Mariano Arana: “Siempre me costó aceptar que era un político”

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El rescate del casco histórico de la ciudad ha sido su principal desvelo.
Nota a Mariano Arana, arquitecto uruguayo, ex Intendente de Montevideo ND 20200714 foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

El Personaje

Es arquitecto y fue docente, senador, intendente y ministro. Pero sobre todas las cosas es un enamorado de la ciudad y sus valores históricos que ha estudiado y defendido.

Es, sobre todo, un enamorado de la ciudad. Puede hablar de cada rincón, de su historia, de lo que hubo antes y lo que vino después, con conocimiento y la sensibilidad de un amante. Hizo de la recuperación de la memoria urbana y la identidad montevideana un acto de resistencia. La recuperación de la Ciudad Vieja como casco histórico y semilla del entramado urbano actual fue una de sus obras principales. Primero como académico y luego como intendente.

Mariano Arana (87) se resiste todavía a considerarse un político. Entre risas recuerda todavía el momento en que Líber Seregni fue a buscarlo para proponerle la postulación al cargo de jefe comunal. “Cuando le dije que aceptaba le dije a Seregni: ¿pero usted me asegura que no voy a salir?”, cuenta.
Sin embargo, Arana no ha renunciado a la vida pública. Ni mucho menos. Es edil y aunque asiste menos a las sesiones de la Junta Departamental -con resignación admite: “Soy población de riesgo”- se mantiene activo y atento. La cuarentena de estos últimos meses lo obligó a leer más (ya leía mucho) y a escuchar más música (Bach, sobre todo), pero en esencia Mariano Arana sigue siendo el mismo hombre preocupado por los problemas de la ciudad que más ama.

MEMORIA CIUDADANA. Su cédula de identidad dice que nació en Montevideo el 6 de marzo de 1933. Es hijo y nieto de inmigrantes españoles, aquellas oleadas que llegaron en las primeras décadas del siglo XX y que terminaron por darle el carácter europeo a la ciudad.

Formado en la fe religiosa, recuerda que iba con su madre a la iglesia metodista del Cordón. Curiosamente, está convencido de que allí nacieron sus profundas convicciones políticas que siempre lo volcaron a la izquierda. Una cita del libro de Mateo en el Nuevo Testamento le quedó grabada: “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Por esa época completaba su educación media en el Liceo Francés y poco después ingresaría a la Facultad de Arquitectura. Y luego de recibirse se convirtió en docente. “Yo empecé a dar clases mucho antes de la dictadura”, recuerda. Y cuando sobrevino el golpe de Estado creyó que duraría poco en el cargo; sin embargo, el régimen no le impidió continuar, aunque pidió una licencia extraordinaria. Y luego de reordenar su vida tras del caos que había supuesto el quiebre institucional, Arana volvió a la docencia pero con algunas ideas que terminarían por convertirse en el eje de su vida y su futura carrera política.

Con un grupo de docentes y estudiantes avanzados de Arquitectura comenzaron a reunirse para analizar algunas cosas que estaban ocurriendo en la ciudad.

“Empezamos a ver que, aparte de las atrocidades que hacían con muchas cosas, se hacían atrocidades también desclasificando como monumentos históricos aquellos que se habían declarado como tales; estoy hablando de centenas de obras de arquitectura o conjuntos urbanos”, recuerda Arana.

Se reunían en el apartamento de un integrante del grupo que quedaba en el cuarto piso de un edificio sobre la calle Ciudadela. Desde allí los concurrentes tenían una vista privilegiada de la bahía montevideana y el casco viejo de la ciudad. Y desde allí comenzaron a ver la desaparición de varios íconos arquitectónicos. Algunas de las medidas que adoptaron las autoridades del régimen tuvieron consecuencias de fondo, como la polémica demolición del viejo conventillo Medio Mundo en la calle Cuareim. Y los integrantes del grupo comenzaron a fotografiar aquellos emblemas arquitectónicos y urbanos que consideraban en peligro. Las obras de Emilio Reus en el barrio Sur o en Villa Muñoz fueron, por ejemplo, ampliamente documentadas. Con el tiempo aquel grupo de amigos pasó a llamarse Grupo de Estudios Urbanos. “No le quisimos poner centro porque era una petulancia”, relata Arana.

Lo cierto es que ese grupo de arquitectos terminó plasmando su trabajo en una obra de características inéditas. A fines de 1980, Arana es invitado a un congreso que se iba a celebrar en Buenos Aires. Y vio la oportunidad de presentar los trabajos que tantos desvelos había provocado en su grupo. “Entonces, como pudimos, más con corazón que con plata y bastante talento de los muchachos -recuerda- hicimos aquel audiovisual”.

