Vino a Montevideo a estudiar Derecho pero la Literatura lo atrapó de inmediato. Un día entró a Ediciones de la Banda Oriental y no se fue más. Lleva medio siglo editando libros.
Se escucha Vivaldi. Para Alcides Abella (70), docente de Literatura, es música "que rasca la oreja". Esto sería algo así como un fondo agradable que no lo distrae de lo suyo: ser el director de Ediciones de la Banda Oriental, editorial donde trabaja desde hace exactamente medio siglo. Pero, cada tanto, un acorde lo obliga a prestar atención, a olvidarse por un instante de su mundo de libros.
Su oficina está repleta de libros. En su escritorio conviven la reedición de los dos tomos de Historia de la pintura en Uruguay, de Gabriel Peluffo, de Aves del Uruguay, de Gabriel Rocha, y de la novela No robarás las botas de los muertos, de Mario Delgado Aparaín, con el flamante 1966: Peñarol campeón del mundo, de Silvia Pérez y Luis Prats, y un próximo trabajo de 400 páginas, bellamente ilustrado, sobre naturaleza, economía y sociedad a cargo de profesionales de la Facultad de Ciencias. Variada temática, común indicador: "El eje de la editorial sigue siendo nuestro país y nuestra realidad". Así desde 1961, cuando Banda Oriental fue fundada, entre otros, por Heber Raviolo, quijote amigo fallecido en 2013. "En este mismo lugar estuvimos juntos 45 años...", dice Abella, quien ingresó en 1966, siendo un estudiante del IPA, a poco de llegar de Soriano.
Sus padres eran obreros de Pamer, la papelera cercana a Mercedes. "Mi infancia fue una mezcla del río Negro, campo y unos pocos vecinos. Todos los días un ómnibus me llevaba a la escuela. Recién a los 10 años nos mudamos a Mercedes". Recuerda que había escasas lecturas en su casa: alguna revista Life, alguna Selecciones del Readers Digest y muy pocos libros.
Su padre quería que aprendiera el oficio de electricista. A él le daba miedo subir hasta seis metros de altura por escaleras. El liceo lo hizo a tientas. "Pero hay un fenómeno que es muy del Interior: profesores que son como radares, que están al día con todo lo que pasa y te contagian. A uno de los primeros libros de Banda Oriental, Bases económicas de la Revolución Artiguista, de (José) Barrán y (Benjamín) Nahum, del 64, lo conocí gracias a Hebe Castro, la hija del maestro Julio Castro, que se había radicado allá. Ese tipo de docentes de conectaban con otras realidades y propuestas".
Abella conoció Montevideo cuando vino a estudiar Derecho. "Montevideo asusta. Todo el que se viene del Interior hacia acá luego está apto para irse a Nueva York, adonde sea". Sin embargo, al poco tiempo cambió por el profesorado de Literatura, donde egresaría —para ser destituido casi enseguida— en 1973. Cada vez que dice la palabra "literatura", y la dice muy seguido, le cambia la voz: "Hasta hoy es un placer enorme. A través de la literatura conozco a los hombres".
Verse.
Domingo Bordoli, coterráneo, era su profesor en el IPA. También era colega y amigo de Heber Raviolo, quien estaba al frente de una editorial con cinco años de vida y seis libros editados. Esa vinculación fue el inicio de una tarea en la que Alcides Abella lleva, justo, 50 años. "Empecé ayudando con paquetes, llevando material a la imprenta, sin ningún local, en la casa de Raviolo por calle Justicia. En realidad, creo que fue una maniobra siniestra de ambos para ayudarme a comer a mediodía", se ríe.
Banda Oriental, dice, fue producto del "fenómeno formidable" que significó el interés de la sociedad uruguaya en empezar a verse a sí misma, allá por los 60. Fue una década de una gran ebullición, política, social y cultural, que pronto tendría un parate. "En ese momento teníamos un local chiquitito en Yi y 18 de Julio. Jorge Traverso, que iba a buscar notas ahí, nos definió una vez muy bien como un lugar de una riqueza intelectual formidable, ¡en medio de un gran desorden y un impresionante olor a papa frita!". Mientras todos los días había un acontecimiento político o gremial, un atentado tupamaro o una represión policial, ahí entraban y salían tanto Washington Reyes Abadie, Vivian Trías, Enrique Estrázulas, Barrán o Nahum, como el olor a fritanga de los cercanos restaurantes El Pollo Dorado y El Chivito de Oro.
Abella, que se casó en 1969 (hoy es viudo), tiene tres hijas y dos nietos. "Me gratifica editar libros para ellos". Con ellos ha conocido los cambios en la conducta literaria nacional de los últimos 50 años. "Pasó de todo. Tras aquel fervor con multiplicidad de abordajes, donde llegamos a publicar 40 títulos por año, el golpe de Estado de 1973 fue un corte abrupto. La visita de la Policía era habitual, no podíamos publicar a ningún autor izquierdista o sospechoso de serlo, y en historia no podíamos pasar de José Batlle y Ordóñez. Claro, ¿cómo explicábamos la dictadura de (Gabriel) Terra? Incluso tuvimos que quemar libros, como Historia de los orientales, de Carlos Machado...". Esto lo dice con notorio dolor. Economía y Sociedad del Uruguay Liberal, de Juan Antonio Oddone, también fue censurada pese a que trataba de los años 1880 y 1890. Como el ridículo y la arbitrariedad no saben de límites, Perico, de Juan José Morosoli, también fue vetada: la frase "El día que las estancias de miles de cuadras dejen su lugar a las chacras y granjas, el país será más próspero" le sonaba demasiado comunista a las autoridades de facto de turno. "Ninguno de nuestros libros podían estar en las escuelas. Los docentes los tenían que forrar para usarlos".
