Donna Maritan es distinta a cualquier peluquería que haya visitado. El olor a eucaliptos abrazándolo apenas pone un pie en el recinto, el cantar de los pájaros, la luz natural envolviéndolo, el verde por doquier y el suave sonido de una cascada hacen que los clientes se distiendan tanto que deseen prolongar su estadía mucho más tiempo que lo que dura un corte de pelo, un peinado o la aplicación de una tinta. En este mágico sitio escondido en medio de un bosque en Sauce de Portezuelo se respira paz, armonía y tranquilidad.
El entorno y los masajes capilares colaboran para oficiar de bálsamo, poner la mente en pausa, dejarse envolver por la energía de los árboles, y que al menos por un rato los problemas queden atrás. “Te rodea la luz, el verde, es como estar adentro de un árbol porque es todo madera. La gente viene y se quiere quedar. Tenemos gallinas, recorren la huerta, agarran un tomatito. Les servimos ensaladas con flores, algo fresco de tomar hecho con nuestras manos. Muchos vienen en familia, como plan de fin de semana”, relata Susana Maritan, dueña de esta peluquería a la que ir es una experiencia de disfrute.
Trabajan con productos orgánicos y tinturas vegetales. Pretenden cuidar la cabeza desde el interior.
La eligen desde extranjeros que llegan por recomendación, hasta personas de Punta del Este, José Ignacio y Montevideo. Entre sus clientes más fieles están el obispo anglicano Daniel Genovesi -casó a Susana y a su esposa Fernanda y bautizó a Simón, el hijo de ambas-, Florencia Infante y Mercedes Menafra. “Cuando la atendí le pregunté su nombre y le dije ‘me suena’. Es divina. También viene su hermana”, cuenta entre risas sobre la ex primera dama.
La construcción de la peluquería es 100% sustentable: fue hecha con madera de eucaliptos cortada a mano por Susana y Fernanda, y las piedras del basamento son de la zona. La levantaron entre ambas con ayuda de amigos y vecinos, al igual que la casa donde viven, ubicada en el mismo terreno.
Dieron con este lugar hace algunos años, después de buscar e investigar bastante. Conectaron apenas llegaron y tuvieron la certeza de que era el sitio perfecto para criar a un hijo más adelante. Compraron el terreno gracias a un préstamo de la Agencia Nacional de Vivienda (ANV) y armaron su hogar ladrillo a ladrillo.
El protagonismo de la naturaleza en este especial lugar no es casualidad. A Susana la crio una monja llamada María Eugenia en un hogar ubicado en Maldonado, rodeado de árboles frutales, plantas y animales. Allí aprendió a amar la vegetación y esta peluquería es su forma de honrar la memoria de quien cuidó de ella y de otros 50 niños y niñas.
“Ella transformó mi vida y la de muchas personas. Fue mi referente para salir adelante. Construyó una gran obra en mi interior para que hoy pueda llegar a tener esta peluquería y lo que brindo a las personas con el cabello, el entorno y transmitiendo un mensaje de transformación en cada charla. Por eso la honramos”, expresa Susana.
Homenaje
María Eugenia vivía en un campo en Lavalleja junto a sus ocho hermanos y una tarde, mientras cosía, se le apareció una virgen con un niño en brazos en un árbol. Tenía 16 años y rápido decodificó el mensaje: supo con claridad que su misión en la vida era fundar un hogar para cuidar niños. Se mudó a Montevideo al cumplir 18 años y se internó en un convento de clausura. Llegó a cuidar enfermos en la cárcel de Punta Carretas, pero ser monja de clausura no era su vocación. Mandó una carta al Papa pidiéndole permiso para crear su congregación y la autorizó a fundar un hogar.
El papel lo tenía pero necesitaba conseguir dinero para empezar, así que se fue a Maldonado y el obispo del departamento le cedió un cuartito para que durmiera. Pasó hambre porque todo lo que conseguía lo destinaba a su meta inicial: el hogar.
“Cuando consiguió un terreno que le donaron unos alemanes para levantar el hogar, cayó enferma. No se alimentaba para ahorrar, solo tomaba mate cocido y comía pan. Perdió un pulmón por una infección”, cuenta Susana sobre su mamá de crianza.
Se recuperó y levantó el primer hogar en Maldonado junto a su hermano, que era constructor, y la ayuda de los vecinos. Luego fundó otro en Minas.
La primera en llegar al hogar fue la hermana mayor de Susana: “Mi madre tenía esquizofrenia y no nos pudo criar. Primero llevó a mi hermana y al tiempo empeoró y me llevó a mí, con tres meses. Entre todas mis hermanas y la monja me criaron”, relata.
Susana dejó el hogar al cumplir la mayoría de edad para trabajar en una peluquería en Montevideo. Más adelante, alquiló una casa en Pocitos con garaje, abrió su propia peluquería y se llevó a la monjita a vivir con ella: “Estuvimos juntas desde sus 99 a sus 104. Cuando ella tenía 100 conocí a Fernanda y me ayudó mucho con mi madre en su última etapa. En el patio de la casa de Pocitos le habíamos hecho un gallinero para que recordara las épocas de campo”, rememora.
A Susana le llena el alma cuando los clientes se van de su peluquería contentos. Es el legado que le dejó su mamá postiza: “Salen diferentes. Me han pedido consejos, vuelven con un cambio de vida y me dicen ‘me fui, pasaron cosas muy buenas y ahora vengo siempre cuando tengo algo, aunque sea a que me lo laves’. Yo estoy feliz porque veo a la gente feliz”, sintetiza.
El sillón masajeador, el mágico entorno y los masajes capilares con shampoo mentolado para activar la circulación (claves para el buen crecimiento del cabello) son parte del magnífico servicio de Donna Maritan. Susana abrió la peluquería con la idea de cuidar la cabeza desde el interior y trascender el mero fin estético. Conversa con cada cliente y define su trabajo como una “terapia de cabello”: salen contentos y agradecidos después de amigarse con sus rulos que por años fueron reprimidos o castigados. “Es un espacio que se presta para abrirse porque la naturaleza nos conecta con la esencia. Es reencontrarse con lo que uno imagina de uno mismo y lo que le gustaría ver. Me llena de orgullo que la persona se vaya contenta y distinta”, asegura.
Abre de lunes a sábados desde las 9:00 y se maneja con agenda. En Instagram son @donnamaritan.