AUTOS
Alcanzó el sueño de destacarse internacionalmente como piloto de drifting, una modalidad que tiene cada vez más popularidad en el mundo de las carreras de autos.
Para los que no forman parte del mundo “tuerca”, el drifting puede ser un concepto novedoso. En un universo acostumbrado a la velocidad y la acumulación -cuanta más, mejor- “driftear” (?) es una modalidad llamativa: no gana quien cruza la meta primero, sino el que lo hace “mejor”. Fernando Montero, conocido como Monti en el drifting, es el único uruguayo que ha logrado destacarse en este ambiente, que atrae a cada vez más seguidores, sponsors y curiosos.
En pocas palabras, el drifting es una manera de conducir que implica que el auto está todo el tiempo a punto de derrapar. Es como estar todo el tiempo haciendo equilibrio y nunca caer. O siempre estar a punto de perder el control pero recobrarlo a último minuto (o segundo).
Luego, entran a tallar muchas variables: el ángulo con el cual el vehículo toma una curva, cuánto humo le saca el piloto a las llantas, el “show” que hace el piloto durante la carrera, cuán cerca y cómo pasa los conos en la pista... Todo eso es juzgado por jurados especializados que evalúan y puntúan a los pilotos. En cierta manera, es como una competencia de patinaje artístico, donde se valoran variables que para legos resultan misteriosas.
Nada de eso es la primera impresión que causa Monti cuando se lo encuentra en su ámbito de trabajo. Ahí es Fernando Montero, médico con un reciente posgrado en farmacología obtenido en Harvard y, además, acupunturista destacado, aunque él mismo se baja el precio en ese rubro: “Todo lo que he hecho es seguir en el camino ya abierto por mi padre”, cuenta.
Se saca el tapabocas y se sienta atrás de la placa de policarbonato que tiene en su consultorio para hablar de su pasión.
Todo empieza en Japón y en la serie de dibujos animados (animé) Initial D. En esa serie, el protagonista tiene que repartir queso tofu de un pueblo a otro, explica Montero. “El padre del protagonista le dice que tiene que entregar el queso, que flota en agua, sin que se resquebraje. Tiene que hacerlo rápido, en la madrugada”.
A esas horas, se hacen picadas ilegales en las sinuosas y montañosas rutas donde transcurre la serie y el protagonista pasa por ahí manejando de una manera que a los otros conductores les resulta curiosa. “El protagonista conduce un Toyota Trueno y el personaje está basado en una persona real: Keiichi Tsuchiya, el rey del drifting. Yo veía esa serie de chico, y un día me entero que había un Toyota Trueno, el único que había a la venta. Quise comprarlo pero no pude. Una y otra vez, lo compraba otra persona porque yo nunca llegaba con la plata”, relata.
Pero Montero se propuso hacerse del auto y, como él explica: “Tengo Síndrome de Tourette, y una de los rasgos de eso es una personalidad con trastorno obsesivo compulsivo. Me pongo algo en la cabeza y...”, cuenta y hace el gesto de que va a seguir y seguir hasta conseguirlo.
Efectivamente, al final se compró el Toyota Sprinter Trueno (o AE86), que no estaba en las mejores condiciones. Le ponía más aceite que nafta, de tan “quemado” que estaba el motor. Pero también se propuso emular a Tsuchiya y empezar a driftear.
Paso a paso fue mejorando su auto: un detalle acá, otro detalle allá. En el camino que duró 10 años fue haciendo amigos y conocidos que hoy forman parte de su equipo, que abarca en total a 11 personas. Y el auto luce hoy como uno de museo: impecable por donde se lo mire. No solo lo usa para correr. También lo mejoró estéticamente. No hay cables que estorben la vista en el motor, por ejemplo.
“Es el auto favorito de Tsuchiya”, dice con orgullo y cuenta que el auto tiene 3.200 horas de trabajo encima. “Todo gracias al equipo. Yo lo único que hago es manejarlo. Y le doy palo y palo”.
