad de Yale.
¿Fuera del argumento del maniqueísmo en torno a lo ideológico, ¿puede también que se trate de escritores con fama de “difíciles”? Fontana no adhiere a esa hipótesis en absoluto. Para él, ni Onetti ni Rodríguez Monegal eran complicados. Eso, afirma, es un mito propagado principalmente por “escritores malos”.
“La obra de Emir, si bien es teórica (porque él se dedicó a la crítica literaria) es de una claridad fabulosa. Escribía maravillosamente bien y lo hacía con el mismo nivel para una nota en El País o en el semanario Marcha, como para un libro dedicado a analizar el estilo y la obra de autores como Pablo Neruda u Horacio Quiroga”.
Enfrentamientos de esa índole entre figuras intelectuales parecen impensables hoy. “Es que entró en crisis la figura del escritor como referente ideológico y también entró en crisis el valor sociológico de la literatura. Nosotros hoy sabemos que hay personajes ‘kafkianos’ o ‘borgeanos’ porque hubo creadores que fueron tan culturalmente relevantes que generaron un fenómeno que lleva su apellido”.
Sus cosas
“Es una belleza, de los lugares más lindos que conozco, y eso que ahora está bastante dejado a la mano de Dios. Cuando yo era un niño, tenía más de 200 funcionarios, y ahora tendrá menos de diez, que tienen a su cargo más de 90 hectáreas” sobre el predio que pertenece al MGAP.
“Supo construir con su propia vida una literatura completamente autónoma. Hace unos años salió Manual para chicas de la limpieza, y es impresionante. Nació en Alaska, vivió en Chile y México y hablaba muy bien el castellano. Sus cuentos son maravillosos”.
“Y... ¡Era Gardel!”, dice entre risas sobre su artista musical preferido. Pero también menciona a Joan Manuel Serrat como uno de sus cantantes de cabecera. Pero no cualquier Serrat. El catalán hace tanto tiempo que viene cantando que hay varios para elegir. Para Fontana, el mejor Serrat es el que interpretó los poemas de Antonio Machado.