NOMBRES DEL DOMINGO
Es una de las máximas figuras de la danza mundial y primer bailarín del English National Ballet de Londres. Este año se estrena como actor en Alguien tiene que morir, de Netflix
El 5 de junio de 2018 Isaac Hernández —ojos marrones, piel morena, labios gruesos, pelo negro ondulado— caminó despacio por el escenario del Teatro Bolshoi de Moscú. Paró frente al jurado, hizo una reverencia con las manos en los bolsillos y siguió hacia el micrófono, donde volvió a inclinar el torso en señal de agradecimiento. Tenía 28 años, una corbata y un traje negro, una camisa blanca y el premio Benois de la Danse, que lo acababa de distinguir como el mejor bailarín del mundo y el primer mexicano en lograrlo. Estaba nominado por su interpretación de James en La Silfide del English National Ballet de Londres, y por su Basilio de Don Quijote, dirigido por Mijaíl Barýshnikov para la Ópera de Roma.
Al buscar en Google “Isaac Hernández Don Quijote” lo primero que surge es un video. Es de noviembre de 2013 y tiene más de 200 mil visitas en YouTube. Isaac aparece en el escenario para hacer la variación de Basilio del último acto. Tiene una calza roja, una camisa color beige desteñido, un chaleco beige y verde. Camina hasta el centro con elegancia, con picardía, con las manos agarrando el chaleco. Da un paso, hace un tandeu atrás (estira una pierna con los dedos apoyados en el piso) y levanta una mano con gesto de flamenco. Entonces empieza a sonar la música de Ludwig Minkus y lo que pasa después es indescriptible solo con palabras: Isaac se eleva como si flotara en unos saltos que parecen imposibles, se estira en el aire con las piernas a 180 grados, gira sobre una de sus piernas, vuelve a saltar, termina cada paso mirando al público, como diciendo todo esto es para ustedes. Isaac tiene 23 años y está bailando en el Het Nationale Ballet de Holanda lo que siempre había querido bailar: los grandes clásicos del ballet.
Nació en 1990 en Guadalajara, México, en una familia de 11 hermanos. Ninguno fue a la escuela. Su madre bailarina y su padre bailarín, hijos de la revolución mexicana, entendían que la educación formal no le enseñaba a los niños a ser críticos, a cuestionar el mundo, a ser reflexivos, curiosos y sensibles. Y para ellos eso era todo lo que sus hijos necesitaban para ser personas honradas, respetuosas y felices. Por eso les enseñaban en casa: historia, literatura, matemática, geografía, ciencias naturales, música y ballet como actividad física. Todas las mañanas los 11 hermanos se agarraban a una barra que había en el patio de su casa para hacer los ejercicios que su padre les marcaba. Después aprendían piano o canto o pintura. Para sus padres estudiar una carrera “formal” era una alternativa para quienes no pudieran dedicarse al arte.
Isaac decidió que quería ser bailarín profesional a los 8 años. A partir de ese momento todo en su vida fue trabajo, esfuerzo y sacrificio para lograr sus sueños. Unos sueños que cambiaron, crecieron y se fueron, pero que siempre tuvieron que ver con bailar.
Con 11 compitió en Cuba y en Costa Rica. En 2003 se fue a vivir a Filadelfia porque había sido aceptado en la Rock School for Dance Education con la ayuda gubernamental de su país.
“Desde el primer momento que yo entré a un escenario lo he hecho a favor de México, he intentado desarrollar proyectos, he traído al English National Ballet a buscar talento mexicano, en 2019 vino el San Francisco Ballet por primera vez a buscar talento en México. Yo me tomé el apoyo que me dio México con gran responsabilidad, porque yo sabía que al aceptar esa ayuda, tenía una gran responsabilidad con el país y con todos los mexicanos”, diría después, ya convertido en una estrella de la danza.
Su hermana más grande, Emilia, se fue a vivir con él a la escuela. La dejaron quedarse porque Isaac todavía era un niño. En los veranos viajaba a Nueva York para tomar los cursos de verano del American Ballet. Tenía 13 años y empezó a soñar con bailar en las grandes compañías. También a estar dispuesto a dejarlo todo por conseguirlo.
A los 15, después de dar un salto y caer con todo el peso de su cuerpo sobre el piso porque las piernas no respondieron, los médicos le dijeron que tenía la zona lumbar desarmada, como si fuese la espalda de alguien de 60 años. Se había lesionado participando en un reality de MTV en el que le cumplía el sueño a una chica de ser bailarina. Lo hicieron bailar en un piso que no era el mejor y lo hicieron repetir la variación muchas veces hasta lograr las mejores tomas.
