DE PORTADA
Comienzan las clases y si antes del COVID-19 la escuela era percibida como "aburrida", hoy el estado de ánimo es el opuesto.
"Me gusta volver al colegio”, dice Federica (9 años, foto principal). “¿Aunque tengas que levantarte más temprano?”, le pregunto. “Bueno... Qué se le va a hacer”, responde con algo de resignación pero con más entusiasmo que otra cosa. Ese entusiasmo es palpable cuando Federica explica por qué le gusta volver a ira la escuela todos los días: “Porque voy a volver a ver a mis amigos”.
La madre interviene en alguna parte de la conversación, pero Federica la detiene. Las respuestas son de ella. “No me gustaban las clases por Zoom. Se cortaba, había que volver a entrar y a veces cuando levantaba la mano la maestra no me daba bola, porque no me veía...”, sigue y agrega que otra cosa que la entusiasma es volver a las clases de canto e informática. Además, dice que este año van a tener talleres que el año pasado no pudieron tener. “Van a ser talleres de cocina, ciencia... Nunca fui, ¡pero va a ser lindo!”, cuenta sobre la idea de experimentar algo nuevo en su colegio, el Queen’s School.
Otros niños consultados para esta nota dicen algo muy similar a Federica. Lucas (que cumple 7 años en unos días), por ejemplo, quiere regresar para empezar segundo año en la Escuela Paraguay porque quiere volver a ver a sus amigos. Además, añade que le gustaría aprender a leer más de lo que ha aprendido hasta ahora. Ese tipo de respuestas, las que van más allá de los vínculos de amistad y compañerismo, hay que sacárselas casi que a la fuerza. Lo primero e inmediato siempre es lo mismo: los amigos.
Dante (9) es el único que expresa un matiz: “¿Que si quiero volver a la escuela? Mmm... Más o menos. Me tengo que levantar muy temprano, porque empiezo a las 8”. Y enseguida: “¡Pero voy a volver a ver a mis amigos!” El año pasado, que hizo cuarto, continúa, no le gustó mucho. Esos primeros meses en los que tuvo que adaptarse a clases virtuales y no pudo compartir el recreo en la Escuela Simón Bolívar con sus compañeros de clase, no fueron muy alegres.
Cuando se empezó a ir hacia una presencialidad parcial —las clases se dividieron en grupos que iban en distintos días de la semana— eran muchos los que expresaban melancolía por los días en los que toda la clase estaba presente, tanto en el aula como en el recreo o almuerzo.
Eso es lo que dice la Inspectora Técnica de Educación Primaria de ANEP (Administración Nacional de Educación Pública) Selva Pérez Stábile cuando conversa con Domingo. “El año pasado, cuando se volvió a una presencialidad parcial, le preguntamos a muchos de los niños qué era lo que les producía volver a la escuela. Todos decían que habían extrañado a sus amigos. Todos”.
En otras palabras: una de las tantas enseñanzas que deja esta pandemia es que ir a la escuela (o liceo) es a menudo bastante más grato que lo que todos creen. “Hay que escuchar a los niños. A veces los adultos nos creemos todopoderosos, pero en la escuela el niño es el centro de todo y lo es en la medida que lo escuchemos. ¿Por qué dicen que extrañaban al compañero? ¿Por qué es eso?”, reflexiona.
A Pérez Stábile no le sorprende eso de que ir a la escuela es más agradable que lo que su reputación hasta ahora indicaba. “Antes de esta pandemia, todos dijimos en algún momento de nuestras vidas ‘ufa, ir a la escuela...’”
Pero como también dice, ir a la escuela o colegio es mucho más que ir a sentarse a escuchar a una maestra o maestro. Es una experiencia más amplia y que no es únicamente racional o cognitiva. En la escuela también hay un adquisición de conocimientos emocionales y una formación de vínculos y recuerdos. “En las escuelas rurales, luego de haber dicho que lo que más extrañaban era a sus compañeros, también decían que extrañaban el olor de la comida. Con esas expresiones, tan sencillas, los niños echan por tierra cosas que nosotros los adultos les hacemos decir. Normalmente, les preguntamos a qué van a la escuela y te dicen: ‘A estudiar, a aprender’. Nunca te dicen ‘a jugar’. Eso es influencia directa de nosotros, los adultos. Si vos hacés una encuesta, seguramente la mayoría te va a decir que ‘aprender’ o ‘estudiar’ no es lo mismo que ‘jugar’. Pero cuando uno juega es cuando más pone en acción sus capacidades y aprendizajes”.
Ariel Cuadro, psicólogo y director del departamento de neurociencias de la Universidad Católica, acota que “aprender, básicamente, es interactuar. Uno aprende interactuando, con el docente, con los compañeros. Aprendemos en el aula y en el recreo, en lo que tiene que ver con el desarrollo emocional y social. Todo el ambiente escolar es una ambiente de aprendizaje. La presencialidad potencia esos espacios de interacción y la calidad de esas interacciones hace a la calidad de los aprendizajes. Cuando mejoramos la calidad de las interacciones con los maestros, los materiales, las ceibalitas o lo que, sea estamos mejorando el aprendizaje”, agrega a Domingo.
