EL PERSONAJE
Con una carrera de más de 15 años, dice que aprendió a ser productora cinematográfica sobre la marcha, mientras trabajaba en su primer proyecto, que se estrenó en 2007.
A Mariana le cuesta explicar en qué consiste su trabajo. Dice que siempre le cuesta. Aunque más que explicarlo, lo que le resulta difícil es sintetizarlo, definirlo en una palabra, en una acción. Decir que es productora parece sencillo, pero en cine, producir incluye muchos otros verbos. “Yo intento explicarlo diciendo que una productora de cine es la persona que hace realidad los proyectos. Agarra un guion, busca gente interesante, arma un equipo, intenta venderlo y sacarlo adelante”. Más adelante en esta charla contará que ser productora de cine implica estar en cada etapa de una película, un documental o una serie: desde que es una idea en la cabeza de algún director, directora o incluso de ella misma, hasta que alguien aplaude al final de la función en una sala repleta. Y en el medio de ese proceso, hay al menos tres años de trabajo.
Pero sentirse y asumirse como productora también fue un proceso que implicó aprender en qué consistía producir, cómo se producía cine y cómo se hacía en Uruguay, que implicó hacer tres o cuatro películas sin saber muy bien cómo se hacía, hasta que un día, cuando fue a sacar el pasaporte, lo supo. “Me preguntaron por mi profesión y yo dije que en ese pasaporte quería que dijera que yo era productora de cine, porque definitivamente es lo que yo siento que soy. Ya había producido algunas películas y tenía varios proyectos para adelante, veía que podía sobrevivir del cine y decidí tirarme de lleno a hacer esto”.
Desde entonces, junto a Salado, la productora de su marido Carlos (Cali) Ameglio, en la que Mariana fundó y dirige el departamento de contenidos, son varios los títulos, directores y directoras con los que han trabajado. Entre los últimos están, por ejemplo, la premiada película de Álvaro Brechner, La noche de 12 años, o el documental Wilson, de Mateo Gutiérrez.
“Yo me siento muy contenta y orgullosa del proceso de todas las películas y documentales que hemos producido hasta el momento. Hemos hecho un montón de películas que han aportado de manera seria a la diversidad de la cinematografía uruguaya. Más allá de mi experiencia personal, de haber aprendido y haberme formado, creo que con Salado hemos dejado muy buenos proyectos arriba de la mesa”.
En silencio
A Mariana no le gusta hablar. Le gusta el silencio. Necesita el silencio. La ciudad a veces la aturde y cada vez que puede se va para el interior del país. En el campo encuentra su eje y cuando no es el campo, busca algún pedacito de naturaleza que la calme, que la saque de la vorágine del ruido, de los autos, del ritmo acelerado de la capital.
Nació en el campo de su abuela en Río Negro, cerca de Young. Allí pasó su infancia, entre árboles, caballos y pies descalzos. “La estancia tenía una escuela rural que tenía un solo maestro y a la que íbamos mis dos hermanos y yo, los hijos de las personas que trabajaban allí y los niños de campos que estaban cerca. Y para mí esa infancia medio en solitario y compartiendo con niños que eran criados como yo, con una sencillez increíble, fue una de las mejores cosas que me pasó en la vida. Me hubiese encantado darle la misma experiencia a Justino y a Nina, mis hijos, de que pudieran crecer más lejos de la tecnología, un poco más en solitario, más lejos de la ciudad, más en silencio. Para mí es muy importante el silencio”.
Cuando su hermano mayor pasó al liceo, su familia decidió que lo mejor sería mudarse a la ciudad. Y la ciudad era un apartamento en Río Branco entre Canelones y Soriano, en pleno Centro de Montevideo. Mariana tenía 10 años. Dice que el cambio no fue traumático pero sí muy duro. Que dejó de jugar en el pasto para ser una niña de apartamento, que la rambla estaba lejos y que no hablaba demasiado con su familia sobre cómo se sentía. Sin embargo, buscaron la forma de que pudiera seguir cerca de los caballos - así había sido toda su vida- y Mariana empezó a hacer equitación. Así saltó hasta los 16 años y hasta fue campeona sudamericana de salto. “En esa época de las fiestas de 15 y todas esas cosas, yo no salía demasiado porque los sábados practicaba para las competencias del domingo. Entonces como que pasé muchos años muy solitaria de nuevo, porque en la equitación estás sola con el caballo. Ahora que lo hablo me doy cuenta de que he vivido en solitario hasta que me casé y tuve hijos”.
