A propósito de la Copa América y de las vitrinas repletas o vacías de sus participantes, un recorrido por los trofeos deportivos más reconocidos del mundo y sus curiosidades.
LUIS PRATS
Así alineados en la parte superior de esta página, los trofeos parecen integrar una imaginaria vitrina, como la que estuvo en el centro de las chanzas de uruguayos y argentinos hacia los chilenos en esta Copa América. Pero se trata de copas de diferentes competencias, por lo cual nadie tendrá nunca la oportunidad de exhibirlas juntas, por más que se trate del sueño de todo deportista.
Desde los tiempos de los antiguos Juegos Olímpicos, la competencia procuró siempre recompensar a los mejores con un premio. Los griegos daban a sus campeones olímpicos una corona de laureles y hasta una estatua en el templo de Zeus si se trataba del vencedor del pentatlón. Con los años, la distinción pasó a ser un trofeo, generalmente llamado copa, aunque la forma de la mayoría no permite beber de ellos. Hay premios que no son objetos de metal, sino prendas de vestir e incluso símbolos. La costumbre no se modificó con el advenimiento del deporte profesional, en cuyo caso el campeón recibe una fuerte suma de dinero y también una copa.
Uno de los trofeos más antiguos (y curiosos) del deporte es la Copa Los Andes, el premio para el campeón sudamericano de golf por equipos. El copón de plata fue creado por un orfebre británico en 1841, para que la reina Victoria se lo obsequiara al Royal Squadron de yachting, pero al final la soberana eligió otro modelo. El trofeo terminó en una joyería de Buenos Aires, donde un siglo más tarde lo compró Eduardo Costabal, dirigente chileno que impulsó la Copa Los Andes. Además de su particular origen, la copa tiene un rebuscado diseño, con un San Jorge y su dragón en el tope, más sapitos y culebras esculpidos en su base.
Por décadas, el trofeo más famoso fue la Copa del Mundo de fútbol, bautizada después Jules Rimet en homenaje al dirigente francés bajo cuyo mandato nacieron los mundiales. Se trataba de una diosa alada diseñada por el escultor francés Abel Lafleur. Dos veces estuvo en Montevideo, tras las conquistas de 1930 y 1950, pero el reglamento establecía que la copa quedaba en propiedad del seleccionado que lo conquistara tres veces. Eso ocurrió en 1970 con Brasil, que se la llevó para siempre a la sede de la CBF en Rio de Janeiro. Ese "para siempre" duró 13 años, porque ladrones de poca monta la robaron y la fundieron para aprovechar su chapa de oro (en su interior era de plata). Esa es la versión oficial: hay quien dice que la Jules Rimet está en manos de un coleccionista privado que encargó el robo. Sin embargo, la base original, que se usó hasta 1954, fue encontrada este año en el sótano de la FIFA en Zurich. El trofeo reemplazante se llama Copa FIFA, fue diseñado en 1973 por el escultor italiano Silvio Gazzaniga con dos estilizadas figuras que sostienen el planeta Tierra. Es de oro 18 kilates con base de malaquita, pesa casi cinco kilos y mide 36 centímetros de altura. Ya no se entrega a perpetuidad y tiene varias réplicas oficiales, por motivos de seguridad. La copa que se usa para la premiación es la original; el campeón se lleva una réplica, que debe devolver en cuatro años.
La Copa América, tan mentada estos días, fue confeccionada en 1916 por la joyería Escasany de Buenos Aires a pedido de la Cancillería argentina, que la donó luego a la naciente Conmebol. Son nueve kilos de plata y madera con las placas de los ganadores al pie.
Hay otra Copa América, aunque el nombre oficial es Americas Cup: es el más importante trofeo de yachting, que se disputa entre dos barcos, el campeón reinante y su oponente, como en el boxeo. Es conocida como "la Copa de las Cien Guineas", porque ese fue su costo, en guineas de oro, en 1851.
La Copa Libertadores de América fue creada en 1959 por el orfebre italiano radicado en Lima Carlo Camusso. Todos los hinchas sudamericanos la reconocerán. El trofeo original resultó casi destruido durante los festejos del Once Caldas en 2004, por lo cual hubo que hacerlo prácticamente a nuevo.
La copa de la Champions League europea, conocida popularmente como "la Orejona" por sus grandes asas, fue diseñado por Jörg Stadelmann, un joyero de Berna, en 1966. Se lo lleva en propiedad el club que la gane tres veces consecutivas o cinco alternadas. En realidad, es el segundo trofeo de la antes llamada Copa de Campeones: el primero, más parecido a un jarrón, fue atribuido definitivamente a Real Madrid aquel año.
