En el corazón de una comarca pintoresca y donde las palmeras crecían en macetas recicladas de ruedas de camión se encuentra Imagine-Land. Este es un paraíso diseñado para que sus habitantes nunca enfrenten decisiones difíciles ni la incómoda realidad del mundo exterior. "¡Aquí todo está pensado por usted!" era el lema que ondeaba impreso en banderines hechos de plástico biodegradable de procedencia dudosa. El problema era que Imagine-Land estaba al borde de la quiebra. El modelo económico consistía en un sistema retorcido que hasta los matemáticos más brillantes se negaban a describirlo sin dibujar diagramas con tizas de colores. La idea básica era simple: los residentes pagaban una cuota astronómica, pero todo dentro de la comarca estaba "incluido". El problema era que la cuota astronómica apenas cubría el costo del papel higiénico de triple hoja con aroma a lavanda que todos exigían. (Nunca entenderé este asunto).
Cuando la situación llegó a un punto crítico y el banco comenzó a enviar cartas con emojis llorones, los líderes del residencial, también conocidos como el Comité de la Felicidad Eterna, decidieron actuar.
La reunión tuvo lugar en el salón comunal, un espacio decorado con lámparas hechas con frascos de mermelada reciclados, todo muy woke. En el centro de la mesa estaba Don Ortiba, un jubilado plomífero que había sido nombrado presidente del comité a pesar que se teñía el pelo de rubio y usaba campera verde militar-revolucionaria.
-Necesitamos creatividad, gente - dijo Ortiba mientras una diapositiva mostraba un gráfico en forma de espiral descendente-. ¡Este espacio se nos va de las manos!
-¿Y si inventamos una criptomoneda? - sugirió un pibe mientras mordía una galleta orgánica que sabía a cartón- podríamos llamarla FelizCoin. Se hizo un silencio.
La idea era brillante en su absurdidad. Y como el absurdo les ganaba el alma, así lo hicieron. En menos de dos semanas, Imagine-Land tenía su propia moneda digital, respaldada por un activo revolucionario: promesas de felicidad futura. Los residentes podían comprar FelizCoins para pagar servicios como "asesoría de mindfulness intensivo" o "masajes para el alma" (todo tan lindo e inclusivo).
Sin embargo, el dinero faltaba, porque la gente prefería usar las monedas para jugar al bingo. Fue entonces cuando Doña Olga ideó un plan súper audaz: un sistema de trueque de deudas perpetuas.
-¡Si todos nos debemos entre todos, nadie debe nada! Exclamó emocionada. ¡Rosa Luxemburgo revive! ¡Se oyó!
El nuevo sistema resultó ser un éxito inmediato. Los residentes comenzaron a intercambiar deudas como figuritas de álbum fútbol. "Te debo una comida vegana, pero tú me debes tres horas de yoga", se escuchaba en cada rincón. La economía se estabilizó, aunque nadie sabía exactamente cómo. Dicen que Javier Milei pidió informes sobre el asunto.
Sin embargo, no todo era perfecto. Las tensiones comenzaron a surgir cuando los residentes mayores empezaron a confundirse con las aplicaciones de FelizCoin. Algunos incluso intentaron pagar sus tratamientos de artritis con billetes pintados de verde. El viejo curro no para nunca. ¡Cosa e Mandinga!
El golpe final llegó cuando un inspector visitó el lugar por error. Aparentemente, buscaba un retiro tranquilo, pero al enterarse del funcionamiento interno de Imagine-Land, decidió enviar un informe al gobierno. El gobierno creó una comisión para estudiar el tema. (Sin comentarios).
El final de esta historia, como todo en Imagine-Land, es incierto. Puede que colapse en una nube de deudas, o puede que algún genio financiero convierta el sistema en la nueva tendencia global. Lo único seguro es que los residentes seguirán soñando con un futuro feliz.