La isla más feliz del sudeste asiático: Bali

Es la única hinduista de Indonesia, un país musulmán. Ubud, su “capital cultural”, invita a visitar sus terrazas de arroz, cascadas, templos y a aproximarse a la espiritualidad de su gente.

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Isla de Bali.

Mariana Otero
(La Nación/GDA)

Balies una pequeña isla de las 17 mil que integran Indonesia. Es la única hinduista. Sus habitantes creen en la armonía con Dios, entre la gente y con la naturaleza. Excepto en el sur, donde están los resorts, en el resto no abundan las autopistas, ni los altos edificios. Se destacan, sí, los templos familiares. Cada casa tiene el suyo, que se articula con los del pueblo, los del territorio y otros del intrincado sistema jerárquico que nos resulta muy difícil de entender.

El país se paraliza para el Día del Silencio. El Nyepi es, en realidad, el Año Nuevo balinés. Se celebra entre marzo y abril, con la primera luna nueva y obliga, no sólo a callar, sino también a no circular ni asomar la nariz fuera de casa. Es una jornada de purificación. Dicen que si los espíritus malignos piensan que la isla está deshabitada, seguirán de largo y no molestarán hasta el año próximo.

Allí enseguida reconocí una energía diferente, fruto de la combinación de los masajes, las clases de yoga, el influjo de la naturaleza y esa amabilidad que es mucho más que modales. Definitivamente, hay cierto bienestar que se me fue haciendo carne, y que se renueva al evocar la imagen de los templos y el paisaje perfecto de sus arrozales: terrazas paralelas, gobernadas por curvas, colmadas de agua, brotadas de un verde intenso. Aquí es fácil ser turista. Está poblado de locales y extranjeros haciendo lo que a uno se le ocurre que haría si se quedara. Y que no se limita al estampado de una remera que reza “be happy”. Aquí es.

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La isla de Bali.

Ubud, la maravillosa

Si Bali es insignificante en tamaño comparada con Java, Sumatra, Lombok, Borneo o Sulawesi, Ubud es minúscula en relación con Denpasar, la capital y aeropuerto, y las demás ciudades del sur. Pero Ubud no defrauda ni un poco.

En Bali, los niños se bautizan con unos pocos nombres que son los indicados según el orden en que nacen. Y el género no es una cuestión muy estricta. El primer hijo se llama Wayan (Viejo o Maduro), Putu (Nieto) o Gede (Grande), el segundo Made (Medio) o Kadek, el tercero Nyoman (Más Pequeño) o Komang y el cuarto Ketut. Si llega a nacer un quinto, vuelve a llamarse como los mayores, pero con una variante. Por ejemplo, Wayan Balik que significa “otro Wayan”. Hay algunos otros nombres, como Gusti, más asociado a un resabio del sistema de castas que aún queda, aunque mucho menos fuerte que en India, y muchos utilizan nombres o sobrenombres occidentales.

Uno de ellos, creo que fue Kadek -¿o era Gusti?- llegó vestido con su pañuelo en la cabeza (udeng) y su pareo (sarong), porque iba o venía de una ceremonia religiosa. Nos explicó la diferencia entre los templos familiares, construidos en el sector noreste de cada casa y los nueve templos más importantes, que son los conocidos como “directionals”, abiertos al peregrinaje desde cualquier punto cardinal. De todos, el más grande es Besakih, en la ladera del monte sagrado Agung. Otros dos muy reconocidos son Lempuyang y Uluwatu, el extremo sur de la isla. Entre los primeros y estos últimos, hay templos locales (village) y otros consagrados a las ocupaciones o funcionales (por gremio, digamos), a los ancestros y al mar.

También nos introdujo en la importancia de las ofrendas, que no terminan con las cotidianas canang sari (pequeñas canastitas hechas con hojas de bambú a las que les agregan flores, algún alimento, y que colocan cada mañana en sus casas o comercios mientras encienden un sahumerio y leen una oración). Hay otras con forma de torre, llamadas gebogan, que suelen llevarse en la cabeza, e incluyen frutas, tortas dulces y hasta pollo grillado.

Un paseo muy instructivo fue el del Penglipuran, una aldea a 27 kilómetros de Ubud, que logró mantener sus tradiciones volcándose al turismo, en un círculo virtuoso: ellos muestran su arquitectura y tradiciones tal como son, y esa exposición genera ingresos y trabajo. Fue una manera interesante de comprender cómo son las viviendas, y observar no sólo dónde se ubica el templo familiar, sino el sitio que ocupa la cocina, separada del lugar donde se duerme, se realizan ceremonias o se recibe a la familia ampliada.

Entre las visitas más gratas y refrescantes estuvieron el rafting en el río Ayung (una bajada de unas dos horas) y las cascadas. Hay decenas de ellas. Nosotros conocimos las de Tukad Cepung, Kato Lampo y Nung Nung. En todas se cobra entrada y algunas son más concurridas que otras, pero en ningún caso masivas.

Con los monos tuvimos dos encuentros cercanos: en el Sacred Monkey Forest Sanctuary, en las afueras de Ubud, y en la Sangeh Monkey Forest. Es siempre el mismo mono cangrejero (macaca fascicularis), pero en el primer lugar está terminantemente prohibido alimentarlos y en el segundo le dan a los turistas con la entrada una bolsa amarilla cuyo contenido el simio tiene clarísimo. Esos maníes les pertenecen, de modo que la interacción es mucho mayor en Sangeh; léase saltos intempestivos a la cabeza, agarrados de los pelos, las bermudas, lo que encuentren, con tal de que uno largue algo. Por suerte, la visita suele ser acompañada de un guía provisto de una hondera. No la usan, pero se las muestran, y ellos entienden muy bien cuándo es hora de alejarse.

Senderismo por un volcán activo

El Monte Batur es el segundo volcán más alto de Bali (casi 1.8000 metros), y su actividad está a la vista: cuando empieza a clarear, el vapor que se desprende de su interior se deja ver y se confunde con las nubes.

Las excursiones suelen comenzar en Toya Bunkah y terminan con un reconfortante baño en las piletas termales que están en la base.

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