NOMBRES
El economista argentino Javier Milei se convirtió en la revelación de las más recientes elecciones de ese país y probablemente sea diputado nacional.
“Este es un país para indignarse furiosamente”, le dice Javier Milei a Joaquín Morales Solá en una entrevista emitida el 11 de octubre en la señal TN. En esa ocasión, la indignación de Milei era porque, en su visión, Argentina había sido “great” pero ya no lo era. Las culpas por la pérdida de la grandeza de su país las tienen varios, pero hay un actor que tiene más responsabilidad que otros: “Argentina produce alimentos para 400 millones de seres humanos y la presión fiscal sobre el campo es 70%. Quiere decir que el Estado se lleva el alimento de 280 millones de seres humanos”.
En otras palabras, el Estado argentino es el culpable de que aproximadamente un tercio de 810 millones de personas a nivel mundial subsistan con una alimentación insuficiente. Si se van a levantar acusaciones —parece pensar Milei— más vale que estas sean lo más contundentes y dramáticas posibles.
El camino de Milei hacia el estrellato mediático y político empezó en la televisión. El economista es hijo de ese medio de comunicación en particular. Según una investigación divulgada en Twitter por la periodista argentina Mariana Carbajal, en 2018 Javier Milei había aparecido en 235 entrevistas televisadas, tres más que el segundo en ese ranking de economistas, Fausto Spotorno. En cuanto a segundos en pantalla, Milei aventajaba a Spotorno con la diferencia (aproximadamente) de 193.000 versus 155.000.
Milei es materia prima deseable para una parte importante de la oferta televisada, la que podría denominarse “quilombera” y él lo sabe.
Ha dicho que es una “máquina de generar zócalos televisivos”. Tiene una personalidad extravagante (grita, gesticula con vehemencia), traduce conceptos académicos a un lenguaje más o menos llano y no tiene pruritos en hacer afirmaciones absolutistas en las que no hay mucho lugar para matices o excepciones.
Además, durante la primera parte de su trayectoria mediática recurrió cuantas veces lo estimó necesario al insulto y la descalificación. Muchos han visto en estas diatribas y ataques un sesgo de género, pero también puede ser válido pensar que Milei es a la hora de infamar y denigrar, keynesiano: reparte y distribuye insultos de manera bastante equitativa.
En sus exabruptostelevisados se la ligan “zurdos”, kirchneristas, algunos de la coalición de derecha Juntos Por El Cambio, ecologistas y casi cualquiera que no sea un ferviente adorador de las ideas de Ludwig Von Mises, Friederich Hayek, Murray Rothbard y otros tótems del pensamiento económico de derecha.
Insultar y descalificar podía parecer, hace apenas unos años, un obstáculo insalvable para una carrera en la política liberal y representativa. Pero como todos sabemos desde 2016, cuando Donald Trump inició su campaña como candidato presidencial, la agresividad rinde electoralmente. Cuando le señalan que lo que dice es violento, Milei responde a veces con el argumento del “control remoto”: “Si no te gusta, no me mires/escuches”. Ese argumento no solo pasa por alto que Milei aparece un día sí y el otro también en muchos medios. También descarta de raíz cualquier influencia de estos sobre la formación de opinión.
Uno puede prescindir de “consumirlo”, pero no puede resguardarse de los efectos que tienen o pueden tener sus puntos de vista y argumentos, que llegaron a ser socialmente relevantes en gran parte por la amplificación que hicieron de ellos los medios de comunicación.
¿De dónde salió este porteño con pelo indómito y propensión a la palabra “mierda”? De un origen de clase media acomodada (su padre era empresario en el rubro transporte colectivo) que en su juventud jugó al fútbol en el cuadro Chacarita Juniors y tocó en una banda de rock llamada Everest. Aunque no se hizo famoso como rockero, provoca una adoración parecida en muchos de sus seguidores.
Su padre quería que Javier fuese contador, pero él se decidió por la Economía y se recibió en la Universidad (privada) de Belgrano. Desde joven se destacó en la disciplina y no tardó mucho en empezar a impartir clases. Leyó mucho sobre economía y economistas y suele citar sus lecturas a troche y moche. También es autor o coautor de muchos libros sobre área de expertise. ¿De qué vive? De asesorar a una empresa propiedad del multimillonario Eduardo Eurnekian.
En sus primeros años como figura televisiva, no parecía que tuviera una carrera en la política en mente. Y aunque siempre estuvo claro que es de derecha, no tenía empacho en criticar duramente a la gestión económica del macrismo. Eso, para algunos, le daba cierto barniz de honestidad intelectual. Puede que tengan algo de razón. Incluso hoy, Milei sigue despotricando contra algunas figuras de Juntos Por El Cambio como Horacio Rodríguez Larreta, a quien dijo que lo podía “aplastar”.
Pero es indudable que, tras las elecciones primarias argentinas realizadas el pasado 12 de septiembre, Milei moderó su discurso y su lenguaje, además de empezar a elogiar a integrantes de la coalición opositora al actual gobierno argentino. Con un sensacional tercer puesto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Milei muy probablemente se convierta en diputado nacional y pase a formar parte de esa casta que él tanto criticó.
Ante esa pirueta algunos han osado espetar “incoherencia”. Por lo general, esas voces a menudo parecen olvidarse que gran parte del sistema político argentino le rinde culto al pragmatismo y el interés propio, no a la coherencia.
Además, parte del público que celebró las furibundas interpelaciones a la casta política durante su ascenso, ahora festejan que se haya moderado. En una entrevista para CNN que el canal de YouTube Milei Presidente (más de medio millón de suscriptores) compartió, el comentario más valorado es este: “Ahora que tiene mayor ‘auto-control’ de sus impulsos, no tienen nada que le puedan criticar para desacreditarlo”. Eso es lealtad. Uno recuerda aquel comentario de Trump en el cual el ahora expresidente de Estados Unidos decía que tenía seguidores tan leales que podía salir a la calle, pegarle un tiro a alguien “y no perdería ningún voto”.