CARNAVAL
Vestuaristas, maquilladoras, escenógrafos y utileros: las manos invisibles de los que hacen posible el show y se esfuman cuando se abre el telón.
El telón del Ramón Collazo se abre de par en par y frente a él hay miles de personas agazapadas y ansiosas por ver qué tienen para ostentar los Zíngaros en su show. La pandemia obligó a saltear un Carnaval y la expectativa es mayor que en un febrero común. El nombre del espectáculo lo dice todo: El Gran Showman. En este circo freak e impredecible hay mucho color, brillo, polifón y látex. No defraudan. Nunca defraudan. El glamour es infaltable a la cita de los gitanos. Pero esta primera vez sin Ariel “Pinocho” Sosa es por demás atípica: todas las telas y plumas que se ven ya pisaron el escenario con Zíngaros en años anteriores.
Fue la manera que sus compañeros encontraron para que Pinocho, que no dejaba que nadie eligiera las telas y colores de sus espectáculos, pudiera ser artífice del vestuario de su conjunto aun sin estar físicamente.
Pantalones transformados en mangas, patchwork, unión de telas y cintas dan como resultado los magníficos trajes de la presentación 2022. “Al verlo todo el mundo dice, ‘qué disparate, qué gastadero de plata’ y en realidad no se gastó nada”, revela a Revista Domingo Agustín Camacho, vestuarista y puestista de Zíngaros.
La pata visual pisa cada vez más fuerte en la fiesta de Momo. Vestuario, maquillaje y puesta en escena son rubros que puntúan en el concurso y, además, dan vida al espectáculo. Potencian el show. Lo completan. Es lo primero que se ve al abrirse el telón y hay un público carnavalero atento a esa magia.
“Están pendientes del despliegue, el aspecto, los trajes, qué transmite la ropa y cómo salen vestidos y maquillados”, dice Paula Villalba, actual vestuarista de Agarrate Catalina y ganadora de varios primeros puestos en murga y parodistas.
Al brillo, la purpurina y las lentejuelas de antaño se suman un sinfín de técnicas innovadoras, materiales originales y juegos tecnológicos para permitir que la capacidad de asombro no tenga límites.
Murguistas, parodistas y actores se llevan los aplausos pero hay una cantidad de artistas a la sombra del Carnaval que hacen un trabajo formidable, aunque silencioso y cuasi invisible, para enaltecer el show. En Revista Domingo repasamos la magia oculta de los procesos creativos, y los secretos y curiosidades de los espectáculos de la fiesta popular más larga del mundo.
Codo a codo
La charla entre los equipos técnicos y letristas es el primer paso para empezar a cranear la estética visual del conjunto. Vestuario y maquillaje van de la mano sí o sí y juntos se ponen a disposición de la propuesta: “Si no está ensamblado no funciona”, opina Analía Barboza, de Pinceladas Grupo Arte, y encargada del maquillaje de Asaltantes con Patente, Agarrate Catalina y Diablos Verdes.
“No podés andarte divorciando del discurso con un traje que puede ser precioso pero cuando empiezan a cantar no tiene nada que ver” con el mensaje que se quiere transmitir, según Villalba.
Es que en ese diálogo entre ambas patas creativas hay gran parte del éxito asegurado. “La diferencia con un disfraz es que el vestuario acompaña la propuesta”, dice Mariela Gotuzzo, responsable del vestuario y maquillaje de murga La Trasnochada. Esos trajes y ese arte en el rostro deben tener voz propia, “aunque no oyeras lo que cantan, te tienen que contar un historia”, agrega.
La dinámica de trabajo integral facilitó el plan entre el staff de Pinceladas -Analía Barboza, Leticia Pin y Evangelina Paulino- y Diablos Verdes. Leticia Pin también era la encargada del vestuario de esta murga y la sinergia entre los equipos fluyó a buen ritmo. El desafío de este año era plasmar en la estética la renovación -dada por nuevas figuras en el plantel- sin perder de vista la esencia del género. En esa línea, se eligieron colores que “rompen un poco con la historia de Diablos Verdes”: en vez del exceso de verde se fue hacia el rojo, negro, azul y amarillo. Y al mismo tiempo, se conservaron los “brillos típicos y la pincelada bastante notoria”.