Tuvo que aprender a derrapar de manera controlada por su cuenta. Iba hasta la pista de El Jagüel a practicar, solo, y pasaba tardes enteras. “Al principio me miraban raro y se reían, pero igual me aceptaron. Yo no tenía a quién consultar: miraba videos y aprendía de ahí”.
Dos años estuvo así, hasta que empezó a dominar el estilo. La primera vez que lo consiguió, lo embriagó una sensación de felicidad. Y siguió. Pero no era solo felicidad por alcanzar lo que se había propuesto. El drifting, para él, también es terapia. “Como la acupuntura. Y como el jiu-jitsu, que también practico. Una de las cosas de tener Síndrome de Tourette es que te cuesta controlar tus movimientos, te cuesta dominar tu cuerpo. La acupuntura, las artes marciales y el drifting son todas formas de poder controlar mi cuerpo. Si no pudiera controlar mi enfermedad, no podría estar hablando contigo, estaría desbordado. Cuando manejo, no solo controlo al auto, también controlo mi cuerpo”.
Pinchar a todos y a todas
“Mi padre marcó un antes y un después en la acupuntura”, dice Fernando Montero en su consultorio. Gracias al trabajo de su progenitor, él ha accedido a una clientela con alto poder adquistivo e influencia: “Empresarios, deportistas... ¿Políticos? Los que quieras: salvo a Mujica, los pinché a todos. En el mundo del deporte tuve pacientes como Juan Pedro Damiani, que me dio acceso a clubes como Real Madrid, o amigos de él como el expresidente argentino Mauricio Macri, a quien hoy pincharía si no hubiese pandemia. Igual, todo el mérito es de mi padre. Antes de él, la acupuntura era esoterismo y energía. Hoy es medicina”.
Esto le da pie a Montero para algo de humor negro: “¿Viste el personaje de Toretto (interpretado por Vin Diesel) en la saga de Rápido y furioso? Bueno, hola... Touretto...”, dice y es imposible no reírse con él en ese momento. Cuando las carcajadas amainan, Montero sigue contando que luego de empezar a dominar el derrape, comenzó a soñar con ser piloto profesional de drifting. “Imposible en Uruguay. Es como querer ser profesional de esquí de montaña. La gente me preguntaba qué quería lograr y yo les respondía que quería vender lo que hacía fuera de Uruguay, en otros países”.
Otra vez la obsesión, la determinación a conseguir algo. A través de las redes sociales, empezó a hacerse más y más conocido. A tal punto ha logrado difundir su nombre que hoy es amigo de Tsuchiya y de varios pilotos de elite, además de contar con marcas como Monster y Toyo como auspiciantes.
Y este año iba a debutar como piloto profesional (hasta ahora, ha realizado muchas exhibiciones), pero la pandemia le frenó esa posibilidad.
¿Se lamenta? No. “Para este año, tenía dos viajes: uno a El Salvador, en donde iba a ser el invitado de honor de Tsuchiya en la reunión mundial de Toyota, y otro a Perú, donde iba a hacer mi primera carrera profesional. Antes del viaje a El Salvador, una de mis metas era llegar a los 50.000 seguidores en mi cuenta de Instagram. Lo que la pandemia provocó, entre muchas otras cosas, es que se cortó todo: rally, Fórmula 1, todo... Entonces, ¿qué pasó? Revistas argentinas importantes, especializadas se quedaron sin contenidos. Y buscando, me descubrieron y me hicieron notas. Sin pandemia, me hubiese resultado mucho más difícil entrar ahí. Otra cosa que ocurrió es que la gente pasa más tiempo frente a las pantallas y si ves mi cuenta de Instagram verás que hago videos con humor, contenidos divertidos. No pude viajar a El Salvador o a Perú, pero ¿la meta de conseguir 50.000 seguidores? Actualmente, tengo 200.000 seguidores. Nunca hubiese conseguido los sponsors que tengo sin esa cantidad de seguidores. La pandemia, y también tener Síndrome de Tourette, me ayudó. Porque nadie me va a dar para atrás. Todo pasa por algo”.