VIAJES
Por cuál de las rutas jacobeas actuales conviene estrenarse, cómo aligerar la mochila o qué no hay que calzarse nunca; consejos de un experto peregrino.
Tras más de dos décadas marchando hacia la ciudad de Santiago de Compostela, el periodista de viajes Paco Nadal, experto peregrino, da algunos consejos clave para hacer de la ruta jacobea un recuerdo imborrable.
La primera vez
El primer Camino de Santiago es como el primer beso. Nunca se olvida. Yo no he olvidado nada de aquella primera vez que me aventuré por una ruta jacobea. Era febrero de 1994 y pasé más frío que en la Antártida. Por entonces, hacer el Camino era aún cosa de frikis, no había ni la décima parte de albergues que hay ahora, ni la centésima parte de máquinas de vending y cero hostales disfrazados de albergues privados. Y apenas me encontré con peregrinos. Pero el calor de la hospitalidad que se ofrecía en los escasos albergues parroquiales o de asociaciones de Amigos del Camino no lo he vuelto a encontrar en ningún otro periplo por ruta jacobea alguna. Tu Camino, el primero que haces, será único. Como ese primer beso. Seguro.
Mi ruta preferida
Hasta la eclosión del Xacobeo 99 había un Camino: el francés, el que había señalizado con flechas amarillas el cura Elías Valiña y su largo séquito de ayudantes. Su éxito llevó a todas las administraciones y asociaciones españolas a desempolvar otras rutas jacobeas, igual de válidas e históricas.
Los he hecho casi todos, al menos todos los grandes, y, si me obligan, diría que el que más me gusta es el Camino Primitivo, el que va desde Oviedo hasta Melide (La Coruña), donde se une al francés. Fue la ruta que, según la historia (o la leyenda), siguió el rey Alfonso II el Casto para corroborar con sus propios ojos la aparición del sepulcro del apóstol Santiago en el monte Libredón. ¿Qué tiene de especial? Un poco de todo: más soledad que el francés, mucha montaña, atraviesa una zona de Asturias desconocida y tiene los servicios justos para hacerlo confortable.
Si vas a hacer el Camino...
No me canso de repetir que los peligros para el caminante son dos: el peso y unos zapatos nuevos. Hoy, los principales Caminos están tan domesticados y turistizados que en ellos encontrarás de todo, por lo que la premisa de echar cosas en la mochila por si acaso no tiene ningún sentido. Hay tiendas, supermercados, farmacias, zapateros… por todos lados.
Sé muy austero con lo que añades a la mochila: tu espalda te lo agradecerá. En verano, tres o cuatro camisetas de fibra bastarán (no hay que llevar de algodón, que tardan más en secar), un pantalón corto y uno largo y algo ligero de abrigo por si refresca es suficiente. Otro consejo es usar el mismo jabón líquido de la ducha para lavar la ropa y así no tienes que cargar de más.
En cuanto al calzado, sigue siendo la clave. Andar todos los días 25 kilómetros no es algo a lo que los pies estén acostumbrados. Y van a sufrir, seguro. Por eso, llévate un calzado cómodo y que ya haya sido usado con anterioridad, que esté domesticado. Nunca, repito, nunca, se deben estrenar unas botas de montaña.
¿Una ayudita? Nunca he usado los servicios de las empresas que llevan la mochila al siguiente albergue. Pero el Camino de Santiago es una experiencia muy personal que cada uno debe vivir como crea o quiera, y no seré yo el que dé lecciones a nadie. Pero sí creo que una parte importante de la experiencia jacobea es el sacrificio. No vamos a Compostela para martirizarnos, por supuesto, pero la magia del Camino, el porqué de que quien todo el que lo hace termine encantado, tiene mucho que ver con la superación personal, con ponerse retos y vencerlos, con pasarlo un poquito bien de mal, como decía un amigo sevillano.
El Camino no es más que una metáfora de la vida, y si te lo ponen todo muy sencillo vas a pasar por esa vida de puntillas, sin vivirla plenamente. Si te ha dolido la espalda porque llevabas mucho peso, habrás aprendido que en el Camino (y en la vida) hacen falta menos posesiones y bienes materiales de los que imaginabas para ser feliz. Si llegas al final de la etapa con los pies reventados y dolorido, habrás aprendido que en el Camino (y en la vida) para conseguir algo hay que esforzarse; y eso primero duele, pero luego reconforta.
Si duermes en hoteles de cinco estrellas en vez de en albergues, habrás perdido la enseñanza del Camino y de la vida, de que esta es más fructífera si compartes con los demás, si te entregas y das a los otros lo mejor de ti. En fin, cada uno que lo haga como quiera…, pero si te lo ponen muy fácil vas a perderte buena parte de la experiencia.
Para cada momento vital
Cuando me preguntan qué Camino de Santiago recomiendo, respondo que esto es como comprarse unos pantalones: depende de los gustos, de la talla, de cuándo te los vayas a poner…
Si es la primera vez que te aventuras en una ruta jacobea y no te importa (incluso deseas) compartir experiencias con un montón de gente (a veces, hasta demasiada), te diría que hagas el Camino Francés, el tradicional, el que no te va a defraudar y en el que el espíritu jacobeo aparece en cada pueblo, aldea, ermita o bosque por el que se pasa. Eso sí, de mayo a septiembre está saturado, hay que madrugar para pillar sitio en un albergue.
Si es verano y se busca un Camino con suficientes servicios en cada final de etapa, pero con menos gente, parajes marinos y temperaturas más suaves…, mejor el Camino del Norte, en cualquiera de sus dos variantes (Costa o Primitivo).
La Vía de la Plata me parece perfecto para hacer en primavera; en verano solo lo aconsejaría en bicicleta, a pie es duro y con tramos largos sin sombra ni agua.
Si se tiene poco tiempo y se quiere hacer un Camino completo, el Inglés desde Ferrol: son unos cinco días por parajes de la Galicia rural con muy poca compañía, servicios suficientes y la sensación de que la peregrinación aún no se ha convertido en una procesión.
A quienes les vayan los retos solitarios y curtirse en una ruta jacobea muy poco transitada, el Camino Portugués, pero no desde Tui (Pontevedra), sino desde el inicio, en Lisboa.
Se recorre un Portugal desconocido, que no se ve desde la autopista; hay muy pocos caminantes y pocos albergues, pero sí todo el decorado necesario para dar rienda suelta a tus soliloquios en plena naturaleza.