CARLOS TAPIA
La sobremesa, igual que siempre, se tornaba interminable. Pocos quedaban en el restaurante Il Velo Fechoría esa madrugada de 1982. Marcelo Olmedo, que en ese entonces no bebía alcohol, estaba cansado. Pero el café, las divertidas anécdotas y los proyectos que surgían lo mantenían en su silla. Los demás habían tomado bastante. La mesa estaba repleta de botellas de vino y champagne. De un momento a otro su padre giró hacia él, le tomó el brazo y con voz firme le dijo: "Vos tenés que anotar todo esto, ¡¡¡y algún día lo tenés que escribir!!!"
El mandamiento paterno se cumplió. Casi veintidós años después Marcelo escribió El Negro Olmedo, mi viejo, la primera biografía autorizada sobre su papá Alberto. "En el momento que me lo dijo -confiesa a Domingo- no dejaba de ser un comentario en una charla de borrachos. Él estaba copeteado, alegre y con sus amigos. No me pasé toda la vida pensando en eso, pero muchas veces sus palabras vinieron a mi mente".
El 5 de marzo de 1988 Alberto Olmedo cayó del piso 11 de su departamento en Mar del Plata y murió. Allí protagonizaba la obra ¡Éramos tan pobres! En la temporada anterior 119.877 espectadores lo habían ido a ver al teatro, e iba rumbo a rebasar su récord -que jamás fue superado hasta la actualidad-. Había firmado contrato para continuar con su éxito televisivo, No toca botón, y revisaba guiones para animarse a hacer un papel serio en una película, el gran debe de su carrera. Las hipótesis sobre qué pasó aquella madrugada fueron muchas. Marcelo en el libro cuenta su verdad, que es la misma que le hizo saber la Justicia.
El capocómico argentino estaba con su ex pareja, Nancy Herrera, de quien se había distanciado desde hacía un tiempo, luego que ella fuera fotografiada por un paparazzi junto a "Cacho" Fontana, a quien Olmedo consideraba su gran amigo. "Mi viejo pisó una maceta que usó de escalón para subirse a caballito a la baranda del balcón. Pude ver en el barro de la maceta la huella de un zapato (…) También pude ver en la baranda negra la pintura arrancada por las uñas de papá, que se sostuvo en el vacío todo lo que le aguantó el cuerpo y la mente. Más de un minuto y medio colgado pidiéndole a Nancy que lo ayudara, que le agarrara la pierna. Ella no pudo o no tuvo la fuerza para subirlo. Los dos habían tomado mucho aquella noche". Pericias demostraron que intentó acomodar el cuerpo en el aire para caer parado. No lo logró. Olmedo cayó en el pasto y rebotó al asfalto. Estuvo vivo unos minutos, un médico llegó a hacerle un masaje cardíaco, pero no resistió.
Murió. Sin embargo una parte de él se hizo inmortal. Sus películas y programas suelen repetirse en canales de televisión, tanto argentinos como uruguayos, siempre con buen rating; también se venden en DVD. Personajes como El Manosanta, Rucúcu, Rogelio Roldán, Borges y El Capitán Piluso, son conocidos por todos, y se pueden ver en tazas, remeras, murales. Lo mismo pasa con sus inolvidables frases: "éramos tan pobres", "y si no me tienen fe", "¡de acá!", "¡que traigan al enano!". Una reciente encuesta del diario Clarín lo posicionó como el mejor cómico de todos los tiempos. Mientras que en el rubro "mejor actor" obtuvo el segundo lugar, apenas por debajo de Alfredo Alcón. No toca botón es uno de los cinco mejores programas de la historia según la Rolling Stones. Los fans del Grupo Alberto Olmedo en Facebook son 139.100; hay más de 50 grupos dedicados a él en la red social. El libro de Marcelo, su hijo, es la cuarta biografía que se escribe sobre este provinciano que logró ganarle a las luces de Buenos Aires.
"El Negro" venció a la muerte con su obra. Quien sí falleció en aquella madrugada fue el amigo, el padre, el amante y "la empresa" que daba trabajo a muchos. Marcelo, que se desempeñó como guionista de programas como Tiempo Final y Poné a Francella, debió construir su personalidad bajo las sombras de uno de los hombres más queridos de la Argentina. Durante estos veintiún años saludó a miles de personas que no querían hablar con él, sino con su padre. Contó hasta el hartazgo las mismas anécdotas. Y estuvo muchas veces oculto bajo el rótulo de "el hijo de…".
"Fue difícil, pero sería injusto achacárselo a él. Me he sentido trabado para avanzar en determinadas pautas que tienen que ver con mi carrera de guionista y escritor. Pero si mi viejo hubiera seguido vivo no sé en qué me podría haber convertido. Hubiera sido abogado como él quería. Él soñaba con su hijo el doctor", señala Marcelo. De todos modos asegura que Alberto "estaría contento" al ver cómo avanzó su carrera, la familia que pudo construir y su desempeño como padre.
