EL PERSONAJE
Tras cumplir la mayor parte de una condena, el rapero salió a seguir rimando y, también, aportar lo que pueda para que otros puedan desarrollarse como él durante el encierro.
No sabía que iba a ser liberado, aunque percibía que había algo raro en el aire. Era el 17 de noviembre de 2020 y Kung Fu OmBijam (35) le mandó un mensaje a su pareja, Viki (Virginia Sequeira, rapera): “Algo va a pasar, ni idea qué”. El rapero no estaba en su mejor estado de ánimo, se sentía angustiado. Las autoridades de la cárcel de Punta de Rieles lo habían sacado de algunos programas, como el del trabajo, y sin explicaciones.
Lo que finalmente pasó fue que llegó una notificación judicial: Kung Fu Ombijan —el nombre artístico de Federico González— sería liberado.
“Fueron dos niveles de energía zarpados y contrarios. Uno muy negativo y otro muy positivo. No entendía lo que me estaba pasando. Es más, un par de días luego de que me liberaran, en un momento pensé que tenía que volver a la cárcel, como si estuviera en una salida transitoria. Fue raro. Hasta que me acostumbré, luego de un par de meses”.
Cuando le llegó el aviso de la liberación anticipada, Kung Fu le mandó mensajes de texto a su pareja y sus compañeros de la ONG Nada Crece a La Sombra. A su madre quería darle la sorpresa, así que no le avisó. Luego empezó a caminar hasta llegar a Camino Maldonado, donde lo fue a buscar Viki. Se acuerda que el primer saludo y deseo de buena suerte fue el de un policía. “Hay cariño y afecto. Somos personas”.
Fueron nueve años de privación de libertad. Había empezado a cumplir una pena de 16 años por hurto y copamiento el 18 de agosto de 2011. Era la cuarta vez que ingresaba al sistema penitenciario. Cuenta que cuando comprendió de forma más cabal el alcance de su condena, empezó a rever muchas cosas.
—¿Cómo te sentís ahora? Eras bastante más joven al empezar tu condena.
—Cuando entré en 2011, el mundo era distinto. No era tan tecnológico. Entre ese año y el actual, eso tomó mucha presencia en todos los ambientes y más ahora en la pandemia. Yo, por suerte, siempre me manejé con esas herramientas y eso me ayudó mucho a estar atento. Además, el sistema carcelario de Punta de Rieles te permite usar teléfono, por lo menos hasta ahora. Podés informarte, no estás tan cavernícola, como lo están en otros establecimientos. Imaginate estar 10 años sin comunicación para afuera.
Kung Fu estuvo en varias cárceles, como Comcar y la de Canelones. Pero llegar a Punta de Rieles fue como el principio de muchas cosas. Entre ellas, el ahora artista se conectó con mundos que antes no habían formado parte de su existencia, como el teatro. O la radio, que él y otros presos hicieron durante varios años desde la cárcel. El rap, en tanto, era parte de su vida pero no había tomado la preponderancia actual. “Tuve espacios para poder desarrollar eso y lo cultural fue clave para mí, para bajar la violencia. Yo era violento y ultraposesivo, en el sentido de que querer poseer cosas”, recuerda ahora.
Pero lo que fue un hito decisivo para él fue empezar a hacer yoga. “Por eso le agregué Ombijam a Kung Fu, que ya era mi sobrenombre. Porque Ombijam se llama el espacio de yoga en cárceles que dirige Pamela Martínez”.
Entrar a ese mundo lo impactó, afirma. Cuenta que cuando llegó se encontró con un espacio de mucha paz y tranquilidad. “Me impactó y empecé a aprender la esencia de respirar, de valorar elementos en los que uno no pensaba, como el aire, la tierra, el agua... Me conecté con lo primero que existe: los cuatro elementos. Sentí un equilibrio y empecé a ver el mundo de otra manera”.
La noción de “equilibrio” parece impregnar parte de la personalidad de Kung Fu. Como si el yin y el yang se disputaran parte de su carácter. O como si hubiese adoptado, como uno de sus lemas, el uruguayismo “ni muy muy, ni tan tan”.
Cuando habla de las drogas, por ejemplo, dice que no se “mata” como lo hacía antes. Pero tampoco es que se haya convertido en un abstemio. Dos por tres fuma marihuana o toma cerveza.
Recuerda cómo el yoga le hizo descubrir aspectos de su cuerpo y espíritu a los que no les había prestado atención. Pero no se hizo ni un asceta ni tampoco se metió en el frenesí del desarrollo deportivo del cuerpo. Va, eso sí, a una plaza cerca de donde vive para hacer ejercicios. Todo con aparente mesura y sobriedad; nada de extremismos.
Ese equilibrio también parece irradiar de su lenguaje corporal y la manera en la que habla. Cuando charla con Domingo en uno de los locales de Styrka —un lugar donde se aprende pole dancing y que dirige su cuñada Serrana—, transmite comodidad desde la silla, con su cachorra canina en brazos. Su voz, en tanto, rara vez da grandes saltos en volumen o incurre en modulaciones extravagantes. Esas particularidades vocales, parece, las guarda para cuando agarra un micrófono y empieza a rapear.
