Cuando uno pone un pie en cualquiera de las casas ubicadas en Sarandí 239 y 241 —dos fincas linderas que se encuentran en distintos padrones y pertenecen a la misma dueña— lo abraza el arte y respira comunidad. Las sillas y mesas patas para arriba, los sillones de antaño, los restos de escenografías usadas, las paredes revocadas, los altos techos a medio terminar y hasta un aljibe en medio del salón dan cuenta de unespacio en remodelación lleno de vida y cargado de proyectos artísticos.
Este lugar, que estuvo 15 años abandonado y llegó a ser ocupado en períodos breves, volvió a nacer cuando Tomás de Urquiza y Micaela Larrocca di Agosto decidieron alquilarlo, restaurarlo y crear un refugio cultural al que bautizaron La Madriguera. Desde entonces, la frialdad y las ruinas quedaron atrás para dar paso a un cálido y ameno rincón de expresión de los que ya no abundan: cualquier vecino puede acercarse y presentar su proyecto artístico, participar de los talleres culturales que se dictan, rentar el espacio para ensayar o simplemente compartir y dialogar en la cantina.
Un dato: no cobran un fijo por el uso del espacio, sino que es a voluntad. Se trata de una filosofía que importaron de Ensayo Abierto —espacio cultural en Ciudad Vieja donde vivían antes de desembarcar en esta casona— y es parte de la esencia del proyecto.
Esa modalidad surgió en pandemia, cuando los artistas atravesaban momentos económicos críticos, y resultó una alternativa interesante para mantener con vida los espacios y la cultura. Las personas y colectivos, cuenta Micaela a Domingo, deciden su aporte y lo comunican con el único fin de tener las cuentas claras. Si bien se han cuestionado si seguir por esta línea o no (porque a veces no dan los números), esta dinámica ha hecho que la energía de intercambio fluya con más facilidad: “Llegan donaciones, alguien va a tirar algo y nos lo ofrece. Es autogestión de verdad”, afirma la actriz.
Micaela y Tomás se cargaron la casa al hombro y la transformaron poniéndole cuerpo, alma, manos, y sobre todo su vibra. A la semana de habitarla, en marzo de 2021, aunque faltaran cientos de arreglos, ya se sentía diferente: “La energía fue lo primero que entró a la casa y la transformó”, opina Alejandra García, otra pieza clave para que este engranaje echara a andar. Esta integrante del Laboratorio de Improvisación Teatral (LIT) fue una de las que colaboró con su recibo de sueldo para que el contrato de alquiler pudiera firmarse y donó unos US$ 300 para esta causa: por eso Micaela y Tomás bromean con que es “la dueña” y una suerte de mecenas.
En su primera visita a Sarandí 239 y 241 y, a pesar del estado de deterioro y abandono de la finca, Alejandra supo que era el lugar indicado. La idea inicial era que ella también se mudara pero “cuestiones de la vida”, dice a Domingo, la llevaron a instalarse en otro sitio, aunque siempre está cerca y unida a través de distintos proyectos.
La Madriguera tiene mucho de Micaela y Tomás, pero también adquirió personalidad propia. Este refugio cultural en recuperación —“es habitable pero siempre hay cositas para mejorar”, según Tomás—muta constantemente e incorpora algo de cada propuesta que lo atraviesa. Todo lo que pasa por la casa —una obra, un colectivo que hace una residencia, un taller, un ensayo— imprime su huella en objetos, una forma de armar los espacios o una energía especial, detalla Alejandra. Y remarca: “Es increíble la metamorfosis de esa casa que está creciendo y creciendo”.
Las actividades no cesan: hay dos talleres de actuación y pronto se abrirá uno de canto; una obra en cartel (Sueño de la procesión de sus muertos) y varias por estrenarse. Los vecinos agradecen que se haya levantado un gigante en ruinas y que su excelente programación regale a la zona un movimiento cultural que no tenía.
Reciclar
Micaela y Tomás estaban algo “atomizados” del trabajo cultural en Ensayo Abierto y habían decidido mudarse a un lugar que fuera más parecido a una vivienda convencional. Buscaban algo cerca de este centro cultural que los había abrazado durante la pandemia para poder seguir militando con ese colectivo. Visitaron unas 10 casas y apartamentos por Ciudad Vieja y nada los convencía (por tamaño o precio), hasta que un día a Micaela le saltaron estas dos casas inmensas en Mercado Libre, cuyas fotos delataban que necesitaban una gran restauración —no tenían saneamiento ni conectada el agua— pero algo les llamó la atención, siguieron la corazonada y sus planes dieron un vuelco de 180 grados.