Este año Gotuzzo plasmó a través de decisiones artísticas el significado de la palabra Popular -título del espectáculo de La Trasnochada- y el contexto económico y social que implica la pandemia. “Son momentos difíciles y eso lo tiene que transmitir el vestuario. No quiere decir que no sea rico en elementos pero no tiene que ser ostentoso”, dice.
Por ese motivo y por el mensaje que da la murga fue que los brillos faltaron este febrero. El vestuario se armó fiel a un discurso austero: a partir de prendas rescatadas en Emaus (ONG basada en la economía solidaria) y de distintas donaciones. Una mujer entregó a la murga miles de cordones que pertenecían a su abuelo, que fue dueño de una fábrica que ya no existe, y se incorporaron a las solapas de los trajes de la retirada.
Las máscaras son, quizás, la frutilla de la torta de este Carnaval. Y la de Waldemar “Cachila” Silva que usa Marcel Keoroglian en Cuareim 1080 para homenajear a este ícono del candombe fallecido a causa de la covid-19 está entre las favoritas del público. La familia Silva hizo un pedido expreso: nada de caricaturas ni sátiras, querían que la representación fuera lo más realista posible. Bajo esa consigna tomó la posta Federico Gauthier. El desafío era inmenso para el artista plástico que no conoció en persona al emblemático personaje así que se empapó en el camino para acercarse a los detalles de su rostro, sus ojos, nariz, boca, su gestualidad y su expresión. “Miré muchas entrevistas, fotos, el documental de Cuareim, hasta que terminé soñando con Cachila”, cuenta sobre los primeros pasos de este trabajo creativo que llevó un mes.
El proceso tecnológico usado fue inédito: se obtuvo un modelo 3D digital de Keoroglian a partir del escaneo de su rostro, y otro igual de Cachila a partir de una foto, con el objetivo de ver volúmenes y comparar dimensiones. Gauthier instaló un laboratorio en su casa y sobre ese busto digital empezó a modelar de forma artesanal la máscara de Cachila, como si fuera una escultura, rescatando sus expresiones características. “Cuando parecía que lo tenía logrado, miraba un video y no era él, y arrancaba de vuelta. Fue un arduo laburo de búsqueda, de observarlo mucho y pasar muchas horas con el mate frente a la máquina”. Hizo tres máscaras hasta conseguir la definitiva. Todas realizadas con una silicona blanda que se usa para efectos especiales. “Verlo terminado fue increíble, como un parto, y sentí una enorme satisfacción por la reacción de la familia y los amigos de Cachila”.
Romper los ojos
Camacho dice que el público de Zíngaros quiere ver Broadway sobre el escenario, así que no tienen permitido repetirse o hacer copias burdas. La clave está en innovar, buscar alternativas originales, que muevan la aguja y conquisten la vista del espectador, porque lo primero entra por los ojos, siempre, no solo en los romances. Los artífices de los espectáculos lo saben bien. Eso, sumado al ascenso del profesionalismo, ha hecho que redoblen esfuerzos, prueben sin cesar y hagan grandes apuestas económicas.
Los brillos ya no sorprenden a la hinchada de Zíngaros. El equipo creativo debía esmerarse para encontrar esa “cuota de originalidad que impactara” a sus fieles seguidores. A Agustín Camacho se le encendió la lamparita y recordó algo que había visto hacía años en el Carnaval de Tenerife: un vestuario con vida propia. Y quiso replicarlo. Un gran trabajo eléctrico permitió que los trajes cobraran vida.
“Tienen burbujeos, motores y una cantidad de cosas que llenan el ojo en la escena y dan magia”, según el vestuarista y puestista de los gitanos.
Las telas en turquesa y fucsia que se lucen en la despedida del conjunto fueron compradas en Nueva York. Fue un regalo hecho por unos amigos de Pinocho Sosa a modo de homenaje.