Juan Pedro Mir, ex director nacional de Educación, aporta otro componente sobre la importancia de volver a ir a la escuela: “Hoy hay un amplio consenso respecto de que la escuela es un espacio público sumamente importante. Ahí el niño se hace ciudadano, deja de ser hijo o hermano y pasa a aprender las reglas sociales más o menos en forma sistemática. Eso lo obliga a configurar otras formas de vincularse: ya no es ‘mamá’ o ‘papá’. Lo posiciona en otro vínculo respecto del adulto y otros compañeros. Desde el punto de vista del razonamiento estratégico, la escuela lo obliga a buscar estrategias para acercarse a otro, donde no tiene la cancha ganada. Ahí desarrolla habilidades importantes como la empatía y lo posiciona para ingresar a lo que Emile Durkheim llamaba socialización de segundo orden”.
Más allá de la escuela
Y no solo se trata de algo que, dice Mir, se da únicamente a nivel escolar. También en el liceo e incluso en la universidad, los alumnos siguen aprendiendo. ¿Cuánto aprende un universitario en el patio, en la charla de café? ¿Cuántos universitarios se enamoran en la facultad? Eso con el Zoom no está. “El Zoom es un apoyo para tareas puntuales, pero el vínculo que se establece con compañeros y el docente es intransferible”.
Alejandro (12) y hermano de Lucas confirma en parte lo que dice Mir sobre que el aprendizaje y la construcción de vínculos no concluyen con la escuela. Él va a empezar primero de liceo (en el 30) y dice que la principal expectativa que tiene respecto de su primera experiencia liceal es “conocer compañeros nuevos y hacer nuevas amistades y mantener las que ya tengo”. ¿Cómo se imagina que va a ser su primer año en el liceo? “Pah, la verdad que no sé... Mejor dicho: tengo una película hecha, pero sé que la realidad no es así. Yo me imagino que va a ser más duro que la escuela, pero también me imagino que si solo le pongo un poquito más de esfuerzo, lo voy a poder hacer y aún así seguir teniendo tiempo para jugar con mi hermano y mis amigos. Pero mi mamá me dice que voy a tener que estudiar más y que no tengo que rendirme”.
—¿Te rendís a veces?
—Algunas veces, una vez cada tanto cuando las cosas se ponen muy difíciles. Pero bueno, luego me levanto. ¡Y sorprendo! (se ríe).
Adolecer la ausencia del liceo
Virginia Piedracueva preside la Asociación de Directivos de Educación Secundaria Pública de Uruguay (Adiespu) y considera que es fundamental que los adolescentes vayan cotidianamente a los centros educativos. “Algo que vimos referido a la pandemia es que a nivel institucional quedamos muy conformes con cómo nos adaptamos al desafío, pero nos encontramos también con algo muy preocupante: los estudiantes de Enseñanza Media habían sufrido muchísimo. La pandemia dejó secuelas profundas en los adolescentes”. Piedracueva agrega que la pandemia la padecieron estudiantes de “todos los estratos sociales, tanto aquellos que tenían acceso a niveles óptimos de conectividad como los que estaban en un contexto más vulnerable”. Entre otras cosas, señala, constataron que aumentaron las autolesiones. “Sufrieron mucho la falta de ese espacio de socialización, en donde ellos desarrollan vínculos con sus pares y con los docentes. El liceo es un espacio en el cual todos los planos de la vida del adolescente: el social, el emocional, en el estímulo para aprender más o aprender cosas nuevas, en la capacidad para desempeñarse como ciudadano o trabajador... Ese espacio es muy distinto al familiar. Y ese encierro que significó la virtualidad o la presencialidad restringida o discontinua no les permitía seguir contando con ese espacio de referencia. También descubrimos, y esto es de público conocimiento, situaciones con predisposición a la violencia doméstica. Y esto no es que se dé únicamente en los sectores más pobres de la sociedad. Eso puede darse en familias de otras clases sociales. Nos llevó varios meses en esa situación de presencialidad parcial volver a ver que tenían las típicas actitudes adolescentes y sentir que estaban empezando a recuperarse”.
"Hoy estamos en una nueva época vareliana" - Juan Pedro Mir, ex director nacional de Educación
Sea en la escuela, liceo o universidad, estar presentes en el ámbito formal educativo enriquece y templa. En eso parecen estar de acuerdo todos los expertos. Pero también hay un potencial igualador. Pérez Stábile sostiene que en la escuela están las posibilidades de “igualdad”. “En el acceso a la cultura y a las posibilidades de desarrollo de cada uno. Más allá de que como dice Jacques Rancière, la igualdad no exista. Pero como también dice, hay grupos de personas (en este caso, docentes) que se aproximan a la existencia de la igualdad. Me fui un poco con la filosofía, pero va por ahí”. Otro factor relevante es que la escuela puede “proteger” al niño de influencias de adultos, incluso familiares, que no están preparados profesionalmente como sí lo está el cuerpo docente (en este punto, la inspectora vuelve a insistir en lo de “escuchar constantemente” a los niños).
Ariel Cuadro, por su lado, también remarca la potencialidad igualadora que tiene el acto mismo de ir a un lugar específicamente pensado y diseñado para impartir enseñanzas y recoger aprendizajes: “Porque no todos tienen las mismas posibilidades. Para chicos con otros espacios de interacción fuera de lo escolar, puede que la presencialidad en la educación no tenga tanta significación como en otros contextos, donde el ambiente escolar y la interacción se hacen más necesarios, porque eso genera posibilidades de aprendizaje que no tienen en el ambiente familiar”.
“José Pedro Varela creó escuelas en tiempos de barbarie. Hoy estamos ante una nueva época vareliana, porque hoy vivimos otros tipos de barbarie, como violencia social y sobreuso de la tecnología. El modelo tradicional de la escuela, lejos de estar muerto, sigue siendo una alternativa válida para todos los sectores, especialmente los populares”, concluye Mir.