DE PORTADA
En un año en el que las fiestas serán distintas por la pandemia, artistas, comunicadores y deportistas recuerdan su mejor Navidad.
El árbol de Navidad, las luces, el pesebre. El encuentro, la familia, los amigos, la música, las mesas tendidas de rojo y verde, las velas, el pan dulce y el turrón. La cuenta regresiva, las doce, Papá Noel, el trineo en las estrellas, los renos, los regalos, los deseos, el brindis, la vereda, el barrio. La abuela, el abuelo, los tíos, los primos, los hermanos, los sobrinos.
El reencuentro, el abrazo, el beso, las anécdotas, los recuerdos, la guitarra, las risas, el Feliz Navidad. La celebración. La unión. La alegría.
Las fiestas son, en general, una lista de costumbres, un ritual de encuentro. Este año, ya sabemos, serán diferentes. Los números de casos positivos de coronavirus en Uruguay vienen aumentando de forma exponencial desde noviembre y, tanto el gobierno como el Grupo Asesor Científico Honorario(GACH) que lo guía en el manejo de la pandemia, establecieron una serie de medidas y recomendaciones que harán que la Navidad y el Fin de año no sean como siempre: las reuniones no podrán ser de más de 10 personas, recomiendan disminuir la movilidad y, por lo tanto, evitar moverse de un departamento a otro, mantener el tapabocas puesto todo lo que sea posible, evitar las picadas y también chocar las copas al brindar. No habrá grandes reuniones de amigos ni discotecas ni fiestas ni visitas de familiares del exterior.
Este año la Navidad será diferente. Por eso, en esta nota, siete personalidades de diferentes áreas cuentan cuál es su mejor recuerdo de la Nochebuena y brindan por él. También, por que el 2021 sea una tregua. Por la empatía, por la salud, por la alegría, por la cultura, por la risa, por el amor, por la solidaridad. Por el reencuentro. Por un año nuevo mejor que el que se va: Feliz Navidad.
La ilusión de la infancia
A Soledad Ramírez le gustan los jazmines. Era una niña pero aún lo recuerda. Estaban reunidos en la casa de sus abuelos en Pan de Azúcar y eran muchos: su madre, su padre, su hermana, sus primos, las tías, los tíos. Había una mesa grande con muchos platos para elegir, música y olor a jazmín. A las doce de la noche apareció una bolsa roja en la estufa llena de regalos para todos.
Soledad todavía se acuerda de la ilusión de esa noche por la visita de Papá Noel, de la magia de aquellas navidades en las que toda la familia se reunía y toda la noche era, para ella, una sorpresa, un rato lleno de inocencia.
“Son muy especiales para mí esos momentos que me mercaron y los atesoro en mí con mucha alegría porque sé que no se volverán a repetir del mismo modo”, cuenta.
Las fiestas hacen que diciembre sea su época favorita del año. Siempre me hace ilusión la sensación de cerrar un año para empezar uno nuevo. “Hacer rituales, balances, agradecer todo lo vivido y prepararme para nuevas metas y experiencias que traiga el siguiente año. Creo que es la percepción de una nueva oportunidad. También me hace mucha ilusión hacer regalos, tomarme un momento para pensar de qué manera ofrecerle algo a mis seres queridos. Recibir regalos también me gusta mucho, obviamente, ja ja. Y, sobre todo, la excusa para encontrar momentos de encuentro con todos los seres importantes de mi vida”.
Este fue un año particular para el mundo entero. Para Soledad, cantante, también. Sin embargo, más allá de que la cultura y el arte fueron uno de los sectores más afectados por la pandemia de coronavirus, el 2020 la terminó reuniendo en el escenario del Antel Arena con Agus Morales, Nati Ferrero y Clipper para hacer Pibas, el show, uno de los pocos espectáculos musicales masivos que pudieron realizarse en Uruguay.
