Julio Frade: "Dios me sigue mandando oportunidades"

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Julio Frade asegura que sigue siendo tan exigente hoy como el primer día. Foto: Leo Mainé.
@maineleo

EL PERSONAJE

Cumple 65 años en la música y es un agradecido a Dios por las alegrías y dichas que le permitió vivir. Su carrera está repleta de éxitos y se plasmarán en el libro titulado Gracias, Señor.

En el árbol genealógico de Julio Frade no hay un solo antecedente musical. Su madre Delia soñaba con verlo recibido de abogado pero, sin querer, dio el primer paso para cambiar por completo su anhelo y marcar el rumbo profesional de su único hijo. Lo mandó a estudiar piano con apenas cuatro años y medio y él, que era un niño obediente y “bien mandado”, acató la orden y estudió tanto que ingresó a la escuela sin saber leer y escribir pero leyendo partituras de pe a pa.

A esa edad nadie tiene una vocación marcada, es cierto, pero la decisión de su madre lo transformó en un niño poco convencional que saboreaba las exquisiteces del arte y que con menos de 10 años ya había sido flechado por el jazz.

“Fue una santa, una estrella, algo que me mandó Dios y que agradezco todos los santos días de mi vida”, dice a Revista Domingo sobre su madre el director, pianista, compositor y actor.

Delia estaba empecinada en que su hijo obtuviera el título de abogado: decía que del arte no iba a poder vivir. Cuando el joven Frade volvió de una beca en Estados Unidos, con 18 años, y le contó que se iba a dedicar a la música y a la televisión, ella puso el grito en el cielo. “No lo podía digerir, decía que me iba a ir mal”.

Por suerte para ambos, ese muchacho aplicado -sobresaliente en la escuela, abanderado y brillante en Secundaria- desobedeció a su madre y debutó en la pantalla chica con Telecataplumen 1962. Y traspasó fronteras junto a ese grupo de humoristas que se perpetuó por más de cinco décadas.

Ese, dice, fue el único error de esta mujer que se dedicó full time a su hijo. Y vivió para él. Delia nunca reconoció la equivocación pero lo enmendó acompañándolo en cada logro: “Me vio brillar con todas las luces porque, gracias a Dios, la tuve junto a mí hasta sus 95 años”.

Adolescencia atípica

Frade no tenía entre manos convertirse en profesional a los 14 años y mucho menos conseguir un trabajo. Sucedió. Una tarde tocó la puerta de su casa el baterista Guillermo Aguirre y lo invitó a dirigir la orquesta de un cabaret. Llegó a él porque la audición que había hecho para ingresar a la Asociación Uruguaya de Músicos había dejado atónito al jurado.

“Había un cartel enorme que decía ‘prohibida la entrada a menores de 18 años’. Yo tenía 14 y era el director de la orquesta”, rememora risueño y orgulloso su pasaje por el cabaret Embassy.

Aceptó el empleo contra la voluntad de sus padres y pasó a dormir dos horas por noche: su jornada laboral terminaba a las cinco de la mañana y a las ocho tenía que estar en el liceo Rodó. Recuerda que veía pasar las bailarinas desnudas frente a él y el comentario era: ¿qué hace este tipo que ni nos mira? “Yo estaba ensimismado en mi trabajo. No podía alejarme de la partitura”.

Todo en la vida le llegó a temprana edad. Una tarde su madre le mostró un recorte del diario El País donde decía que el American Field Service ofrecía una beca para ir a estudiar a Estados Unidos. Arrancó de sus manos el papel y se postuló. Concursaban 320 jóvenes y solo había 28 cupos. El inglés no era su fuerte pero obtuvo el primer puesto en la prueba y se tomó un avión para recibirse de bachiller en Nueva York.

Su plan era aprovechar la estadía para estudiar música con los mejores. Y trabajó durante toda la beca para costear su sueño. Los profesores del colegio al que asistía eran músicos profesionales y notaban el desempeño del joven uruguayo cuando lo escuchaban tocar el piano de la sinfónica de la institución. Y recibía llamadas para invitarlo a trabajar en sus conciertos: “Los docentes me pagaban US$ 50 por cada intervención y me ofrecían dos o tres por fin de semana”, relata.

Consiguió el número de teléfono de Jim Odrich, “el mejor compositor según los músicos de Nueva York” y lo llamó. Quería que fuera su profesor. “Me preguntó si tenía piano en mi casa, le contesté que sí y me dijo que me cobraba US$ 14 cada clase de una hora los martes y jueves. En total eran US$ 28 y yo ganaba US$ 50 por actuación. No tenía problema”.

