EL PERSONAJE
Fue la primera y única mujer en dirigir el MNAV. Artista, curadora e investigadora, su obra dejó al arte uruguayo anclado en el conocimiento universal.
Agosto de 2003. Un mes que, en palabras de Jacqueline Lacasa, “fue terrible”. Su tercer embarazo, un país en crisis, un proyecto que por su necesidad como artista tenía que salir. Jacqueline quería convertirse en la hija natural de Joaquín Torres García, pero para que eso funcionara había que convencer a Olimpia, la hija legítima. Solo así podría configurar una secuencia de textos y estadísticas albergadas en un periódico que reflexionara sobre algo en lo que venía trabajando desde el 2000 en la Fundación de Arte Contemporáneo.
Jacqueline tenía que explicar a Olimpia, 92 años por entonces, que no quería sabotear su lugar de hija, que la buscaba para tirar las líneas que le permitieran poner en palabras y en ideas la legitimación y la estética del arte visual uruguayo, y que una indagatoria de tal calibre no podía ser tal si no se iba primero al padre, a Torres García, a la escuela fundamental de lo que fue y es gran parte del arte nacional. La obra de Jacqueline Lacasa es, desde sus orígenes, metáfora.
“El lugar de legitimación de los procesos y los artistas en Uruguay es muy complejo y todos lo sabemos. Cómo se producen las estéticas, desde qué lugar, las prácticas artísticas. Dónde generar teoría. Y la nuestra —dice Jacqueline a Revista Domingo— fue una generación bisagra en la que no se transmitía conocimiento, no había lugares donde el arte contemporáneo fluyera”.
Escribe Fernando López Lage en el prólogo de La hija natural de JTG (2004), libro que la artista publicó como un ensayo y resumen de los diarios del proyecto que llevaban el mismo nombre: “El padre de la hija natural simboliza el país que fuimos, el industrializado, el progresista, el de los altos niveles de educación, aquel país que fue llamado la Suiza de América. Se desprende de esta premisa, Lacasa como hija natural, ilegítima, metáfora del país que tenemos luego de la fragmentación provocada por el deterioro progresivo de las estructuras neoliberales y el atropello de la dictadura militar (1973-1984). Dictadura que provocó, además, el deterioro, la fragmentación causada por el desmantelamiento de nuestra clase intelectual y su pensamiento”.
Montevideana nacida en 1970. Artista visual, curadora, gestora cultural, estudiosa hasta el cansancio, una dramaturga en formación. Psicóloga, psicoanalista. Analista de la vida y el arte. Primera y única mujer en dirigir el Museo Nacional de Artes Visuales. La uruguaya que albergó obra en la mítica (la moderna, la que no ardió en llamas) biblioteca de Alejandría en Egipto.
Sobre su obra de largo aliento, Jacqueline dice que “los proyectos que tienden a experimentar, a explorar entre distintos campos necesitan tiempo, una cocción, la cuestión de que fermente, de que se pueda explorar, de que pueda ser leído y analizado. Pienso que cada vez más eso va a ir pasando”.
La uruguaya, su otra investigación de años en la que sigue involucrada hasta hoy y que ha surgido ante el público en distintas exposiciones, tiene que ver con Juan Manuel Blanes. Acá la inquietud tiene que ver más con una revisión a la hegemonía de la historia uruguaya, el lugar de la mujer, identidad, género, política.
“Me parece interesante unir quehaceres y criterios, dialogar. Para eso es irremediable conocer lo que te antecede, respetar la obra, por la creación en sí. Eso es difícil a veces. Trabajar criterios que tengan que ver con el goce de que el otro está creando con su historia y su proceso. Lo genealógico es lo que te ampara”.