Marcelo es uno de los tres hijos que el actor tuvo con Judith Jaroslavsky, la primera de sus mujeres. Su hermano Fernando falleció en 2000 en el mismo accidente en que murió el cantante Rodrigo. Con el libro busca dejar de contar las mismas historias y saldar deudas con un padre que, a veces por trabajo y otras por las nuevas familias que formaba -Olmedo tuvo seis hijos y tres mujeres "oficiales"-, estuvo algo ausente durante su niñez. Él tiene trato con todos sus medio hermanos. "Incluso últimamente también me estoy viendo con Alberto", el hijo que el cómico no llegó a conocer, fruto de su relación con Nancy Herrera.
"Traté de contar, más que la vida del viejo, una historia de padres e hijos", señala Marcelo. Alberto Olmedo conoció a su padre recién a los 25 años. Cuando ya trabajaba en televisión e iba de vez en cuando a su Rosario natal (ver aparte). "El viejo Mautone", que lo abandonó antes que naciera, se emocionó al verlo y trató de darle una explicación. Él lo abrazó, le evitó el discurso y lo invito a comer. Nunca le hizo reclamos. En 1983 murió de cirrosis. Marcelo es igual, no guarda rencores y asegura que "todas las facturas están pagas", y que lo mejor que Alberto le enseñó "es lo que no pudo hacer como padre, porque es ahí donde yo trato de superarlo con mi hija".
Pero el libro es más que "la historia de tres generaciones de padres", cómo él lo define. Relata la vida de un hombre que logró saltar a la fama partiendo desde la más sumergida de las miserias. Cuenta quiénes violaron el llamado "Código Olmedo". Y desmitifica la idea de que fue "un payaso triste".
Código Olmedo. "Si yo tengo y mi amigo no tiene, tenemos los dos. Y si yo no tengo y mi amigo tiene y no comparte, no me importa; yo ya no tenía". "Mi amigo no me tiene que atosigar jamás a preguntas, no debe querer saber más de lo que yo quiero decir. Y yo hago lo mismo con ellos. Si no me cuentan no trato de sacarles nada". Así era el "Código Olmedo", un modelo ético establecido por él.
"Me pareció interesante transmitir tips de lo que fue su pensamiento, dice Marcelo. Esas reglas son textuales, salidas de su boca y su cabeza, era como él elegía vivir". Hubo solo dos personas que violaron el "Código", una fue "Cacho" Fontana, la otra su partenaire, Jorge Porcel.
Si Olmedo estuviera vivo tendría 76 años. Es difícil imaginar qué sería de su vida. Muchas veces bromeaba con Porcel con que ambos pasarían sus últimos años en un prostíbulo parisino. La anécdota que Marcelo relata sucedió en una de las tantas temporadas de teatro protagonizadas por "El Gordo y el Flaco argentinos". Su padre escuchó cómo su compañero y amigo le decía a su hermano Tito: "A Olmedo me lo tengo que sacar de encima... yo no puedo seguir compartiendo cartel con él,... no me conviene... Soy la figura del espectáculo y Olmedo tiene el mismo porcentaje que yo. ¡Pero yo soy el que hace reír a la gente!" Tito trató de replicar y Jorge interrumpió: "¿Sabés lo que es Olmedo para mí? ¡Un ancla! ¡Si sigo con él, me hundo!" Después de esto "el Negro" le pidió al representante de ambos, Pepe Parada, que separara el dúo. Y ya no hicieron más televisión ni teatro juntos. Sí trabajaron en cine, donde Olmedo ganaba "bastante más".
"Llegó un momento en que mi viejo superó ampliamente a Porcel -sostiene Marcelo-. Y se notó cuando dejó de trabajar con él, en el rating de sus programas de televisión, por ejemplo. Mi padre en un momento lo ayudaba, le hacía de segundo siendo primero. Y a Jorge en los teatros yo lo veía que se sentaba en un sketch y no podía levantar el culo del asiento: por peso, cansancio y otros motivos que sé y no quiero comentar porque él ya no está para defenderse".
Luego del incidente Alberto se fue del teatro y le contó lo sucedido a su hijo. "No trascendió porque lo supo poca gente. Era una época donde no todo se convertía en un programa de televisión". En el libro también cuenta que Porcel lloró e imploró a Parada, vestido de Tarzán, en medias y mocasines, que le pidiera perdón "al Flaco". Esa noche "el Gordo" salió solo a escena. El sketch, cuentan, fue un desastre.
"Situaciones así hubo muchas, sólo quise contar ese incidente porque mi viejo lo quería mucho a Porcel. Yo también lo apreciaba. Es contradictorio; pasa como con un tío a quien no querés criticar aunque tenés motivos", dice Marcelo.
¿Payaso triste? Muchos hablan del poder de transformación de Olmedo: del tipo serio y melancólico que se prendía la luz roja de la cámara y se convertía. Su hijo desmitifica esto. Y sostiene: "Era simplemente humano. Tenía un día bueno y otro malo; era un poco ciclotímico, quizás. Pero esto fue los últimos dos años. Es que estaba más responsable. Le daba trabajo a mucha gente y se preocupaba porque todos ellos estuvieran bien".
