¿Llegó el fin definitivo de los recitales en vivo tal cual conocemos?

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Concierto

CULTURA

Solistas y bandas ya empezaron a regresar a los escenarios para reencontrarse con el público, pero aún quedan muchas interrogantes sobre la viabilidad económica y social de esta actividad cultural.

Adiós al amasijo. Al menos durante por un buen tiempo. Esa es una de las tantas consecuencias que el coronavirus trajo para artistas musicales, productores y público. ¿Para siempre? Quién sabe, pero la productora de conciertos Sofía Curbelo cree que aquello de disfrutar en una suerte de éxtasis catártico en una masa sudorosa, exaltada y feliz por estar en un vínculo directo con la música de sus artistas preferidos, va a desaparecer por un tiempo.

El pasado fue el año en el cual la música en vivo desapareció. La publicación especializada Pitchfork publicó en diciembre un artículo que a modo de balance y resumen del 2020 tituló El año en el cual la música en vivo se detuvo. El racconto de todo lo que ocurrió durante ese año es demoledor: festivales masivos cancelados, incontables salas de conciertos clausuradas, escasa comprensión por parte del sistema político de las particularidades del sector y aún más escasa voluntad de asistirlo con dinero.

Este año, con varias vacunas ya aprobadas para empezar a contrarrestar la propagación de la pandemia, la música en vivo empieza a reaparecer con cautela. Bandas y solistas retornan paulatinamente a los escenarios, en todo el mundo. Algunos países como Inglaterra (cuándo no) se adelantaron y ya tiene “venues” (así le llaman a los lugares en donde se pueden llevar a cabo conciertos, sean cerrados o al aire libre) adaptados al coronavirus.

Uno de ellos está en la ciudad de Newcastle. Como algunos hayan probablemente visto por YouTube, el lugar es al aire libre y tiene una hilera de plataformas en el pasto, que están acordonadas y tienen entre cuatro o cinco sillas adentro. Así se ubica a la audiencia: separada en pequeños grupos. Para muchos puede resultar extraño experimentar un concierto de rock o pop (la música clásica, la ópera y el ballet tienen otros rituales) así luego de tantos años de amontonamiento y forcejeo por llegar a las primeras filas. Pero tal vez tengamos que empezar a acostumbrarnos a esa modalidad.

En Uruguay, más allá de que algunos artistas hayan tenido que postergar o cancelar sus shows, también empezaron a reactivarse los escenarios. Curbelo fue la productora de un festival que se llevó a cabo en Plaza Mateo hace un par de semanas, en el cual participaron tres artistas femeninas: Mínima, Las Cobras y Phoro. Y pudo colgar el cartelito que todo productor y artista musical quiere ver cada vez que se presenta en vivo: “Entradas agotadas”.

“El aforo era para 200 personas y muchas entradas se vendieron en la puerta, porque parte del público estaba por fuera del sistema financiero y no compra a través de alguno de los servicios online”, cuenta la productora. Todos sentados en mesas de hasta cuatro personas vieron a las protagonistas (los tres proyectos musicales son encabezados por artistas femeninas) interpretar sus composiciones, y siempre y cuando no estuvieran circulando podían prescindir del tapabocas.

—¿Te cierran los números cuando producís uno o varios conciertos para aforos en los que se permite menos de la mitad de personas que antes de la pandemia?

—(Suspira) La realidad es que no es negocio para nadie. Cumpliendo con todo lo que hay que pagar (cachets para los artistas, remuneración para técnicos, equipo de comunicación, etc.) es muy difícil. Por suerte, la gente que usualmente sale sigue con ganas de salir y consumir cultura. Y a un año de llegada la pandemia, parece haber aún más ganas.

En la visión de Curbelo, esas ganas del público tendrán una efecto positivo en la actividad, además de que del lado de los productores y artistas también hay muchas ganas de hacer y tocar.

Aún así, no deja de ser una situación complicada. Los aforos reducidos y persistentes temores en algunas personas de contagiarse (“Mejor me quedo en casa”) no auguran buenas nuevas. “Yo lo veo bastante complicado”, dice el productor Federico Roquero, quien desde la productora Achicken ha estado involucrado en conciertos de gran envergadura. “Creo que hay cosas que vinieron para quedarse. Y todo esto reveló que esto es un negocio que es muy poco negocio. Me parece que va a ser muy difícil que vuelva a ser negocio. Además, estoy totalmente convencido que sin políticas culturales (tanto del gobierno como de las intendencias), va a ser muy difícil. Al sector de la música en vivo hay que ayudarlo para que se reconfigure. Si eso no ocurre, va a ser una catástrofe cultural”.

Además, Roquero señala que en el año que lleva la pandemia el rubro en el cual está perdió mucha gente por el camino. También dice que hay que ser sincero y asumir que en Uruguay, dado el tamaño del mercado local, “es muy poca gente la que puede vivir exclusivamente de tocar música, actuar en teatro o cine o producir un concierto”.

El problema principal es económico, no logístico, afirma Roquero cuando se le pregunta por iniciativas como la de Newcastle. “A mí esas cosas me parecen muy buenas. En Argentina se hizo algo similar. El problema es que los gastos siguen siendo los mismos, y el público es menos”. Para él está buenísimo que haya gente quemándose las pestañas pensando en alternativas para volver a experimentar la música en vivo. Pero, como también dice, “Uno no puede hacerlo para perder dinero”. Por eso, reclama un compromiso de “todas” las partes para mejorar. “Cuando se vayan reabriendo los aforos, se podrá ir alcanzando mejores resultados”. Pero por el momento, añade, se podrían rever algunos tributos o invertir en algún tipo de subsidio, para mantener el know how de la producción de conciertos y, también, cuidar un patrimonio cultural mediante políticas públicas adecuadas.

Para eso último, está claro, hay que abrir la caja de los dineros públicos. En tiempos de austeridad eso parece cada vez menos probable. Siempre parece haber otra urgencia.

Además, Uruguay como nación no ha tenido una actitud demasiado generosa con sushacedores de cultura. Basta recordar las décadas en las que el edificio del Sodre, por ejemplo, estuvo abandonado luego de su incendio. O los años que también estuvo clausurado el Teatro Solís. Y esto no es exclusivamente debido a una desidia de los tomadores de decisiones. También hay una parte del público uruguayo que puede prescindir durante mucho tiempo de su principal escenario teatral, por ejemplo. Para esa parte de la sociedad, la cultura es un lujo superfluo que pueden permitirse solo algunos países muy desarrollados.

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