La vida expuesta: la dinámica de las redes sociales

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La exposición constante está naturalizada en la virtualidad. Es, incluso, un posible paso al éxito y reconocimiento entre pares.

No le gusta que le digan Gimena. Es su nombre pero le cae más simpático “Gime” (foto principal). Es uruguaya, tiene 19 años, le gusta el mate, el asado y jugar a las cartas (o a cualquier juego que le propongan) con amigos, es muy competitiva, disfruta de las charlas profundas, nunca tuvo novio, a los 15 no tuvo fiesta ni viaje, saltó en paracaídas, tiene un perro llamado Rody.

Desde hace unos tres años Gime sube videos a YouTube en su canal Alaska y los datos del principio provienen de ese espacio donde comparte anécdotas, experiencias, ideas con 236 mil seguidores. En septiembre de 2019 convocó a 700 personas que querían conocerla en Kibón, Montevideo. Las puertas se abrieron tanto con las marcas como con la oportunidad de publicar su primer libro Alaska (Montena) o para trabajar en un proyecto de Plan Ceibal.

Alaska es youtuber y, bajo su propia decisión, comenzó a jugar en ese universo no tan extraño para las generaciones más chicas donde la vida personal, privada, común y corriente es entretenimiento e identificación. Hasta hace unos años la exposición masiva, la fama, estaba pautada por terceros como managers, productores, medios tradicionales, empresas que trabajaban con cantantes, actores, deportistas, figuras que tenían un gran peso sobre el público y que aprovechaban esa exposición para un mayor alcance de sus discos, películas, etcétera. Hoy en día la exposición masiva está a la mano.

Gimena, la youtuber del canal Alaska
Gimena, la youtuber del canal Alaska

Los ídolos de las nuevas generaciones ahora son influencers, youtubers, streamers que, en palabras sencillas, son como ellos. Que crecen por mostrar sus vidas. La retribución de estos nuevos famosos se da en likes, comentarios, reproducciones.

Se trata de “un líder a quien imitar, o a quien poder tener de modelo, en un mundo donde todo debo decidir, entre una diversidad infinita de opciones y de las cuales todas parecen valederas y que su valor será ínfimo. Puesto que el consumo es por placer y no por necesidad. Porque no solo compro cosas materiales, también compro formas de hablar, formas de pensar, formas de actuar, formas de… Entonces el ‘ídolo’ tiene que reinventarse constantemente para mantener a su audiencia, que puede dejarlo de seguir por otro ‘ídolo’ más atractivo”, explica María Julia Morales, doctora en Tecnología Educativa, investigadora y docente.

Ser un líder en la era de las redes sociales no es puro prestigio y glamour. Entre laadicción al like, el juego perverso de los algoritmos —expuesto en el documental El dilema de las redes sociales (ver recuadro)— la competencia constante y la posibilidad de desaparecer en el universo de las redes sociales por el simple hecho de no colgar contenidos con asiduidad, la exposición y la presión para contar más y más en pos de las estadísticas es un tema a tener presente, sobre todo cuando niños, niñas y adolescentes actuales sueñan con ser youtubers.

Quiero ser youtuber

Una encuesta realizada este año en Estados Unidos, Reino Unido y China para Lego reveló que niñas y niños sueñan más con ser youtubers (un 29% de los encuestados) que astronautas (un 11%). En Uruguay no es muy distinto. En una investigación realizada por el equipo del que es parte la socióloga Morales se abordó transversalmente las redes sociales y se desprendió que “los y las adolescentes manifiestan muchos de ellos y ellas querer ser youtuber. Sus motivos son, por un lado, los ingresos que les permitiría tener; por otro, el status entre los pares”.

El posicionamiento entre pares tampoco es algo nuevo. “Las redes sociales han tomado nuestros rasgos más histriónicos, más narcisistas, más sociales para ponerlo todo en una plataforma en la cual permanentemente están reclamando nuestra atención. Está el Fomo, ese miedo a estarse perdiendo de lo que sucede de la vida social, que cada vez más transcurre en las redes sociales”, explica Roberto Balaguer, psicólogo experto en cibercultura.

El dilema de las redes sociales. Foto: difusión Netflix
El dilema de las redes sociales. Foto: difusión Netflix

“Cualquiera sea el tipo de red social en la que se participe, todas tienen la capacidad de generar una sensación de ‘ser parte’ de algo, de poder compartir con otros lo que me pasa, lo que hago (o lo que quiero que se vea sobre mí) y también saber de los demás”, añade la socióloga Natalia Moreira, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de Universidad de la República.