El escritor señala que "hay que descreer lo que se dice. La gente habla porque tiene boca. Pero los que inventaron lo de su tristeza son en realidad los que lo conocieron menos. Incluso hay gente que cuenta anécdotas como que las presenciaron y yo estaba ahí y sé que en realidad no estaban". Por este motivo fue que decidió no hacer una investigación para su libro y apelar solo a su memoria. Salvo para la etapa en la que él no había nacido, que confió en los relatos de su madre y de un amigo de la infancia de su padre, "Chiquito" Reyes, a quien el cómico le utilizó el nombre para uno de sus personajes.
Olmedo acostumbraba ponerle a sus creaciones los apodos y nombres de la gente que quería. Cuando le preguntaban por qué lo hacía, él contestaba: "Para no dejarlos afuera". Además de con "Chiquito" lo hizo con Rogelio "Lalo" Roldán, con quien Alberto solía pasar las fiestas y dueño de la funeraria marplatense donde fueron velados sus restos. Más de una vez habían bromeado con el jingle: "Funeraria Roldán, donde los muertos contentos van".
"Lalo" Roldán y los cinco hijos de "el Negro" brindaron con una botella de vino francés alrededor del féretro el día de su muerte. Luego el cuerpo fue trasladado al cementerio de Chacarita, en Buenos Aires, donde una multitud esperaba para decirle adiós.
De Película. Durante muchos años se habló de llevar a la pantalla grande la vida del que fue uno de los actores más importante de la historia argentina, pero cuando esta idea se planteaba las dudas sobre quién podría interpretar a Olmedo hacían al film impensable. Sin embargo, Marcelo afirma tener ya al actor que interpretará a su padre en la película que, bajo la dirección de Víctor Laplace, planea filmar el año próximo.
"Es un actor conocido y no es un cómico. El nombre me lo reservo porque sino van a empezar a decir `puede, no puede`. La película tendrá dos narradores, mi padre y yo", adelanta el guionista.
Es que por un lado Olmedo aún hace reír con sus viejos programas, mientras que por otro emociona a miles de sus fanáticos con lo que fue su vida. Parece que el tiempo no quiere arrancar de la memoria al hombre que, de la mano de una carcajada, hizo que muchos se sintieran un poco menos pobres.
Desde que era "tan pobre" hasta que le tuvieron fe
Seis grados bajo cero marcaba el parte meteorológico en la ciudad argentina de Rosario el 24 de agosto de 1933, cuando Matilde, de 17 años, daba a luz al futuro capocómico. Abandonado por su padre, flaquito y desgarbado, Olmedo creció como se debía: rápido y a los tumbos. La pobreza no daba cabida a niñeces prolongadas. Es así que a los cinco años Albertito ya tenía su primer trabajo en una verdulería. No era difícil, sólo debía levantarse a las tres de la mañana para ir a buscar las frutas y verduras al mercado. En verano no había problemas, pero en invierno no quedaba más opción que ponerse diarios debajo de la poca ropa prestada para resguardar el delgaducho torso de la congelante temperatura. "Éramos tan pobres", bromearía muchos años más tarde.
Pese a su juventud, "el Negro" era sumamente responsable para sus actividades laborales. No tanto así para la escuela, de la que escapaba con frecuencia. Casi siempre rumbo al baldío, donde con sus amigos solía hablar de muchachas y películas de vaqueros. El físico y la enorme nariz del joven Olmedo no lo agraciaban de buena suerte con las mujeres. Igual, tiempo después, esto cambiaría.
De lo poco que se podía hacer en Rosario, Olmedo participaba en todo. A los 16 años se sumó al conjunto acrobático juvenil del club Newell´s Old Boys. Luego fue jefe de claques del teatro La Comedia. El trabajo consistía en aplaudir durante las obras en los momentos más cumbres, y así guiar las palmas del público.
En ese teatro conoció a Francisco "Pancho" Guerrero, pionero de la televisión argentina que había llevado un espectáculo a Rosario. "Negro, acá no pasa nada, venite para Buenos Aires", le dijo Guerrero a Olmedo. Los incondicionales amigos del barrio juntaron 500 pesos de la época para que viajara a la capital. Su primer trabajo allí fue vendiendo carteras. Meses después "Pancho" consiguió meterlo en televisión. Claro que no de actor, sino de switcher. Era quien decidía qué cámara salía al aire.
Fue en una comida de fin de año del viejo Canal 7 donde destapó sus dotes de cómico. La televisión era la gran novedad, pero el costo del aparato lo hacía incomprable. Sólo diez mil receptores habían desperdigados por los hogares. El negocio no era bueno. En fin, esto provocó el nacimiento de sindicatos, peleas internas y demás roces. La cena se convertía en una batalla campal. Hasta que "el Negro" se subió a la mesa y comenzó a esbozar un monólogo. Lo que hizo fue lo que repetía todas las noches en el boliche, lo que hacía reír a sus amigos de Rosario, y lo mismo que lo llevó a ser el gran Alberto Olmedo: improvisar. Comenzó un discurso en el que satirizaba a los jefes y empleados del canal. La suerte hizo que el productor Bringuer Ayala estuviera allí y decidiera incluirlo en su nuevo programa: La troupe de la TV. El resto es historia conocida.