La última showgirl: el renacer de Pamela Anderson en la gran pantalla

En The Last Showgirl, la actriz interpreta a una bailarina que desafía la pérdida de su lugar bajo los reflectores. A sus 57 años, Pamela Anderson refleja en la pantalla su propia lucha por liberarse de estereotipos, redefinir su carrera y reclamar su poder.

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Pamela Anderson en el documental "Una historia de amor".
Foto: Netflix

Redacción El País

"Te contrataron porque eras sexy y porque eras joven, y ahora ya no tenés eso para ofrecer. Que pase la que sigue”. La frase, cortante como un bisturí, retumba en la sala de audiciones de un club nocturno en Las Vegas, en una dura escena de The Last Showgirl. La nueva película de Gia Coppola -nieta del legendario Francis Ford Coppola- pone a Pamela Anderson en el papel de Shelly, una bailarina que ve cómo su carrera se desmorona junto con el cierre del icónico show en el que ha trabajado toda su vida. Pero Shelly no se calla: “Tengo 57 años y soy hermosa, hijo de puta”, responde, en una línea que parece salida directamente de la boca de Anderson, quien, a sus 57 años, también desafía los límites que otros intentaron imponerle durante décadas.

Anderson no solo actúa; se adueña del personaje y de la narrativa. Como Shelly, la actriz canadiense ha sido juzgada, encasillada y admirada desde su juventud por una belleza que definió la década de 1990, pero que también la redujo a un objeto para el consumo público. Sin embargo, a diferencia de su personaje, Pamela ha decidido liberarse. Dejó atrás la búsqueda de validación externa, los estándares irreales y el escrutinio constante que siempre la acompañaron. Su regreso a la pantalla grande con The Last Showgirl representa una suerte de redención artística, donde finalmente puede mostrar su talento y esencia.

Esta película llega en un momento clave para la actriz, quien ha convertido su edad y su historia en un manifiesto de reinvención. Tras años lidiando con escándalos, como la filtración de su video íntimo con su exesposo Tommy Lee, y una filmografía plagada de papeles menores, Pamela está redefiniéndose.

Su decisión de prescindir de maquillaje en las alfombras rojas, su participación en campañas de Vivienne Westwood y la venta de su mansión en Malibú en 2019 son señales de un cambio profundo. Anderson ha dejado atrás el caos de Los Ángeles para recuperar sus raíces y reconstruirse lejos del ruido. “Finalmente siento que puedo mostrar un poco de lo que soy”, ha dicho en entrevistas recientes. Este no es solo un regreso a la actuación; es el comienzo de una etapa en la que su voz y su historia son las verdaderas protagonistas.

Tormentas y calma.

“Soy la mejor chica de California, lo cual es gracioso, ya que soy canadiense”, dijo Pamela Anderson, nacida el 1° de julio de 1967 en Ladysmith, Columbia Británica. Allí creció junto a sus padres, Carol y Barry. Aunque recibió mucho amor de su familia, su infancia estuvo marcada por dificultades significativas, entre ellas abusos sexuales. “Solemos culparnos a nosotros mismos. No le conté a mi madre al principio. Y cuando lo hice, me dijo: ‘Bueno, eso está en el pasado. No pienses más en eso’”. Superar esos desafíos le llevó años, pero logró salir del trauma.

Entre los 7 y los 12 años fue acróbata y gimnasta, y se destacó como deportista durante toda su etapa escolar. Trabajó como moza entre los 16 y los 19 años. Fue descubierta en un partido de fútbol americano, cuando su imagen apareció en la pantalla del estadio y fue invitada a bajar al campo de juego. Este episodio la llevó a filmar varias publicidades, hasta que Playboy la tentó para participar en sus producciones. Su carrera despegó cuando apareció por primera vez en la portada de la revista en octubre de 1989. “Hacer esa primera sesión de fotos me dio una especie de portal hacia lo que se siente al ser una mujer sensual. Mi sexualidad era mía. Recuperé mi poder”, explicó. Anderson es la chica de Playboy que ha protagonizado más portadas -14 en total- en la historia de la revista.

Pronto incursionó en la actuación. Hizo su debut en televisión en un episodio de Charles in Charge (1990) y luego participó en Mejorando la casa (1991), hasta conseguir el rol de C.J. Parker en Baywatch en 1992. “Simplemente me dijeron: ‘¿Eres Pamela Anderson? Entonces el trabajo es tuyo’”. Fue protagonista durante cinco temporadas, lo que la elevó a la categoría de sex symbol planetario. “(El traje de baño rojo) me lo pongo de vez en cuando y todavía me queda bien”, dijo el año pasado en un programa televisivo. La prenda fue tan icónica que Pantone bautizó oficialmente el tono como “Baywatch Red”.

La fama no le aseguró la felicidad. Su relación de 15 años con el baterista de Mötley Crüe fue especialmente problemática. La pareja se casó 96 horas después de su primera cita y protagonizó uno de los matrimonios más turbulentos de Hollywood. Tuvieron dos hijos, Brandon y Dylan. En 1998, Anderson solicitó el divorcio, alegando haber sido víctima de abuso físico. Lee pasó cuatro meses en la cárcel y, a pesar de sus altibajos, la pareja se reconcilió brevemente antes de separarse definitivamente en 2010.

Lee no fue su única relación controvertida. Se casó cuatro veces más: con Kid Rock, Rick Salomon, John Peters y su guardaespaldas, Dan Hayhurst. Además, se la ha cuestionado por su ¿amistad? con Julian Assange, el fundador de WikiLeaks.

Ahora está en otra etapa, más calmada, más plena. La actriz ha confesado que siente que ha perdido décadas de vida profesional, desde Baywatch y otros éxitos moderados hasta la actualidad. “He dudado tantas veces de mí misma... Y, por supuesto, ese cuestionamiento lo he sentido más aún de parte de los demás. Solo me quedó una solución: mantener la llama viva y seguir adelante”, ha declarado últimamente.

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