El rap y la cultura hip hop le son familiares desde la adolescencia. Tendría 13 o 14 años, dice, cuando se enteró de que en la Plaza de los Bomberos se juntaba gente como él, que le gustaba el rap e iba a “batallar” munida de sus rimas.
Ahí, agrega ahora, vio por primera vez a Viki, aunque faltarían aproximadamente dos décadas para que ambos conectaran como pareja
Cuando escuchaba rap, no entendía lo que decían los artistas más grandes del género en ese momento, como Eminem (ver Sus cosas), porque no dominaba el inglés. Pero había algo rítmico, algo en la manera de decir ciertas palabras, que lo atraía. Además, la cultura del hip hop le daba una sensación de pertenencia cultural. No eran solo las rimas: eran las ropas anchas, los accesorios, el grafitti... En un momento, pasó de escuchar a, como dice, “tirar palabras”. Tiraba y tiraba y quienes lo rodeaban reaccionaban con aprobación.
Verse en televisión
Hace poco, se confirmó que Kung Fu Ombijan será parte del programa de competencia culinaria Masterchef, que irá por Canal 10. Él mismo tuiteó la noticia desde su cuenta personal. “Me llamaron y dije que sí de una”, comenta entre risas. “Tal vez ahora, que tengo manager me demoraría más en contestar y seguramente lo tendría que hablar con él antes de definir, pero en ese momento me pareció que era una buena idea”.
—¿Por qué te pareció una buena idea?
—Es un programa cheto y está bueno que ese público pueda verme, que pueda ver a alguien como yo ahí.
—¿Y sabés algo de cocinar?
—No (risas). Soy mejor limpiando la cocina luego que haciendo la comida antes. Pero puede ser muy divertido.
No suena nervioso ni inseguro. Eso probablemente se deba a que Kung Fu tiene cierto kilometraje recorrido en cuanto a los medios. Cuando sacó su primer disco, Desahogo cultural, empezó a tener una presencia mediática que, él cree, aceleró su libertad: “Creo que me soltaron porque les salía demasiado en prensa. Era como ‘¿vas a tener en cana a alguien que está prácticamente rehabilitado?’”
—Ciertos artistas del rap a veces parecen darle cierto glamour a una vida delictiva. Vos viviste fuera de la ley y fuiste un delincuente. ¿Cómo ves todo eso?
—En mi caso, pasa por el sentido común: yo, por querer ser delincuente, no la pasé bien. Monetariamente sí, pero afectiva y sentimentalmente no. Tuve mucha pérdida. No quiero una vida de lujos, aunque si la puedo conseguir, bárbaro. Pero mi interés es estar bien física y mentalmente, bien con mis afectos. Yo no digo: “Aguanten los kilos de merca que tengo pa’ vender”. Ni loco.
—Una corriente de opinión en la sociedad piensa que quienes delinquen deben pasar lo peor posible mientras están privados de libertad. ¿Qué les dirías?
—Más que a esas personas, lo que me gustaría es decirle al Ministerio del Interior, al Instituto Nacional de Rehabilitación y todas las autoridades que identifiquen a aquellas personas que quieren hacer las cosas bien. Así como yo quise, hay muchos otros que quieren y que están haciendo las cosas bien para vivir distinto.
La conversación sobre el mundo carcelario continúa. ¿Alguna vez le tocó cruzarse con alguien que él haya calificado como irrecuperable? “No, porque antes de juzgar a alguien, me miro en el espejo. Todas las personas tienen cosas que pueden desarrollar, como yo pude desarrollar la radio o el teatro”.
¿Cuáles son sus próximos pasos? Seguir haciendo música y regresar a las cárceles pero como parte del equipo de Nada Crece a La Sombra, para dar talleres y aportar un punto de vista basado en la experiencia directa de varios años como privado de libertad. “Entro firme para hacer cosas que posiblemente puedan ayudar a otras personas. Hacemos de todo: planificamos y realizamos talleres socioeducativos (escribir, hablar sobre las distintas violencias, cómo resolver conflictos) y estoy convencido que puedo aportar un punto de vista para incentivar a otros”.
Kung Fu rememora su adolescencia, cuando iba a la Plaza de los Bomberos a compartir con otros como él la pasión por rimar con un ritmo como sustento. Entre sus pares, y antes de empezar a vivir fuera de la ley, descubrió a Eminem. Un amigo le regaló el primer disco y, como dice ahora, le “explotó la cabeza”.
¿Una plaza en particular o cualquier plaza? Kung Fu piensa: “Cualquier plaza”. ¿Por? “Me encantan las plazas. Porque es un lugar donde se vincula el arte y donde hay mucha gente. Es como la gente que va en un ómnibus, pero disfrutando (risas)”.
“Hay un DJ uruguayo que se llama RC. Lo conozco y él hace unas medias que me gustan mucho, las ‘pollo medias’, por los colores que usa”, dice y parece evidente que Kung Fu se fija en esos detalles. “A veces, vos agarrás unas medias de un color, violeta ponele, y ese color lo podés combinar con un gorro. Y ya está”.