Por Mariel Varela
Es viernes 27 de enero, faltan tres semanas para que Jorge Esmoris (66) estrene Una noche en el tablado y su mente es un caos completo. Aunque su solemne voz y su sonrisa amable solo transmitan parsimonia, los hechos lo delatan: en el último mes perdió dos tarjetas débito, otro par de crédito, anuló varias, y quemó casi todo lo que colocó en el horno. La perfección lo obsesiona al punto de que su mente solo registra asuntos vinculados a esta obra que prepara hace un semestre. Es que más que en proyectos, se embarca en aventuras extremas.
“El otro día miraba los presupuestos de carnaval: sacar una murga joven sale US$ 40.000. Veo eso y digo ‘más de US$ 2.000 no puedo’. Entonces decís ‘no la hago’. La única forma que encontré de hacer estas cosas es mucha cabeza y que la gente se vaya de los espectáculos recordando a los artistas, no lo que llevaban puesto. Si les dijera la cifra, no podrían creer lo que salió esta obra”, asegura Esmoris a Revista Domingo en el living de su casa en La Blanqueada.
Así ha sido siempre para este actor que ha logrado vivir del arte sin endeudarse. Que pase la receta, ¿no? La austeridad, la inteligencia y la capacidad de resolver lo complejo (y costoso) con ingenio están en su ADN. Por citar un ejemplo: en 1986, desembolsó unos $ 50.000 (actuales) para sacar la antimurga BCG. ¿El motivo? Repitieron el vestuario del carnaval anterior e incluyeron una canción en el espectáculo donde explicaban que salían con los mismos trajes porque no tenían plata. “La gente aplaudía”, recuerda quien le regaló a la fiesta de Momo la maravilla de su humor absurdo.
-¿La BCG es tu lugar en el mundo?
-Es uno de mis lugares. Mi lugar en el mundo es el escenario (con la BCG o con las obras que haga), es mi hábitat natural. Yo no sé si soy buen tipo en la vida pero en el escenario soy un buen tipo.
Bien de acá
Se crió en Goes, más precisamente en Marcelino Sosa entre Guadalupe y Vilardebó. Su infancia, dice, le recuerda mucho al tango Cafetín de Buenos Aires. Hacía los deberes escolares en Los Tres Mosqueteros, un bar de copas en General Flores, donde los vecinos se juntaban a tomar algo y jugar a las cartas. “A veces los tipos nos enseñaban a repartir y nos mandaban café con leche y medialunas”, rememora entre risas.
Se acuerda, además, que el dueño de ese bar le entregó el primero de tantos libros que leyó: era una versión infantil de Los tres mosqueteros. Pero no fue hasta que se metió de lleno en el universo del teatro y las clases en AEBU que empezó a empaparse de literatura. “Tenía profesores muy exigentes que nos hacían leer y escribir mucho sobre lo que íbamos a decir o ensayos sobre autores y obras”, asegura. Y así, quien solía llevarse a examen todas las materias del liceo, se convirtió, obligado y orientado, en un ilustrado, capaz de citar a Platón o Freud sin mayor esfuerzo en una charla banal, o hacer guiños a Aristóteles o Cervantes en un espectáculo de carnaval.
En 1981 abandonó las ocho horas y resignó un sueldo interesante decidido a seguir su vocación. Se quemó lo poco que había ahorrado en viajes a Buenos Aires para comprar libros que aquí no conseguía: se trajo, por ejemplo, una colección de Bretch. Poco después, agarró una mochila y partió, junto a Fernando Toja, a mostrar Bufonada, pieza teatral escrita por ambos, por América Latina. Su amigo y colega retornó antes pero Esmoris se acopló a un grupo de teatro colombiano y deambuló un tiempito más por el extranjero.
“Fuimos contratados por la municipalidad de La Paz (Bolivia) para ir a las minas. Los mineros tenían 15 minutos para subir y les hacíamos escenas para distraerlos un poco”, relata sobre aquella época.
Todo estaba dado para que se instalara allá, hasta que una mañana, después de seis meses lejos de casa, se levantó y pensó ‘¿qué hago acá?’ “Ese mismo día agarré mis cosas, me fui al aeropuerto y me volví. Y ahí me di cuenta: lo mío está acá y no me muevo. Al día de hoy no me interesa otra cosa que trabajar acá”, afirma. Aunque en 2011 le surgió la oportunidad de cruzar el charco y tomó el reto. Le sedujo hacer Sr y Sra Camas junto a Florencia Peña y el “Puma” Goity, hasta que dejó de interesante y se volvió: “Me encantó, pero cuando todo eso empezó a desvirtuarse les dije ‘mirá, no’”, comenta.
A Esmoris, que 12 años después de haber encarnado a Artigas en La Redota todavía hay algún vecino que le dice ‘general’, no lo mueve la bandera, ni la patria, ni el himno. Algo lo ata a Uruguay pero no logra descifrar qué es: “Necesito este lugar, no podría vivir en otro lado que no sea este”, señala.
Tiene claro que nunca más participará del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas pero eso no quita que quiera alejarse de Momo. Al contrario, Una noche en el tablado, segunda obra de la trilogía que empezó con Recuerdos de Niza, es un homenaje a ese fenómeno cultural que atraviesa generaciones, como es el tablado. Esmoris y Néstor Guzzini encarnan a dos presentadores que dan paso a personajes típicos de todo barrio. “Soy un agradecido al carnaval, lo respeto mucho, pero el carnaval para mí no son categorías: el carnaval es la gente. Y el tablado para mí es el centro: el lugar en el que se juntan los artistas y la gente. Y acá el personaje central es un tablado llamado ‘El tablado de las maravillas’ (guiño a la obra de Cervantes El retablo de las maravillas) donde se unen muchos tiempos”, resume Esmoris sobre su nuevo espectáculo que incluye 20 músicos en escena.
