La vida es bella en un mega hotel flotante

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Cada noche hay un dress code distinto y un espectáculo para ver.

Viajar en un crucero es despertar cada mañana en otro puerto. A bordo del Zenith, con capacidad para 1.900 pasajeros, hay diversión, paseos, compras y tiempo para derribar prejuicios.

A pocos metros de distancia, su silueta es la de un coloso inabarcable. La blancura lo vuelve elegante; las dimensiones despiertan la curiosidad. La primera impresión al entrar al Zenith, uno de los cruceros de la flota Pullmantur (perteneciente a la naviera americana Royal Caribbean), es que este tipo de vacación no es para mí. Los pisos están cubiertos de alfombras, los pasillos son angostos y los pasamanos siempre dorados. El personal te espera en cada esquina, ofreciendo una pulsera-una copa-un folleto-un pase al spa, y quedando a las órdenes. Aunque todos hablan castellano —con todos los acentos imaginables— me siento lejos de casa. Pero siete días a bordo del itinerario Islas del Caribe resultan la medicina ideal para desterrar aquel manojo de prejuicios inicial.

El camarote (hay 720 en total), en la cubierta 10, tiene una vista privilegiada al mar. Es pequeño pero cómodo, con cama de dos plazas, mesa de luz, escritorio y amplio placard. El baño, en tanto, es una suerte de recordatorio de que aquello no es un hotel común y corriente. Está levantado un escalón del piso, es angosto y ningún tipo de papel puede terminar en el WC. Una vez hecho el check-in en puerto (en mi caso en Santo Domingo, República Dominicana), no hay que cargar la valija, que llega un rato después directo al camarote. Sobre el escritorio, un pequeño cartel presenta a la persona que está a cargo de ese sector de habitaciones. Lo mismo sucede en el comedor, donde uno conserva mesa y "camarero" durante toda la estadía.

Una primera recorrida por este barco con capacidad para 1.900 pasajeros y una tripulación de 600 personas, permite empezar a sentirse más a gusto. Hay dos piscinas (aunque más bien pequeñas), varios restaurantes y bares, casino, gimnasio, jacuzzi, dos discotecas (una de ellas para adolescentes, que solo se abre cuando hay demanda), free shop y un teatro para 800 espectadores. El panorama mejora aún más si uno es un huésped Waves (o sea, casi un VIP), con acceso al café Waves con Internet ilimitado y menú de "tentempiés", al Sun Lounge —con reposeras de madera, colchonetas mullidas y resguardado del bullicio de las masas— y a las bebidas y tragos Premium. De hecho, el servicio Waves no siempre existió sino que es una de las incorporaciones 2016 del Zenith. Y quienes acceden (por estar en una cabina suite o superior), lo disfrutan y agradecen.

Sea el itinerario que sea, en un crucero el día comienza temprano. En el Zenith que recorre las Islas del Caribe (La Romana, St. Marteen, Antigua, Santa Lucía y Barbados), el primer y último día son de pura navegación, pero el resto de los trayectos en alta mar se hacen por la noche. Y cada mañana se amanece en un nuevo puerto. Este gigante de 48 mil toneladas se maneja desde el Puente de Comando, un espacio increíble que se puede conocer con una visita guiada que cuesta 35 dólares y solo se hace el día de navegación. El recinto es amplio y con pocos pero cruciales elementos. El capitán, el griego Dimitrios Papatsatsis, no está siempre allí, pero es quien se encarga de la maniobra de entrada y salida en puerto. El resto del tiempo, el personal trabaja en turnos de ocho y cuatro horas, según la función. Contra el ventanal de vidrio corrido, dos tripulantes tienen la insólita y fundamental misión de mirar al horizonte. Día y noche, con sus ojos o con binoculares. Cuando hay mal tiempo —sobre todo tormenta o niebla— a la vista la ayudan los mapas y las computadoras, con las que alcanzan una distancia de 20 millas. El Zenith, que se construyó en 1992 y se aggiornó en 2013, logra una velocidad máxima de unos 19 nudos (30 kilómetros), no más. Por la noche, los motores aflojan y las olas se transforman en las mejores mecedoras del universo.

