Por Mariel Varela
El debut de Luana Persíncula frente a un auditorio sucedió en una iglesia evangélica de Carmelo (Colonia) y salió trunco. Cantó una canción de adoración cristiana y los 20 fieles presentes largaron el moco: lloraban de emoción ante semejante interpretación. “No me quieren escuchar”, pensó Luana. Y se largó a llorar de angustia y decepción, sin terminar su show. Era imposible que esa nena de 4 años asociara las lágrimas del público a una performance exitosa.
La voz, el histrionismo y la presencia escénica avasallante están intactos en Luana (21) desde el día uno. Es consciente de su carisma y lo derrocha en cada presentación. La Princesita de la plena desea con locura ver disfrutar a su público y trabaja para cumplir esa meta. El pasado 22 de abril dio cátedra de profesionalismo y magnetismo en el Cosquín Rock Uruguay 2023: se puso al exigente público rockero en el bolsillo con su versión de El poeta dice la verdad, de La Trampa.
Se subió al escenario convencida de que ella y su banda la iban a romper. Y lo hizo con el aval de Alejandro Spuntone, exvocalista de La Trampa. “Le pregunté si quería cantarla, prefirió no hacerlo, pero me dijo ‘sé que la vas a hacer bien’”, revela Luana a Domingo. Cantó su repertorio plenero y cuando llegó el momento del rock rompió el hielo diciendo ‘el límite se lo pone uno mismo’. De la tensión inicial se pasó a la euforia colectiva. Fue el primer pogo de su vida y lo disfrutó con creces. “Mi propósito era gozar, liberarme y hacer feliz a la gente los 40 minutos de show, y lo corroboré cuando vi la cara de felicidad de la gente escuchando La Trampa”, dice.
Luana no improvisa. Cuando Cuatro Pesos de Propina la invitó a cantar Mi Revolución se tomó el tiempo prudencial para ensayar. “Sabía que la gente iba a hablar de eso. Si hacés algo diferente siempre hablan, entonces dije ‘vamos a hacerlo bien’”, asegura. Cuando No Te Va Gustar la convocó para cantar Chau en el Teatro de Verano conectó con lo que sentía cuando de niña cantaba ese tema en el cuarto con su hermana. Y en vez de imitar la versión de Julieta Venegas eligió ponerle su impronta. “Fui enojada, inclusive me hice la película de una historia”, comenta. El resultado: la banda la felicitó y el 95% la aclamó.
¿Luana es rock? “El rock es liberador y es muy yo porque soy así: en el escenario te canto súper bien, te bailo, me gozo pero también me libero. Entonces no me vi quedando ridícula cantando rock”, dice sobre las críticas.
Luces y sombras
Nació en Colonia hace 21 años. Cantaba 24/7 y actuaba en cada acto escolar. No le interesaba otra asignatura que no fuera música. Sus docentes, intuye, la recordarán como ‘la insoportable Persíncula’, porque no los dejaba dar la clase. “Quería llamar la atención siempre porque tenía la necesidad de que la persona que estuviera conmigo se riera, hasta la profesora”, justifica.
Las visitas a la casa de sus abuelos, en Salto, con lechón a las brasas y guitarreadas marcaron su vocación. A los 4 años le dijo a su padre ‘yo también quiero cantar’, y la llevó al escenario más cercano que tenían -una iglesia evangelista- a probarse.
Su padre la acompañó a la grabación de A ella, a los 16 años, y al terminar le dijo al productor Alejandro Jasa ‘aprontá todo porque en un mes esta gurisa se te va a ir al carajo’. “La idea de los productores era promocionar un año el producto Luana para que entrara en la gente porque, supuestamente, siendo mujer cuesta mucho”, comenta. Falló la intuición. La canción se replicó y rápidamente acumuló millones de reproducciones -hoy supera las 20 millones en YouTube-. Primero explotó en la capital y un 9 de marzo debutó en un escenario del interior: fue en un raid en Sarandí del Yi, curiosamente, por el Día de la Mujer.
