HISTORIAS DEL INTERIOR

La primera escuela laica y gratuita del interior: la historia desconocida de la Escuela Hiram

Este centro educativo ubicado en Salto se adelantó a su época y cumple 167 años de actividad ininterrumpida.

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Alumnos de la Escuela Hiram en 1897

Una escuela salteña celebra este año 167 años de actividad ininterrumpida. Es probable que no conozca su nombre aunque Roberto Sierig, presidente durante 11 años de la Sociedad Filantrópica Hiram, su propietaria, asegura: “Salto no sería lo mismo sin ella”.

La Escuela Hiram es la primera laica y gratuita del interior del país y la institución de enseñanza en actividad más antigua con la sola excepción de la Universidad de la República (inaugurada en 1849). Desde su fundación por Leandro Gómez y hasta hoy es administrada por la masonería de Salto y funcionó como un “laboratorio de ensayo” de la Reforma Vareliana.

La institución ha mantenido un cupo de 200 alumnos por varias décadas. Y entre esos miles de estudiantes surgieron muchas personalidades. Uno de los más notorios fue Horacio Quiroga —“el mejor cuentista de América aprendió a leer y a escribir en sus salones”, recuerda Sierig—; también asistieron allí el presidente de la República, Feliciano Viera (1915-1919) y Antonio Miguel Grompone, fundador y director del IPA. La Escuela Hiram incluso cubrió gastos de sus estudios universitarios en Montevideo.

Y por si se necesitara otro ingrediente para hacer más interesante su historia, el edificio tiene una simbología masónica única en el país.

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Escuela Hiram

Del pasado al presente.

La faceta del héroe militar ha encubierto otra parte de la historia de Leandro Gómez: los que han estudiado su biografía también lo ensalzan como héroe de la lucha contra la epidemia de fiebre amarilla y como un gran trabajador por la educación popular.

Fue él quien convocó a otros masones radicados en la ciudad de Salto para establecer un instituto de enseñanza gratuito y laico, dos de los principios que hizo célebre la Reforma Vareliana décadas más tarde.

“La Guerra Grande había terminado pocos años antes y el país estaba absolutamente destruido. La pobreza y el analfabetismo reinaban en todos lados. Y, además, existía la amenaza permanente del Brasil (que se concreta con la invasión de 1864). La necesidad de educación y la necesidad de afianzar la nacionalidad y de generar sentimientos republicanos hicieron que algunas personalidades dirigidas por Leandro Gómez fundaran esta escuela”, explica Sierig a Domingo.

Primero funcionó en un edificio “muy provisorio” como “escuela de primeras letras”; luego se erigió el actual en 1870 que sigue en pie en la calle Treinta y Tres Orientales entre Artigas y Uruguay para dar paso a un instituto moderno que, incluso, ofrecía régimen de internado sin ningún costo extra para el alumno. El plan de estudios consistía en cuatro años con clases de seis horas diarias de lunes a sábado. En el primer año se impartían lecciones sobre objetos, lectura y aritmética; en segundo se sumaba gramática y composición y geografía; en tercero se agregaba dibujo y escritura; y en cuarto la lista se ampliaba: física, fisiología, higiene, zoología, botánica, geología, mineralogía, álgebra, cosmografía, gimnasia y más. A los mejores alumnos se les ayudaba económicamente para que continuaran sus estudios en Montevideo.

Años después, con el modelo de escuelas públicas instalado en el país, la Hiram “se reinventó”, a juicio de Sierig, y se transformó en una institución de oficios, renovando el título de pionera: fue la primera escuela nocturna gratuita del país y de Sudamérica.

“Asistían los obreros de las industrias de Salto (en particular, saladeros y navieras) de albañilería, herrería y carpintería, entre otros”, dice a Domingo. Muchos de ellos repartían sus días entre las clases teóricas en la escuela y las prácticas en las obras de Antonio Invernizzi, quien impulsó el progreso edilicio de la ciudad. “La escuela siempre tuvo la mirada puesta en lograr que los alumnos pudieran tener un medio de vida”, afirma el expresidente de la Sociedad Filantrópica Hiram.

A principios del 1900, más del 80% de los profesionales de Salto habían pasado por la Escuela Hiram. Con el tiempo, se sumaron más cursos: dactilografía, contabilidad, dibujo técnico, inglés, ruso, cerámica, computación, cocina, entre otros, para alumnos de todas las edades y sin costo. “En este momento el curso estrella es el de costura. Empezó siendo básico, para reparaciones, y hoy tenemos un tercer nivel para confeccionar vestidos de fiesta. En la fiesta de fin de cursos se les donan máquinas de coser para que se vayan con el curso hecho y con la máquina para ponerse a trabajar”, cuenta.

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Maestro de la Escuela Hiram de 1895
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Símbolos en el portal.

El edificio de la Escuela Hiram es una de las construcciones masónicas más antiguas del país (bastante anterior al Gran Templo del Palacio Masónico) y, como tal, representa una intencionalidad desde la estructura. La elección del nombre ya dice mucho: Hiram fue el maestro de obras del Templo de Salomón, considerado el arquitecto “perfecto” o representante de la elevación a la maestría.

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Símbolos masónicos

El simple diseño de la puerta principal cubre una compleja simbología: están presentes la escuadra y el compás (los símbolos más importantes y significativos de la masonería) pero con una estrella de cinco puntas en el medio, una combinación que no se ve en ningún otro lado.

De acuerdo con los diccionarios de símbolos, la escuadra es el símbolo de la materialidad, de la conciencia y la rectitud moral, el compás representa el espíritu y la estrella es la luz —entendida como el conocimiento— contra la oscuridad (sus cinco puntas representan la fuerza, belleza, sabiduría, virtud y caridad). Juntos y colocados en una puerta que, además, es un arco (como tal puede representar el equilibrio) y acompañados de nueve líneas —número que se vincula con la sapiencia— configuran el soporte a la elevación del espíritu a través de la sabiduría, lo que es entendido como toda una declaración de principios para un instituto educativo que pretendía ser disruptivo para su época al basarse en un modelo público, universal y laico formativo de “buenos hombres y mujeres” para la sociedad.

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