Mientras la calma reina en el mando, en las áreas comunes el bullicio es lo común. La cantidad de gente se siente, pero no abruma. En los restaurantes, que son dos y cada uno tiene una propuesta distinta, la comida no suele terminarse. Eso sí, hay que ser puntual, algo que el público latino no siempre logra. El Departamento de Alimentos y Bebidas, dice Luis Leites, portugués y hotel director, es uno de los más complejos. En este itinerario, los alimentos frescos provienen de Santo Domingo y los congelados llegan de Europa o Estados Unidos una vez al mes. Tras cuatro horas servida en el buffet, la comida sobrante va a parar a la basura. En promedio, se consumen 800 latas de cerveza al día. Cuando el crucero se desarrolla en Carnaval y el destino es Brasil, la cifra asciende a 10.000 latas diarias.

La piscina y los bares son, seguramente, la áreas más movidas y ruidosas. Si la idea es descansar, mejor no estar allí sobre las cuatro de la tarde, cuando los animadores —por lo general brasileños— arengan a las masas a sumarse a sus coreografías a ritmo de reggaetón. El entretenimiento dura una hora y suma público de todas las edades. Después vienen los juegos de preguntas y respuestas y los premios. En un crucero internacional como este, generar hinchadas por países es un recurso infalible. En el Zenith viajan mayoría de dominicanos y colombianos, pero también muchos franceses (por tener puerto de embarque en colonias de origen galo), brasileños y argentinos. Además hay algunos uruguayos, aunque no compiten en volumen con sus vecinos.

En la última cubierta, la 12, el gimnasio es pequeño pero con buena vista, o sea, mira al mar. Hay caminadoras, elípticas, bicicletas, varios aparatos de musculación y pesas de todos los tamaños. Aunque cuentan con toallas —tan blancas como pequeñas— no ofrecen colchonetas, una carencia que disuade a los fanáticos de los abdominales. Para los cruceristas principiantes, la sugerencia es no correr en las cintas el primer día, ya que el movimiento del ejercicio sumado al desplazamiento del barco en el mar puede ser un combo explosivo. La recomendación es ir probando de forma gradual.

Después de pasar el día en tierra firme o tomando sol en la piscina —a gusto de cada huésped—, con la llegada de la noche también llega el glamour que todo crucero —por más económico que sea— tiene que tener. Todas las noches son iguales y distintas a la vez. El plan siempre está escrito en el "diario de a bordo" que llega por debajo de la puerta. Esta suerte de hoja de ruta anuncia el clima, cuenta sobre el siguiente destino, propone excursiones, describe las actividades que habrá en el barco y marca el motivo y dress code de la noche, que va desde gala hasta tropical o rock. Y aunque no hay obligación de atenerse a las reglas —en definitiva todos están de vacaciones— la mayoría de los pasajeros sigue las indicaciones. La noche de gala, cuando se forman largas filas para conocer y tomarse una foto con el capitán, en el Zenith no es requisito llevar vestido largo ni traje con corbata. Sin embargo, la mayoría se esfuerza por lucir sus mejores looks.

Si hay algo que uno no pasa en un crucero es hambre. La cena se sirve en dos turnos, que quedan debidamente establecidos desde antes de zarpar. En contrapartida, en el teatro también hay dos turnos para el show. Aunque en general no gozan de la mejor reputación, los espectáculos del Zenith valen la pena. A Shimbalaie, Rock never dies y Zeck, este 2017 se sumó un tributo a Abba, con música, actuación y trajes que no tienen qué envidiarle a los mejores musicales del mundo. Bajo la batuta del español Joaquín Gasa —que es un show en sí mismo— el equipo está formado por 46 personas entre músicos, bailarines, acróbatas y el maestro de ceremonias. Las coreografías y los vestuarios se montan en tierra firme, más precisamente en Brasil. A veces, las fiestas no son abiertas al público. No es raro ver en los pasillos de un crucero alguna novia. En general, los casamientos requieren coordinación previa, aunque también hay historias de algunos más imprevistos e impulsivos.

El recorrido por las Islas del Caribe está en suspenso hasta la primavera. Mientras, Pullmantur ofrece un itinerario por las antillas y el Caribe Sur. Embarcando en Panamá o Cartagena y sin incluir los pasajes aéreos, los precios van desde 800 dólares con propinas incluidas.

Hay quienes dicen que viajar en un crucero es aprender a decir adiós. Para otros, es no aferrarse a la rutina. Cada puerto es una ciudad y una despedida, pero también una posibilidad de encuentro. *Invitada por Pullmantur.

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Cada noche hay un dress code distinto y un espectáculo para ver.

VIAJESDANIELA BLUTH*

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