Los jóvenes que cada vez leen menos y los clásicos uruguayos que pocos recuerdan

¿Hasta qué punto los "pesos pesados" de la literatura inciden en los autores y lectores actuales? ¿Por qué ya no se habla de "generaciones" literarias?

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Una joven leyendo un libro de Ida Vitale. Librería Puro Verso, 18 de Julio y Cuareim.

Desde la llamada Generación del 900 (integrada por nombres como Horacio Quiroga o José Enrique Rodó) en adelante, la cultura uruguaya no ha dejado de parir intelectuales. Le siguió la Generación del 20, a la que pertenecieron Paco Espínola, Juan José Morosoli y Juana de Ibarbourou. La del Centenario (1930) y la del 45, una de las más fermentales y críticas. Pero hubo otras, como la del 60, que desafió tiempos turbulentos y oscuros como la dictadura. ¿Hasta qué punto los escritores clásicos uruguayos tienen incidencia en los actuales? ¿Los jóvenes de hoy consumen la literatura nacional? ¿Por qué ya no se habla de generaciones literarias?

“No hay que olvidar que buena parte de los autores que pertenecen a esas generaciones están en los programas de literatura del liceo. Es una lectura obligatoria, que es mediada por un docente, hay una guía, un ámbito de reflexión en los cursos de literatura”, responde a Domingo el director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo. Y agrega: “Espontáneamente creo que debe de ser un porcentaje bastante menor el de los jóvenes (hasta los 25 o 30 años) que leen. Me gustaría pensar que hay muchos jóvenes que leen a los autores del 900, del 45, o del siglo XIX”.

Pero la realidad es otra. Hoy es muy difícil que un joven lea un libro completo. O incluso que vea una película hasta el final. La ansiedad y los problemas de atención son males de nuestro tiempo, en el que el mayor consumo de contenidos se da a través de las redes sociales.

Los intelectuales

La Generación del 900 fue una camada renovadora de intelectuales nacidos entre 1868 y 1886, integrada por figuras como Roberto de las Carreras, Carlos Vaz Ferreira o los ya citados Horacio Quiroga y José Enrique Rodó. Todos ellos vivieron el apogeo, la crisis y el ocaso del caudillismo y se vieron influenciados por estos procesos. También por la aparición del liberalismo y el positivismo como filosofía de las elites cultas, el anarquismo como actitud política y la excentricidad como estética.

“La Generación del 900 fue un fenómeno único e irrepetible. Nunca más se volvió a dar un grupo tan numeroso y talentoso de escritores y poetas que coincidieran en Montevideo, por entonces, una ciudad de 350.000 habitantes de los cuales el 50 por ciento era primera generación de inmigrantes”, comenta a Domingo Diego Fischer, el escritor uruguayo más leído de la última década.

“Es importante destacar que se la denominó Generación del 900 porque en 1900 fue publicado el libro Ariel, de José Enrique Rodó, que tuvo un enorme impacto e influencia en la juventud ilustrada de América del Sur”, agrega el autor de A mí me aplauden y Al encuentro de las tres Marías.

¿Qué pasó en el Uruguay en los años anteriores para que confluyera tanto talento en Montevideo? Es una pregunta que hoy no tiene respuesta. Todos los escritores habían nacido en Montevideo y los dos únicos que eran del interior, Horacio Quiroga (Salto) y Carlos Reyles (Durazno), se instalaron en la capital en su primera juventud. “Otra peculiaridad de la Generación del 900 es que sus escritores van a morir jóvenes, algunos de manera muy trágica y la mayoría en la pobreza”, anota Fischer.

Diego Fischer
Diego Fischer.
Leonardo Maine

La Generación del 900 fue contemporánea a la Generación del 98 de España; el grupo de intelectuales más extraordinario que se haya dado en la Península Ibérica desde el Siglo de Oro. Formaron parte de ella, entre otros, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Pío Baroja y Azorín.

“La diferencia de contexto político y social que se da entre la del 900 y la del 98 es abismal. Mientras en España la del 98 nace como una respuesta y una interpelación a la decadencia española que, del imperio en el que nunca se ponía el sol, pasó a ser el país más atrasado, pobre y con el índice de analfabetismo más alto de Europa. La del 900 surge en un país que ingresaba a una era de crecimiento y desarrollo económico y social”, comenta Fischer. Y concluye: “La Generación del 900 fue el preámbulo y el contexto de las transformaciones políticas, sociales y económicas que van a procesarse en Uruguay luego de la Revolución de 1904”.

Generación del Centenario

Luego de la Generación del 900 suele hablarse de la Generación del 20 (a la que pertenecieron Paco Espínola, Juan José Morosoli y Juana de Ibarbourou) y de la Generación del Centenario, por agrupar esta a un conjunto de artistas y principalmente escritores que florecieron en 1930, cuando se cumplieron cien años de la jura de la primera Constitución de Uruguay.