Después de la equitación decidió estudiar comunicación, aunque siempre pensó que terminaría siendo ingeniera agrónoma. Mientras estudiaba en la Universidad Católica de Montevideo empezó a trabajar en publicidad, hasta que conoció a Emma Sanguinetti que le propuso acompañarla en la Fundación Buquebus. “Estuve con Emma tres años. Aprendí mucho sobre cultura y gestión con ella. Fue una época muy divertida de mi vida. Estaba empezando a salir con Cali y le presenté a Emma a Nero de Vargas, su socio y pasábamos divino los cuatro”.
Con Cali, que es director, se hizo socia de Cinemateca, y el cine empezó a ser un plan de casi todos los días. “En ese momento Cinemateca imprimía unos folletines con toda la programación y Cali me marcaba con un marcador cuáles películas tenía que mirar sí o sí”.
Y entonces, entre Cali, Cinemateca y los folletines, Mariana empezó a descubrir lo mucho que le gustaba el cine, hasta que su esposo le propuso producir La Cáscara, que era, también, primer largometraje. “La producción de esa película fue súper difícil. Tuve que aprender todo de golpe y con la obligación de no perder guita, cotizar bien. Fue duro, pero estuvo bueno porque aprendí de repente y me ayudó a darme cuenta de que eso de producir películas me gustaba, armar presupuestos, buscar gente, descubrir el mundo interior de los directores es un viaje alucinante, compartir con ellos el trabajo creativo es súper interesante”.
Con esa experiencia, decidieron fundar el departamento de contenido de Salado, una productora que hasta entonces se dedicaba solamente a la publicidad. “Al principio pensamos en producir solo películas, pero después empezaron a surgir documentales; ahora estamos desarrollando un par de proyectos de series de televisión que nos tienen muy entusiasmados. Este es un mercado que cambia y muta mucho y nadie sabe qué va a pasar en el cortísimo plazo, entonces hay que estar atento para adaptarse y ver hacia dónde va el norte del departamento de contenido”.
Siente, Mariana, que a pesar de la velocidad del cambio, han tomado buenas decisiones. “Eso ha llevado a que una de las cosas más lindas de Salado es que dentro del currículum del departamento de contenidos tiene una diversidad enorme: directores más veteranos, jóvenes, producciones nacionales, coproducciones internacionales, y todas siempre han tenido una fuerte identidad uruguaya. La verdad es que lo que más me interesa es producir desde el Uruguay. Me encantaría poder producir para el Uruguay, pero el mercado es tan chico que es muy difícil”.
—¿Cómo es el público uruguayo respecto a las producciones nacionales?
—Yo creo que lo bueno que le está pasando al cine uruguayo es que es cada vez más diverso. Hace unos años atrás había un tipo de cine que se parecía más entre sí y hoy eso no sucede. Eso habla de que hay nuevas miradas y nuevos puntos de vista; con ellos se generan nichos y para cada nicho hay una audiencia. El productor tiene que tener la astucia y la inteligencia de saber para qué tipo de audiencia es cada película y diseñar una estrategia para llegar a ese público. No es que hoy haya mejores o peores películas, solo que hay películas diferentes para diferentes públicos. Por eso, como productores no podemos pensar al cine en términos de masividad, porque sino terminás haciendo películas que todo el mundo quiera ver. Hay que hacer la película que uno tiene ganas y pensar cuál es la mejor forma de explotarla.
Así, a Mariana no le gusta pensar en el éxito vinculado a la taquilla. Ella, dice, queda contenta cuando el resultado es el que esperaban, cuando con un proyecto lograron hablar de lo que querían y cómo querían; pero especialmente, cuando con una película o documental logran “sacudir un poquito a las personas que estén receptivas a escuchar la historia”.