“Mis deseos para el año que viene son que todos nos abramos a seguir transformándonos, que todo este año tan particular nos deje siendo un poco mejores, que tomemos conciencia de una nueva forma de relacionarnos y dejemos atrás las que ya caducaron. Que seamos más red y mucho más empáticos y amorosos. Ojalá el año que comienza nos permita volver a reunirnos en escenarios y todo el rubro artístico pueda retomar su actividad y como sociedad le demos el valor y lugar que merece la cultura y el arte”.
Su Navidad también será diferente: una cena especial junto a su padre y su hermana. Ella, sin embargo, dice que hace tiempo que dejó de poner expectativas grandes en una noche o día en particular. “Cuando estamos esperando que suceda algo específico, nos perdemos de recibir lo que, en definitiva, está sucediendo”.
De labios pintados: el nacimiento de Vicente
A las 10 de la noche del 24 de diciembre de 2010, Emilia Díaz, comunicadora, actriz y escritora, se bañó por cuarta vez en el día, se puso un vestido verde de algodón, una vincha de flores y se pintó los labios de rojo. Era, como siempre, la anfitriona de los festejos de Nochebuena. Estaba embarazada y ese día, mientras doblaba servilletas, había tomado un litro de té de salvia con stevia. Sabía que era efectivo para activar las contracciones.
“Se me fue la mano con el litro de infusión —dice—. A las cuatro de la tarde sentí las contracciones en forma más o menos regular. ¡Alegría! Seguro nacería el 26. Pero cuando la ensalada rusa ya estaba pronta y el postre helado también, lo regular se transformó en súper regular y aquello me impedía seguir con el ritmo de la decoración prevista”.
Llegó a poner las luces y una vela al lado de cada plato. Las contracciones pararon. Llegaron los invitados: su madre, sus suegros y su hermana, que era la única que sabía que tendría el parto en casa. En el medio de la cena su madre sospechó: Emilia cerraba los ojos y respiraba profundo. Algo pasaba. Ella, mientras, solo pensaba en llegar a los fuegos artificiales y al postre helado.
“Llegué a los fuegos, con bolsa de agua caliente en las lumbares. En ese estado glamoroso me saqué la foto de Navidad que recuerdo con más amor”.
Los invitados se fueron a las 00:15. Sylvia Sosa, partera, la llamó por teléfono, le dijo Feliz Navidad, hablaron de la comida y de los invitados. Quería asegurarse de que la conversación siguiera el hilo de la coherencia: si era así, indicaba que todavía estaba lejos de entrar en trabajo de parto. Sonó el timbre, era su hermana con Mariana Muslera, también partera. Emilia sintió culpa por arruinarle la primera navidad con sus hijos mellizos. Lo mismo que a su ginecólogo, Gonzalo Vidiella, que estaba en el campo y regresó a la capital con toda su familia por si tenían que trasladarla al sanatorio.
Vicente nació a las 11.30 de la mañana. “Fernando y yo lo trajimos; mi compañero hizo tanta fuerza como yo. Llegué a colgarme (literalmente) de su cuello para pujar y romper membranas. En la intimidad de mi casa, a mi tiempo, al tiempo de mi cuerpo y el de mi bebé”.
Por un tiempo Emilia estuvo peleada con las fiestas. Tenía 20 años y cuestionaba la idea de tener que reunirse con la familia para brindar. Hasta que llegaron sus sobrinas y sus hijos. Entonces la Navidad empezó a tener una magia especial: caminar por el barrio para buscar a Papá Noel, verlo escondido detrás de un árbol o manejando el trineo. Volver a creer.
Ahora, dice: “Amo las fiestas por la magia y por el poder sanador del recuerdo de los que no están y disfrutaban mucho de las fiestas. A mi viejo lo extrañaré siempre. Siempre tenía una excusa para brindar y honrar la vida en familia. Cada Navidad levantamos la copa por él y agradezco la vida que me dieron con mi vieja, que al día de hoy nos sigue el trote como una campeona a los 73 años”.
