Dolores Caviglia (La Nación/GDA)
De pronto las nubes lo permiten y desde el aire se ven. Las islas son tres. Pequeñas, delgadas, verdes, la costa, el mar. La más grande bien podría tener la forma de una ballena. Es un día de semana y al llegar el ritmo es suave, de color pastel. Así se pinta esta zona, en naranjas, celestes, verdes, amarillos, rosados, bien cálida por el clima y lo demás. La tranquilidad en el aeropuerto tiene el mismo tono. En pocos minutos el color ya parece un mantra.
Las islas caimán (Gran Cayman, Little Cayman, Cayman Brac) son territorio británico de ultramar, parte de la Commonwealth (países soberanos independientes y semi independientes que comparten lazos históricos con el Reino Unido) y por ello al arribar reciben dos retratos: uno de la reina Isabel II y otro de su esposo. La imagen del monarca actual, Carlos III, aún no llegó. El que sí esta es el mar,.
Sus playas son de arena blanca, pulcra, tan a gusto a los pies, y el agua es tibia, atlántica. Por sus calles hay caimaneses, visitantes, trabajadores, tiendas de lujo, de todos los días, no hay propagandas ni cartelería y hay muchos gallos y gallinas, que caminan sin inconvenientes por donde quieren.
Ian vive aquí desde hace 20 años. Trabaja en una agencia de traslado de pasajeros. Cuenta que llegó desde Barbados como tantos, que la vida es pacífica, que la mayoría de los que llegan a vacacionar lo hacen desde Estados Unidos y el Reino Unido, pero afirma que año tras año se suman latinoamericanos. En la vereda, de nuevo una gallina. Va detrás de otras cuatro. Ian explica: luego del huracán Iván, que hizo destrozos en 2004, los graneros en los que estas aves se refugiaban quedaron destruidos y los animales, los que sobrevivieron, desparramados por todas partes. “Ahora los dueños somos todos”, dice y asegura que no las volvieron a encerrar porque que se salvaran significó algo. “Fue una linda señal”, agrega.
George Town es la ciudad principal. Las construcciones de madera, de pocos pisos, esos paseos de compras con tiendas de joyas. Es el corazón financiero e industrial. Y también el punto al que llegan los cruceros. Está ubicada en Gran Cayman y frente a su costa se encuentra el museo de las islas, una casa chiquita, blanquita, de techos rojizos. Ian dice que su dimensión tiene sentido por la historia. Y agrega: “Nosotros tenemos poca historia porque la estamos haciendo ahora”. En eso tiene razón. Y al mismo tiempo no.
Las islas están habitadas desde hace siglos y fueron vistas por Cristóbal Colón en su viaje hacia América aunque no reparó en ellas. Las vio y siguió de largo. Así lo cuenta el guía en el museo. Dice la historia reportada desde Europa que primero hubo idas y vueltas alrededor de cada territorio caribeño. Esta es para mí, esta es para vos, esta no, las conversaciones entre los reinos español, francés, inglés. Las Caimán se las quedaron los del Reino Unido y los primeros en llegar vinieron de puntos cercanos y desde Inglaterra. Así la población fue creciendo y creciendo en actividad. Hoy los habitantes son más de 60 mil. Cerca del 30% es local y el resto, de más de cien países diferentes. La mayoría trabaja en turismo, en el sector bancario (hay más de 600 firmas) y en gastronomía. En las tres áreas las islas son expertas.
Los colores del mar
Celeste, turquesa, verde, el agua es de un color que no existe. Del color del aire. Desde arriba incluso se ve brillante, como si el mundo estuviera dado vuelta, como si la luz viniera de abajo y hasta allí llegara el sol. Entre las muchas actividades que se pueden hacer en las islas hay un viaje en helicóptero que permite pensar las cosas de otra forma. Pensar el mar y detenerse allí, hacer foco.
El agua es el centro que rige las islas. Por la pesca, por la llegada de turistas, por las playas. La más famosa se llama 7 milla. Con la arena que parece un mimo, la temperatura ideal y el calorcito de las mañanas que dura. Estar en la playa, tomar sol, entrar y salir del agua, ver alguna que otra gallina, de nuevo, acá también, meter los pies en la arena, tomar algo fresco, volver ya es un plan pero hay más.
Las islas cuentan con cientos de puntos de buceo. En Grand Cayman hay arrecifes poco profundos y naufragios históricos que pueden visitarse; en Little Cayman, túneles y grietas de todos los tamaños que conducen a Bloody Bay, uno de los arrecifes más lindos del mundo; y en Cayman Brac, un buque de guerra ruso hundido y muchos bancos de peces.
Antes de ser las Caimán, fueron Las Tortugas. Los viajeros que las vieron alrededor del 1503 las nombraron así. Por aquellos años fueron un medio de vida para los habitantes: las pescaban, las vendían, las comían. En medio de las disputas en el lugar entre los conquistadores europeos, muchos se acercaban al lugar para juntar provisiones y alimentarse. Sin embargo, años más tarde, el animal fue otro. Se dibujó un mapa con las tres islas que llevaba el nombre Lagartos. Para 1530, pasaron a ser las islas Caimanas, derivado de la palabra nativa para estos animales que solían habitar las aguas. Y de Caimanas pasaron a ser Caimán.
Y si las islas quisieran cambiar de nombre por tercera vez, por otro animal, podrían. A unos pocos kilómetros de sus costas, en medio de un gran banco de arena, desde hace más de 45 años un gran número de mantarrayas se instaló en el lugar acostumbradas a que los barcos pesqueros tiraran allí los restos que no utilizaban. Son inmensas. Entre grises y amarronadas de un lado, beige del otro. Y son mansas. Miden entre dos y cinco metros, pesan varios kilos y se dejan levantar con los brazos. Desde hace años hay un tour que lleva a conocerlas y verlas parece algo impensado.
Los colores del agua tarde y noche
Las Caimán son uno de los puntos alrededor del mundo en que se realizan tours en kayak para ver la bioluminiscencia, ese proceso que se da en organismos vivos y por el que se crea una reacción química en el agua que produce luz.
Hay que quedarse descalzos, subir a un kayak iluminado por una luz roja, seguir al guía y remar. Con las estrellas bien arriba. Cuando se llega a una bahía, se mete el remo dentro del agua y se ve lo que pasa: un mar de brillantina.
También están las tardes. Ese momento justo para acercase a la orilla, si son las 18 mejor, y esperar ese segundo en que el sol, bien pegado al mar, desaparece por completo y deja un tono rosado. El agua turquesa, anaranjada, rojiza, azul.