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Las últimas palabras de un uruguayo que murió en el Titanic

La casa de remates Zorrilla subastará a fin de mes la carta escrita por Ramón Artagaveytia desde el barco. También saldrán a la venta objetos del Graf Spee

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Titanic, el coloso de la White Star Line que se hundió en su viaje inaugural.

El viernes 30 de junio y el sábado 1º de julio la casa Zorrilla (Soriano 990) sacará a subasta un conjunto de lotes históricos que incluyen condecoraciones del expresidente José Batlle y Ordóñez, piezas del Graf Spee y una carta enviada desde el Titanic por uno de los tres uruguayos que perdieron la vida en aquella histórica tragedia de 1912.

La carta manuscrita en hoja membretada de la White Star (compañía propietaria del Titanic) pertenece a Ramón Artagaveytia y fue despachada desde Queenstown, Irlanda, en la última parada en tierra firme realizada por el transatlántico para el envío de correspondencia. Dirigida a su hermano Adolfo, con fecha 11 de abril de 1912, consta de dos folios con tres carillas. Y tiene una nota posterior añadida por este último: “Última carta que escribió mi querido hermano Ramón. A los tres días de ésta, naufragó el Titanic, pereciendo ahogado”. El lote va acompañado por la única fotografía que se conoce de Ramón Artagaveytia, impresa en una postal francesa, con una inscripción que la sitúa en Évian y fechada el 31 de agosto de 1909.

“La carta proviene de la familia Artagaveytia. Pusimos todo el linaje, quiénes la fueron heredando tras su muerte”, comentó a Domingo el rematador Sebastián Zorrilla. Y agregó: “Trabajamos con dos plataformas americanas, Live Auctioneers e Invaluable. Y eso hace que los remates de acá tengan visibilidad mundial. En el caso que se venda en el exterior, permitirá saber cuánto pagan y a dónde va a parar la carta, porque el Titanic es un tema mundial. Vamos a ver qué pasa”.

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Única foto conocida de Ramón Artagaveytia. Acompaña el lote de la carta que este uruguayo envió desde el Titanic.

El viaje soñado.

El miércoles 10 de Abril de 1912 el capitán Edward J. Smith subió por fin al Titanic, anclado en el puerto de Southampton, al sur de Inglaterra. Tenía 38 años de experiencia con la White Star y poseía una insuperable foja de servicio. No había dudas: él era el hombre idóneo para pilotear el crucero más moderno y fastuoso del mundo.

El Titanic rumbeó hacia el Canal de la Mancha para dirigirse a Cherburgo, donde desembarcaron algunos pasajeros y embarcaron otros. Allí abordó el ciudadano uruguayo Ramón Artagaveytia, un acaudalado estanciero que vivía desde hacía tiempo en Argentina. Llevaba un boleto de primera clase en su mano: el número 17.609.

Artagaveytia había cumplido 72 años en julio. Era hijo de Ramón Fermín Artagaveytia y María Josefa Marcisa Gómez y Calvo. Tenía dos hermanos, Adolfo y Manuel, el primero de ellos un conocido médico. Y su vida había estado vinculada desde siempre al mar. Según una leyenda familiar, justo antes de su muerte, su abuelo le regaló un remo con la siguiente dedicatoria: “Si sabes cómo usarlo, nunca pasarás hambre. Tus ancestros siempre sobrevivieron gracias al mar. Este es tu destino ¡Síguelo!”

Ya había estado en un naufragio célebre, el del vapor América, que se incendió y perdió en 1871 cerca de la costa de Punta Espinillo. Solo 65 pasajeros sobrevivieron de un total de 164: Artagaveytia escapó arrojándose al mar y nadando por su vida. Pero muchos se quemaron terriblemente y el episodio lo dejó marcado para siempre.

Según la Encyclopedia Titánica, la nómina en inglés de los pasajeros del Titanic, Artagaveytia había viajado a Europa a visitar a su sobrino en el Consulado Uruguayo en Berlín. El 9 de febrero de 1912, dos meses antes de zarpar en el Titanic, le escribió una carta a su primo Enrique en la que dejaba en claro que aún no se había recuperado emocionalmente de la tragedia del América, ocurrida 41 años atrás: “Las pesadillas continúan atormentándome. Incluso en los viajes más tranquilos despierto en la noche con terribles pesadillas y siempre oyendo la misma palabra: ¡fuego, fuego, fuego!... Incluso llegué a pararme en la cubierta con mi salvavidas puesto…”

La correspondencia también expresaba su confianza en el “nuevo” sistema de comunicación del Titanic que revolucionaba al mundo: el telégrafo inalámbrico Marconi: “Enrique, no puedes imaginar la seguridad que el telégrafo brinda. Cuando el América se hundió, justo enfrente de Montevideo, nadie contestó a las luces de ayuda. Ahora, con un teléfono a bordo no volverá a suceder”.