“Con la publicación de Las lenguas de diamante, de Juana de Ibarbourou, en 1919, podría decirse que comienza una nueva época en las letras uruguayas. En 1920 fueron repatriados los restos de Rodó, muerto en Italia en 1917, y la escena es ocupada por la propia Juana, que será consagrada como Juana de América en 1929, y por tres grandes narradores: Felisberto Hernández, Juan José Morosoli y Paco Espínola”, destaca Fischer.

La generación crítica

Hugo Burel es licenciado en letras y estudió estos fenómenos generacionales. El escritor advierte que durante la dictadura y después se dejó de manejar el concepto de “generación” artística o literaria. “La del 45 fue llamada ‘la generación crítica’, porque hubo una especie de cambio y surgió la literatura urbana que descubre Montevideo, dejando de lado la gauchesca o costumbrista”, indica Burel. Y agrega: “Hubo una evolución general no solo con respecto a la literatura de este país sino respecto a las influencias extranjeras”.

Para el autor de El elogio de la nieve, la Generación del 45 tuvo una mirada más cosmopolita y vinculada a lo político. “Inciden la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Y empiezan a accederse a otras literaturas en otros contextos. Es como que hay un acceso al pensamiento crítico ejercido con una actitud protagónica. Los escritores del 45 inventaron sus propios críticos. Todo eso generaba una mirada que reflexionaba sobre textos propios, en donde había una manifiesta cantidad de narradores”, señala.

Hugo Burel
Hugo Burel.
Estefania Leal

Burel advierte que Juan Carlos Onetti es “anterior” a la Generación del 45, pero “tampoco está en la generación del 30, porque es posterior”. Desde su punto de vista, el “gran escritor uruguayo del siglo XX” está por fuera de una valoración generacional. “De la misma manera que Felisberto Hernández tampoco pertenece a esa generación, en la que había un tipo como Emir Rodríguez Monegal que lo criticaba duramente”, señala. Estos dos casos lo llevan a Burel a reflexionar sobre la posibilidad de que una literatura o cultura por grupos puede dejar afuera a autores valiosos.

En entrevista con Domingo, la poetisa Ida Vitale admite que la generación del 45, de la que ella es la última sobreviviente, fue hija de un movimiento revulsivo. “A nadie le preocupaba mucho en qué generación estábamos. A gatas si nos preocupaba estar vivos. Pero pienso que empezábamos a tener conciencia del pasado, que eso es siempre importante. No había rechazos, uno pensaba que todas las generaciones tenían algo bueno, sobre todo la del 900. Y no las veíamos como algo distante”, dice la escritora que cumplió 100 años el jueves pasado. Y agrega: “En aquella época nosotros teníamos los ojos puestos en Europa, no hacíamos mal. Lo del Uruguay nos parecía poco, pensábamos que teníamos que haber nacido allá, que habíamos tenido mala suerte (se ríe). Y yo siempre decía: ‘Bueno, pero si estuviéramos en Europa, habría alguna guerra’. No por nacer en América te perdés todo lo bueno de Europa”.

La generación del 60

En Las nuevas fronteras de la narrativa uruguaya, Fernando Aínsa señala que poco antes de la dictadura una aventura inédita en las letras uruguayas estaba en marcha. “Los autores jóvenes de aquel momento, llamados de la Generación del 60 o de ‘la crisis’, ingresaban a la narrativa munidos de un sólido bagaje intelectual. Se habían formado en la mejor tradición europea y norteamericana y descubrían la eclosión de la literatura latinoamericana a escala continental”.

La década de 1960 estuvo cargada de convulsiones sociales que anteceden el golpe de 1973 y que reflejan el estado de insatisfacción en el que se vivía. Y la literatura no escapó a ese contexto, por lo que se volvió más comprometida, no solo con lo nacional sino con una ideología que abarcaba a toda América Latina y que adquiría un tono más político y social. Muchos se volcaron a una literatura americanista e incluso de protesta, que dejó autores como Mauricio Rosencof, Enrique Estrázulas, Fernando Aínsa o Eduardo Galeano.

“Aínsa es a mi modo de ver nuestro último gran crítico capaz de mirar la literatura uruguaya en su conjunto desde el exilio, desde su residencia en Francia y al final de su vida en España. Fue el último que en esos años se ocupó de analizar qué pasaba con los narradores que estaban en una circunstancia temporal posterior al 60”, dice Burel.

Trujillo anota que la del 60 fue “una generación más desdibujada”, porque en parte se retiró al exilio e hizo sus destinos durante muchos años fuera del país. “También está la llamada ‘Generación del 70’, con narradores que se destacaron a partir de esa década, como el propio Tomás de Mattos (exdirector de la Biblioteca Nacional)”, añade.

