La épica de una cachila centenaria: tuvo su fiesta de 100 años y convirtió a su dueño en el héroe del pueblo

Germán Canto quiere a su Ford T como a un hijo. Le festejó las 100 primaveras en julio y en setiembre recorrió más de 2.000 km en ella sin que lo defraudara. La historia de esta quijotada.

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Germán Canto con su querida Ford T de 100 años, que le permitió hacer un trayecto de más de 2.000 km.
Germán Canto con su querida Ford T de 100 años, que le permitió hacer un trayecto de más de 2.000 km.
Foto: Darwin Borelli.

Cuando Germán Canto -Cantito para los vecinos de Canelones- comentó que el 3 de julio de 2023 celebraría el centenario de su Ford T con una fiesta de gala, sus allegados lo tildaron de loco. No le importó y siguió adelante con su plan: en dos meses organizó un festejo para 80 personas con una impresionante torta, souvenirs y música en vivo en un hermoso salón canario (ver recuadro). El pasado setiembre, este señor de 76 años redobló la apuesta y sorprendió con otra extravagancia: contó que iría y volvería de un encuentro de Ford Trealizado en Córdoba en su adorada cachila. Cumplió, y después de hacer más de 2.000 kilómetros fue recibido en sus pagos la madrugada del 2 de octubre como un héroe, entre fuegos artificiales y banderas de Uruguay.

Detrás de cada Ford T, dice, hay una historia y el origen de su amor por este legendario coche clásico no tiene desperdicio. Fue el primer vehículo que tuvo el padre de Germán. El hombre era zapatero, había comprado un terrenito en las afueras de la ciudad de Canelones y le gustaba agarrar su cachila de 1926 y escaparse con su familia cada domingo hasta ese solar para comer un rico asado.

“Yo tenía 13 años, no me dejaba manejar pero me permitía prenderla, hacer dos cuadras en una calle cerrada hasta la Ruta 11, y dejarla rumbo a Canelones. Así me enamoré de la Ford T”, cuenta a Domingo este fanático que tiene hasta un museo de Ford T en su casa, ubicada en la ciudad de Canelones. Ahí atesora la única foto que sobrevivió de su padre con aquella entrañable cachila.

“Mis hijos crecieron, se casaron, me quedó su cuarto de estudio libre, lo agarré para mí y armé el rincón de la Ford T. Hice una vitrina, guardé todas las fotos de 35 años de actividad, busqué repuestos originales; tengo libros y recuerdos de todos los eventos en los que participé”, relata con orgullo.

Rincón Ford T: tiene un museo en su casa con fotos, repuestos, libros y recuerdos de los eventos a los que va.
Rincón Ford T: tiene un museo en su casa con fotos, repuestos, libros y recuerdos de los eventos a los que va.
Foto: Darwin Borrelli.

Su padre no le prestaba la Ford T pero él aprovechaba que los viernes se iba a comprar zapatos a las fábricas de la capital para robarle la llave doble que había en la casa y con 17 años salía en la cachila a darse dique por el pueblo. Reconoce que manejarla no es para cualquiera -“es bravo, tiene primera y segunda nada más, a pedal, tenés que quererla”, dice- aunque él aprendió solo. Tiene pendiente enseñarle a un hijo o un nieto para que su cachila trascienda generaciones.

“Este año o el que viene tendría que ponerme para que alguien de mi familia aprenda a manejarla. Desde el momento que aprendan y que anden, sé que va a quedar en la familia 20 o 30 años más. Ya tiene 100, va a tener 130 y cada vez va a valer más”, estima. Y enfatiza: “Jamás pensé en venderla, voy a morir con ella”.

100 primaveras

Supo la fecha exacta del armado de su Ford T de rebote. Yamandú Navarro envío un correo a un club de Estados Unidos que decía: ‘Un amigo tiene un Ford T motor N° 7.936.442 y quisiera saber cómo asociarse y cuál es el costo’. Le contestaron: ‘Su amigo tiene un modelo Touring hecho el 3 de julio de 1923 y el costo de asociarse es de U$S 28’. Eso pasó el 24 de noviembre del 1999, y desde entonces le festeja cada cumpleaños. El último festejo fue especial por ser el centenario. Lo planeó con dos meses de anticipación y no veía la hora de que llegara el día. Se vistió de gala para la ocasión y mandó a hacer souvenirs de recuerdo. Recibió a 80 invitados en el salón Entre Viñedos, ubicado en las afueras de Canelones, y armó distintas mesas: dos para las autoridades de los clubes de autos que integra; una para los mecánicos, el tornero, y más personas de oficio que mantienen su cachila impecable (a ellos les hizo un reconocimiento frente a todos); otra para los cachileros, una para su barra de café del Teatro Politeama, y varias para sus familiares.

La torta con el frente de la cachila que dejó boquiabiertos a los invitados en la fiesta de cumpleaños.
La torta con el frente de la cachila que dejó boquiabiertos a los invitados en la fiesta de cumpleaños.
Foto: Diego Chimuris

“Fue una fiesta maravillosa, llevé un saxofón y un clarinete, hice la torta con el frente de la cachila. Vinieron 25 Ford T de todo el país”, repasa con orgullo. Lustró su Ford T el día antes del festejo y confiesa que esa tarde, en el garaje, lagrimeó de la emoción: “Es un sentimiento muy fuerte, no se compra con plata, nace del corazón”.

