Humberto Dolce: el cronista policial más famoso de todos los tiempos

El periodista que no escribía presentó a sus lectores primicias históricas. Una trayectoria repleta de logros y leyendas

Compartir esta noticia
Tesoro de las Masilotti
Humberto Dolce (a la derecha, con un pañuelo blanco en el bolsillo) durante la búsqueda del tesoro de las hermanas Masilotti. El famoso periodista fue amante de una de ellas.

Había una vez… podría ser el comienzo de esta crónica. No porque trate de cuentos de hadas, sino porque los hechos que aquí se relatarán, que rodearon la vida del periodista Humberto Dolce, pisan en algún momento la cornisa que separa la realidad de la leyenda. Todavía hay periodistas -en actividad o retirados- que trabajaron con él y que lo consideran “el rey de la crónica roja” uruguaya. Aunque es necesario hilar fino para perfilar al “Ciruja” Dolce, un hábil y pícaro reportero que no escribía ni una línea pese a que trabajaba en un diario. Y que tiene algunos hitos comprobables en su extensa carrera: haber traído las primeras noticias de la llegada del malherido Graf Spee al puerto de Montevideo en 1939; ser el periodista que “primereó” con las búsquedas del tesoro de las hermanas Masilotti (favorecido por el hecho de que fue amante de una de ellas) en la década de 1950; contar con la primicia del asesinato del criminal de guerra nazi Herberts Cukurs en Uruguay (1965) y haber logrado la liberación del peón rural Pablo Hernández Jara, injustamente acusado por un horrendo crimen que conmovió a la sociedad uruguaya en 1973.

“Cuando yo entré a El Diario, en 1978, la redacción todavía estaba en el edificio de la calle Bartolomé Mitre y Buenos Aires (donde desde hace muchos años hay oficinas del Poder Judicial). Y el Ciruja era todo un personaje. Era un muy buen investigador, un gran ‘datero’”, comenta a Domingo el periodista Alfonso Lessa, quien trabajó con Dolce en ese desaparecido vespertino que hizo historia por sus noticias policiales y de turf. Y agrega: “Era una redacción muy amplia y bohemia, prácticamente en su totalidad integrada por hombres. Y allí su presencia era un valor agregado. Siempre se esperaba su información policial. El diario fue el primero en dar la noticia de la muerte de Juana de Ibarbourou (1979) porque él era amigo de la familia y le avisaron”.

La guerra mundial llega a Montevideo

En los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, El Diario obtuvo un inesperado trofeo: la noticia de la “Batalla del Río de la Plata” y de que el Graf Spee, malherido por esta contienda, navegaba hacia el puerto de Montevideo buscando reparar sus daños.

Según contó a Domingo el periodista Tomás Linn, quien estuvo en el vespertino entre 1974 y 1982 (fue subsecretario de redacción), la “leyenda” dice que Dolce trabajaba en aquel lejano 1939 como mensajero de una empresa de telegramas y practicaba remo en el Montevideo Rowing Club, en cuyos vestuarios supo que se habían comenzado a escribir las primeras líneas de este capítulo de la Segunda Guerra Mundial en el Río de la Plata. Llevó rápidamente la noticia a la redacción del diario, la cual había visitado varias veces en su trabajo como repartidor de telegramas. Más adelante, el bisoño periodista obtendrá un puesto de cronista policial “volante” en El Diario.

Pero Daniel Álvarez Ferretjans comenta una historia diferente en su libro Historia de la Prensa en Uruguay. Dice que desde la torre de Simonetti, un servicio de vigía instalado en el Palacio Salvo (que permitía adelantar noticias sobre el movimiento portuario y era muy útil para el comercio), Dolce tuvo conocimiento del enfrentamiento naval y corrió hasta la redacción para informar en forma pormenorizada su avistamiento.

“Humberto Dolce era el clásico reportero volante que trabajaba en la calle o en contacto con las seccionales policiales (las ‘taquerías’ en la jerga del ambiente), cultivando sus fuentes y olfateando el eventual título del Diario de la Noche. En rápidas anotaciones recogía la información y llamaba por teléfono al jefe de página o al secretario de redacción, los que le asignaban un cronista para que redactara la nota de último momento y propusiera un encabezado o ‘copete’ y un título”, dice Álvarez Ferretjans, quien también fue compañero de trabajo del famoso cronista policial.