Valentin Trujillo
Valentín Trujillo, director de la Biblioteca Nacional.
Estefania Leal

Desaparición de las generaciones

Según Burel, la forma de categorización de escritores por épocas o décadas ha quedado sin efecto en este siglo: “No hay alguien que diga por ejemplo que fulanito pertenece a la Generación del 2000. Eso se terminó. Además, los críticos específicos y aventajados se han ido diluyendo con la aparición de los soportes mediáticos. Hoy un libro más que criticado es ‘solapeado’. Y la literatura ha ingresado en un terreno en el que es dominada por los grandes grupos editoriales mundiales. Ahora se apunta a una valoración temática por sobre toda otra característica o virtud de un texto. Y la gran literatura se va perdiendo en el sentido de que quizás no registra ventas o crítica como la que disfrutó en una época”.

Para Burel, actualmente la única pretensión de “agrupar” está por el lado de la novela negra, detectivesca o policial. “Es un fenómeno mundial muy vinculado al marketing, un género que aporta dosis de entretenimiento y de intriga pero que no es una gran literatura”, dice el escritor, quien se define como “muy individualista” en lo que hace, pese a que ha tenido contactos con otros autores coetáneos como Mario Delgado Aparaín o Milton Fornaro. “Ahora hay muy buenos autores más jóvenes, como Damián González Bertolino”, señala. Según Burel, algunos críticos han intentado agrupar a los “nuevos” escritores que de algún modo comparten un mismo universo, pero estas iniciativas no han prosperado.

Autores clásicos en las aulas y las redes sociales que poco ayudan

Selene Domínguez es profesora de literatura en Secundaria y acaba de publicar su segundo libro, Desaparecer en el otro monte (bajo el seudónimo Selene Hékate), a través de la editorial Fin Siglo.

“En tercer año es donde se trabajan más los autores uruguayos; en la parte de narrativa siempre empezamos por Horacio Quiroga. Pero hay otras opciones, como la de Felisberto Hernández, que no se elige tanto. Se suele elegir por lo general a Mario Benedetti, Juan José Morosoli y Paco Espínola. En cuanto a las mujeres, por lo general figuran solamente en poesía. Es un atraso que tienen los programas de literatura de Secundaria”, comenta. Y agrega: “Hay que reivindicar a las mujeres narradoras, dramaturgas, falta actualizar el programa de tercero. Hay mucha generación del 900, del 30 y del 45, pero como que se quedó ahí la cosa”.

Domínguez dice que en poesía enseña generalmente a Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Alfonsina Storni (que es argentina). Y en teatro, también en tercero, Florencio Sánchez.

La docente y escritora explica que los programas “son muy ambiciosos” y que nunca alcanza el tiempo para cumplirlos por completo.

“En cuarto año es todo literatura española y recién hay una unidad al final como para agregar a algún escritor uruguayo (entre los que se encuentran los también músicos Leo Maslíah y Eduardo Darnauchans, por ejemplo). Aunque muchas veces no se llega a dar esa unidad por falta de tiempo. En quinto año no hay nada de literatura nacional; tenés todos los clásicos: las tragedias griegas, La Biblia, La Divina Comedia, Shakespeare y El Quijote. Pero a Shakespeare y El Quijote nadie los da, porque no llegamos. En sexto hay una unidad con distintos autores, yo por lo general doy a Marosa di Giorgio”, indica.

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Selene Hékate con su último libro Desaparecer en el otro monte.

Domínguez señala que los alumnos de hoy necesitan más tiempo para procesar los textos, por la sencilla razón de que no están acostumbrados a leer. “Precisás mucha información de contexto histórico, vocabulario... Al año siguiente ya no se acuerdan las diferencias entre narrativa, lírica y teatro, tenés que volver a repasarlas. Y lo acompañás con la escritura, aunque cuesta también. Escribir una carilla para ellos es muchísimo”, comenta.

La docente, que también enseña literatura uruguaya a nivel terciario, dice que para sus alumnos de liceo el favorito entre los autores nacionales es Horacio Quiroga. Pero advierte: “Incluso a nivel terciario, cuando hay gente que de repente está estudiando para ser guía de turismo, no hay una cultura de leer literatura uruguaya. Se acuerdan de Florencio Sánchez y de Quiroga de tercero. Algunos también recuerdan a Juana de Ibarbourou o a Delmira Agustini, pero se está perdiendo la cultura de leer”.

Según Domínguez, redes sociales como Instagram o plataformas de streaming como Netflix también conspiran contra la lectura. “Hay muchísima ansiedad, por eso los ataques de pánico son cada vez más fuertes. Estar expuesto todo el tiempo a las redes o a los medios genera una ansiedad muy fuerte”, sostiene. Y concluye: “Los jóvenes tampoco pueden mirar una película, no la sostienen, porque hay un problema con la concentración. Te pueden mirar un video de un minuto en TikTok o en Instagram. Cuando les pregunto qué películas ven, me doy cuenta de que no ven películas, porque no pueden estar dos horas frente a una pantalla. Por eso tampoco se concentran para leer, porque dedican el tiempo libre a las redes y a chatear. Además hay un problema grande con la acentuación, que complica mucho la lectura: no saben si en un texto dice ‘llamó’ o ‘llamo’. Acentúan mal las palabras”.

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