Pasión

Maneja un sinfín de datos curiosos sobre su Ford T. Cuenta que perteneció a tres José antes de que llegara a sus manos. Primero la tuvo un político canario del Partido Nacional, José Rosas y Funes -“la usaba para hacer las campañas, llevaba y traía gente los días de elección”, acota-, luego pasó a José Sosa -trabajador de una bodega canaria- y por último a José Nogués. Fue a ese señor que, después de un par de idas y vueltas, se la terminó comprando Germán.

Una tarde, 35 años atrás, pasó por la plaza de Canelones, la vio estacionada frente a la catedral y deseó con todas sus fuerzas que fuera suya. Entró a la farmacia Tanco, le preguntó al dueño por esa Ford T y el hombre le reveló: “Es de Palito Nogués, fue empleado tuyo en la empresa que tenías y trabaja en la intendencia”.

“Me fui corriendo a la intendencia a preguntarle y la tenía para la venta. Me pidió algo normal, pero no estaba en condiciones y se me pudrió el mate”, relata. Al poco tiempo se volvió a topar con la cachila de sus sueños en el último remate de autos clásicos que hizo Straumann en Montevideo. La vio parada a media cuadra del evento y pensó ‘si no la vende, es mía’. Dicho y hecho. No pudo venderla y llegaron a un acuerdo: la pagó US$ 3.500 en cuotas y se la llevó a los seis meses.

“Pasé un año armándola (la restauré, la pinté) y la tuve ocho meses terminada sin presentarla a la sociedad (aunque estaba deseando andar) porque quería estrenarla en el cumpleaños de 15 de mi hija. Llevé mariachis, la recibieron. Y después casé a mis tres hijos con ella”, cuenta.

Quiere a su Ford T como a un hijo más. Le lleva dinero mantenerla pero no le pesa: está toda original y no la deja venir abajo. Cuando la lustra, confiesa, es como si la acariciara. Habla con la cachila y cada vez que anda de maravilla, le besa un tornillo en medio del volante y la anima con un ‘dale, mi Negrita, vamo’ arriba’.

Patriada

Germán y su copiloto Diego Ciganda, con la bandera canaria, durante el encuentro de Ford T, en Córdoba.
Germán y su copiloto Diego Ciganda, con la bandera canaria, durante el encuentro de Ford T, en Córdoba.

Lleva hechos 42.000 kilómetros en 35 años y tiene registro de todos los viajes que realizó con la Ford T. Recorrió el país entero: a Punta del Este, por ejemplo, fue 40 veces. El primer paseo largo que hizo fue al Chuy y lo filmó en Súper 8. Tardó 12 horas en volver porque había tormenta y tuvo que darle manija al limpiaparabrisas durante todo el trayecto porque es manual. “Fue una de las emociones más grandes que tuve con la Ford T”, reconoce quien asiste a todos los eventos vestido de época, ya sea de gala o de granjero.

La ida a Colonia Caroya, en Córdoba, fue la travesía más larga que hizo hasta el momento (si bien una década atrás había ido a Corral de Bustos, 100 kilómetros antes de Córdoba capital, junto a Raúl Stábile, e incluso publicaron un libro con fotos y relatos de ese viaje). Esta vez, salió de Canelones el 27 de setiembre junto al copiloto Diego Ciganda, arquitecto, dueño de una Ford A y aficionado a los fierros, y manejó 14 horas hasta Victoria, localidad entrerriana próxima a Gualeguaychú, a 50 km/h: “No te cansás, es un disfrute, en mi auto voy a 90 y estoy rabioso”, compara.

Hicieron ese primer tramo sin parar, salvo en estaciones de servicio y una escala en el monasterio de los vedelitinos, en Villa Guadalupe, para “pedirle al barbudo” que les diera suerte, algo que es tradición cuando viaja con su cachila. Durmieron cuatro horas en un hotel de Victoria y partieron rumbo a Colonia Caroya: tardaron otras 14 horas en llegar a destino.

Los otros 40 dueños de Ford T, que habían llevado sus coches en tráilers al encuentro, no acreditaban cuando vieron llegar a Germán en su cachila.

“No podían creerlo. ‘A tu edad, hacer esto’, me decían. Hablé en el evento y dije ‘es una patriada, una locura mía, está saliendo todo bien, todavía tengo que regresar, pero lo que quiero demostrarles a todos es que tenemos un tesoro: esta cachila los lleva a cualquier lado, ustedes son los que no se animan. Ponele nafta y te lleva, si la tenés en condiciones’. Me aplaudían y es la verdad”, cuenta. Con gran sinceridad, también les lanzó: “Para mí, como todos ustedes llevan la cachila, en un tráiler, es como llevar a Obdulio Varela o a Messi en silla de ruedas”.

El retorno en su Ford T fue más tortuoso: se les rompió un vidrio, les dejó de cargar el dínamo y tuvieron que hacer varias maniobras para evitar quedarse sin batería. Los agarró un diluvio en Mercedes, no veían nada, y un tramo que se hace en 15 minutos les llevó tres horas. Dos de sus hijos, su esposa y sus nietos lo sorprendieron en Soler (San José): lo recibieron con la bandera y al grito de Uruguay. “En la rotonda de la rueda, en la Ruta 11, me esperó un montón de gente con fuegos artificiales, la madrugada del 2 de octubre. Fue una locura”, dice maravillado sin caer aún.

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