La melancolía

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La melancolía uruguaya es un asunto del que nos enorgullecemos tontamente en este país. Es verdad, algo hemos mejorado, pero seguimos siendo mansos, tomadores lentos de mate, angustiados, bajoneados, y nunca demasiado optimistas.

WASHINGTON ABDALA

A esas señas de identidad les podemos agregar la parsimonia, el no llegar en punto jamás a ningún lado y no creer que la excelencia sea un asunto relevante. El clásico "lo atamo’ con alambre" tiene aún naturaleza de himno en esta tierra. Y cuando uno afirma estas evidencias, saltan tirios y troyanos a ladrar creyendo que negando lo obvio es una buena defensa. Acá, el optimismo y la sonrisa son interpretados como frivolidad. Así somos. Siempre nos creímos más vivos que los demás por creernos serios.

Puede ser que los más jóvenes sean "el nuevo uruguayo" más consumista, más colorido y más fiestero, pero de treinta años para arriba el tono onettiano, el estilo fílmico de Whisky y los colores de ropa que visten los connacionales casi siempre (oscuros) hablan de cómo somos y cómo sentimos. Ver otra cosa es creer en los reyes magos. No agrego nada de la música popular uruguaya, que usa el bajón como recurso expreso y se solaza de manera gozosa en ese espíritu. Gracias a Dios apareció "El Cuarteto de Nos" y "La Vela Puerca" encarando para otro lugar más retozante. Ya era hora de rajar de lo "depre".

Un porteño no es como nosotros. Y somos hermanos, o primos hermanos. Un porteño es estruendoso, chanta, agrandado, optimista, atrevido, pícaro hasta el derrape y jugado. Un carioca es juguetón, sonriente, simpático, abierto, dulce, emotivo, sencillo y frontal. Lejos de esos talantes nuestra idiosincrasia. O sea tan cercanos y tan distintos. Es así la cosa. Es bastante obvio esto aunque duela la realidad.

El uruguayo tiene problemas para ser frontal. No le gusta decir lo que siente, tiene miedo a ello, o cree que es muy atrevido hablar fuerte y prefiere reservar su opinión, o la edulcora por alguna razón. Pensar en un periodista como Jorge Lanata en Uruguay es inimaginable. Con todas las discrepancias que puedo tener con Víctor Hugo Morales, hasta a él se le hacía imposible seguir en la aldea, porque ya era insoportable su estilo para los uruguayos. Los que hablan fuerte aquí son locos o histéricos. Nos gusta el estilo de cinismo sutil, no demasiado jugado y casi nunca frontal.

Nuestra forma de ser viene cambiando, eso también es verdad. Los más jóvenes vienen pateando el tablero, vienen globalizados y ya no pesa ser de izquierda o derecha (?). Hay cierta mirada menos dogmática, más pragmática, más básica en cuanto a estilos de vida más jugados a lo que sienten se tiene que hacer en la vida como proyectos personales. Se empezaron a sacar las caretas los chiquilines. Estos pibes de hoy heredaron un país en el que la democracia es un dato de la realidad. Dichosos de ellos. Ni idea tienen lo que es una dictadura, por eso se pueden dar esta libertad, de pensarse a sí mismos, sin pruritos y con visión abierta. Tendría que ser un orgullo para las generaciones mayores (estoy entre ellas) que estos jóvenes del presente sean así, que hayan perdido el miedo a disfrutar de su país, que rompan el molde eterno del bajón colectivo, y que apuesten a un Uruguay de colores —en serio— y no como marketing cancionero-populachero armado para ganar elecciones, mostrando una alegría trucha a ritmo de murga obligada y con pose compañera como salvoconducto al paraíso.

Me empiezo a convencer que los pibes del presente no quieren más el bajón junto al llanto gardeliano como estilo de vida nacional. Creo que la apertura mental, el deseo por ser feliz, el disfrute sin culpa, y la elección del trabajo como un espacio de realización —y no de sufrimiento— empiezan a ser señales de que los uruguayos jóvenes quieren vivir. Es que la generación del 45 tiene que morir algún día de una vez por todas (Con respeto afirmo esto). Allí, entonces habrá chances entonces de romper una lógica errada que hundió mentalmente a este país en una mediocridad oprobiosa durante décadas. Quizás esta época que vivimos muestre la puerta hacia esas aventuras desafiantes que se insinúan. Quiero creer, estoy desesperado por ello, que las cosas serán así. Sería fabuloso que nos pasara eso. Ya es hora de salir del gris. Odio el gris. Es un color maldito.

Cabeza de Turco i Washington abdala

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