La Copa Davis, el certamen mundial de equipos nacionales de tenis, surgió como un desafío de estadounidenses contra ingleses. Como no había premio, el tenista norteamericano Dwight Davis donó una ensaladera (o tal vez un recipiente para ponche) de plata. Se afirma que Davis la tomó de una mesa de su casa pero en realidad la mandó comprar. Posteriormente se le añadió un soporte y luego una gran base de madera para incluir los nombres de los campeones.
Es común que algunos trofeos tengan solamente una entrega simbólica: por su valor y rareza, son piezas únicas que nadie puede llevar a su casa. Eso ocurre con el Borg-Warner, que premia al ganador de las 500 Millas de Indianápolis. El afortunado tampoco puede levantarlo, porque mide 162 centímetros de altura y pesa 70 kilos. Pero ese piloto recibirá el inusual honor de que su rostro sea esculpido en el mismo trofeo y una réplica en miniatura para su vitrina.
En EE.UU, anilloS de campeones, no de bodas.
Una de las costumbres del deporte de Estados Unidos, además de llamar "campeones mundiales" a los ganadores de sus ligas domésticas, es la entrega de anillos a cada integrante del equipo vencedor. Fue una iniciativa que lanzó el béisbol hace casi cien años y continuaron el fútbol americano, el básquet (NBA) y el hockey. Se trata de aparatosos anillos, de gran valor, pues están confeccionados en metales preciosos y con aplicaciones de brillantes, más inscripciones. No solo se lo llevan los jugadores, sino también los entrenadores y los dirigentes del equipo. Muchos suelen lucirlos en su vida diaria. Y cuando alguno de ellos se arruina, por lo general los ponen a la venta en subastas. Alcanza entonces con tener mucho dinero para mostrar un anillo de campeón, aunque nunca haya embocado al aro ni por casualidad.
OTROS PREMIOS.
Un saco y una urna con cenizas.
Una simple camiseta puede ser tan ambicionada como una copa de oro: es el caso del maillot jaune, la remera amarilla que se entrega al puntero de la clasificación individual del Tour de France. Su uso permite al público identificar al ciclista cuando el pelotón atraviesa campos y ciudades. Se eligió el amarillo porque era el color del papel sobre el cual se imprimía L’Auto, el diario deportivo parisino que creó la prueba.
Luego se añadieron camisetas de otros colores para distinguir a los ciclistas, como la blanca para el mejor joven clasificado o una a lunares rojos (!) para el mejor escalador.
Cuando se organizó la Vuelta Ciclista del Uruguay se adoptó el mismo criterio, por lo cual el puntero usa la “malla oro”, de buena fama local. Y el Giro d’Italia tiene su maglia rosa, porque La Gazzetta dello Sport, responsable de la organización, sale en papel rosado.
El Masters de Augusta en golf tiene la costumbre de entregar a su ganador un saco verde idéntico a los que solo pueden usar los socios del exclusivo club organizador, el Augusta National. De hecho, en la ceremonia final el golfista recibe el saco de algún socio de su misma talla y complexión, y luego se le confecciona uno a su medida, que debe devolver en un año. Por otra parte, ni él ni los socios pueden sacar la prenda del recinto del club, cuyas tradiciones con peso de ley son bastante singulares. Incluso el tono de verde, bastante poco discreto, está patentado: es el “verde Augusta”.
La costumbre de entregar una chaqueta se extendió a otras competencias golfísticas, pero ninguna tan famosa como de la Augusta.
El campeón de Italia de fútbol tiene derecho a bordar en su camiseta durante la siguiente temporada un pequeño escudo con los colores de Italia: verde, blanco y rojo. Es el famoso Scudetto, ya casi convertido en sinónimo de liga italiana.
En la Fórmula 1, el piloto que logra el título de campeón mundial de conductores obtiene el privilegio de pintar el número 1 en su auto la siguiente temporada.
Si de objetos curiosos se habla, el trofeo más extravagante es la urna de terracota con cenizas que se lleva el ganador de los partidos que disputan las selecciones de cricket de Inglaterra y Australia. Cuando en 1882 los australianos derrotaron por primera vez a los británicos, inventores del cricket, el diario londinense The Sporting Times publicó una nota irónica en la que se decía que el cricket inglés había muerto y que sus cenizas reposaban en Australia. Un poco para seguir la broma, otro poco por orgullo patriótico-deportivo, los rivales comenzaron a jugar por unos gramos de cenizas, restos de una pelota de cricket incinerada. Y la competencia pasó a conocerse como The Ashes, las cenizas.
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