De Alejandría a Atacama
Frente a la puerta de la Biblioteca Alexandrina no había nadie. Nadie que reconocieran, nadie que los entendiera. Jacqueline tuvo miedo de que atravesar los 11.600 kilómetros que separa Montevideo de Alexandría hubiese sido en vano. Tenía un compromiso con Cisneros Fontanals Art Foundation que le había otorgado una beca para que concretara esa parte de la obra amparada en La hija natural de JTG. Pero eso no era todo, porque estar con el archivo de arte uruguayo que había recopilado en mano para donarlo a uno de las bibliotecas con más mística del mundo —fue inaugurada en 2001 en homenaje a la antigua Biblioteca de Alejandría destruida por el tiempo o por el fuego— era una utopía. Y estaba a una puerta, a una agenda de distancia.
La cita que les habían garantizado —estaba con Alejandro Alberti que debía filmar todo el proceso— no estaba marcada. Pero explicación mediante y, dice Jacqueline, un poco de desesperación, les dieron acceso. Una biblioteca pulcra, de arquitectura moderna, luminosa, con censores de seguridad por todos lados para proteger el conocimiento del mundo. No les permitían filmar, pero lograron imágenes. Jacqueline firmó papeles y más papeles, detalló obra, año, autor, hizo entrega del manojo de historia del arte uruguaya que llevaba en sus manos. El arte uruguayo estaba a salvo.
“Tiene eso de que te guarden el conocimiento, esa cosa de la memoria y la conciencia, esa cuestión de fósil pensado por Walter Benjamin, de mover la historia petrificada. Era para mí de esas obsesiones desde siempre, que no te las podés sacar, por más que hagas análisis, terapia, vas de vuelta. Por ahí no te das contra la piedra, la rodeás”.
Pasos y reflexiones y críticas siguientes, el punto final de esa obra estaba en el proyecto de dirigir por dos años el Museo Nacional de Artes Visuales. Lo hizo entre 2007 y 2009.
“El ideal era trabajar para que en dos años se generara un cambio de estructuras. Desde mi punto de vista el museo había tenido una importancia porque todos lo disfrutamos, pero el contexto del mundo había cambiado y lo interesante era poder pensar en las obligaciones, en los accesos. Así trabajamos en dos proyectos: Vías de acceso y Satélites de amor. Un proceso de gestión, de trabajo con el acervo, de reconocer a los artistas uruguayos, a los que estaban trabajando, hacer nexos. Pudimos cumplir con unas cuantas propuestas. Yo, personalmente, amo los museos, son reservorios. Pueden estar muertísimos, acorralados políticamente, o pueden ser lugares vivos, de transitoriedad de pensamiento, de acción”.
Lo que vino después tuvo más que ver con otro lugar del mundo y con otra mirada, una que pretende responder o indagar el destino de las almas. La vida personal y una maestría en Estudios Culturales la llevaron a Chile. En ese país la intrigó el cielo del desierto de Atacama y lo que ocurre en el laboratorio Alma, que estudia el origen de las estrellas, del mundo, del universo. Por varios años visitó el país —cuando la coyuntura lo permita volverá a hacerlo— para seguir esos estudios, a esas estrellas. La invitación de un curador español la llevó también a Antofagasta, hizo otros proyectos con arqueólogos e instituciones del país. Analizó culturas y ceremonias del desierto, el lugar de la mujer en estas, que si bien eran transmisoras de conocimiento, casi no aparecían. Hurgó, estudió kunza.
Esa aventura se presentó al público en la exposición De cómo las almas viajan a las estrellas en el Centro Cultural de España montevideano. Para eso dibujó con hilo constelaciones sobre viejas partituras perforadas para pianola. “Todo vinculado a la trascendencia, con la búsqueda del origen, con el mito. Con los lugares donde habita el alma y esta conciencia que recargamos de un montón de elementos para poder entender en dónde estamos parados”.
Jacqueline es la artista que se convierte en obra, una que tiene como cuerpo la idea, el pensamiento, la interrogante, y que se encuentra con la imagen para hacer materializar esa sustancia. Jacqueline es, también, la artista que transita años, una década, por el mismo hilo conductor, que recorre una vida que bien se puede medir y organizar en lo que ha sido su obra. Los años de Torres García, los años de Juan Manuel Blanes, los años del desierto de Atacama.
