EL NACIONAL | GDA
Llega el verano, las vacaciones y muchas y muchos se enfrascan a una actividad que parece paradójica: limpiar. La casa, el auto, la vereda, el jardín... todo entra en la lista negra de víctimas de la escoba y el trapo con la misión fija de aniquilar hasta el mínimo polvillo. Y no es un contrasentido, ni una manía en la mayoría de los casos. Varios especialistas señalan que la limpieza tiene propiedades terapéuticas y de desestrés, siempre y cuando no se transforme en obsesión.
Toda mujer sabe lo que se siente: cuando se echa a la basura ese puñado de papelitos inservibles que se reproducen solos en la cartera, de repente entra un fresquito de satisfacción: uno que suele ser directamente proporcional al tiempo transcurrido desde el último arreglo. Es un orgullo chiquito pero poderoso, el mismo que florece cuando se acomoda la ropa limpia en el ropero, cuando las facturas están en orden, cuando se pone a escurrir el último plato recién fregado después de haber hecho una montaña con la vajilla sucia.
Los hombres también lo sienten cuando lavan el auto ellos mismos, cuando ordenan su colección de discos, cuando limpian la computadora y la dejan perfecta por dentro y por fuera.
En momentos de estrés o angustia, hay quienes sienten el repentino impulso de limpiar y ordenar: es como si el caos se volviera súbitamente intolerable. De hecho, hay quienes intuyen que un ser querido con ese patrón está estresado cuando empieza a ordenar más que de costumbre. Ocuparse de tareas pendientes, que antes parecían odiosas y titánicas, de golpe se vuelve una necesidad inmediata.
La psicóloga Isabela Pérez Luna explica que esta tendencia tiene que ver con la necesidad de canalizar la ansiedad. "Ponerse a tirar papeles viejos o arreglar los placares puede ser beneficioso en el sentido de que esa persona logra dirigir sus energías hacia una tarea que dentro de todo es productiva. Limpiar, clasificar y ordenar funciona como una manera de hacer catarsis y también de deshacerse de cosas que uno siente que ya no necesita; no sólo en el sentido real, también en sentido figurado".
PLANCHANDO PROBLEMAS. El gran impulso que acompaña al afán de limpiar y ordenar es reafirmarse. "Arreglar un desorden ofrece una sensación de control, de cierto poder sobre el entorno inmediato. Es una manera de decirse: `yo sé dónde estoy, yo sé lo que estoy haciendo`. Es un empuje que puede ser positivo cuando la persona está preocupada o ansiosa, porque así obtiene esa percepción de que hay cosas que uno mismo puede arreglar, aunque todos sus demás asuntos estén patas arriba", señala la experta.
En la revista Psychology Today, la psicóloga Vivien Nolsk propone los oficios del hogar como planchar o lavar como una forma de terapia.
Cuando sus pacientes limpian las ventanas, los invita a imaginarse que sus percepciones también se aclaran; que cuando planchan, alisan los elementos perturbadores de su vida. "Hay algo relajante e incluso meditativo en esas tareas. Cuando limpiamos tenemos un impacto visible en lo que hacemos: si algo está sucio, lo dejamos impecable", opina.
La periodista Margaret Horsfield, autora del libro Mordiendo el polvo: Las dichas del trabajo hogareño, también ensalza este impulso. "Uno puede usarlo para lidiar con la frustración e incluso con el duelo". Horsfield lo llama "limpieza de corazón roto", y asegura que después de haber lavado una pila de ropa, "es posible sentir que se ha logrado algo en este mundo impredecible".
¿Ordenar afuera de verdad puede ayudar a ordenarse por dentro? "Uno puede estar concentrado en lo que está haciendo y olvidarse por un rato de sus problemas", opina Pérez Luna. "Pero por otro lado también puede reflexionar y asimilar que hay asuntos de los que necesita desprenderse; conectarse con ese lado de sí mismo que le dice que hay cosas no resueltas que le están molestando, que necesita tomar medidas. Eso es más positivo que quedarse paralizado", dice Pérez Luna. "Y si se le compara con otras estrategias para lidiar con la ansiedad, como comer en exceso, pues definitivamente es mucho más sano y más útil lavar la ropa que vaciar la heladera".
Lo enfermizo. Pero ¿cuál es el límite? ¿En qué momento el limpiador se transforma en maníaco? La psicóloga Pérez Luna responde: "Uno puede estar en presencia de algo patológico si esa persona se paraliza o se altera mucho cuando no puede controlarlo todo a su manera. Es normal que a uno le guste acomodar o limpiar sus cosas de cierto modo, pero sin que eso se convierta en una cosa obsesiva o compulsiva", dice la psicóloga.
En el otro extremo, convertir el hogar en un depósito de cachivaches tampoco es normal. "Una cosa es coleccionar algo y tener dónde ponerlo. Pero a un nivel exagerado, aferrarse mucho a las cosas, acumular demasiadas o comprar más aunque ya no haya espacio ni para uno mismo, también es una tendencia que debe ser evaluada por un especialista".
¿Una casa desarreglada o poco limpia es un síntoma de depresión? "Depende. No necesariamente, pero a veces se puede considerar un indicio. Es como una persona que de un día para otro se vuelve desaliñada, no se baña, no se cuida. Cuando se alteran ciertos hábitos, conviene revisar cuál es el trasfondo".
Volverse Maníaco
Una miga de pan, una gota o el pedacito de papel que quedó en el piso se transforman para muchos en una verdadera pesadilla. Son los maníacos de la limpieza, una patología del orden de las obsesivo-compulsivas y que afecta principalmente a mujeres.
Todo empieza dentro de la normalidad. La limpieza y el orden suelen producir sensación de bienestar tras jornadas de estrés y angustia. Todas las personas suelen tener sus pequeñas manías: tocarse el pelo, sentarse siempre en el mismo sitio y también limpiar y ordenar. Pero cualquiera de ellas puede transformarse en patología cuando esclaviza y se vuelve problemática para el entorno.
Hay que prender las alarmas si la manía hace insoportable el más mínimo desorden o cuando empieza a molestar a los demás y genera problemas de convivencia, tales como reproches continuos por un orden exagerado, por ejemplo. Las manías suelen representar síntomas de males como depresión y trastornos obsesivo-compulsivos. Son muy difíciles de revertir porque generan cierto placer.
Las personas mayores son más vulnerables a las manías porque la edad puede tornarlas inseguras y se aferran a hábitos y rutinas estrictas.
Quienes viven solos también presentan mayores riesgos de caer en las manías, ya sea la limpieza u otras. La soledad en la casa hace que ellos mismos impongan todas las normas y se vuelven a menudo repetitivas por la ausencia de convivencia.
La personalidad perfeccionista es la candidata mayor a la manía. Son meticulosos y se obsesionan con facilidad.