Se quedó sin caminar y sin bailar. Los especialistas le sugerían una operación que lo haría dejar la danza pero él siempre les dijo que no. Pasó un año sin bailar buscando terapias alternativas a la operación, buscó a especialistas que trabajaban con grandes deportistas de Estados Unidos, hizo pilates y cosas que lo ayudaran a reforzar los músculos de la espalda.
En casi todas las historias de sueños o de éxitos hay un momento decisivo, uno en el que todo puede romperse o tomar impulso para despegar y no frenar nunca. Ese fue el suyo: operarse o seguir bailando con la espalda rota. “Yo sabía que ese no era el final. No podía ser el final, con todo lo que había luchado, con todo lo que había pasado. Yo no tenía otro futuro posible que no fuera ser bailarín”, dijo en una entrevista para la televisión mexicana.
La primera vez que bailó, después de 12 meses sin moverse, lo hizo como si nada hubiese pasado. A partir de ese momento se convirtió en el primer mexicano en lograr muchas cosas: medallas, premios, reconocimientos, logros.
Con 17 años el American Ballet Theatre le ofreció un contrato y se mudó a Nueva York con la meta de ser el mejor, porque, dirá años más tarde, “si eres el mejor nadie puede decirte que no puedes hacer algo”. Estaba entre los mejores bailarines del mundo pero la ciudad -rápida, aturdida, apurada- lo cansaba, lo abrumaba y sentía que no podía bailar como él quería. Así que un día, cuando le ofrecieron un contrato del San Francisco Ballet no lo dudó, aceptó y se quedó allí por 4 años bailando piezas contemporáneas, vanguardistas, creaciones nuevas. Se quedó y se transformó en figura de una de las compañías más reconocidas en el mundo del ballet.
Pero él lo que quería era bailar clásico: el Lago de los Cisnes, Don Quijote, Romeo y Julieta. Y además quería probar cómo era el ballet en Europa, tan diferente al ballet en América. Le faltaban seis meses para recibir la residencia americana y decidió dejarlo todo. Se fue a a Holanda sin tener un contrato, buscando encontrar lo que él quería bailar, con toda su familia pidiéndole que no, que se quedara. Tomó una clase con el Het Nationale Ballet y lo invitaron a quedarse. Se quedó y su nombre empezó a sonar en todos los escenarios europeos.
Desde 2015 es una de las figuras del English National Ballet de Londres. Y aunque nunca regresó a México, siempre buscó la manera de volver, estar cerca y hacer cosas para la cultura de su país. Uno de esos proyectos fue Despertares, el espectáculo de danza más grande del mundo que consistía en llevar a las máximas figuras del ballet para bailar para el público mexicano. El proyecto, que desde siempre tuvo la intención de hacerle llegar la danza a todos los mexicanos, de poner la danza en la agenda pública y hacerla masiva, también incluía workshops gratuitos, charlas y conferencias.
La edición de 2018, el año en que ganó el Benois de la Danse, reunió a 20 mil personas. La última vez que lo organizó fue en 2019. Después dijo que, por un tiempo, no lo haría más ya que no estaban las condiciones económicas adecuadas para lograrlo.
“Mucha gente dijo que me estaba despidiendo de México. Y yo siempre lo he dicho, los mejores años de mi carrera tienen un propósito: el de tender puentes para que al talento mexicano le lleguen oportunidades de calidad y que cada vez más personas tengan acceso a cultura de calidad, que creo que es algo que puede cambiar vidas”, dijo en 2019.
En 2014, cuando todavía vivía en Holanda, cuando todavía un premio no lo había puesto en lo más alto de la danza mundial, dijo: “Siento que uno de mis grandes propósitos como bailarín es devolverle a México su ayuda. El ballet es mi herramienta para poner mi granito de arena. No te puedo decir que voy a cambiar a México o que voy a cambiar el mundo, pero sí te puedo decir que voy a hacer siempre mucho por país. Y esto es lo que puedo hacer”.
Cuarentena y Netflix
La cuarentena lo agarró en Londres, en la casa que comparte con Tamara Rojo, su pareja, bailarina y actual directora del English National Ballet. Desde la cuenta de Instagram del English National Ballet están impartiendo clases gratuitas de ballet de las cuales Isaac es parte. Además, dijo en una entrevista, está preparando materiales para compartir con sus seguidores mexicanos.
Por otro lado, a medidos de este año se estrena Alguien tiene que morir, una miniserie de Netflix, dirigida por Manolo Caro, que también estuvo al frente de La casa de las flores. Allí comparte elenco con Carmen Maura, Cecilia Suárez, Ernesto Alterio, Alejandro Speitzer, Ester Expósito, entre otros artistas.