‘Esto es una locura, pero mirá lo que encontré’, le dijo Micaela a Tomás mientras le mostraba la publicación. ‘No es lo que estamos buscando’, le contestó él. “Ya habíamos compartido algunas ideas de proyectos culturales pero las pensábamos para otro momento. ‘Es la oportunidad, es la oportunidad’. Y se cambió la idea inicial de descansar un poco”, cuenta Tomás sobre el arriesgado comienzo.
La fueron a ver tres veces antes de firmar el contrato de alquiler. Pusieron la rúbrica después de meditar bastante, negociar un buen precio y lograr congelarlo por varios años: “Estaba barato para la superficie que es, pero había mucho por hacerle para que fuera habitable y para el uso que le queríamos dar”, justifica Tomás.
Los primeros días les tocó dar una “batalla sana” a unas 40 palomas que habitaban la casa y pasaron varios meses sin luz: “Son los recuerdos más lindos porque dormíamos en la salita de adelante, la que hoy es el teatrito, en un colchón en el piso y alumbrándonos con velas. Era remontarse a otra época”, dice Micaela.
El primer paso fue conectar el agua para que llegara al baño. La restauración arrancó por el teatrito: era el sitio con menos humedad de la casa por ser el más iluminado y ventilado. “Fuimos de afuera hacia adentro y lo primero que arreglamos no fue para vivir”, cuenta Micaela. Y aclara que la decisión de no hacer grandes cambios edilicios fue por el ánimo de intentar conservar la estructura original de la casa.
Enseguida empezaron a aparecer manos amigas para ayudar, entre ellos un adolescente de 14 años que vive en el edificio de enfrente a quien Tomás conoce del barrio. Los primeros en sumarse fueron Sebastián Torres (ver recuadro) y su pareja Leticia Garibotti. “Vinieron a conocer la casa y se coparon. Leticia y su hija de 10 años nos pidieron alojarse unos meses que terminó siendo un año y medio porque se tenían que mudar de La Teja al Centro. Ellos fueron la principal ayuda”, reconoce Tomás.
No llevan la cuenta de cuánto han gastado pero esta actriz y este educador y actor calculan que solo el primer año invirtieron unos US$ 3 mil. Ayuda e impacta mucho en los números las donaciones de muebles y escenografías en desuso que les acercan distintos colectivos de teatro. Compran mucha cosa en remates y ha sido clave la cultura de reciclaje: “Hicimos restauraciones con cosas que sacamos de otra habitación o que nos encontramos en la volqueta. Tenemos un grupo de WhatsApp con Sebastián y Leticia que se llama Volquepuntos: cualquiera que va por la calle y ve un armario, tablones o lo que sea que pueda servir, lo manda ahí”, relata Micaela.
La idea del nombre La Madriguera, cuentan, surgió a raíz de un episodio poco feliz. En una de las primeras cenas a la luz de las velas, la pareja oyó un sonido extraño y agudo que venía del fondo de la casa, y al acercarse se encontraron con una rata. El roedor chillaba y chillaba. Y Arandela, una de sus gatas, los miraba con cara de ‘no puedo con esto’. “Ya estábamos buscando un nombre y a partir de ese episodio, y que el espacio es tan grande y con tantos laberintos, apareció La Madriguera. Buscamos la definición y salió que es un lugar de refugio, con muchos recovecos, que se construye frente a las inclemencias del tiempo y ahí dijimos ‘La Madriguera, refugio cultural’”, explica Micaela.
En el logo aparece Arandela: Micaela la adoptó en Ensayo Abierto, se crio alrededor del arte y es parte de la identidad del lugar, al igual que Pfizer, otra gatita que apareció cuando ya estaban en la calle Sarandí. “Siempre sale en las fotos de las obras y videos que se filman acá, se roba el protagonismo y termina en los afiches”, comenta Micaela.
Hace un año que el músico y actor Sebastián Torres empezó a limpiar y prolijar uno de los cuartos de La Madriguera para convertirlo en una sala de producción musical para cine y teatro. No es una sala convencional: está hecha con materiales 100% reciclados. Estar en el grupo de WhatsApp Volquepuntos ha sido clave en este desafío: usó camas viejas, puertas, ventanas, roperos, tablas, maderas y cartones encontrados en contenedores. Los equipos e instrumentos ya los tenía (hace 20 años que toca el bajo y compuso la música de la obra Autopsia sobre lo impune) y aunque no sabe cuánto invirtió exactamente, dice a Domingo que lo único que compró fueron tornillos y clavos: “Hasta el vidrio de cinco capas de la cabina, que es de un Red Pagos, lo encontré en una volqueta”.
