El Personaje
Es actor, director y maestro de actores, junto a Mario Ferreira representa a la camada de viejos artistas y las mejores tradiciones del teatro.
Fuera del escenario es un hombre tímido. No le gusta hacerse notar. Al hablar hace largas pausas para escoger las palabras. No parece la leyenda viviente del teatro que en realidad es. Con una sólida formación clásica es uno de los actores más experimentados de la Comedia Nacional y también, o sobre todo, un maestro de actores. Ha entregado su vida al teatro, por más de cuatro décadas ha repartido su tiempo entre la actuación y la transmisión de los secretos de la arte escénico a los discípulos.
Levón Burunsuzián (68) en la vida civil para todo el mundo y para siempre será, simplemente, Levón. Entró a formar parte de la Comedia Nacional en 1976. Eran tiempos oscuros, cuando llegó el golpe de Estado Levón iba desde su casa a la Escuela de Arte Dramático. Al pasar por el Palacio Legislativo observó la extraña escena, uniformados armados a guerra en las escalinatas. "¡Qué raro!", pensó.
Tenía 21 años cuando llegó por primera vez ante aquel imponente edificio clásico, aquel templo de un arte milenario cuyo fuego ya lo había quemado.
La Escuela de Arte Dramático funcionaba donde hoy lo hace el restaurante Rara Avis. Al pie de las escaleras el joven Levón miraba sin decidirse hacia la entrada. De pronto una mujer mayor se acercó al descanso de la escalera y lo miró.
—¿Qué hace usted ahí? ¿Necesita algo?
—Yo, eh..., vengo a inscribirme...
—¿Y usted cree que lo van a inscribir ahí abajo? Suba, suba.
—No, eh, no, creo que puedo venir en otro momento, yo...
—Nada de eso, suba.
Y Levón subió. "Y así empezó todo", dice con enorme sencillez. Así empezó su amor por el teatro y aún no se extinguió.
Por aquellos años el teatro era un bastión de la resistencia. Algunas imágenes permanece imborrables para Levón. Por ejemplo, aquella mañana cuando estaban en clases y entró Alberto Candeau, una presencia y una voz inconfundibles que parecían encarnar por sí misma la quintaesencia de la resistencia republicana.
"¡Empezamos una lucha!", le dijo a los alumnos. En aquel grupo de jóvenes actores y estudiantes había algunas figuras notorias: Maruja Santullo, Estela Medina, Delfi Galbiatti. Los interventores militares habían tomado el viejo teatro El Galpón, que habían rebautizado como sala 18 de Mayo. El intendente del régimen, Oscar Rachetti, le había pedido al elenco oficial que pusiera en escena allí El avaro, de Moliére. "De aquí no se mueve nadie", fue la orden terminante de Candeau.
"Nunca la dictadura se metió en la escuela ni tampoco intercedió en la Comedia, eran bastiones intocables", recuerda.
Fue un momento intenso. Había descubierto su vocación, pero la realidad entraba a punta de fusil por las ventanas.
Botija de barrio
La vida de Levón había sido como la de tantos botijas de barrio. Había nacido en el Cerrito de la Victoria, sus padres eran inmigrantes armenios. El almacén de los Burunsuzián era un punto de referencia en el barrio. Don Levón atendía el mostrador, en la casa su esposa trabajaba como modista.
Levón fue por muchos años hijo único, hasta que cuando ya casi terminaba la escuela llegó su hermana menor. Había hecho la primaria en el Colegio Misericordista y en los recreos jugaba al fútbol, la segunda pasión de Levón. Y no le iba nada mal. De hecho, ya estaba en el liceo cuando surgió la posibilidad de llevarlo a las formativas de Nacional. Levón padre estaba encantado con la idea. Pero su madre fue rotunda: tiene que estudiar. Soñaba con que su hijo sería médico, para cumplir, una vez más, con la máxima nacional que había descubierto, claro, Florencio: Mhijo el dotor.
Pero cuando no estaba jugando a la pelota surgía esa otra pasión todavía secreta. Por entonces sólo conocía el cine, era un enamorado de aquellas grandes producciones del viejo Hollywood: Quo Vadis, Los Diez Mandamientos. Aquellos gigantes de la pantalla: Charlton Heston, Kirk Douglas, Burt Lancaster. Y en secreto Levón repetía aquellas líneas que el héroe decía en el clímax del drama.
Recuerda que el mayor acontecimiento familiar era ir de paseo al Centro. Su padre dejaba a un amigo de confianza a cargo del almacén y se llevaba a la esposa y al hijo a cenar, generalmente a La Vascongada. Y al cine, claro.
Frente a la pantalla y en el silencio de la sala sintió que la actuación lo llamaba. Nunca había pisado un teatro en su vida, pero allí estaba la posibilidad con la que comenzaba a soñar.
Pero mantuvo su pasión por el teatro en secreto todos esos años y, en particular, durante casi todo el periodo en la Emad. Hasta que concursó para entrar a la Comedia Nacional y ese día un funcionario llamó a su casa. Atendió su madre y escuchó perpleja que el funcionario le decía: "La felicito señora, su hijo ganó el concurso.". "¿Qué?", dijo la mujer. Y así se enteró de que su hijo sería, finalmente, actor.