Paula Villalba vive cada Carnaval como una prueba de fuego. Piensa y re piensa “cómo no repetirse, cómo no traicionar la estética del grupo, cómo acompañar la historia, qué técnicas usar, qué materiales serán los más adecuados”.
Este año La Catalina presenta La involución de las especies y abordó la estética desde un lado más poético y fantástico, no tan literal. Planteó un coro de mutantes que dan la sensación de algo orgánico, “que no termina de cerrar y es bello y raro a la vez”, explica.
Fue la primera vez que la vestuarista usó fieltro en sus diseños y como broche de oro introdujo una innovación mecánica en los sombreros que Lucía Silva confeccionó para la retirada: tienen rulemanes y eso permite que se muevan para todos lados. Ese juego estético va en sintonía con el eje discursivo de la murga: “Airear la cabeza y tener la capacidad de entender que las cosas cambian”.
El equipo de La Gran Muñeca quedó muy satisfecho con el resultado visual y estético alcanzado. Y el público en los tablados les hace saber que dieron en la tecla. Hay, entre tantos aciertos, un detalle especial en su vestuario: las gabardinas que visten en el cuplé sobre la coalición tienen un impresionante trabajo de grafiti con líneas y formas específicas, y dan pie a un mensaje: “Son reversibles, entonces cuando la murga se arrepiente de montarse de esta coalición, se dan vuelta y aparece todo ese color y esa diversidad”, explica Fernando Olita, encargado del vestuario de esta murga centenaria.
Las comparsas son un capítulo aparte. Están llenas de historias y simbolismos tradicionales que deben respetarse pero si los responsables del arte se proponen indagar, la innovación se puede mechar. Agustín Camacho también es puestita de Yambo Kenia y encontró en el uso de insumos atípicos una forma de renovar.
“La apertura del telón arranca con un mundo congelado, como que la comparsa se congeló en el tiempo. Todos los trajes típicos están hechos con nylon y plástico entonces con el efecto visual de las luces se logra dar la sensación de frío” y cautivar al público.
Utileros: los reyes del timing
Zíngaros tiene cinco utileros -tres de ellos con 10 años de experiencia- y su trabajo implica estar en alerta constante, atento a miles de objetos, cada cambio de ropa, cada entrada y salida. No se les puede escapar nada: un mínimo error les puede costar el concurso. Hacen cinco tablados por noche y deben chequear todo: “Hay que manejar mucha agilidad y velocidad para llegar en tiempo y forma”, dice Federico González, utilero de los gitanos. Las noches de Teatro de Verano son fulminantes: tienen 15 segundos para desvestir y volver a vestir a cada componente. “Precisás un timing bárbaro y el triple de concentración porque estás compitiendo y no podés fallar”. Les toca conocer a la perfección cada detalle del vestuario para dar tranquilidad al artista y que solo se preocupe por lo que tiene que hacer en escena. A Zíngaros siempre “se lo mira con lupa” y eso aumenta la presión: “Podés tener un espectáculo bárbaro pero se te escapó un detalle, se vio en escena y te van a caer sobre eso, lo otro queda a un lado”.
Misión cumplida
Para el equipo de Pinceladas es esencial conservar la expresión en el rostro de los murguistas. Está en la tapa del libro. Es muy difícil salir a cantar discursos de reivindicación o apoyar ciertas luchas si el maquillaje no habilita el gesto.
“La intención del puestita en escena se pierde si le quitamos la posibilidad de la expresión”, asegura Barboza. Así que prótesis, látex, máscaras o apliques pueden ausentarse en sus diseños. Pero la purpurina y el brillo jamás, “sino no es murga”.
Llegar a definir un diseño certero con La Catalina les costó sudor y lágrimas este Carnaval. Hicieron pruebas de todo tipo y color. Los sacaron por los tablados para lograr equilibrar el maquillaje con el llamativo vestuario y no sobrecargar la vista. Fue puro ensayo y error: “Modificamos cosas mínimas que en el todo hacen la gran diferencia (...) Hicimos pintura en una cabeza de plástico para ver cómo quedaba y después en otra de espuma plast. Así estuvimos un mes”, enumera.
