COMPORTAMIENTO
La negación es una idea que se construye a lo largo de la vida, sobre todo en la infancia. Depende de cómo nos hayan educado, si podremos manejar mejor las frustraciones luego.
Quizás te pasó: estás terminando la jornada en el trabajo cuando tu jefe o jefa te pide que hagas algo más, una tarea extra. Y vos, que crees que ya no podes rendir más, por las dudas, decís que sí y la hacés. Quizás te pasó: que no tenías muchas ganas de salir con tus amigos pero insistieron tanto, tanto, tanto, que al final fuiste. O que aceptaste una invitación sin estar convencido. O que hiciste algo cuando en realidad no querías hacerlo. Quizás te pasó: que dijiste que sí pero en verdad querías decir que no. O, al contrario: que recibiste una negativa y no supiste bien qué hacer.
¿Por qué cuesta tanto negarse? ¿Hay ámbitos en los que no ser asertivos es más difícil que en otros? ¿Qué supone la negación y qué supone recibir un no?
“El no está muy asociado con el separar: no te acerques, no te permito, no podés. El no pone un límite claro. En cambio el sí supone cercanía, habilita al otro. El ser humano muchas veces intenta no decir que no como una forma de agradar al otro”, explica la licenciada en Psicología Virginia Mattos.
Decir que sí es, a veces, una forma de buscar aceptación, de no caer mal, de encajar.
“Hay un miedo ancestral al rechazo. Algunos antropólogos explican que la función de cada uno dentro de la tribu es colaborar y aceptar y no tanto negarse a hacer cosas. El temor que queda a decir que no es en realidad miedo a que te expulsen del grupo”, dijo a El País de Madrid el psicólogo Ovidio Peñalver.
Decir que no supone poner un límite, marcar una distancia, proponer un final. Sin embargo, saber negarse, sobre todo en algunos ámbitos, resulta necesario, casi indispensable. Y hay que saber hacerlo bien.
Frustrar desde la infancia
La negación es una idea que se construye a lo largo de la vida. “Es una noción que se va incorporando”, dice el psicólogo Alejandro De Barbieri. Así, en la primera infancia “el chico tiene que aprender a frustrarse, es decir, a tirar abajo su narcisismo para entender que todos somos limitados, eso nos ayuda a tener una buena autoestima: saber que no puedo todo. El no es fundamental porque le ayuda a ubicarse en el mundo, a plantearse qué puede y qué no. El rol de los adultos es clave en poder manejar esa frustración”.
Aunque, explica el psicólogo, hay una edad en la que el niño rechaza el no, es necesario que los adultos a cargo sepan manejarlo y puedan negarse. Para eso, hay que saber hacerlo desde una autoridad sana, con calma, con afecto. Sin embargo, hay que saber diferenciar autoridad de autoritarismo. “Cuando hay un autoritarismo, se le puede generar al niño una inhibición, falta de rebeldía”, que después no le permitan poner un límite en determinadas situaciones en las que es necesario - y a veces indispensable- frenar al otro.
Si bien el no es tan necesario como el sí, tampoco tiene que ser la norma. La psicóloga Mattos sostiene que hay estudios que sugieren que los niños que “recibieron solamente negaciones en su vida por parte de sus figuras de apego, pueden incluso sufrir depresión. El no que quizás fue sentido o vivido como falta de afecto por ese niño, se puede resignificar y ser un no amoroso, dependiendo del momento y de la situación. El no realmente se va resignificando a medida que vivimos”.
Pero ¿es tan fácil decirle que no a los niños y niñas? De Barbieri dice que desde hace varios años, los psicólogos están viendo que hay una falta de autoridad: “Hemos caído en un permisivismo, en una sobreprotección en la cual nadie se anima a frustrar al chico, el niño crece en un mundo en el que cuando aparece el no, no sabe qué hacer porque todo el mundo le dijo que sí antes”. El experto trae a colación esta frase de Fernando Savater: “El educador tiene que ejercer su autoridad, lo que en ocasiones hará que caiga antipático, pero debe serlo, porque educar, en buena medida es frustrar”. En otras palabras, educar es también enseñar a lidiar con el dolor.