Esos 12 meses en el norte lo hicieron madurar de golpe. Pasó momentos entrañables junto a la familia neoyorquina que lo alojó: “Eran gente exquisita y muy culta”. Ocho años más tarde viajaron a Montevideo para visitar al que fue su huésped: “Se encontraron con una persona trabajando en televisión a full que les hizo un reportaje en Canal 4. Al otro día los paraban por la calle. No lo podían creer”.

El piano Steinway es el objeto de mayor valor que hay en su casa y lo compró con 21 años. Foto: Leo Mainé.
El piano Steinway es el objeto más caro que hay en su casa y lo compró a los 21. Foto: L. Mainé.

Tesoro

Lo primero que uno ve al ingresar al apartamento donde Julio Frade vive con su esposa Cristina es un magnífico piano negro. Es una bienvenida esperable viniendo de un hombre que acumula 65 años en la música. Todo lo que hay en el hogar luce pequeño al lado de ese solemne artefacto marca Steinway.

Lo compró con el primer sueldo importante que ganó a los 21 años. Invirtió US$ 21.000 y hoy cuesta US$ 50.000. “A esa edad ya ganaba mucha plata. A los 18 empiezo con Telecataplum, a los 19 debutamos en Argentina, a los 20 ya era director musical de algún canal de Buenos Aires. A los 21 tenía plata”, confiesa.

Aunque el valor afectivo es mucho mayor que el económico, es el bien más suntuoso de la casa. “Es más caro que un auto y no me lo pueden robar”, se jacta mientras sonríe con complicidad y muestra otro objeto querido ubicado en su living: un retrato suyo al piano pintado por Virginia, su nieta mayor, 15 años atrás.

La tapa del piano está cubierta de cosas: una caja de barbijos, otra de pañuelos descartables, libros, casetes, portarretratos, cuadernos, lapiceras, partituras, apuntes. Es que es literalmente su instrumento de trabajo de toda la vida.

Frade mueve un libro enorme sobre teoría de la música con anotaciones que descansa sobre su piano para poder abrir un instante la tapa superior. Quiere que escuche el sonido del instrumento: “Es impresionante”, anticipa. Y aprovecha para pasar un trapo a su tesoro. Aclara que no levantará la tapa completa porque si lo hace, “escucha todo el vecindario”.

Se sienta al piano y toca Alfonsina y el mar, una de las canciones que más le gusta interpretar. Mientras disfruto de la melodía corroboro que tenía razón: el sonido es imponente y la versión muy propia. Es que el maestro ya no copia. Antes lo hizo porque “imitar es una manera de aprender”. Pero hace 10 años que cualquier tema que toca suena a Julio Frade.

Toca el piano menos de lo que debería y le gustaría. El contacto con la música lo reconforta pero las obligaciones le roban mucho tiempo y pueden más. Es secretario ejecutivo del Centro de Documentación Musical, tiene dos programas en el dial -Frade con permiso (Radio Oriental) y Música Maestro (Radio Cultura)- y es uno de los expertos del programa Los 8 Escalones (Canal 4).

Gratitud

Frade no para de dar las gracias a lo largo de toda la charla. A su madre por haberlo mandado a estudiar música y vivir para él. A Eduardo D’Angelo por haber visto en él una faceta cómica. Pero sobre todo a Dios por todo lo que puso en su camino. “Las oportunidades que me dio Dios no son normales. El mérito mío es que las aproveché cien por ciento. Estudié muchísimo y me maté para que las cosas salieran bien. Estoy seguro que a Dios le encanta que las haya aprovechado porque estoy viejo y me sigue mandando oportunidades”.

Frade dice que no es creyente. Sin embargo, después de los 35 años descubrió que Dios le daba una mano enorme. Tanto que no puede nombrar un solo proyecto donde le haya ido mal. “Trabajé de forma incansable para lograr lo que me había propuesto. Y sigo siendo tan exigente como el primer día”.

¿Das las gracias a diario?
—No solo doy las gracias, todos los días me comunico con mi mamá y con Jesús. Es una manera de rezar. Me pongo en contacto, sé que me están escuchando y agradezco cada día. A Jesús solo le pido que derrame sobre mí su misericordia y que me siga asistiendo, como hasta ahora, en todo.

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