Emiliano Lasa y el deseo de volver a saltar
Aunque vive en Brasil hace ocho años, Emiliano Lasa,atleta, siempre se las ha arreglado para venir a Uruguay a pasar las fiestas con su familia. Volver al país en diciembre ya es una costumbre. Si bien le gusta más el fin de año que la Navidad, recuerda especialmente los 24 de diciembre en los que era niño o adolescente.
Todos los años se reunían en su casa de Brazo Oriental, en Montevideo. Llegaban las abuelas, los tíos y los primos. A las doce salían a saludar a los vecinos del barrio y después de festejar en familia, Emiliano se reunía con algunos amigos. Se quedaban en la calle, ponían música y se quedaban ahí hasta que se hacía la madrugada. Al otro día la tradición era levantarse temprano e irse a la casa de una de sus abuelas en Santa Rosa, Canelones, la ciudad donde nacieron sus padres. Allí estaba otra parte de la familia: hacían un asado al mediodía y, de tarde, Emiliano, su padre y sus primos se iban a pescar a algún arroyo cercano. “Eso es lo que me queda guardado de mis mejores navidades”.
En mayo de 2019 Emiliano se hizo una fractura por estrés. Se cuidó, hizo tratamientos, trabajó con su traumatólogo pero también tuvo tres competencias importantes: el Sudamericano, el Panamericano y el Mundial de Atletismo.
A comienzos de 2020 su equipo médico decidió que la solución más rápida era hacerle una cirugía. Se operó el 11 de febrero y un mes después ya estaba entrenando de nuevo. A los pocos días, el mundo se detuvo por la pandemia.
Emiliano dice que, para él, el 2020 no fue un año fácil. Que espera volver con más ganas y mejor que nunca el año que viene. Que aunque los sueños cambian—antes era llegar a los Juegos Olímpicos y lo logró, ahora quiere clasificar y además tener un buen resultado— los objetivos se mantienen: seguir entrenando para ser el mejor.
Este año en Navidad van a faltar los amigos, el encuentro en la calle, las horas hasta la madrugada. Sin embargo, va a estar la familia. Estar junto a ellos es uno de sus deseos para el año próximo. También, claro, llegar a los Juegos Olímpicos de Tokio, competir contra los mejores y defender el título sudamericano.
Las fiestas lejos de casa
Para Ciro Tamayo, primer bailarín del Ballet Nacional del Sodre (BNS), esta Navidad no será demasiado diferente a las anteriores.
Es español pero vive en Uruguay desde 2011, cuando Julio Bocca, por entonces director del BNS, le ofreció un contrato para la compañía. Ciro tenía 17 años. Desde ese momento, sus navidades han sido, en general, lejos de España. También han sido todas diferentes.
“He pasado navidades íntimas celebrando el cumpleaños de mi madre que es el mismo día; con amigos en un ático y mucha música, solo con mi pareja en una cena romántica”, cuenta.
En España la Navidad significaba un encuentro: era el momento en el que gran parte de su familia se reunía a comer y a festejar. Ahora, para Ciro, las fiestas tienen un sentido concreto: no son más que una “nueva oportunidad para pasar hermoso con la gente que uno adora”.
Por eso, este año no será tan diferente para el bailarín: “Me pienso reunir a cenar en casa con cuatro de las personas a las que elegí como mi familia en Uruguay y con las que me vengo viendo todo el año. Algo íntimo pero no muy distinto a las cenas anteriores”.
Ciro no piensa en metas ni en deseos ni en intenciones. “Solo esperar que el año que viene esté lleno de lindos recuerdos para cosechar. Aunque los no tan lindos que puedan llegar a aparecer a la larga siempre terminarán sumando. Me gusta vivir el día a día sin demasiadas preocupaciones. Porque para preocupaciones, siempre sobra tiempo”.
Graciela Rodríguez: por la empatía, la alegría y el arte
“No tuve una Navidad feliz”, dice Graciela Rodríguez, actriz. “Tuve muchas”. Y menciona diferentes etapas.