—Has hecho a Moliére en épocas bien distintas, ¿sentís que ha cambiado mucho el público de teatro?
—Nosotros con el público tenemos una gran responsabilidad, pero no sólo los hacedores de teatro, también los críticos. De qué manera juega la exigencia, el lenguaje de la televisión ha simplificado las cosas. La capacidad de reflexionar que nos plantean estas obras tienen su exigencia, no es el simple pasatiempo, aunque en todo caso sería el divino pasatiempo. Cuando las circunstancias determinan que la gente viene a divertirse, está bien, pero nuestra obligación también es otra, es conmover, comprometer, porque a veces estamos perdiendo ese sentido. Esto no quiere decir que no haya obras que lleven solo entretenimiento, de alguna manera es una de las máximas de esta institución, a la que debo todo junto a la Escuela de Arte Dramático, que son las dos madres terribles, de recordarnos esa responsabilidad. No caer en el facilismo, sino desde la exigencia, en el tiempo de pensar, del tiempo de disfrutar, del tiempo de confrontar en el mejor de los sentidos, hacernos ver las situaciones.
Aunque fue su pasión más temprana, Levón nunca hizo cine, ni tiene planeado hacerlo. El teatro absorbe casi todas sus horas.
Se levanta a las seis y comienza a preparar material, generalmente la clase que dará a primera hora en la escuela. Ello implica que deba revisar varios textos que ofrecerá luego para estudiar e interpretar.
Y después, por la tarde, los ensayos. Este año la Comedia volvió a uno de sus clásicos más visitados, Moliére. Levón se pondrá en la piel de Tartufo, el impostor, un personaje de una enorme complejidad que de algún modo retrata los resquicios más oscuros del poder. La historia que cuenta esta obra del dramaturgo francés estrenada en 1669 habla de un gran burgués parisiense de buena posición, Orgón, y que lleva familia y negocios como un tirano. Pero la figura en torno a la que gira toda la trama es, sin duda, Tartufo, un indecoroso manipulador que influye sobre Orcón con el único propósito de quedarse con todos sus bienes.
Así, en la piel de Tartufo, el actor vuelve a poner ante el espectador esa trama llena de engaños y traiciones, a hablar de las piedras con las que, siglo tras siglo, seguimos tropezando.
Y durante el receso de verano, que no dura demasiado para Levón, vuelve a los versos de los poetas malditos para decirlos en voz baja. Rimbaud, Baudelaire, Verlaine. Los lee en francés, memoriza los versos, un ejercicio que tonifica sus músculos de actor.
Pero en el fondo, Levón sigue siendo un hombre sencillo.
"Yo no he cambiado mi credencial, entonces siempre voto en el Cerrito. Y al taxi lo hago pasar todo por la esquina de mi casa, todavía está muy parecido todo, entonces voto allá. Soy un agradecido porque viví momentos felices allí, y debo serlo porque pasé momentos divinos en ese barrio", dice.
Ha dirigido una docena de obras de gran envergadura. Enseñó a decenas de actores. Pero es, simplemente, Levón.
Prueba de admisión
Para la prueba de ingreso eligió un monólogo de Porfiar hasta morir, de Lope de Vega, que había visto hacer en televisión a Antonio Larreta. "Yo parecía una estaca (cuenta Levón); estaba ahí duro, parado, sin saber dónde poner las manos. Esto no sucede con los estudiantes de ahora, la relación con el cuerpo es otra. Yo era una estaca que hablaba ante una inmensa mesa de profesores. Vino un compañero y me dijo que no había que hacer los gestos más arriba de los hombros. Yo no sabía ni dónde estaban los hombros". El mismo año que entró a la Emad, en 1971, pisó por primera vez el Teatro Solís. "Entraba por primera vez a ese teatro y fui a ver El asesinato de la enfermera George. Recuerdo que no podía reírme porque dos filas atrás estaba uno de los curas que fue profesor mío. Fue impactante. Había leído las críticas de la obra el año anterior, y antes el teatro anunciaba sus obras con grandes pizarrones. Era preciosa esa forma de comunicar. Y allí entré. Fui solo". En la obra actuaba, nada menos, que Maruja Santullo en un papel que resultó su consagración como actriz. La anécdota está recogida en el libro Sin maquillaje, de Fernanda Muslera, que compila la historia del teatro nacional.
SUS COSAS
Lecturas. Es un lector fiel a algunos autores. Ahora volvió a Marguerite Yourcenar, cuya obra está releyendo. Pero también suele regresar a Borges y cada verano, como si fuera un antiguo ritual, vuelve a leer los versos de los poetas malditos: Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Charles Baudelaire.
?TV en dosis. En televisión prefiere los programas de debate, lo mantienen conectado y le permiten analizar distintos puntos de vista. Cuando tiene algo de tiempo, y tiene muy poco entre clases y ensayos, le gusta ver algunas de la series dramáticas en boga, pero trata de tener el margen suficiente como para no dejar temporadas por la mitad.
?Londres. Sueña con ir a la capital británica desde hace años. "Nací en la calle Londres", comenta con humor y se justifica. Lo cierto es que poco antes de ingresar en la Comedia Nacional se presentó a una beca para estudiar en Londres, pero perdió. Su inglés no era lo suficientemente fluido.