NOMBRES
La cantante y compositora Mariah Carey presentó hace poco el libro que recopila sus sus memorias, al tiempo que celebra 30 años de trayectoria musical.
Entre las tantas reseñas sobre el libro de memorias The Meaning of Mariah Carey, hay una publicada por la revista The New Republic que se centra en una de las primeras apariciones en televisión de la cantante y compositora: “La primera vez que cantó en televisión en su registro de silbato fue en una transmisión de un partido de la NBA, en 1990. Luego de que llega a la nota Do más alta, el director ‘poncha’ a un par de jugadores de los Detroit Pistons, que ríen de manera incrédula ante lo que escucharon. En sus recientes memorias, que celebran sus 30 años en la música pop, Carey recuerda ese momento: ‘Nadie ahí, ni los jugadores ni el público, sabía quién era cuando entré. Pero se iban a acordar de mí cuando me fuera’”.
No por nada una de las tantas canciones que publicó en esas tres décadas se llama Triumphant(“triunfante”). Y hasta se demoró hasta 2012 para sacar una canción titulada así. Lujos que puede darse una mujer con legítimas aspiraciones a autodefinirse como “Reina del pop”. Cuestión complicada esa denominación. Durante años, esa distinción se oía o leía cuando se hablaba de Madonna. ¿Cómo se mide la estatura de una estrella musical? Ahí entran a tallar muchos factores, la gran mayoría de ellos subjetivos. En el terreno de lo cuantificable, sin embargo, Carey supera a Madonna en varios rubros: vendió más discos y tuvo más primeros puestos en Estados Unidos, por ejemplo. Además, ostenta muchos otros récords (uno de los tantos: en Estados Unidos solo The Beatles tienen más primeros puestos que ella). Aún así Madonna tiene mayores ventas de discos a nivel internacional y por amplio margen. Carey es, fundamentalmente, un fenómeno estadounidense.
Eso es patente en su estilo musical. A diferencia de la ya mencionada Madonna u otras como Kylie Minogue o Adele, la identidad sonora y artística de Carey está mucho más anclada en las tradiciones pop de su país y específicamente en el pop de raíz negra.
Sus múltiples colaboraciones son un indicio de ese anclaje y esa conexión. A lo largo de su trayectoria, Carey ha grabado con raperos como Jay Z, Snoop Dogg y Missy Elliot, y con cantantes de R&B como Boyz II Men, Usher o Miguel.
Pero Carey también tiene otra faceta, que la emparenta con artistas como Barbra Streisand y Celine Dion: la cantante de megabaladas. Enormes construcciones musicales que se sostienen solo con cierta dificultad, dada la meticulosidad y lo barroco de sus arreglos (y el rango y poderío de su voz, claro).
Entre esos dos polos hay canciones con un perfil más bajo donde ella suena más suelta, en apariencia menos sujeta a lo que otros esperarían de ella.
Según su propio racconto, Carey nació en un hogar en el cual no le daban demasiadas atenciones. Su madre era una cantante de ópera y su padre un militar con ancestros venezolanos. De madre blanca y padre afro, Carey tuvo que navegar entre los preconceptos y las expectativas de otros. ¿Era una cantante “blanca” como parecía ser en las baladas? ¿O una cantante “negra” como en sus temas para el boliche? Ella se considera a sí misma negra, por más que su piel no sea oscura. “En Estados Unidos tienen una regla que dice que basta una gota de sangre diferente para que seas considerada ‘birracial’, algo que empezó en la época de la esclavitud. En mi caso, siempre sentí que a la prensa le molestaba decir que era mitad blanca, mitad negra. Me gustaría que todos pudieran entender que una persona puede ser muchas cosas a la vez”, dijo en una entrevista hace unos años.
Pero las expectativas más altas siempre fueron las de la industria discográfica. Conoció el éxito masivo desde su primer disco y esa industria no tardó nada en darse cuenta que ella podría reportarle fabulosas ganancias. Estar casada con el presidente del sello que publicaba e invertía en su música no aliviaba esa presión precisamente. A eso hay que sumarle que como muchas estrellas, en particular las femeninas y bellas como ella, era una favorita de la prensa sensacionalista.
“Yo era como un cajero automático del que todos querían sacar dinero”, dijo hace unos días cuando fue al programa de Oprah Winfrey.
Los récords, las relaciones amorosas y el hecho que su voz fuera excepcional le dieron mucho dinero y fama, pero la privaron de eso que muchos artistas ansían: el prestigio. Ella tampoco ayudó mucho, es justo decirlo. Rara vez pudo o quiso salirse del molde de supervocalista, reina del melisma, que tanto ella como otros construyeron. Recién ahora se conoció, por ejemplo, que grabó un disco entero de rock con tintes grunge en la década de 1990, por ejemplo.
Pero es erróneo considerarla como una cantante meramente instrumental a los intereses de una corporación comercial. No solo es una vocalista inverosímilmente dotada. En muchas canciones puede oírse a una mujer que, haciendo sus propios arreglos vocales, demuestra complejidad, sofisticación y talento. Con el paso de los años, ha ido dejando de lado cierto exhibicionismo para dejar que aparezca un estilo interpretativo más maduro. Además, cuando hace pop bailable (como en canciones como Dreamlover, Honey, Touch My Body o Heartbreaker) hay muy pocas que puedan hacerle sombra.
Difícilmente el libro contribuya de manera significativa a una revaloración del lugar que ella ocupa en el paisaje pop global entre entendidos y especialistas. Pero es una cuestión de tiempo. En algún momento empezará el revisionismo de su camino y ella dejará de ser la diva para empezar a ser la artista.