Ahorrar no fue lo que lo motivó a ir por el camino sustentable:“Tuve una planta de reciclaje con un amigo en Ciudad del Plata y desde chico no tenía otra que reparar mis juguetes porque vivía en el medio del campo. Mi padre era herrero y me enseñó mucho. No solo es por el dinero, es muy bello agarrar la tapa de un ropero y armar la mesa o hacer la cabina con dos camas de dos plazas”, ejemplifica.
Traspiés
Las viejas aberturas de madera les jugaron malas pasadas y La Madriguera terminó siendo víctima de dos robos en sus tres años de vida. En 2021 rompieron la puerta principal y se llevaron herramientas de trabajo propias y prestadas. En octubre del año pasado, la única noche que decidieron salir a celebrar, terminó mal: “Volvimos a las cuatro de la mañana, nos bajamos en la esquina, escuchamos una alarmita de esas baratas que logramos poner en las ventanas de la casa de abajo (que es la más cultural, nadie vive) y habían roto las maderas de las ventanas, así accedieron”, cuenta Tomás sobre el segundo hurto. Esa vez se llevaron equipos de audio. No les quedó otra que remendar y tapiar las ventanas hasta que logren conseguir dinero para hacer un trabajo de carpintería y también puedan colocar rejas en los balcones.
Rescatan como positivo de estos tragos amargos la buena respuesta de gente: la primera vez organizaron una rifa junto a Animalismo Teatro con el fin de recuperar las herramientas y devolver préstamos; la última vez hicieron un guiso solidario a la gorra y gracias a los $ 20.000 recaudados lograron cubrir el dinero de todos los equipos que se habían llevado.
“Esa jornada de octubre se acercaron unas 70 personas y vimos lo importante que es este espacio, lo que convoca. Vinieron muchos artistas que habían usado el espacio y otros que no pero se arrimaron por mera solidaridad”, resalta Tomás.
Segunda oportunidad
La Madriguera no tuvo inauguración oficial pero en junio de 2021, bastante antes de lo planificado, el Colectivo Basura —grupo que recicla materiales y genera piezas nuevas para instalaciones eléctricas y artísticas— arrancó a trabajar en el lugar, luego surgieron funciones de obras teatrales, se empezó a mover y no paró más.
“Ni siquiera estaba la instalación eléctrica y enseguida, más allá de nuestro plan o deseo, entró el Colectivo Basura y el arte empezó a colarse en la casa”, comenta Micaela. Eso hizo que el proceso de restauración se enlenteciera pero era tan lindo el cometido detrás que Sara, la dueña de estas casonas, lo celebró con felicidad.
La historia de Sara con este sitio está llena de amor e ilusiones y los chicos la comparten con igual cariño. Cuentan que compró la casa ubicada en Sarandí y Pérez Castellanos con mucho esfuerzo: la señora vende mates, juntó bastante dinero y pidió otra parte prestada a unos amigos. Tenía el deseo de convertirla en un hostel pero no le daba para hacer ambas inversiones a la vez y la pandemia terminó de arruinar sus planes.
“Tuvo que ponerlas en alquiler, después de que muchas personas le insistieran, para que pudiera sacar algo de dinero. Estuvo 15 años sin querer alquilarlas porque tenía ese proyecto pero no tenía dinero para invertir. Cuando llegamos estaba muy contenta porque Tomás es argentino y quiere que la casa quede para su hija que hace poco se mudó a Argentina con su esposo y encontró ahí un link de cariño”, explica Micaela.
La alegría de Sara se multiplicó al enterarse de que estaba frente a una pareja de artistas y le fascinó la idea del refugio cultural. Los visitó en alguna ocasión después de la restauración del teatrito y siempre que los chicos hacen un arreglo importante (como los escalones de plástico con material reciclado que Sebastián colocó para poder acceder a la azotea) le envían fotos para que esté al tanto. “Desde el primer momento estuvo súper abierta a que instaláramos este espacio cultural”, asegura la pareja. En el futuro, no descartan la opción de comprar la casa, si Sara quisiera venderla:“Nos encantaría, está el pensamiento. Por ahora no contamos con el dinero, pero eso no nos detiene el sueño”.