Por aquel entonces, pensar en un audiovisual podía parecer hasta una extravagancia. Lo cierto es que el resto de los arquitectos latinoamericanos reunidos en el congreso quedó maravillado con el resultado. Poco después el corto fue exhibido en salas montevideanas. Una ciudad sin memoria se convirtió en un éxito de público en el tramo final de la dictadura.

El hablar de aquellas construcciones que debían ser consideradas como patrimonios históricos puso, de pronto, en evidencia la cuestión de la identidad de una ciudad, de su historia y de todo lo que se guarda en ella. “Para nosotros también era una forma de resistencia a la dictadura”, reconoce Arana. Lo cierto es que muchos uruguayos lo creyeron así.

"Toda la vida me  he considerado un arquitecto", asegura.
"Toda la vida me he considerado un arquitecto", asegura.

El éxito fue más allá de fronteras y el documental de poco más de 20 minutos fue exhibido en el municipio de Toulouse -improbable patria de Gardel- a un embelesado público francés. Figuras de enorme valía y prestigio se convirtieron en entusiastas seguidores del grupo. “Una de las personas que más nos apoyó fue el ingeniero Eladio Dieste, a quien yo propuse darle el título de arquitecto honoris causa por la invención y la composición de esa cerámica armada, que generó obras magníficas dentro y fuera de fronteras”, apunta Arana.

Luego de la restauración democrática las intervenciones del grupo comenzaron a ser abiertas y sistemáticas. Ya en un clima de libertades, el impulso por la idea de conservar el patrimonio arquitectónico se convirtió en el eje de la prédica de Arana como docente. Ello lo llevó de forma natural a presidir por un período la Comisión de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación. Pero también a intentar dejar por escrito sus ideas en numerosos trabajos, lo cual lo llevó a una intensa participación en el mundo editorial. Junto a un grupo de 15 personalidades de la cultura fundaron Ediciones de la Banda Oriental, donde el notable crítico literario Heber Raviolo tendría un papel central y decisivo. “Fui fundador conjuntamente con otras 15 personas, no sabe lo que nos costó hace más de 50 años, juntar entre cada uno de nosotros $ 300, ahora parece cómico”, dice.

Junto a alguna de esas figuras, entre las que destaca el escritor Mario Benedetti -otro amante de Montevideo, como quedó fijado en su obra-, fundan la corriente política dentro del Frente Amplio, la Vertiente Artiguista, por la que finalmente resultará electo senador en 1989.

Unos años antes, cierta fría mañana de domingo cuando el general Líber Seregni lo fue a buscar para ofrecerle la candidatura a la Intendencia de Montevideo, Arana comprendió que su prédica podría tener otra proyección.

“Toda la vida me consideré como arquitecto, siempre me costó aceptar que yo era un político, aunque parezca mentira”, reconoce con humor. En las elecciones de 1984 no tuvo suerte; fue electo el colorado Aquiles Lanza. No será sino hasta el año 1994 cuando finalmente resulta elegido y comienza su mandato en la comuna, que es renovado en 2000 con el 58% de los votos capitalinos. Senador, intendente, ministro de Vivienda en el primer gobierno de izquierda y ahora edil, el puesto más modesto de la escala institucional. Hace poco fue noticia cuando se opuso a que una calle del Centro llevara el nombre de Benedetti. “Lo conocí y era un amigazo. Odiaba cambiar los nombres de las calles”, argumentó. Sigue enamorado de la ciudad como el primer día.

Sus cosas

LECTURAS. Mariano Arana es un lector voraz, pero en los meses de cuarentena su apetito lector se incrementó. “¡Lo que he leído durante estos dos meses, de todo, novelas, libros de historia!”, dice. En particular disfrutó de la novela Sidi, de Arturo Pérez Reverte, que recompone la figura del legendario Cid Campeador.
?EL LUGAR PREDILECTO. Para un amante de la ciudad de Montevideo es difícil escoger un rincón predilecto. Arana tiene algunos. “El rincón de la plaza Zabala, mejor soleado y con mejor vista hacia el puerto”, confiesa. Pero también disfruta de la esquina de Agraciada y Buschental donde actualmente reside.
?SU BANDA SONORA. Las obras de Johan Sebastian Bach son sus predilectas. “Lo escucho muchísimo, en las grabaciones de Cristina García Banegas, que tiene grabadas la totalidad de la obra para órgano y clavecín”, dice. Pero también escucha con mucha frecuencia la obra de Astor Piazzolla, de quien posee toda su discografía.

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