El periodista y el personaje

Figura reconocida y querida en el ambiente periodístico (“Chapa, chapa”, anunciaba a viva voz cuando se sabía dueño de una primicia), el Ciruja, con su levantada e indoblegable personalidad e infaltable habano a medio consumir, fue siempre una afable y cálida presencia en las redacciones. “Polecía, fobal y quinela (sic) eran, en la personal ortografía oral de un viejo “canilludo” de El Diario, las secciones que nunca podían ni debían desfallecer”, anota Álvarez Ferretjans.

“No se equivocaba el eficaz colaborador en su intuitiva percepción comercial, acrecentada por el contacto diario con los lectores. Y ningún secretario de redacción ignoraba tales premisas en su lucha contra dos tiranías: la del espacio y la del tiempo. Muchas veces se originaban conflictos de competencia con la administración, o con la regencia del taller, porque estas eran inflexibles en la observancia del cierre del diario, en defensa de la venta y los avisadores, o la entrega a la expedición”, recuerda el autor de Historia de la Prensa en Uruguay.

El tándem Jorge De Vera, un brillante periodista que había venido de El Bien Público, y Humberto Dolce, encargado de atender la “crónica roja”, fue pieza fundamental para la titulación de la primera página del vespertino. Y para la cobertura de la “última” o contratapa, que incluía la información más exclusiva, más impactante y detallada que se pudiera obtener.

El fotógrafo Andrés Fernández Pintos trabajó con Dolce en El Diario a partir del año 1977. “En esa época todavía hacía algo de policiales, pero muy poco. Era un tipo mayor que estaba en el archivo. Lo recuerdo como una persona muy divertida, siempre con un puchito al costado de la boca y vestido de traje. Se paseaba por la redacción y te mostraba fotos que había encontrado. Tenía un hijo o una hija y contaba que vivía en Pocitos, cerca del Club Banco República”, cuenta Fernández Pintos a Domingo. Lessa, no obstante, recuerda haberle llevado medicamentos a Dolce, cuando ya era una persona muy mayor, a su casa de La Aguada, oportunidad en la que fue recibido por la compañera del ya retirado cronista policial.

Agrega Fernández Pintos que en 1980 La Mañana y El Diario (medios que eran administrados por la empresa Seusa) se mudaron a la calle Río Negro, a un edificio donde desde hace años funciona una automotora, cerca de la Rambla Sur. “Allí estaba la planta. Y juntaron las rotativas con la redacción, porque ambos diarios fueron los primeros en digitalizarse y en empezar a usar computadoras. El archivo estaba debajo de la redacción”, anota.

Fernández Pintos dice que Dolce tenía una clave para comunicarle a un reportero gráfico que debía “robarle” una foto a un entrevistado: se ajustaba el nudo de la corbata. “Eso lo comentaban los fotógrafos más veteranos que yo”, dice.

El tesoro de las Masilotti

El escritor y publicista Hugo Burel trabajó un tiempo con Dolce, siendo el primero un joven de 29 años y el segundo un periodista ya en retirada, a cargo del archivo de El Diario. Tan impresionado quedó con Dolce que muchos años después lo incluyó en un capítulo de su trilogía de ficción sobre Gabriel Keller (en el libro Sorocabana Blues, editado por Alfaguara). Burel comentó a Domingo que no compartió la redacción con él, pero que su figura “calzó” casi como un personaje de ficción para su obra literaria.

“Había cobrado notoriedad gracias al sonado episodio protagonizado por las hermanas Masilotti, dos italianas residentes en Los Ángeles. Clara y Laura habían llegado al Uruguay a fines de 1950 para buscar un tesoro presumiblemente enterrado bajo el Panteón Nacional del Cementerio Central de Montevideo. Entonces habían fracasado en su búsqueda, pero en 1956 regresaron para reiniciar las excavaciones. En todo ese largo proceso, Dolce fue un privilegiado testigo del propósito de las hermanas”, comenta.

“Keller siempre supo que las notas de Dolce iban por delante del resto en cuanto a detalles, interpretaciones audaces y giros sorprendentes que muchas veces se alejaban del periodismo y se acercaban a la ficción. Lo más llamativo era que no escribía una sola línea de lo que El Diario publicaba. Él solo investigaba y suministraba datos para que otros redactasen las atractivas crónicas. Su habilidad consistía en hurgar en un asunto con perspicacia y descubrir detalles que a muchos se les escapaban. Para ello contaba con una red de vínculos e informantes tanto en la Policía como en el mundo del hampa”, describe Burel en Sorocabana Blues.

