NOMBRES
Luego de Mi lucha, un “autobiográfico” de más de 3.000 páginas, vuelve con una novela sobre una nueva estrella en el firmamento.
Podrá escribir varias cosas más, pero el destino de Karl Ove Knausgård (el apellido se pronuncia “náusgord”) estará para siempre asociado a los seis volúmenes de Mi lucha, el relato de un período de la vida de ¿él mismo? En parte sí, en parte no. El Karl Ove del relato no deja de ser un personaje, por más que en esas tantas páginas haya mucho de autenticidad y realismo, y que también haya mucho de todo lo que le pasó desde que decidió titular esa narración como la autobiografía de Adolf Hitler.
Con un rostro curtido que parecería el reflejo de un alma igual de callosa y resistente, es tentador pensar que si alguien podía salir más o menos indemne de la provocación de llamarle a su autobiografía como el líder nazi, sería él. Algo de la dureza y lo lacónico que desde lejos asociamos a lo escandinavo (ya saben, vikingos, frío extremo, noches eternas), pudo también haber contribuido a atravesar la tormenta.
Lo cierto es que en esas miles de páginas del “Proust noruego” hay, como dijo el crítico literario británico Andrew O’Hagan, “mucho de humanidad” y un sinfín de diferentes pistas que pueden (o no) ser el camino hacia las luces y oscuridades internas de quien las escribió.
Knausgård nació en Oslo en 1968, vivió en un par de lugares luego de eso, egresó de la universidad de Bergen y tuvo varios trabajos antes de empezar a escribir profesionalmente. Eso no ocurrió hasta que se mudó a Estocolmo, la capital sueca, y en 1998 pudo publicar su primera novela, Ute av verden (“No de este mundo”). Si algo puede decirse de este noruego es que no parece temerle a las polémicas. En su primer libro ya hay un tema espinoso: la pedofilia (parte del libro cuenta una relación de amor entre un maestro de 26 años y una niña, alumna suya, de 13). Era como si ya se estuviera preparando para lo que vendría.
Eso no impidió que su primer título como novelista le valiera el premio de la Asociación de Críticos de Noruega. Era la primera vez que esa distinción recaía sobre un debutante. A ese auspicioso primer paso le siguieron varios títulos más, entre ellos una serie de cuatro relatos titulados como cada una de las estaciones del año.
Porque Knausgård escribe mucho. Hace unos años, en una entrevista que le hacían mientras caminaba por las calles de Nueva York, contaba que se despertaba a eso de las cuatro y media de la mañana y se ponía a escribir hasta que sus hijos amanecían, luego se encargaba de prepararlos para la escuela. Y después seguía. No es de esos que esperan a que la inspiración les llegue: el tipo se sienta y empieza a escribir.
Eso no quiere decir que el proceso no le resulte tortuoso. Cuando daba entrevistas y conferencias en muchos países por el éxito (y la avalancha de críticas) de Mi lucha, decía que empezar a escribir era horrible. Y que necesitaba, todo el tiempo, que alguien le dijera que “en serio, esto está muy bien. Seguí así. No, en serio te digo. Sí, sí, ¡en serio!”. Insoportable Karl Ove.
Pero no sería quien es si no fuera, también, que contiene una multitud de contradicciones en su espigada figura. No tiene empacho en admitir que hay una parte suya que es Narciso puro. Y que por más que no haya querido -en realidad- ofender a alguien, efectivamente fue una provocación titular su autobiografía Mi lucha, y que recién se percató de lo espeso que eso podría resultar cuando ya había publicado varios tomos y, finalmente, leyó el libro escrito por Hitler.
Esos libros le costaron amistades y hasta vínculos familiares, pero él siguió adelante. Porque si bien en un momento afirma necesitar la validación de otro para poder seguir escribiendo, en otro cuenta que cuando le dijo a sus editores que iba a escribir una autobiografía titulada así, estos reaccionaron con disgusto, rechazo e indignación. Él lo hizo igual. Porque la validación externa gratifica, pero obedecer su propia voz, también.
Este año sacó Morning Star, una novela que cuenta lo que empieza a ocurrir en una localidad en el sur de Noruega cuando, de la nada, aparece una nueva estrella en el cielo. Al principio, la aparición causa una gran conmoción, pero como suele suceder cada vez más a menudo, ni la llegada de un nuevo cuerpo celestial logra interesarnos demasiado durante mucho tiempo.
El arribo, empero, coincide con una serie de fenómenos anómalos, y todo lo que va a ocurrir en el libro se va a relatar a través de los puntos de vista y apreciaciones de los personajes que componen la novela. “Quería hacer algo muy distante a Mi lucha, algo que no tuviese una única voz narradora, sino muchas”, dijo en una entrevista.
Si alguien pensó en “ciencia ficción” cuando leyó lo que precede a estas líneas no está del todo errado. Y si a alguien se le vino a la mente la Biblia, también está en lo correcto. En una entrevista radial, dijo:
—¿Por qué esa estrella? ¿Qué significa?
—Puede ser muchas cosas. En el libro, tiene que ver con Lucifer, el ángel caído. Leí sobre esto en la Biblia y Lucifer está vinculado a Jesús, su opuesto: ambos están caracterizados como hijos de Dios. Así que hay algo muy ambivalente, muy ambiguo ahí.
Knausgård no estaba hablando de sí mismo en esa entrevista recién citada, pero podría haberlo hecho. Porque la ambigüedad y la ambivalencia están presentes en su obra desde el comienzo.