Y el día del debut en el Teatro de Verano, Barboza no pudo contener las lágrimas: “No era solo por la satisfacción de verlos ahí, sino que era como haber parido a un hijo. Mucho trabajo creativo”.
El vestuario es la herramienta que el artista tiene para comunicar y terminar de delinear un personaje. “Tiene que estar contento con lo que lleva puesto, sino te puede jugar en contra”, opina Olita.
Camacho asegura que el vestuario es un componente más dentro del conjunto: “Te puede realzar un espectáculo o un personaje, o te lo puede tirar abajo”.
La ropa que usa Zíngaros este febrero fue aprobada por Pinocho: “Le hice un traje de muestra para que viera si le gustaba el estilo”, cuenta Camacho. La galera que hoy usa Aldo Martínez para interpretar al Gran Showman se hizo con las medidas de Pinocho y él decía que nunca había tenido una igual.
El trabajo creativo de Zíngaros tuvo mucha cabeza, como de costumbre, pero esta vez el ingrediente secreto fue el amor.
“Se abrió el telón y yo ya estaba llorando, se cerró y seguía llorando. Era de alegría, de tristeza por no tenerlo, y por la satisfacción de haber cumplido la promesa que le hice a mi amigo (Pinocho) cuando le dije, ‘te voy a hacer la mejor presentación que tuvo Zíngaros en vestuario’”, cierra Camacho.
Cien años plasmados en atuendos
La estética para el espectáculo de la murga de los Mega estaba pronta y quedó en stand by cuando el Carnaval se suspendió. Al retomar el trabajo y los ensayos, lo primero que el “Pistola” Mega, director responsable del conjunto, le dijo a su vestuarista Fernando Olita fue: “Quiero cambiar todo. Quiero hacer un vestuario con la evolución de la murga en estos 100 años”. La sorpresa fue total porque incluso tenían muestras de telas elegidas. Se empezó de cero para lograr el resultado deseado: que los trajes de La Gran Muñecaeste febrero estén en sintonía con el festejo de su centenario -101 porque la pandemia se los atrasó un año-.
Se embarcaron en una investigación extensa -más de seis meses de trabajo- que abarcó encontrar los estilos que el género murga implementó en estos 100 años, reflejar esa evolución en las prendas, pensar ideas, bajarlas a tierra con criterio, diseñarlas y confeccionar los cuatro vestuarios distintos que se lucen en escena -uno más lindo que el otro-. Fue necesaria la colaboración de un equipo de diseño gráfico en el proceso: “Hicieron un montón de ilustraciones con una línea del tiempo tomando morfologías y detalles específicos de cada época”, cuenta Olita.
El plan era “tomar como referencia tips, formas y texturas de cada época para repetirlas dándole un vuelo contemporáneo”, explica. Por ejemplo, la aleta redonda y grande que se usaba en los sombreros de principio del siglo XX está presente a través de una superposición con tres o cuatro de estos accesorios para generar más volumen: “Es una obra de arte y uno de los sombreros más lindos que tiene la murga”, según Olita. Imposible olvidar aquella época en que los lentejuelones y las telas con lentejuelas eran protagonistas del show murguero, así que el tributo a este material era ineludible.
“El traje de Mathi Albarracín (cupletero) tiene todo un trabajo de bordado del lentejuelón alucinante, cocida a mano lentejuela por lentejuela y refleja lo que fue esa época”. Olita quiso que esta fiesta fuera perfecta así que cuando vio que las mercerías y pedrerías no ofrecían variedad ni materiales novedosos -“era lo mismo que el último Carnaval”- decidió cruzar el charco para rescatar materia prima de nivel. “Me escapé porque no me quedaba otra. Traje algún corte o estampado específico que acá no encontrás. Era lo mejor, sobre todo por los precios: convenía el tipo de cambio porque acá te sale el triple”.