Tesoro de las hermanas Masilotti
Una de las hermanas Masilotti en el cementerio Central.

Las picardías de un periodista

Raúl Ronzoni, otro periodista de larga trayectoria, compartió sus recuerdos de Humberto Dolce: “El Ciruja trabajó en El Diario de la Noche cuando este era líder en ventas. Fue un laburante como los que ya no hay, o hay pocos. Cuando vinieron a Montevideo las hermanas Masilotti en busca del tesoro en el Cementerio Central, se alojaron en el Hotel Victoria Plaza. A Dolce le quedaba a un paso del diario y se pegó a ellas. Con una tuvo una larga relación y siempre tenía primicias. Las notas sobre el tesoro eran un filón y en dos ocasiones, cuando la cosa decaía y la intendencia se disponía a suspender la autorización para la búsqueda, Dolce consiguió monedas viejísimas y trozos de metal, se coló en el cementerio y las esparció en la excavación. Al otro día, cuando las encontraron, la intendencia extendió el permiso”.

“Era flor de periodista en una época en que los líderes de la información eran los diarios y las fotos eran centrales. Iba a los velorios y afanaba fotos del muerto o de la familia. Lo recuerdo como un tipo vivísimo. Aunque no sé si se le puede decir periodista con todo lo que esto implica. Nunca escribió una nota. Conseguía la información y alguien la escribía”, concluyó Ronzoni.

Tomás Linn recordó que Dolce mantuvo sus “picardías” hasta entrado en años: cuando trabajaba en el archivo del diario, siempre tenía prendida una radio. Y al escuchar alguna noticia, llamaba a la redacción para poner a los periodistas en aviso. Pero lo hacía sin revelar su “fuente”. Como lo respetaban muchísimo, rápidamente salían a confirmar o ampliar la información.

Caso Cukurs
El cuerpo de Herberts Cukurs, denunciado como criminal de guerra nazi, fue hallado en un baúl.
/Archivo El Pais

El cronista que no escribía

Tomás Linn recuerda que Dolce contaba con dos “plumas” de lujo para sus artículos: la de Nelson “Laco” Domínguez (el “Guruyense”) y la de Luis Lecaldare. “Cuando yo entré a El Diario, en 1974, él ya estaba veterano pero todavía trabajaba como cronista policial. Era todo un personaje. Traía la información de sus fuentes y ellos le escribían las notas. Le tenían mucha paciencia y hacían una especie de interrogatorio cruzado para sacar también mito y verdad, porque a Dolce le gustaba ‘inflar’ las cosas. Era un buen hurgador y venía con sus anotaciones”, relata Linn.

Dolce también era famoso por “robarse” las fotos de las víctimas de un crimen cuando iba a los velatorios, para publicarlas después en el diario. “En esa época los velorios se hacían en las casas. Y él iba y se condolía con las familias o los allegados. Mientras estaba ahí, si veía una fotito en un estante, ‘pum’, se la llevaba”, agrega Linn.

Dolce también tenía sus cábalas: cuando conseguía algo “fuerte”, sobre el cierre de la edición, empezaba abrir todas las ventanas. “Después había que ver si tenía algo fuerte”, relativiza Linn y se ríe.

El periodista también recuerda que en una reducción de personal, a comienzos de la década de 1980, Dolce era un número “cantado” por su edad para que lo jubilaran. Pero sus compañeros lo defendieron a capa y espada -en plena dictadura cuando las demostraciones de fuerza laboral no eran bien vistas- y lograron que continuara en actividad. “Tenía su pequeño ego. Él sabía que era importante para el diario. Yo tengo un muy buen recuerdo de él. Era un periodista muy de otra época, como de película norteamericana”, concluye.

Otro veterano periodista, Daniel Gianelli (quien trabajó en el BP Color, la agencia EFE y El País) comentó a Domingo que Dolce obtenía mucha información de la propia Policía (que a veces le daba “pescado podrido”) y hasta de los delincuentes. Y en reuniones que se hacían en un par de boliches céntricos (uno de ellos ubicado cerca de Jefatura en la calle San José), a las que concurrían, entre otros, conocidos periodistas.

En el mundo sigue habiendo interés por el acorazado alemán hundido en 1939 a siete millas de Punta Yeguas.
Siendo un jovencito, Dolce "primereó" con la cobertura de la Batalla del Río de la Plata.