El barrio y el arte agradecidos
Los vecinos están chochos y elogian cada arreglo de la casona devenida en refugio cultural. No es para menos: la edificación que estuvo abandonada por 15 años, habitada por ocupas, sucia y repleta de bichos, hoy llena de vida los alrededores de la calle Sarandí. Uno de los vecinos, cuenta Micaela, les pasó una carta por abajo de la puerta felicitándolos por la obra y agradeciéndoles la llegada al barrio. Incluso les dio su dirección pero hasta el momento no le han devuelto la gentileza.
Celeste Villagrán vivió en diagonal a la casona durante años y un mes atrás se mudó a dos cuadras, así que es testigo de lo que significa la existencia de este espacio para la zona. “Estuve siete años viviendo con esa casa abandonada, estaba cerrada, se estaba viniendo abajo, y los chiquilines, con un esfuerzo impresionante, la están sacando adelante con un proyecto muy valioso. Tienen una programación muy buena, traen cantidad de gente joven y eso da al barrio un movimiento que no tenía. Son buenos vecinos y solidarios”, elogia quien también es actriz y usa La Madriguera como sala de ensayo.
La primera obra que se estrenó aquí fue Vestigios, del grupo de improvisación Sobremesa Teatro al que pertenece Alejandra, y por estos días la gente de Animalismo Teatro realiza la tercera y última temporada de Sueño de la procesión de sus muertos, con entradas agotadas.
Dicho colectivo desembarcó a comienzos de 2022 en la casa de abajo, donde hoy funciona el centro cultural, y tuvieron que poner manos a la obra para mejorar las condiciones edilicias y poder hacer allí las funciones. “Veníamos todos los fines de semana de febrero a laburar, a picar (el piso tenía montañas de cemento que había que sacar y alisar), rasquetear las paredes, ponerle fijador para que no desprendieran polvo y en el medio ensayábamos”, recuerda Tomás, que además es miembro de Animalismo junto a Micaela y otros artistas.
La Madriguera está más activa que nunca. Se dictan dos talleres de teatro y pronto iniciará uno de canto en la sala de grabación. Los ensayos han copado toda la grilla y el mes que viene desembarcará el Colectivo La Tijera para hacer una residencia artística y coronar la experiencia con el estreno de su obra Un cuarto propio. Harán funciones del 21 al 29 de junio. Por reservas comunicarse a obrauncuartopropio@gmail.com. Y en agosto se reestrena Esta obra, de Francisco Pisano Giambruno.
La semana próxima recibirán al grupo Besa, de Argentina, que el 23 y 24 de mayo presentará Breve enciclopedia sobre la amistad en El Galpón (entradas en venta en la boletería del teatro y Tickantel).
Tomás y Micaela aspiran a convertir a La Madriguera en un refugio para artistas que están de paso. También planean convertirse en un lugar de referencia para residencias artísticas, un sueño que existe desde que se empezó a gestar el proyecto. “Más que tener una sala de teatro, nuestra idea central era tener un espacio donde pueda venir un grupo a iniciar o transitar un proceso creativo con ciertas ayudas. Es un pendiente porque el lugar permite alojar a mucha gente”, comenta Tomás.
Ya tienen un par de antecedentes de residencias. El año pasado se instaló el elenco estable de Implosivo para cranear Bernarda a puerta abierta: “Estuvieron un mes trabajando para transformar totalmente la casa con una estética mucho más sintética, con plástico, luces LED, pusieron nylon de seis metros”, repasa Tomás.
Más adelante los sorprendió una propuesta de la Facultad de Psicología de la UdelaR que los contactó por Instagram con el fin de realizar otra residencia para su práctica de grado Reconfigurar la ciudad sensible. “Hicieron una jornada a puertas abiertas donde la gente entraba y le hablaban del trabajo en red, vivir en una ciudad que descomunica, la relación con la locura”, repasa Micaela.
Otra propuesta interesante llegó de la mano del LIT y fue la creación de un club de improvisación donde cada sábados un montón de extraños se reunían a hacer jams de impro. “La estructura de la casa potenció ese proyecto con sus espacios grandes, su balcón, y el club se convirtió en algo increíble, que llenaba de vida los sábados. Mucha gente nos agradecía el espacio porque era un lugar donde se podían expresar con libertad. Después se abría la cantina y te invitaba a quedarte y compartir”, resalta Alejandra.