La primera, cuando era una niña y pasaba en la casa de su abuela con sus padres y sus tíos. La segunda, cuando empezaron a pasar en la casa de su familia. Recuerda, también, la primera Navidad en la que su padre no estuvo: no celebraron, la pasaron como un día más con su madre y su hermano. Tiempo después volvieron a reunirse en su casa con toda la familia.
Graciela cuenta que esas eran unas navidades mágicas: al lado había unas viviendas en las que se armaba un árbol gigante. Papá Noel subía por la azotea de la casa y, de pronto, bajaba por una escalera hasta el árbol con regalos para todos los niños del barrio. También para sus sobrinos y los hijos de sus primos. “Eso era una felicidad enorme: ver su cara de sorpresa, la ingenuidad era maravilloso. Así fue una Navidad tras otra”.
Ahora, dice, la Navidad es más íntima: la pasa con su hermano, su cuñada y sus sobrinos. Pero, dice, mantiene la ilusión y la alegría. Además, después de festejar en familia, Graciela desde hace algunos años, se reúne con un grupo de amigos: charlan, brindan, ponen música y a veces bailan hasta la madrugada. Este año esa parte de la Navidad no estará. Y la va a extrañar.
Como para todos los artistas, el 2020 fue un año difícil para Graciela. Si bien tuvo trabajo, dice, le faltó el teatro: el ritual de llegar temprano al camarín y transformarse en un personaje, la comunión con la gente, el aplauso, la sensación efímera y única que solo ocurre en el encuentro de un artista con su público.
Por eso, esta Navidad levanta la copa para que todos los artistas puedan volver a sus escenarios. Además, dice: “Deseo salud y más empatía. Deseo no bajar los brazos y seguir cuidándonos. Sobre todo a nuestra cabecita, es importante mantenerla sana para no perder la alegría y la felicidad. Levanto la copa porque sepamos que la felicidad es ahora. Así que chin chin y feliz momento”.
Alberto Kesman y el deseo de la salud
“El deseo siempre va dirigido primero a la salud y a la educación de todos, sin eso nada funciona”, dice Alberto Kesman, comunicador y relator, sobre sus deseos para el próximo año.
Y, además, enumera su brindis: “Por el trabajo y bienestar, porque sin ellos no hay subsistencia. Por la paz, porque sin la misma es imposible vivir. Por la familia unida, mojón fundamental de las buenas costumbres. Y también porque el bienestar les llegue a todos, porque uno también es parte de todos”.
Alberto dice que el recuerdo de sus mejores navidades son aquellas en las que, como anfitrión, podía reunir a las dos puntas de la familia (padres, hijos y nietos) y recibirlos con energía, algo de lo que disfruta mucho.
Este año, dice, sin dudas será diferente: “No hay duda de que no tendrá ni la alegría ni la impronta ni el abrazo y el beso. Estaremos más lejos, muchos faltarán, entre ellos los familiares que viven en el exterior. Habrá que ingeniarse para buscar felicidad y brindar por la buena salud de cada uno de los seres queridos y pedir por el final más próximo de esta maldita pandemia”.
Pablo Cuevas: encontrar a Papá Noel
CuandoPablo Cuevas, tenista, era un niño, las navidades estaban llenas de magia. Pasaba con toda su familia, que era mucha, en la casa de su abuela. Y siempre eran iguales: con la familia reunida para celebrar.
“Con todos mis primos nos pasábamos esperando y buscando a Papá Noel. Y siempre, de alguna manera, lo terminábmos viendo. Era una ilusión muy linda. Al ser muchos también, después veíamos el árbol lleno de regalos y era una emoción muy grande”.
Muchos años después, Pablo ve la misma ilusión en sus hijas: desde que hacen la carta para Papá Noel hasta que reciben los regalos, la Navidad es una fiesta.
Este año el tenista pasará la Nochebuena en su casa con ellas, su esposa, sus padres, su hermano y su suegra.