Marcel Felder: Fue la raqueta número uno de Uruguay, jugó al Play Station con Rafa Nadal y hoy vive en Estados Unidos dando clases de tenis

Durante dos años fue el número uno uruguayo hasta que llegó Pablo Cuevas. Se retiró del tenis en 2017 y decidió irse a los Estados Unidos, donde es instructor de gente de todas las edades.

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Marcel Felder
Marcel Felder.
Foto: Marcel Felder.

Una vez jugó contra Rafael Nadal en el Australian Open y le ganó… pero no fue al tenis. “Tenía unos 20 años y él era amigo del argentino ‘Pico’ Mónaco. Entonces un día me invitaron a su habitación a jugar al Play Station, al FIFA. Yo con otro jugador contra ellos y les ganamos”, recuerda Marcel Felder (38 años) como anécdota de su vida en los courts de tenis.

Quien durante un par de años fue la raqueta número uno del Uruguay (hasta que Pablo Cuevas se adueñó de ese lugar), nunca enfrentó o llegó a pelotear con los más laureados del mundo, pero sí se cruzó con alguno en algún que otro torneo.

“Cuando era chico me gustaba André Agassi. Roger Federer era mi modelo porque es impresionante. Y con los años fui agarrándole mucho cariño y mucho respeto a todo lo que Rafa Nadal fue haciendo y logrando con una mentalidad imponente. Lo terminé admirando porque todo lo que hace mentalmente es inigualable”, señala en diálogo con Domingo desde los Estados Unidos, donde reside hace unos cinco años.

Marcel dejó de jugar profesionalmente al tenis en 2017. “No me costó mucho tomar la decisión porque en realidad ya había dejado en 2013, pero a fines de 2015 me dio ganas de seguir jugando porque me había quedado algo adentro”, aclara.

Jugó un par de años más, el último de ellos repartido con la organización del Punta Open. “Cuando terminó, como que ya no estaba para volver al circuito, seguir viajando, jugar… Así que dije: ‘Ya está, me voy a los Estados Unidos, que se trabaja bien, y dejo la vida de tenista, que es bastante exigente, mucho viaje, mucha presión’”, relata sobre el momento en que tomó la decisión definitiva y se transformó en instructor de tenis.

Tenía 33 años, casi todos ellos dedicados al “deporte blanco”. Recuerda que comenzó a jugar de muy chico. “A los 4 años jugaba a la paleta en la playa y lo hacía bien porque, según me cuentan mis padres, la gente que pasaba caminando se quedaba mirando. Yo era una ratita chiquita”, dice.

Por eso decidieron que aprendiera el deporte, pero todo de forma muy natural, si bien era cada vez más tenis, más horas, más entrenamiento. A los 10 años comenzó a viajar y se convirtió en el número uno de Uruguay en su categoría, cosa que repitió en las categorías de 12, 14 y 16 años.

Marcel quería jugar al tenis todo el día, era su pasión. Aprendió en la Academia de Tenis, ubicada atrás de Portones Shopping; luego fue a Tennis Point, que estaba en la calle Avenida Italia y tenía tres canchas, y luego pasó por el Club del Parque, en Avenida de las Américas, con diez canchas. Todos lugares que ya no existen, pero que fueron claves en su formación.

Destaca que su entrenador de toda la vida en Uruguay fue Marcelo “Toto” Aguirre. “Fue mi mentor, quien me enseñó a ser tenista y hasta el día de hoy se lo agradezco”, apunta quien también se preparó en Buenos Aires, donde vivió seis años.

Al Carrasco Lawn Tennis recién llegó para jugar las Copas Davis, el torneo que le dejó los mejores recuerdos porque ahí defendía la camiseta celeste. “Hay una presión porque jugás por tu país, pero eso es lo lindo, tener la gente atrás y ver que todos tiran para el mismo lado. Diferente es cuando jugás solo en el circuito de ATP”, comenta.

