HISTORIA

Marcel Landó: la curiosa vida del uruguayo que triunfó como galán de telenovelas mexicanas y ahora es budista

El artista lleva 50 años radicado en México. El modelaje le abrió varias puertas y se consagró como galán de telenovelas en la década del 70. Tuvo negocios y después de retirarse, se abocó a la pintura y la mística.

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Marcel Landó fue una figura estelar en México durante la década del 70; hoy se dedica a la pintura.
Marcel Landó fue una figura estelar en México durante la década del 70; hoy se dedica a la pintura.
Foto: Francisco Flores

Sus deseos son órdenes’, decía el genio de la lámpara de Aladdin y a Marcel Landó no le es para nada ajena esa afirmación. Su poder de materializar deseos es tal que ha llegado a asustarse por la fuerza de sus visualizaciones. Este uruguayo de 70 años soñó que quería ser famoso y logró convertirse en el galán número uno de las telenovelas mexicanas en la década de 1970; soñó con cantar y grabó un sencillo del sello Sondor, con arreglos de Julio Frade; soñó con tener un restaurante y consiguió fundar Gardel Grill en Ciudad de México.

La primera vez que entró a un set televisivo tenía apenas 6 años y supo enseguida que era su lugar en el mundo. Por ese entonces, Carlos Sarasola -nombre que figura en su cédula de identidad, aunque no recuerda cuándo fue la última vez que alguien lo llamó así- había ido a acompañar a su madre y a su hermana a ver el show de un tal Pedrito Rico, pero se aburrió tanto que se escapó y terminó colándose en los estudios donde se filmaba El Capitán Cañones. Julio Frade y Eduardo D’Angelo notaron en su mirada esas ansías de estar frente a cámara y lo invitaron a que participara del programa infantil llevando a un oso hormiguero embalsamado apodado el Mancho.

“Eso me deslumbró. ‘Quiero estar acá siempre, me reconocen en el barrio’, pensaba. Ya me gustaba la fama”, confiesa a Domingo, y lo hace orgulloso de haber superado con creces aquella ambiciosa meta.

Primero cruzó el charco y luego arribó a México, donde vive hace 50 años. En la tierra de los mariachis, su imagen cotizó al alza y se transformó en el modelo que más comerciales rodó en un año de la década de 1970 y fue además galán de innumerables fotonovelas y telenovelas -perdió la cuenta del número que filmó-. Al nacer su hija Camila quiso tener más estabilidad, ser menos nómade, y se convirtió en empresario: fundó la boutique Paparazzi y también invirtió en un taller textil (ver recuadro). Se fundió y tuvo que volver a empezar: se mudó a Nueva York donde trabajó cinco años bajo las órdenes de un chef iraní en un hotel seis estrellas. Volvió a México donde abrió una cafetería y más tarde un restaurante. Después de jubilarse y vender los negocios, se dedicó a pintar.

Su fuerte son los retratos, pinta expresiones, y asegura que las charlas con Carlos Páez Vilaró han sido de enorme inspiración para dejar aflorar esta pasión. ‘Yo quiero ser como Páez Vilaró, un tipo de mundo’, soñaba en grande un joven Marcel Landó.

A los 60 años descubrió el budismo y se enamoró de esta filosofía de vida. Estudió en Casa Tibet de México y fue bautizado por un Lama como Tenzin Tashe, su nueva identidad.

“He tenido tres vidas: la de Carlos, cuando de niño soñaba con ser famoso; cuando lo logré y fui Marcel Landó; y la actual, más mística y espiritual, que es Tenzin Tashe”, comenta.

Amor, negocios y anhelos

A sus 36 años nació su hija y quiso conseguir un trabajo estable y dejar de depender de los castings. Como buen aficionado al diseño puso la boutique Paparazzi; vio que funcionaba y se asoció con otro empresario para lanzar su marca. En 1986 lo aniquiló una devaluación: “Estaba endeudado en dólares con maquinaria japonesa y tuve que cerrar”, dice. Se mudó a Nueva York porque ahí vivía un íntimo amigo, que era quien le había puesto el seudónimo. Aplicó para el Tara Hotel & Resort y entró como asistente de un chef iraní. “Se me abrió el mundo de la gastronomía y aprendí un sinfín de secretos”, relata.

En el medio se divorció y apareció Rosa María en su vida. “Se enteró que me había separado y se tomó el primer avión. Yo era el amor de su vida, me iba a ver al teatro pero no había querido interferir antes porque era un hombre casado”, cuenta sobre esta historia de amor digna de un guión de Hollywood. Regresaron juntos a México y ella lo animó a jugársela y explotar los conocimientos culinarios. Fundaron El café del arrabal con gran éxito, y al poco tiempo compraron la casa lindera a la cafetería y así Landó pudo, en 1996, cumplir su sueño de abrir un restaurante, al que llamó Gardel Grill.