“La obra no pretende otra cosa que divertir y entretener. Detrás hay mucha cosa, pero estoy convencido de que la única forma de que la gente pueda recibir todo lo que está detrás (que no es ni más ni menos que la condición humana y nuestro interior) es si se divierte y se entretiene. No solo la va a recibir, sino que la va a recordar”, afirma. Se estrena el 17 de febrero en el Auditorio Nelly Goitiño e irá los viernes, sábados y domingos de febrero y marzo.
Futuros murguistas
Los entremeses de humor que hacía en 1982 junto al grupo de teatro de AEBU fueron el trampolín para se metiera en carnaval. Aunque todo sucedió de forma casual, Esmoris confirmó en una de las primeras idas al tablado de Goes que su desembarco en el universo de Momo no era casual. “Cuando empecé a hacer tablados empezaron a venir recuerdos de la infancia, sobre todo cuando llegué por primera vez al Club Atlético Goes, que era el escenario de mi barrio, y empecé a recordar ese tramo de mi infancia donde las cosas que veíamos en los tablados las representábamos al otro día en la calle, porque no nos podían llevar todas las noches. Y como no nos acordábamos inventábamos”, relata.
Retrocede hacia aquella niñez marcada por la calle hasta altas horas de la noche en vacaciones, y recuerda su cara y la de sus amigos pintada con corcho quemado, con el sueño de ser como esos gigantes llenos de purpurina que veían arriba del escenario del barrio. Habían tomado como propio un camión que alguien había dejado abandonado en la zona para transformarlo en un escondite. En ese punto de encuentro, que para Esmoris era lo más parecido al país de Nunca Jamás (Peter Pan), jugaban a ser artistas y se armaban historias, todas vinculadas a lo que veían de noche en el tablado.
Aunque jamás reniega de esos orígenes carnavaleros, solo puede definirse como actor: “Soy un actor que a veces escribe, que a veces hace humor, otras, carnaval, pero soy un actor, no soy ni director de murga, ni murguista, ni escritor”, afirma.
Idealista
En la década de 1990 alguien le propuso ir primero como diputado en la lista 700 del Frente Amplio. Esmoris se negó rotundamente, pero se ofreció a colaborar con la campaña publicitaria. Una de las ideas que aportó y se usó fue una imagen donde se veía una mancha en una de las tribunas del estadio Centenario, se abría el plano y era la hinchada de Nacional y Peñarol a los piñazos con una música detrás, y acto seguido, un fondo negro con la inscripción ‘que sean los Orientales más ilustrados que valientes’.
“Llamaba la atención, todo el mundo hablaba”, recuerda incrédulo. Y agrega: “No sacó un voto, pero aporté desde ahí. Yo andaba en la hoja y me querían pagar, pero nunca quise cobrar. Después iba a los comité de base y terminaba hablando de teatro”.
-¿Seguís siendo frenteamplista?
-Me considero frenteamplista, hasta que no aparezca algo parecido. Hace mucho que busco dónde está el nuevo, el que no conoce nadie. La última vez voté a una afrodescendiente (no me acuerdo su nombre) que no salió. Voté a Magnolia cuando apareció: me gustó el nombre. Después ya se los devora. Necesito votar al Frente Amplio, no puedo votar en blanco o a otro, pero trato de votarlos con eso que no está contaminado; es como que sigo apostando por esto, que yo sé que es una utopía, pero dejame la utopía.
A Esmoris la dictadura lo marcó tanto que dice que se pone nervioso cuando ve mucha bandera y tanque junto. Asegura que los ideales que pregonaba en la juventud siguen intactos, igual que los mágicos recuerdos con la BCG. “Sigo viviendo así, los demás, tema suyo. Yo trato de no corromperme, no pisarle la cabeza a nadie, ni andar gestionando cosas por fuera. Salí a hacer teatro de mochilero, no sé lo que es un festival de teatro: sé cómo se puede llegar, o conseguir la plata, conozco el camino pero no estoy dispuesto a recorrerlo”, confiesa. Y añade: “Quiero vivir del teatro pero no a cualquier precio. Quiero vivir de esto haciendo lo que hago y haciéndolo bien, convencido. En eso me mantengo. Creo que sigo en la misma”.
Un personaje
Cuando fue Artigas en La Redota quiso ponerse en la piel del prócer y hurgó en su interior hasta sentir el dolor que había vivido ese hombre, a tal punto que le comentaba a César Charlone (director): ‘Para mí se pudrió, no pudo más, dijo hasta acá llegué’. “Qué legado de alguien que dijo hasta acá llegué”, reflexiona.
Una seña típica
Su voz es un sello pero no fue consciente de ese potencial hasta que empezó a ir a clases de teatro y Rosita Bafico, su maestra, se lo hizo notar. Ese registro vocal tan amplio se convirtió rápido en una virtud: componía roles de jóvenes y viejos con facilidad. Luego vinieron las locuciones, un trabajo que también disfruta.
Su vocación
Se llevaba todas las materias a examen y las salvaba siempre en diciembre. Terminó el liceo en el nocturno y en paralelo empezó a trabajar en una importadora de maquinaria agrícola, pero las clases de teatro lo acapararon y enseguida supo que lo suyo era el arte. “Al año tenía recontra decidido que iba a ser mi destino”, confiesa.