Las babas del diablo

HUGO BUREL

Acabo de ver una copia en DVD de Blow Up, el famoso film de Michelangelo Antonioni rodado en 1966 en Londres, basado en el cuento de Julio Cortázar, Las babas del diablo. Protagonizado por David Hemmings, Vanessa Redgrave y Sarah Miles, el film se centra en la aventura de un fotógrafo (Hemmings) que una mañana de verano, en un parque londinense, fotografía a una pareja de enamorados y luego descubre un posible crimen a partir de unas ampliaciones que hace de las tomas, aparentemente casuales, que realizó de la pareja.

El film, que vi por primera vez en su estreno montevideano de 1967, siempre me fascinó por ese misterio descubierto en una fotografía y por el poder de la imagen fotográfica para revelarnos una verdad. El protagonista pasa de robar imágenes en un hospicio de vagabundos, a las tomas en estudio de la modelo Verushka para luego involucrarse en algo sórdido que su cámara captura casi sin que él lo note. Ello habrá de obsesionarlo y, pese a que la prueba fotográfica no lo conducirá a resolver el misterio, tanto él como el espectador saben que su cámara no miente y que lo que aparece en las imágenes ampliadas (el blow-up del título original) es, indudablemente, un cadáver.

A partir de la invención de la fotografía, allá por la primera mitad del siglo XIX, el testimonio fotográfico de personas, lugares y hechos fue adquiriendo estatus de verdad, o al menos, de documento que se aproxima de manera notable a esta al inmovilizar la realidad en un momento determinado. En ese esquema, la fotografía de prensa o periodística, ha sido siempre el complemento visual de la crónica, pero a diferencia del fotógrafo de Blow up, por lo general el de prensa no descubre nada "después", sino que sale a cazar imágenes con un objetivo deliberado y una clara intención de testimoniar lo que sea a partir de la misión que el medio para el que trabaja le encomiende. En tal sentido, una de las imágenes del año será, sin dudas, la fotografía de Diego Battiste de la mesa del restaurante Lindolfo, en la cual aparecen un ministro, un poderoso empresario, su hijo y el famoso "caballero de la derecha", único postor en el remate de los aviones de Pluna, publicada por El Observador.

Más allá de todo lo que se ha escrito y debatido sobre este asunto, quiero detenerme en la circunstancia imaginaria de que esta fotografía no hubiera existido. Tal vez el almuerzo habría trascendido, pero no hubiera tenido la repercusión que el documento gráfico, luego publicado en la primera página de un matutino, tuvo en la opinión pública. A su vez, el pedido del ministro de no ser fotografiado -"no, fotos no" reclamó al reportero- hizo patente la necesidad de esa fotografía, de ese documento indiscutible de una reunión que, a la luz de lo que se sabía en ese momento sobre el caso Pluna, cambiaba por completo el escenario. Una vez más se demostró que a veces una imagen vale por mil palabras.

Pero vuelvo a Blow up, y todavía un poco antes, al cuento de Cortázar y a su misterioso título, Las babas del diablo. Según una interpretación científica, se trata de conjuntos de telas de arañas diminutas que sólo se hacen visibles cuando se acumula gran cantidad. Estas arañas usan los filamentos como "velas" para viajar, arrastradas por el viento. Las arañas se afirman en una rama, poste, cable o hilo de alambre, y comienzan a segregar hilos de una sustancia viscosa que en contacto con el aire se solidifica y se despliega en la brisa, para luego soltarse y emigrar hacia nuevos rumbos. Cortázar aprovechó esta idea, que en el cuento representa el vínculo de sujeción, casi invisible, entre los personajes de un triángulo ambiguo, que no son los del film.

Hilos invisibles, fotografías que se tratan de impedir, secretos revelados y no aclarados y demás coincidencias marcan las correspondencias entre lo que fotografió Battiste, un cuento magistral y una película ganadora de la Palma de Oro de Cannes. Porque como toda imagen fotográfica no trucada, más allá de su objetividad plantea siempre el desafío de entender o interpretar lo que muestra y que en la foto de Lindolfo, saltó a la vista.

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