Luana, que dice adorar el baile y la joda, sufría al ver que sus amigas iban al boliche mientras ella hacía shows en la capital: “Fue una de las primeras crisis emocionales que viví”, confiesa.
El producto explotaba, hacía 17 shows por fin de semana, y los lunes estaba “impresentable”: ojerosa, con sueño y la voz destrozada. “Me dormía sentada y entender las clases era imposible”, cuenta. Dejó el liceo al mudarse a Montevideo, luego se anotó en el IAVA, pero aún debe materias. Hoy, dice, prefiere invertir su tiempo en aprender sobre asuntos empresariales para mantener el producto artístico y el negocio. Un negocio que le da de comer a 30 personas (músicos, técnicos, productores, manager, estilistas, peluqueros, diseñador y vestuaristas).
“Estamos enfocados en lo empresarial. Nos dimos cuenta de que era el mundo que nos comía, porque el artístico (canciones y shows) fluye, lo otro era encararlo y decir ‘basta de que me pasen por arriba’”, relata.
Llegó a ir a trabajar sin cobrar un peso porque el dinero desaparecía producto de los malos manejos de los representantes: “Hubo chanchullos de gente que se me puso en el camino para enseñarme algo. Tuvimos que estar mal para poder limpiar”, confiesa quien se rodeó de músicos de primer nivel para volver a empezar y siempre habla del producto Luana en plural.
Está convencida de que el equipo es la base del éxito y que la avaricia es la principal enemiga. “No podés ser tan avaro porque termina mal. Si querés mantener un proyecto lo primero que tenés que tener es equidad. Yo estoy tranquila pero la gente que trabaja conmigo también tiene que estar tranquila, feliz y contenta”, dice.
Esa madurez con la que habla también es fruto de la maternidad temprana: tuvo a Tao a los 18 años. “Si no hubiese sido madre jamás hubiese entendido la magnitud que requiere este trabajo”, asegura. Hizo el clic real tras separarse del músico Marcos Da Costa y encontrarse sola con Tao. Tenía un producto armado y no podía tomárselo a la ligera: “Me pregunté ‘¿querés seguir haciendo esto o vas a volver a estudiar? Si vas a hacer esto tenés que hacerlo bien y encima cuidar a tu hijo”, reconoce, y agradece que a Tao hoy no le falte nada.
Imparable
Hugo Fattoruso es su abuelo musical y gracias a una invitación suya a un proyecto que nunca salió se enamoró del candombe. “Me gusta investigar para ejecutar y estoy a full conociendo el género para poder grabar un buen candombe”, comenta.
Su nombre empezó a sonar en filas carnavaleras y este febrero curtió mucho Teatro de Verano para empaparse de la fiesta de Momo. “Estamos teniendo reuniones con conjuntos, así que veremos qué sale para el año que viene”, revela.
Los 17 shows por fin de semana son historia; hoy hace siete como máximo. Prioriza la calidad y la gente percibe el resultado: “Luana está entera y los músicos también”, asegura.
Conoció a Lali Espósito en el festival Acá Estamos y logró sacarse una foto con su ídola, esa que le hizo creer que ser un ícono pop era posible. “La sigo desde que sacó su primer disco. No era Lady Gaga o Katy Perry, era una argentina que hacía buen pop, bailaba y se vestía exuberante. Tuve el privilegio de experimentar su show con mi manager y dijimos ‘este es el show que queremos hacer’”, afirma.
-¿Luana no tiene techo?
-Yo trato de no construirlo, si alguien me lo construye es otra cosa.
-¿Con qué soñás ahora?
-Con recorrer el mundo con la música; lograr un producto que sea yo siempre, no crear un personaje nunca, seguir dando trabajo sano a las personas y también las emociones que siente la gente cuando escucha la música.