A nivel individual no ganó ningún ATP, pero sí 17 torneos futures. Su mejor actuación fue en Wimbledon 2012, donde consiguió dos victorias, primero ante el rumano Víctor Crivoi y luego contra el británico Kyle Edmund. Perdió contra el francés Kenny de Schepper. En ese Wimbledon también consiguió su mejor actuación en dobles ya que ingresó al cuadro principal con el tunecino Malek Jaziri como compañero, siendo derrotados por la pareja india conformada por Mahesh Bhupathi y Rohan Bopanna.

“Pero ahí estaba yo, vestidito de blanco jugando en la Catedral del Tenis”, señala orgulloso.

Fue la modalidad de dobles la que le dio nueve torneos challengers y el puesto 82 en el ranking. Como jugador individual llegó a estar 227 en el mundo. Cuando se le pregunta si considera que de haber nacido en otro país habría obtenido mejores resultados, responde que quizás sí.

“Si sos francés, italiano o español, en Europa está lleno de torneos. Es más fácil tener invitaciones, te lleva menos tiempo meterte más arriba en el ranking. Además, si perdés en primera o segunda ronda te volvés a tu casa al otro día, entrenás cinco días y vas a otro torneo. Es menos costoso y mentalmente es mucho mejor. Si sos uruguayo tenés que quedarte seis días boyando por ahí, entrenando en el torneo, no podés volver a tu casa unos días”, explica.

De todas formas no se arrepiente de todo lo hecho y agradece el apoyo que siempre tuvo de su familia.

“Entrenaba muchas horas e iba al colegio; era un buen alumno. Tuve buenas notas hasta que en segundo de liceo empecé a viajar y me empezó a costar un poco más. A partir de tercero me fui a alguna materia, y en cuarto quedé libre y di exámenes. Me hubiera gustado de repente seguir un poquito más, hacerlo nocturno o mismo viajando online, pero no se me dio la situación”, cuenta sobre su experiencia en el colegio Richard Anderson, en Primaria, y en la Escuela Integral Hebreo Uruguaya, en Secundaria.

Reconoce que por el tenis se perdió cumpleaños, fiestas de 15 y salidas con amigos. “Tuve que estar lejos en momentos importantes. La mayoría de las veces me tocaba saludar a la gente por teléfono”, dice sobre una época en que las comunicaciones no eran como las de ahora y él pasaba unas 35 semanas fuera de Uruguay, un país “muy lejos de todo”, acota.

Pero valió la pena porque fue el número uno nacional, algo que siempre lo llenó de orgullo. “Fue un honor, la gente me reconocía porque lo dejaba todo en la cancha. Me gustaba competir, me emocionaba y me preparaba muy bien. Tener un reconocimiento a todo ese esfuerzo es reconfortante, estoy muy agradecido”, apunta sobre su vínculo con el público.

Hoy disfruta de los torneos desde otro lado. Va siempre al US Open y recomienda a todos quienes tengan la oportunidad de ir a un Grand Slam, que lo hagan. “Es un espectáculo increíble”, acota. Actualmente sigue la carrera del español Carlitos Alcaraz con cuyo coach, Juan Carlos Ferrero, tuvo la posibilidad de entrenar hace muchos años en Roland Garros.

En pandemia llegó a ser coach de una tenista australiana cuya entrenadora no pudo salir de Australia debido a las medidas por el covid. También fue corresponsal para Radio Universal hablando, por supuesto, de tenis.

Hoy enseña y dicta clínicas, tanto para niños como para adultos, en Greenwich, Connecticut, a unos 40 minutos de Manhattan. “En esta zona hay mucha gente que juega al tenis y se paga bien”, cuenta.

En sus ratos libres va al gimnasio, pasea por Nueva York y se junta con amigos, varios de ellos argentinos.

En Uruguay están sus padres y su hermana; además tiene un hermano más chico que enseña tenis en Cancún. Por lo general vuelve para fin de año; la última vez se quedó todo el verano en Punta del Este.

“Extraño mucho Uruguay, me encanta volver, estar con amigos, la gente… te sentís que sos de ahí. Mi idea es volver a vivir, no sé cuándo”, confiesa.

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