Fue en este contexto asfixiante, en 1978, que Banda Oriental creó su Club de Lectores, una colección de literatura, mensual, con autores clásicos nacionales, latinoamericanos y universales con especial cuidado en los prólogos, notas al pie y traducciones. Para Abella fue más que una buena idea, fue una "reconciliación": "Al principio creo que la gente pensó que fue una movida para mantener a la editorial y que, una vez recuperada la democracia, se iba a apagar. Pero hoy tiene más de 3.000 socios y ya hay 440 títulos editados (toda Banda Oriental supera los 3.000). Eso sorprende: ¡qué fuerza tiene la literatura que es capaz de mantener un proyecto por 40 años!".
Eso lo dice con entera satisfacción. "A la gente le das cosas de calidad, como Joseph Conrad o Tomás de Mattos, y disfruta. Ahora estamos preparando algo de (Anton) Chejov, ¡que cuentista!", se entusiasma.
Pensar.
Con la vuelta a la democracia (1985), notó una renovada avidez por textos que explicaran el pasado. Eso decreció en la década del 90 y tuvo un resurgimiento más reciente. "Entre 1990 y 2000 se pensó mucho en función del marketing, se miraba un poco para afuera. Y ahora creo que Internet nos globalizó tanto, que lo local tiene un valor propio. Hoy me doy cuenta que la gente aprecia que existamos las editoriales uruguayas. Y a diferencia de treinta años atrás, tenemos varias generaciones con sexto año de liceo terminado: eso quiere más gente que puede ver teatro o cine, ir a un concierto o leer un libro. Y nuestra es la necesidad de estimularlos".
Que un libro venda 1.000 ejemplares es considerada una buena cifra. Hay excepciones como Boulevard Sarandí (1997), de Milton Schinca, que él estima en 45 mil unidades. "Pero los libros se mantienen, las librerías en los shoppings no cierran, ese es un gran testimonio. Siempre creímos que los medios —televisión, cable, Internet— iban a debilitarlos, pero en realidad los han potenciado".
Abella tiene presente un concepto de Jorge Herralde, fundador y director de Anagrama: una editorial tiene que ser 50% comercial y 50% cultural; poner mucho el énfasis en una de las mitades puede ser fatal. "Creo que nosotros mantenemos el equilibrio. Y no es fácil. En los últimos 20 años llegaron los grandes grupos editoriales, que privilegian el marketing. A nosotros, básicamente, nos sacaron los principales autores. Yo entiendo: es difícil si jugás en Boston River decir no a Nacional o Peñarol, ¡con respeto para Boston River! (risas) Pero ahora hemos recuperado a algunos".
—¿Qué dice de un país su literatura?
—Muchísimo. Cuando viajo y recorro ciudades voy a las librerías. Ver qué se edita en un país es la mejor manera de conocerlo. Si viene un extranjero le muestro Boliches montevideanos, de Delgado Aparaín, narrativa, poetisas como Idea Vilariño, libros de geografía, la historia de la pintura de Peluffo... Vas a una librería y ves la densidad de ese país. Y si está arriba de la mesa, es porque se vende. Y ahí ves que hay un país pensando.
PENSAR A FUTURO
Alcides Abella piensa en la utilidad de una colección científica para niños. "Hay gente que trabaja muy bien esos temas, pero también hacen falta padres que valoren eso". Está muy contento con un dato que escuchó en un reciente seminario de editores en la sede de la Aladi: "En algunas editoriales, casi 30% de la producción es infantil y juvenil. Nosotros estamos en ese entorno. Eso quiere decir que podés tener confianza en el futuro: si ahí hay un gran porcentaje de libros, en un futuro vas a tener lectores". Por el contrario, nunca publicaría libros de "autoayuda chanta" ni "un chusmerío sensacionalista", así le garantice seis meses de presupuesto salvado.
La decisión de qué publicar o no ahora recae toda en él. Ese es uno de los motivos, más allá de lo afectivo, por el que aún lamenta la muerte en 2013 de Heber Raviolo, quien fuera uno de los fundadores de Ediciones de la Banda Oriental en 1961. "Con él estuvimos más de 40 años juntos. Yo pensaba en colecciones y él me daba el respaldo de su solidez. Ese respaldo lo extraño mucho. Se siente mucho cuando las decisiones son entre dos o tres, cuando también estaba Ariel Villa. Si le erraba, ¡la responsabilidad se diluía!", se ríe.
SUS COSAS
Su músico
"Yo era un canarito que cuando llegué a Montevideo me metí en el sótano de Joventango, por calle Soriano, frente a la OSE, y me deslumbré". El motivo de esa sensación fue Astor Piazzolla. Hasta hoy recuerda un concierto memorable que dio en el club Atenas.
Su libro
Parecía más difícil la elección para el director de Banda Oriental, pero rápidamente nombra La educación sentimental (1869), de Gustave Flaubert. "Sobre todo por la parte relacionada a las comunas de París, la idea de cambiar al mundo, los poetas pidiendo una ley de poesía y los teatreros de teatro. Un siglo después, se vive lo mismo".
Su lugar
"Cada vez que el avión levanta el vuelo me pregunto lo mismo: si acá estoy fenómeno, ¿para qué viajar?". Abella ama Uruguay, ya sea su casa en Palermo, su Mercedes natal, la rambla, el centro o la playa de Jaureguiberry donde pasa hasta cuatro horas pescando (o intentando).
ALCIDES ABELLA