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El pensador uruguayo publicó Trascender el reactivo, un ensayo y una investigación sobre los desafíos a los que se enfrenta el sistema republicano y representativo en la actualidad.
Quienes peinan canas posiblemente recuerden que el concepto democracia —entendido como un modelo de representación política indirecto, división de poderes y elecciones periódicas— solía ser cuestionado (por no decir amenazado) principalmente por una parte de la izquierda más intransigente.
Hoy, luego del derrumbe del socialismo real, los desafíos hacia esa misma democracia provienen de una parte de la derecha, también intransigente. Como por ejemplo Donald Trump, cuyo gobierno terminó con un ataque de una muchedumbre al congreso estadounidense.
En todo el episodio, del cual se cumplió un año el pasado 6 de enero, se evidenciaron una serie factores que desafían a la democracia en la actualidad. La problemática de la democracia sirve de sustento para el nuevo libro de Julián Kanarek, estudioso de la comunicación (es magister en esa disciplina), "Trascender el reactivo" (Debate).

El libro se publicó hace poco y es un ensayo y una investigación sobre los elementos y los actores que tensan la convivencia política. Kanarek cuenta que le llevó dos años escribir el libro y que nunca se había enfrentado de esa manera a hacer una reflexión teórica sobre los desafíos que está tomando el devenir de la política contemporánea y qué es lo que la comunicación tiene para aportar. O, a veces, cuándo la comunicación en sí misma es parte del problema.
Porque, según Kanarek y otros autores que también están reflexionando sobre estos temas, la comunicación -en particular, los medios y las redes sociales- puede ser parte de lo que hay que enfrentar. Steve Bannon, notorio sensacionalista durante un tiempo al servicio de Trump dijo, refiriéndose a la situación política de Estados Unidos, que el “adversario” no era el Partido Demócrata, sino los medios de comunicación. Ante ese diagnóstico, la medida a tomar fue atacar constantemente a los medios para horadar su credibilidad. Aunque no solo. A Bannon (y a otras figuras como Alex Jones) se les atribuye haber, deliberadamente, “inundado” los espacios mediáticos que estaban a su alcance con exageraciones, sesgos, medias verdades y, por supuesto, mentiras.
Pero no se trata solo de agentes díscolos y radicalizados. La propia situación actual de los medios contribuye a ese desafío: además de los grandes conglomerados y de aquellos que construyeron su credibilidad durante décadas, el desarrollo de internet y la tecnología que la sustenta y expande, hizo que incontables nuevos actores se sumaran al paisaje mediático.
En una parte del libro, Kanarek escribe que “nos enteramos de todo y no sabemos de casi nada”: “Una concatenación de acontecimientos, más cercanos o más lejanos, llena nuestras pantallas, nuestros audífonos, nuestros muros. Nos informamos (¿nos informamos?), nos indignamos, nos organizamos, protestamos, denunciamos. Nos olvidamos”.
La condición de estar “sobreestimulados de información”, dice Kanarek, lleva a que la profundidad que se pueda tener sobre uno o varios temas en particular parecería ser cada vez menor. Sin embargo, el hecho de, en teoría, contar con más información que la que jamás tuvo antes la humanidad al alcance de unos (cuantos) clics, lleva a muchos a pensar que, en efecto, el conocimiento es pasible de ser poseído.
Pero tampoco es que sea todo responsabilidad de quien, navegando por la web, va haciéndose una película llena de conspiraciones, ocultas por una cofradía de grandes poderes que operan en las sombras. Kanarek señala que una faceta de esta discusión es que parte de la comunicación en torno al debate político está estructurada para llamar la atención, para ser “disruptiva”.
En las reflexiones que hace el autor sobre aquel espacio en donde se dan las conversaciones políticas hay un concepto que utilizan cada vez más autores, el de “democracia algorítmica”.
“La forma en la que pensamos los procesos políticos está cada vez más mediada por comportamientos que importamos de las redes hacia el resto de la vida. Empezamos a consumir impulsos comunicacionales que son efímeros, breves, que tienen como objetivo llamar nuestra atención por disruptivos. Eso genera un pico de visibilidad que también hace que pase muy rápido. El nivel de información al que estuvimos sometidos, por ejemplo, durante la pandemia, fue impresionante. Termina sucediéndonos una cosa que yo llamo ‘censura por exceso’. Es tanta la información a la que tenemos acceso, que terminamos seleccionando consciente o inconscientemente solo un recorte de la realidad y ese recorte muchas veces está potenciado por los mecanismos de los algoritmos. Entonces, la experiencia de transitar la política y las conversaciones de democracia se filtran por los modos que vamos adquiriendo en las redes. Nuestra conversación pública y cotidiana termina influyendo en cómo pensamos y decimos la política. Y eso es un problema: porque si la política se tiene que explicar a sí misma para llamar la atención en 280 caracteres (lo máximo permitido en la red social Twitter), eso es un desafío para los problemas más profundos”.
Provocadores
En esa lógica “disruptiva” de redes sociales prosperan los provocadores (y las provocadoras, claro). El optimismo que cundió luego de las conmociones políticas en buena parte del mundo árabe —donde algunos vieron a Twitter como un catalizador de las protestas que parecían augurar una nueva era, democrática y todo— ya no es tal.
Hoy, las redes funcionan como amplificador de los discursos que no solo provocan, sino que también legitiman —para muchos— el terraplanismo, las posturas antivacunas y posiciones extremistas contra la existencia del Estado como articulador de las diferencias sociales y políticas.
En ese torrente de mensajes provocadores —en el libro, Kanarek habla de “las barreras de lo políticamente correcto”— se produce la polarización de las posturas, lo cual debilita al “centro” del espacio político. Hoy, el “centro” es para muchos sinónimos de tibieza o, directamente, cobardía.
—¿Por qué ese espacio, el centro, parece estar cada vez más denostado?
—Estar ahí es visto como una debilidad. Querer generar consensos es interpretado como de “tibio”, y se lo denuncia. Lo que sucede es que la propia política fue generando una forma de edificación identitaria que siempre en contraoposición a un otro en tanto malo. Si yo me construyo por denunciar al otro, voy generando un hábito. Y ese hábito se genera en la oposición cuando, con la intención de volver al poder, se recurre siempre a la fricción: “Mirá lo malo que es el que está gobernando”. Lo que pasa es que cuando llega al gobierno, ese método se habrá acabado. Aunque eso explica que muchas veces los oficialismos arranquen sus gobiernos denunciando a los antecesores, como cuando estaban en campaña. Pero si vos te construiste siempre en contraposición con el otro, si esa fue tu herramienta, el centro queda debilitado porque te distanciaste, te fuiste lejos, para construir consensos.
Kanarek agrega que también hay políticos con talante negociador y componedor que caen en la tentación, durante campañas electorales, de recurrir a esos métodos de polarización. Y que se les complica de los márgenes al centro, porque va a haber votantes que van a denunciar ese movimiento político, por ser uno que es incoherente con lo que se dijo durante la campaña. En otras palabras: si fuiste un halcón durante la campaña electoral, difícilmente puedas convertirte en una paloma al otro día de las elecciones.
Y si bien el límite entre ser coherente con el programa político propuesto y “transar” con el adversario es siempre movedizo, no es menos cierto que ser obstinadamente fiel a una idea o principio no deja mucho margen para negociar con el otro. Cuando no hay espacio para la negociación, ocurre lo que pasó el 6 de enero de 2021 en el Capitolio: una turba se apoderó durante un rato de una de las instituciones del sistema democrático. En esa oportunidad, la institucionalidad resistió el embate y trascendió lo reactivo. Veremos si seguirá siendo posible.