Gracias a la vida

Marcel Landó fue portada de una infinidad de fotonovelas y protagonista de otras tantas telenovelas mexicanas.
Marcel Landó fue portada de una infinidad de fotonovelas y protagonista de otras tantas telenovelas mexicanas.

Estaba seguro cuál era su vocación así que se anotó en la Escuela de Bellas Artes al culminar el liceo, pero a fines de los años 60 predominaban los temas políticos en los talleres y dio un paso al costado: “Me desilusioné porque no aprendía lo que quería”, afirma. Su vida dio un vuelco cuando dos vecinas del Prado, su barrio, le propusieron que las acompañara a su clase de teatro en la Casa de la Cultura. La maestra era la afamada Elena Zuasti, que lo invitó a pasar al frente. Bastó que leyera un poema de José Martí para que le decretara: ‘Tú eres actor y no lo sabes’. “Me conectó con gente y conocí celebridades de la Comedia Nacional, como China Zorilla, Enrique Guarnero y otros que eran las ‘vacas sagradas’ de la época”, cuenta Landó.

Con 17 años le surgió una oportunidad y salió de gira por Argentina para hacer el musical Jesucristo superestrella. Y allá se quedó solo, viviendo en una pensión. Trabajó en Alta Tensión (Canal 13) pero el pasaporte al éxito vino de la mano de sus excelentes profesores: Heidy Crilla, Agustín Alezzo y Carlos Gandolfo. “Me abrió muchas puertas porque me dio bases y en 1972 me salió una gira para ir al Festival Cervantino, que se hace hasta ahora en Guanajuato y van artistas de todo el mundo”, relata. Tejió redes y se despidió del grupo de argentinos con un ‘adiós, de acá soy’. Varios amigos actores le dieron asilo en su casa y así empezó a forjar una carrera en la metrópolis Ciudad de México.

“De la noche a la mañana estaba trepado en las pasarelas haciendo desfiles”, dice. Fue cara de Bacardi y de la marca de cigarrillos Baronet. Y aunque nunca se imaginó como modelo, tenía que comer, y ese oficio le abrió puertas impensadas: primero fue el universo de las fotonovelas -“se pagaba muy bien: ganaba mil dólares por una sesión que te podía llevar cinco horas. Y hacía dos o tres a la semana”, repasa- y luego se encontró protagonizando telenovelas mexicanas. “Fue todo un proceso consagrarme como galán: hacés un camino, te buscan para ciertos papeles, eso te va dando un crédito y tu imagen se va cotizando más”, comenta.

Se hizo un nombre y pasó a disfrutar de los privilegios que conlleva ser una mega estrella: “Es tan exagerado que vas a un restaurante y no te quieren cobrar la cuenta, te dicen piropos”, ejemplifica. Describe el vínculo con la gente como “una comunión amorosa”. Y alega que el éxito no lo mareó: “No me ha cambiado. Sigo siendo el mismo muchacho del Prado que salió a la aventura”.

Conoce lo que es estar en la gloria y tocar fondo -en lo económico y lo personal- pero siempre supo cómo reinventarse gracias a su capacidad camaleónica. La vida le regaló fama, dinero, un amor verdadero, y sabiduría para disfrutar las mieles del éxito y aprender de los fracasos. “En el ocaso de mi vida me siento muy agradecido. He sido muy recompensado, quizás tenga más de lo que me merezco. Las palabras de Mercedes Sosa retumban en mi cabeza: 'Gracias a la vida que me ha dado tanto'”, concluye.

Mística y arte

En 2016, y después de dos décadas de manejar el restaurante, Landó y Rosa María decidieron vender el negocio y dedicarse a disfrutar del ocio. “He vuelto a la pintura y a viajar. Cuando tuve todo el tiempo para mí, mi esposa me anotó en Bellas Artes para verme ocupado, porque pensaba que me iba a poner triste sin esa vida social”, dice quien era habitué de los museos en Europa y hoy se dedica a pintar retratos.

Landó siempre había sido muy devoto, tenía la costumbre de ir a misa los domingos, pero a los 60 años se volvió aún más místico y se acercó al budismo. “Empecé a comprar libros y vi que no era una religión sino una filosofía de vida”, comenta. Fue así que decidió formarse y fue a Casa Tibet de México a hacer talleres y aprender mantras con unos monjes, los mismos que lo bautizaron Tenzin Tashe, el nombre espiritual que hoy usa en redes sociales. “Ellos te eligen: ‘Quiero que sigas mi linaje’. Lo hermoso del budismo es que es abierto (podés ser católico, judío, musulmán), porque no es una religión que adorás a un Dios, sino que hacés tu trabajo interior, sos tu propio buda. Lográs elevarte a esa divinidad si aprendés las enseñanzas de buda”, explica Landó.

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