"Jara inocente": otra presea en su extensa carrera

En 1973, un hecho policial atrapó la atención de los uruguayos por sus características escalofriantes: una madre y sus cuatro hijos pequeños fueron arrojados con vida a un pozo de 28 metros de profundidad, donde fueron descubiertos por casualidad por un joven de 18 años que se dirigía en bicicleta a encontrarse con su novia en un baile.

Pasada la medianoche del mismo día, el ulular de sirenas y el centelleo de luces de ambulancias, más un despliegue de policías y vecinos inquietos invadían la quinta “Villa Teresita”, ubicada a la altura del kilómetro 22,500 de la Ruta 101, junto al aeropuerto de Carrasco. Recién al día siguiente se supo la magnitud del hecho cuando los bomberos lograron rescatar los cuerpos de Miguel Ángel, de 5 años, y de la pequeña Marisol, de 3. Ambos yacían en el fondo, ahogados.

La investigación policial no demoró en hallar a un “culpable”: un peón rural llamado Pablo Hernández Jara, de 45 años, que vivía muy cerca del lugar, en una precaria casa, junto a su pareja.

En las semanas que siguieron al terrible drama, la prensa uruguaya le dedicó los más ultrajantes calificativos al procesado: “salvaje” … “infradotado” … “despiadado” … “un bárbaro asesino que pasará el resto de su vida en la cárcel”. Para colmo, cada vez que Jara se enfrentaba a los fotógrafos adoptaba actitudes payasescas o caminaba como un mono, asegurando que él era inocente.

Dolce diario pozo.jpg
"Jara inocente", una portada histórica.

Pero el sabueso de El Diario de la Noche Humberto Dolce había manifestado sus dudas sobre la culpabilidad del hombre de campo. No le cerraba que Jara, un rudimentario labriego de manos encallecidas y complexión menuda hubiera podido someter y arrojar al pozo a una mujer corpulenta, de más de 100 kilogramos de peso según las crónicas de la época. Por eso no resultó extraño que Jara, desde la cárcel, enviara el 27 de mayo a El Diario una carta proclamando su inocencia, que Dolce publicó más de una vez en medio de una campaña mediática que luego se conoció por el rótulo “Jara inocente”.

Buena parte de los colegas de la competencia desacreditaron esa misiva como una invención de Humberto Dolce, empeñado en probar la inocencia de Hernández Jara. El argumento esgrimido fue que el peón, medio analfabeto, no podía leer ni escribir (cosa que luego se demostró falsa, aunque lo hiciera con muchísimas faltas de ortografía).

El corolario del asunto fue que Jara quedó en libertad. Y que Dolce se colgó otra presea en su extensa carrera de reportero policial. De ese modo concluyó el drama que el famoso cronista de El Diario describió en uno de los últimos artículos que firmó junto a Jorge de Vera, un periodista más joven que él y su jefe de ese entonces: “A través de los años no se recuerda en nuestro país otro hecho de características tan inusuales como éste, con una vuelta de tuerca tras otra”.

El periodista retirado Daniel Gianelli dijo a Domingo que desconoce cómo Dolce dedujo que Jara era inocente, aunque supone que el veterano sabueso fue a la cárcel a hablar con el acusado, donde “se convenció o alguien lo convenció de que él no era el culpable del crimen”.

Según escribió recientemente José “Loló” Aguiar en una crónica especial para El País, cuando Pablo Hernández Jara fue puesto en libertad, El Diario de la Noche tuvo su revancha (porque prácticamente toda la competencia había condenado al peón) y la celebró en la primera página, con un titular propio de un suplemento deportivo: “¡Y SI SEÑORES! JARA INOCENTE”. En la fotografía superior, puede verse esa histórica primera plana.

Una de las características que tenía El Diario era que manejaba una agenda propia, más allá de la cobertura cotidiana. Y que vendía “a golpe de vista”, con titulares de impacto, en épocas en las que no estaba asentada la competencia de la televisión.

Las ilustraciones de la nota eran bien elocuentes: en una foto aparecía Hernández Jara abrazando a su madre, una mujer longeva, de 99 años, surcada por un sinfín de arrugas como un pergamino. En otra, el peón visitando la redacción de El Diario de la Noche, rodeado de periodistas, todos festejando con copas de champán. El olor a tinta de las fotos y las historias se esparcían por varias páginas.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar