La historia de Mirta Vanni, la primera mujer piloto profesional del Uruguay

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Mirta Vanni, primera piloto profesional del Uruguay
Nota a Mirta Vanni, aviadora uruguaya, en su domicilio en Montevideo, ND 20200224, foto Juan Manuel Ramos - Archivo El Pais
Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

DE PORTADA 

La pasión por los aviones la acompaña desde la infancia. Fue jefa del Servicio Aéreo del Ministerio de Ganadería y la única mecánica de aviones del país.

No se trata del riesgo que tiene atravesar la Cordillera de los Andes con un avión de fumigación, lento y con poca autonomía de vuelo. Tampoco de sentir miedo por estar en el cielo sola y atravesar las nubes y enfrentarse al vacío. No se trata de que los pies se congelen hasta no sentirlos por volar tan alto ni de asustarse ante los inconvenientes. Se trata, siempre, de saber qué hacer: con el avión, con las nubes, con las montañas y con la soledad del cielo. Se trata de estar preparada para entender que a veces es mejor retroceder que seguir avanzando. De tener certezas, de no dudar, de comprender. Se trata de estar preparada para atravesar el continente, perderse entre las nubes aunque sean como pelotas de papel que no dejan pasar la luz y de encontrar el mejor camino para volver a casa.

Los aviones se necesitaban sí o sí. Había que fumigar varias zonas de Rocha y los que tenía el Servicio Aéreo del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca estaban ocupados en otras misiones de fumigación. También estaban ocupados los pilotos. Había que traer dos nuevos aviones de Estados Unidos de apuro y ponerlos en la bodega de un barco era un riesgo. Iban a tardar demasiado en llegar. La única manera era traerlos en vuelo.

Mirta Vanni, primera piloto profesional del Uruguay, era la jefa del Servicio Aéreo del ministerio y sabía de la urgencia de tenerlos a disposición. Le dijo al jefe de pilotos, un militar retirado que estaba a su cargo, que lo único que se le ocurría para que llegaran a tiempo para frenar las plagas que destrozaban los campos del país era que ellos dos fueran a buscarlos a Estados Unidos. Y fueron.

Salieron desde Texas. Eran los primeros años de la década de 1960 y la primera vez que Mirta iba a hacer un viaje tan largo, pero no tenía miedo. Volar nunca se trató del miedo. Sentía preocupación, eso sí. Había que resolver muchas cuestiones estando en el aire y había que resolverlas bien: pasar por el Atlántico o por el Pacífico, cruzar la Cordillera por el medio o ir por el sur, avanzar sin saber cómo estaría el tiempo más adelante o retroceder y esperar para que todo fuese más seguro.

Mirta eligió cruzar por la zona del Pacífico. Eligió retroceder cada vez que le pareció necesario. Eligió, después, hacer el cruce de la Cordillera por el sur, incluso cuando ese era el camino más largo, el mismo lugar en el que algunos años después se caería el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya y se transformaría en una de las mayores tragedias de la historia aérea. En el primer intento de atravesarla tuvo que regresar porque las nubes cubrieron las montañas y le quitaron visibilidad. La segunda vez lo logró pero la zona de aterrizaje estaba complicada así que tuvo que improvisar y descender en una base militar argentina.

Aterrizó y se quedó sentada adentro del avión. Era un avión fumigador monomotor y monoplaza, de 600 caballos de fuerza que tenía capacidad para cargar una tonelada de insecticida. Ese tipo de aviones no tenían calefacción y volar tan alto hacía que la temperatura de la nave le congelara los pies.

Cuando se recuperó se peleó con los militares hasta que entendieron que el avión estaba autorizado. Y que ella era una piloto profesional. La primera, la jefa del Servicio Aéreo que ella había montado y para el que estaba trasladando la nave, la que había hecho un curso de mecánica porque nadie más de su equipo sabía cambiar el aceite o arreglar la bujía de un avión. Mirta Vanni, la mujer que estaba al mando de un grupo de hombres, la que estuvo para demostrar que las mujeres también podemos volar.

Por el aire

Mirta Vanni tiene hoy 96 años
Mirta Vanni tiene hoy 96 años. Foto: Juan Manuel Ramos

Mirta tiene 96 años, habla bajito, camina lento pero sin titubear. Vive en un apartamento sobre una avenida transitada y arbolada de Montevideo con sus dos perras que son madre e hija —“La mamá el año pasado tuvo cuatro cachorros, mi hija se quedó con dos, a otra la dimos y a esta me la quedé yo. No debí haberme quedado con ella, pero me dio lástima sacarle todos los perritos, ¿sabés?”— Su casa es un lugar que, a simple vista, no tiene rastros de aviones ni de vuelos. En el living de paredes amarillo pálido hay tres sillones, una mesa ratona sobre la que Mirta apoyará un vaso de Coca Cola envuelto en una servilleta de papel que me ofrecerá “para aliviar el calor”, un mueble amplio, plantas, algunos cuadros, una mesa con un centro de flores blancas y una lámpara que encenderá ni bien empiece a irse el sol.

Después de pasar un pasillo, Mirta abre la puerta de una pieza chiquita que está iluminada por una ventana y una persiana a medio levantar. La habitación está llena de fotos: Mirta en un avión uruguayo, Mirta cuando hizo el curso de piloto profesional, Mirta cuando fue a Estados Unidos, Mirta con los aviones y pilotos del Servicio Aéreo, Mirta en el aire, Mirta en paracaídas.

Los recuerdos de la vida de Mirta Vanni
Los recuerdos de la vida de Mirta Vanni. Foto: Juan Manuel Ramos

Con las fotos vienen los recuerdos. Y con los recuerdos las historias, que le salen como si contara un cuento, como si cada momento de su vida pasara por delante de sus ojos mientras las recuerda. Habla, por ejemplo, de la vez que decidió, como directora del Servicio Aéreo, sacar unos aviones por la noche sin permiso de Aduanas por la urgencia de fumigar.

“Estando en el ministerio aprendí tanto sobre la burocracia. Esa vez habíamos traído una tanda de aviones de Estados Unidos; eran 4 o 5. Yo había arreglado con la Fuerza Aérea para que me comprara los repuestos o los aviones que necesitábamos allá y para que me mandaran la documentación enseguida. Le mandé todos los documentos a la Aduana diciendo que los aviones venían en vuelo y pidiendo que por favor me hicieran los despachos. Llegaron y los despachos bien gracias, no se sabía nada”, dice, sentada de piernas cruzadas en el sillón que da a un ventanal mientras acaricia a una de las perras. “Mientras, había un problema de plagas en el norte del país que estaba haciendo mucho daño y no me alcanzaban los aviones que tenía para mandar a las bases de operación del interior. Necesitaba sí o sí los que habían llegado. Hice todas las gestiones en la Aduana y nada. Le pedí al ministro si podía hacer algo y me dijo que no, que yo hiciera lo que me pareciera. Y dije ‘ah, si puedo hacer lo que me parezca, macanudo”.

Mirta mandó a los mecánicos a poner en condiciones los aviones por la noche y le dijo a los pilotos que se los llevaran y empezaran a trabajar antes del amanecer. Después le mandó una carta al aduanero. Cuando llegó a la oficina se encontró con la carta y sin los aviones.

Recuerda, además, cuando Wilson Ferreira Aldunate estuvo al frente del ministerio y ella, para conocerlo, lo llevó personalmente en avión desde Montevideo hasta Rocha, donde el ministro tenía campo. En ese viaje Wilson le dijo que en su despacho tenía un expediente en el que pedían “su cabeza”. Era, claro, por haber sacado los aviones sin permiso de la Aduana. Y también cuenta que por aquella época Wilson la mandó, de un día para el otro, por tres meses a Nueva Zelanda para aprender nuevas técnicas de fumigación. Cuenta también que contrató a las únicas dos pilotos mujeres que tuvo el Servicio Aéreo, “más responsables que los pilotos varones en algunas cuestiones”.

Pero los recuerdos van más allá. Más allá de los vuelos, de la Cordillera y del ministerio. La pasión de Mirta por los aviones es anterior a la burocracia, a las fotos e incluso a Montevideo.

Mirta Vanni en uno de los viajes a Estados Unidos
Mirta Vanni en uno de los viajes a Estados Unidos

El primer inicio de esta historia es en Punta Piedras, una zona en las afueras de Carmelo, departamento de Colonia. Allí nació y vivió hasta los 7 años y, a veces, por encima de su casa pasaba “una especie de helicóptero que iba de Argentina a Uruguay”. Todos los días Mirta salía y miraba hacia arriba para verla pasar.

El tiempo en Punta Piedras pasaba lento. Le dejaba lugar para jugar en la calle, para pescar, para nadar. Después dirá que al agua le tiene “mucho respeto”, que a su hija le gusta el buceo y a ella la pone nerviosa que ande por abajo del agua, que en su infancia vio algunos accidentes en el río Uruguay que la marcaron.

Cuando su familia se mudó a Carmelo no le gustaba la ciudad ni la escuela ni su nueva vida. “No podían conmigo, la verdad; di bastante trabajo. No me gustaba la escuela, me pasaba jugando con los varones”. Pero en Carmelo, recuerda, había un señor hijo de un alemán que tenía un avión particular. Todos los días Mirta iba al campo de aviación para verlo volar. “Hasta los 13 años estuve mirando aviones”, dice como queriendo explicar que la vocación estuvo ahí desde siempre, que no había otro futuro posible que no fuese el del aire. “Siempre tuve la ilusión de poder volar”.

A esa edad murió su padre y ella y su madre se tuvieron que mudar a Montevideo. En una nueva ciudad, más grande que la otra ciudad, mucho más lejos del cielo que miraba en la infancia. Dice que le costó mucho adaptarse a la capital. “Es tan distinta la vida acá, el entorno, todo”. Se instalaron en un apartamento en Ejido y Paysandú y durante los primeros años Mirta cursó el liceo.

“Después decidí que quería trabajar, fui a academias a aprender dactilografía y conseguí algún trabajito por mi cuenta. Hasta que después vino la guerra y en 1941 me inscribí en los servicios voluntarios del Estado para hacer el curso de enfermera. En un momento se brindó un curso que se llamaba ‘enfermera de avión’, que era cualquier cosa, no tenía demasiado sentido pero como escuché que decían ‘avión’ me inscribí”.

Ese es el segundo comienzo de esta historia. Porque después, enseguida, abrieron una beca para que las enfermeras voluntarias pudieran hacer el curso de piloto amateur en el Aeroclub. Mirta tenía 16 años. Se inscribió pero no era la primera en hacerlo. Ya había entre ocho y 10 enfermeras. “Por eso yo no fui la primera piloto del Uruguay. Pero enseguida me decidí a hacer el curso de piloto profesional. Así que sí fui la primera piloto profesional del país”.

En 1943 recibió el Bervet Profesional Clase B que la dejaba habilitada para pilotar profesionalmente. Un año después Pluna hizo un llamado para pilotos profesionales y Mirta se presentó.

“Yo tenía 19 años pero estaba calificada, tenía mi patente. Pero el que seleccionaba a los aspirantes era un americano y me dijo ‘mujeres acá no quiero’. Y no hubo caso. No me explicaron nada más. Yo quería ser piloto para volar en una aerolínea pero no pude entrar”.

En ese momento Uruguay vivió una gran invasión de langostas y el Estado compró tres aviones de fumigación. “Era una novedad acá porque no se conocía ese tipo de aviones. Pero ahí vi la oportunidad y me presenté al Ministerio de Ganadería y entré como piloto”.

El Servicio Aéreo del Ministerio empezó a crecer y ella fue nombrada directora. Hizo el curso de mecánico de mantenimiento de aviones para solucionar los inconvenientes que surgieran con su flota y se transformó en la única mujer en obtener esa calificación en Uruguay. Mandó a crear los hangares para los aviones en Melilla y se encargó, con disciplina, con detalles y con pasión, de cada misión que le encomendaron a su gente.

Lo que vino después fueron 30 años de anécdotas, de recuerdos que quedaron fijados en fotografías, de horas de vuelo, de luchas que dio sola para que su servicio fuese el mejor, de premios y condecoraciones y de ascensos.

Mirta nunca se cansó de volar porque las pasiones nunca se terminan. Cuando cumplió 80 años para celebrarlo se tiró en paracaídas. “Es muy agradable, ¿sabés? Uno cree que cae como una piedra y no es así, el aire te sostiene mientras flotas, te sostiene y te sostiene y vas cayendo despacito. Volar es muy agradable, ¿sabés?”

Otras mujeres que se dedican a volar

Cree, Mirta, que su historia es pasada, que sería mejor que se escribiera la historia de las mujeres que están ahora volando, que también han marcado la historia, que no son muchas pero que cada vez son más.

Una de ellas es la Teniente 1º (Aviadora) de la Fuerza Aérea, Carolina Arévalo, que es piloto de helicópteros e hizo su primera misión de paz como copiloto en Etiopía en 2008, de acuerdo al archivo de la página de Presidencia. “Carolina estuvo en el Congo por mucho tiempo y ahora es parte de Naciones Unidas”, cuenta Mirta. Carolina fue la primera mujer uruguaya en integrar las tripulaciones de los vuelos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

Además Mirta menciona a Valeria Ramos, la primera piloto mujer de Pluna. Valeria, que primero quiso ser astronauta y después paracaidista según contó en el documental Trabajadores ALAS Uruguay, fue una de las pilotos que luego del cierre de Pluna pasó a trabajar a Alas Uruguay.

Si bien a nivel mundial las mujeres piloto siguen siendo la minoría (5,18% de acuerdo a la Asociación de Pilotos de Línea Aérea Internacional), de a poco algo está cambiando.

Tres décadas en el ministerio 
Mirta Vanni, única mecánica de avión del Uruguay

Mirta Vanni fue parte del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca durante tres décadas. Ingresó como piloto del Servicio Aéreo y fue nombrada jefa de esa área. Allí tuvo a su cargo a una planilla de 11 pilotos entre los que solo había dos mujeres que fueron contratadas por ella.

Con el tiempo fue designada como directora general del plan Cinco del Ministerio que consistía en supervisar a cinco direcciones diferentes. Aunque al principio le costó aceptar porque creía que los directores de cada área, todos hombres y profesionales universitarios la rechazarían, luego de un tiempo, aceptó.

Su último puesto antes de retirarse fue como subdirectora general del ministerio.

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