Actualmente se encuentran en exhibición dos muestras paralelas en Diana Saravia Contemporary Art para las que trabajó en conjunto con los artistas Gonzalo Delgado (en Algo de mí) y Juan Manuel Barrios (en Llaves de colección). Elegir un proyecto curatorial, confiesa, se genera por el deseo de reconocer el trabajo del otro, “tiene que haber un lugar en el que te apasiona lo que el otro hace. Entonces uno sabe que va a poder ir hacia el fondo de las cosas y trabaja para sacar algo y reconocer un proceso. El proceso es muy importante, las frecuencias, las intensidades, qué decir, cómo decirlo, cuál es la construcción de esa metáfora, y el curador empieza a trabajar en esa trama".
Desde ahí, el trabajo con Gonzálo Delgado y Juan Manuel Barrios nació de esta cuestión de sentir esa conexión con la obra, con el deseo de mostrar, una concepción clave de cómo se piensa la obra, del montaje como narrativa visual, el contexto en el que se genera, el por qué.
Sobre la comunión entre ambos artistas en un mismo espacio, dice: “Son dos obras que, si bien son muy distintas, tienen esta lógica del lugar íntimo en lo público y lo público en lo íntimo"
Gonzalo trabaja una iconografía "que emplaza estos cuerpos que tienen una lectura posible y a la vez muchas discusiones que van desde esta cuestión casi religiosa, su exploración, su historia de vida, los juegos de la educación. En esa cuestión compulsiva que tiene Gonzalo de dibujar, pero a la vez medida por ese deseo de concretar esa figura con esa potencia",
"Por el otro lado esta Juan Manuel Barrios de autobiografía compartida desde las escenas. Esa narrativa visual se gesta como obra en la fotografía pero tiene varias capas, los moldes como lugares. Al ser él sastre, al haber cerrado la Escuela de Sastrería de la UTU. Ahí hay un primer dispositivo que es qué hacemos con la educación, tema más que importante en este momento y siempre. Esa educación de sastre para él es un puntal. Cuál es el molde que se rompe y cuál es ese en el que continuó gestando su vida".
Y las dos obras, añade Jacqueline, hablan del cuerpo en escena, de la diversidad, de los cuerpos libres, de las discusiones. "Son cuerpos que tienen su experimentación, que nombran y enseñan cosas que se vivieron. En la autobiografía de Juanma está Crucifixión con ese traje que es como una cuestión del alma, y los 40 dibujos de Gonzalo también, todo el tiempo gestan almas, sentidos, goce, dolor, pasiones. Son dos muestras que tienen un contenido autobiográfico importantísimo y creo que en lo contemporáneo esto es fundamental".
Sus cosas
En el Met de Nueva York
Hay un cuadro en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que retrata a Juana de Arco que la hipnotiza. Cuando puede viajar, Jacqueline recorre los lugares por dos horas, se toma los trenes que sea y se pierde entre paredes con tal de encontrar las obras que quiere mirar. Viajar, dice, le da liviandad.
Alsina Thevenet
Homero Alsina Thevenet fue su padrino y una de las personas que la motivó. La artista recuerda un texto que le llevó para que revisara. Él le sirvió torta de chocolate en un platillo de café y le dijo que comiera mientras él leía. Le gustó, le corrigió comas, lo publicó en El País Cultural. “Thevenet y László fueron maestros para mí”.
La dramaturgia
Estudia dramaturgia y presentará un texto, Quiero que me recuerden cuando los autos vuelen, que también será muestra de arte. “Son 12 sucesos que ocurren en el horizonte de los agujeros negros. Hay muchos vínculos con mujeres a las que he ido encontrando en el mundo: de Lady Macbeth y Margarita Xirgu a una amiga querida”.