En la adolescencia, en tanto, es diferente. Esa, se sabe, es la etapa de la transgreción. “Es importante, también para este momento, haber puesto los no antes, para que el chico tenga qué transgredir después”, dice el psicólogo.
Que los adultos sepan decir que no de forma sana, entonces, es indispensable durante toda las etapas de crecimiento. Ahora, ¿qué ocurre en los adultos, ¿cómo repercuten esas negaciones? ¿Por qué cuesta tanto decir que no?
“Muchas veces cuesta decir que no por temor al rechazo”, explica la psicóloga Mattos. El no animarse a la negación tiene que ver, también, con una baja autoestima que lleva consigo un sentimiento de culpa: ¿y si la otra persona se enoja?, ¿y si la lastimo?, ¿y si la decepciono?
En la nota de El País de Madrid, publicada en 2020, el psicólogo Rafael Salom dice: “A la hora de decir ‘no’, la clave no solo es decirlo, sino encontrar la mejor forma de comunicarlo. Debemos ser respetuosos, sin generar violencia ni malestar a los demás y ser claros en la decisión que tomemos. Una de las claves es la regulación emocional, cómo entendemos y gestionamos nuestras emociones ante este tipo de situaciones”.
¿Negarse es más sencillo para ellos?
En tanto el no es una idea que se adquiere a lo largo de la vida, también implica, en cierta medida, una construcción social. La licenciada en psicología Virginia Mattos dice que históricamente la mujer fue criada para decir que sí y el hombre para poder decir que no. “El hombre ha sido asociado con la ley y la ley está asociada al no. La mujer siempre fue asociada a la maternidad y por lo tanto al sí, al permiso, a la ternura”.
Esta es una idea cultural, que está asociada a un sistema patriarcal. Así, Mattos pone un ejemplo:
“Si uno estudia la vida de los romanos, el soldado que venía de la guerra y se encontraba con su hijo recién nacido, era el que decidía si ese niño vivía o no, aunque la mujer dijera que sí, era él el único que podía decir que no”.
Cree, sin embargo, que ahora esa idea está cambiando y que hay más equidad, incluso en la negación.
Hay que saber negarse pero también hay que saber cómo hacerlo. Al respecto, la psicóloga Mattos sostiene: “La autoestima nos permite ser asertivos y la asertividad está relacionada a la capacidad de expresar nuestras emociones. Si alguien tiene baja autoestima no va a poder decir fácilmente un no. Para poder decir que no hay que ser asertivo, que es lo que está entre la pasividad y la agresividad, es decir: poder decir que no sin enojarnos y en el momento justo”.
Sin embargo, ¿qué ocurre en ámbitos específicos, como el laboral, en el que decir que no quizás tenga otras presiones?
Hace unos meses, la artista española Rocío Quillahuaman compartió una animación creada por ella en su cuenta de Instagram. Se llama Decir que no. Allí, un personaje dice en clave de humor: “¿Harta de decir que sí a todo lo que te proponen? ¿Cansada de tener tantas cosas en la cabeza que te has vuelto a duchar con gafas? (...) ¿Saturada al nivel de dedicar más tiempo en pensar cómo será tu funeral que en cómo celebrarás tu próximo cumpleaños? No te preocupes, apúntate al revolucionario curso donde te enseñaré a decir que no y recuperarás tu vida”.
La psicóloga Mattos dice que siempre la negación en el ámbito laboral trae consigo el fantasma de perder el trabajo. “Pero si esa persona se siente segura y valorada en el entorno laboral, no va a tener problemas o no debería tenerlos. Incluso creo que termina siendo más respetada una persona que dice que no, a una que dice que sí a todos”.
Aprender a decir que no, entonces, también es aprender a hacerse valer.