El 11 de abril, al otro día de embarcar, Artagaveytia le escribía a su hermano Adolfo: “Cerré mis ojos y subí a bordo en este barco gigantesco. Uno de los maleteros tomó mi valija y la subió al tercer piso. Fuimos al comedor Saloon C. Mi cabina es muy confortable. Está calefaccionada eléctricamente. Está prendida en la noche porque hace mucho frío”.

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Primera página de la carta de Ramón Artagaveytia con el logo de la White Star y el nombre del Titanic.

Los Carrau

Ramón Artagaveytia viajaba solo, pero en más de una oportunidad se cruzó en las cubiertas y salones del Titanic con los otros dos uruguayos a bordo: los jóvenes Francisco y José Pedro Carrau.

A los 28 años, Francisco Carrau Rovira dirigía la pujante distribuidora de alimentos Carrau & Cía, fundada en 1843, a pesar de ser el menor de ocho hermanos. Era un joven brillante y un hábil empresario. Para 1912, Carrau & Cía ya estaba fuertemente consolidada en el mercado local. Actualmente, la misma familia dirige la firma, la compañía privada más antigua del país.

Sin compromisos amorosos o conyugales, Francisco recorría Europa en viaje de negocios junto a su primo José Pedro, un imberbe de 16 años que lo acompañaba bajo el pretexto de ser su secretario personal. Pero era claro que los unía más que una relación de negocios. Francisco le había prometido a su tío devolverle a José Pedro “siendo un hombre”. Sus sueños jamás se harían realidad.

Llegan las noticias

Los diarios de Montevideo comenzaron a difundir las noticias de la tragedia del Titanic dos días después de su hundimiento. “Ni un momento se nos ocurrió que habrían de ser devoradas por el abismo personas de nuestra sociedad, de nuestra relación, que nos estuvieran ligadas por vínculos de afecto y por la coincidencia en anhelos políticos”, señalaba La Democracia, en alusión a la muerte de Artagaveytia, conspicua figura del Partido Nacional al cual respondía el desaparecido periódico.

“Cuando la política uruguaya se estremecía, se presentaba la borrascosa política o la ola revolucionaria, Ramón Artagaveytia acudía a aportar el supremo esfuerzo, el caudal de sus robustas energías morales e intelectuales y el aporte de sus recursos”, añadía el órgano de prensa.

El veterano militante fue miembro activo del Comité de Guerra de 1897 y volvió a serlo en 1904, en la revolución que terminó militarmente en la batalla de Masoller. “Pero el hombre tan pródigo de sus energías, como de su dinero, en servicio de su partido político, jamás le pidió nada para sí. En ninguna forma fue a reclamar su recompensa el día de las distribuciones, ni siquiera en la forma de un puñado de renombre, de gloria, o de esa falsa e ilusionante gloria del elogio periodístico”, subrayaba el periódico del Partido Nacional.

Los familiares no perdieron las esperanzas hasta último momento. Artagaveytia había escrito poco antes a su familia anunciando el propósito de emprender un viaje de placer por Estados Unidos aprovechando la salida del Titanic. Pero la llegada de la carta coincidió con la noticia de la catástrofe, por lo que sus hermanos dudaron que hubiera subido al transatlántico. Telegrafiaron a Londres por intermedio del Banco Español del Río de la Plata y el 17 de abril recibieron una respuesta que no dejaba lugar a dudas: Artagaveytia figuraba en la lista de pasajeros.

El 24 de abril, el diario El Bien informaba que el cadáver de Artagaveytia sería “embalsamado” y llegaría a Montevideo “probablemente en la segunda quincena del mes de mayo”.

El cuerpo viajó desde Halifax a Nueva York, y de allí fue embarcado a Montevideo en el vapor Vasari luego de las gestiones realizadas por el cónsul uruguayo en esa ciudad, Alfred Metz Green.

Los restos mortales de Atagaveytia demoraron más de 60 días en arribar a destino. Actualmente se encuentran en el Cementerio Central de Montevideo.

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Tumba de Ramón Atagaveytia en el Cementerio Central de Montevideo. Foto: Andrés López Reilly

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