Y con los más chicos también sucede lo que el sociólogo e investigador de Observatics, Javier Landinelli, describe como una naturalización de esta implicancia de la virtualidad en sus vidas, son vistos como “recursos que se configuran como necesidades de las cuales es difícil prescindir”.

Detrás de escena

En 2018 Inés, una youtuber española famosa, dejó de publicar videos. Cada día le era más difícil hacer contenido, se convirtió en presión, mal humor, ansiedad. “A veces quieres agradar tanto a los demás que se te escapa el control de las cosas. Vives con el miedo de aburrir a tu audiencia y que se canse de ti, pero, por otro lado, a la gente no suelen gustarle los cambios”, escribe en una columna publicada en julio de 2020 en Verne, cuando finalmente se sintió preparada para hablar al respecto. No es un caso aislado.

También en 2018 salió el documental The American Meme, donde grandes influencers (Paris Hilton, entre otros) confesaban cuál era su nivel de conexión con sus comunidades de seguidores.

De dependencia: “Mi vida no es realmente interesante como para que la gente quiera seguirme, así que tengo que exagerar”, es una de las frases que resuenan en esa pantalla. 

En esto aparece la necesidad de aceptación. “La existencia de las redes sociales ha acrecentado eso, sobre todo en los más jóvenes, en los que hay una importante necesidad en ser legitimado por una generación que funciona de esa manera online”, dice Balaguer. Lo que sucede con las redes y el alcance, “es que se genera la presión -con contratos en juego- de estar compartiendo material de interés. Y se deprimen y quedan muy ansiosos. Y todo lo que digan va a estar teñido por lo que los otros gustan; es una claudicación de ser uno mismo”.

Al respecto, la socióloga Ana Rivoir, doctorada en un programa sobre Sociedad de la Información y el Conocimiento, sostiene que uno de los aspectos que cambiaron estas tecnologías es el de los límites entre público y privado. La exposición de cuestiones que en otro momento histórico eran consideradas parte de la intimidad. Todo parece ser un espectáculo que se está montando o consumiendo. Esto lleva a confusiones, conflictos, exposición innecesaria y a riesgos, sobre todo para niñas, niños y adolescentes. También a oportunidades de acceso a información, de estudio y creatividad, salidas laborales o de ingresos”.

Alaska disfruta al subir contenido, aunque en el último tiempo también es una responsabilidad asumida tanto con sus seguidores como con las marcas.

Asimismo, cree que es importante mantener un equilibrio: “Si estoy viendo el atardecer, si estoy con mis amigos, no estoy pensando en el celular. Sé que hay muchos influencers que lo tienen incorporado, yo capaz llego a mi casa y digo: ¡pah, hubiera sido una buena historia!, pero en el momento estoy en eso, disfrutando. Siempre me dicen: ‘Es impresionante que lo digas vos, recontradictorio, porque trabajás de mostrar tu vida’. Pero creo que hay que saber hacer un balance entre lo que mostrás, lo que no, entender que es uno quien decide lo que muestra a pesar de la exigencia que puedas tener de que la gente siempre te está demandando, ni siquiera la gente, el mundo”.

Un dilema del que todos hablan

El documental El dilema de las redes sociales (Netflix), trata un tema que no estaba oculto, pero del que todos están hablando desde que lo analizaron exempleados de redes sociales. Los algoritmos fueron diseñados por humanos, pero cobraron vida propia en su capacidad para manipular a, paradójicamente, humanos. Sobre esto, Roberto Balaguer explica que los algoritmos incluso pueden “generar mayor tiempo de permanencia en las redes sociales. Empezaron a hacernos aparecer y desaparecer contenidos y personas, formas de resaltar distintas cuestiones sociales que han ido generando una alteración ya no de las tradicionales formas de vincularnos, que eran más cara a cara y muy poco mediatizadas, sino también en lo que se jerarquiza y se manipula nuestra atención y formas de armar las distintas burbujas de personas con las que estamos en contacto”.

Natalia Moreira habla del documental para desarrollar el asunto de lo público y privado. “Los adolescentes y jóvenes no se cuestionan este tema. Publican sus ubicaciones, qué están comiendo, con quién y hasta que música llevan en Spotify. Allí no hay tapujos ni temores en la publicación. Son los adultos los que siguen preocupados (y con razón) sobre este tema”.

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